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Fecha: mié may 24, 2000 1:13 pm
Asunto: modem 001: Jugar con cartas marcadas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 1
Existen muchas palabras que impiden las discusiones, muchas, para las
que cada persona tiene una definición diferente, una definición que
es incapaz de enunciar pero sobre la que intuye perfectamente qué
está fuera de ella, del mismo modo que se tiene el instinto de que
los números pares son más redondos que los impares y que los números
que acaban en cero son incluso más atractivos, excepto en tiempo de
rebajas.
Son palabras con las que los diccionarios se comportan conciliadores
y ofrecen definiciones flexibles, adaptables como un guante,
perfectas cómplices de la tertulia. El ejemplo más claro son las
personas que gustan de invertir horas y horas en hablar de dios (o de
dioses) con el pleno convencimiento de que la discusión va a
continuar durante horas y horas porque la definición de cada uno es
igualmente válida. Y es cierto que las definiciones personales tienen
validez, pero no a la hora del diálogo, donde uno está forzado a que
las palabras que se utilizan tengan el mismo sentido para todos los
participantes. No tiene sentido que al decir mesa unos piensen que
hables de una silla, otros de un jersey y otros de un presentador de
televisión. Si Lewis Carroll avisaba de que las palabras significan
lo que nosotros queramos, nos hemos de dar cuenta de que llegar a
alguna conclusión en las tertulias, que se diferencian de las
homilías en la voluntad de sacar algo en claro, tenemos que adoptar
convenciones para ser comprendidos. Es decir, nos hemos de forzar a
jugar con las cartas del otro, y tragar si -como es habitual- están
marcadas.
Todo esto venía a colación por la palabra civilización, porque la
civilización y sus consecuencias van a ser un poco el hilo conductor
de esta columna, y por mi miedo inicial a caer en el bucle que
comentaba al principio. Y de hecho no es preocupante sólo el que cada
uno de los lectores tenga una definición personal que entre en
conflicto con lo que planteen estas páginas, sino también la
convención no escrita que es vendida sistemáticamente por la
televisión, el cine, los suplementos dominicales para toda la familia
y demás medios tibios de consumo masivo, en la mayoría de los casos
por puro aburrimiento. Esta convención la tenemos mucho más clara si
pensamos en lo que entendemos como amor, lo que practicamos como
amor, lo que los filósofos discuten como amor y el punto de partida
las revistas femeninas, cuatro esquinas que solo confluyen en los
mass media, donde la convención para entenderse es la cuarta de las
citadas, la versión vamos-a-ponerle-azúcar-a-Bécquer-por-si-no-fuese-
suficientemente-empalagoso.
Así que ya empiezan a darse cuenta de la situación: vamos a estar
forzados a utilizar las convenciones para hablar de los temas,
tomando como punto de partida -fíjense- lo que del amor dicen las
revistas femeninas; vamos a agitarlas un poco para ver qué parte se
sostiene, con lo que vamos a entrar en conflicto con las definiciones
personales, que son extrapolaciones hechas con la «versión comercial»
de los temas hasta ajustarlos a la experiencia personal; y finalmente
vamos a ver qué queda de pie, y qué podemos hacer con los trozos que
se han caído al suelo, que no están los tiempos para tirar nada,
preguntándonos qué hacían ahí, quién los ha puesto, para qué sirven
en realidad -póngase «realidad» en otras comillas igual o más
grandes- y dónde nos ha dejado todo esto, aparte de haber dejado el
suelo hecho unos zorros. Que a veces sólo conseguimos eso y nos
agarramos desesperados al punto de partida.
Y puestos a predicar con el ejemplo de dar unas cuantas patadas a la
base de las cosas, en la próxima columna miraremos la civilización,
entiéndase el comportamiento contemporáneo, que es el sustento de
esta columna, y veremos qué tiramos y con qué nos quedamos. Y a
partir de ahí ya veremos donde vamos a parar.
Que tampoco tengo muchas esperanzas.
***
Fecha: mié may 31, 2000 12:54 pm
Asunto: modem 002 – La integración de los insociables
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 2
No sé a quién tenemos que agradecer la existencia de los Reyes Magos,
pero hay que reconocer que es una aportación imprescindible para
nuestro desarrollo como personas. Hay un momento de nuestras vidas en
el que descubrimos que las personas con las que convivimos, las que
teóricamente más nos quieren, nos han engañado como a idiotas y se
han reído bien a gusto a nuestra espalda como hienas traidoras. Hay
un momento en el que descubrimos que los Reyes no existen, que los
regalos los ponen los padres, y por fin nos libramos del mayor peso
que tiene la percepción infantil: que los mayores siempre tienen
razón y que todo existe por algún motivo. Ah, no, nos engañan como a
bellacos, con alevosía y nocturnidad. Todo, como las enormes
cabalgatas con calles cortadas, puede ser -y es- una gran mentira.
Pese a ello, es cierto que muchas de las cosas que encontramos de
pequeños se quedan agazapadas en la parte de atrás del cráneo como
verdades absolutas, y cuando desaparecen nos deja una sensación de
extrañeza difícil de despejar.
Recuerdo que antes se compartía más. Recuerdo que cuando era pequeño
era más frecuente tener un invitado que ocupaba tu habitación, que
dormía en una cama plegable en un rincón del salón, que tomaba el
café y sonreía mientras entrabas en la cocina con el pijama luchando
con las legañas. Y si he vivido las fiestas de pueblo ha sido porque
primos, tíos y demás familia no tenían inconveniente en que ocupase
la cama de arriba, en que bebiese su desayuno y en que llegase tarde
después de que hubiese terminado el concierto para la juventud, nos
hubiésemos perdido por las peñas, hubiésemos descubierto los
picaderos de sacos rellenos de paja y sillones reciclados y
hubiéramos despejado la pereza para volver a casa sucios y bebidos.
Y lo recuerdo porque ya no se estila, tengo menos invitados y soy
menos invitado, y el comienzo de todo esto coincidió con la época en
la que por fin tuve un tocadiscos y un televisor en color y la cuenta
corriente estuvo un poquito más holgada y no había necesidad de
compartir. Ahora escuchaba a Prince y a Bowie, pero ya no me sentaba
en las cajas de cerveza a ver desde el balcón de la peña como los más
borrachos del lugar esquivaban ebrios a las vacas del encierro de las
tres de la madrugada.
Y pensaba en ello porque cuando he visitado los países civilizados,
precisamente lo que he notado es un concepto muy particular, de hecho
una evolución lógica desde lo anterior, del verbo compartir. En las
fiestas de Suecia, me contaban los estudiantes erasmus a su regreso,
tenían un concepto muy curioso de fiesta: tu llevas la bebida que te
apetece; y más vale que te apetezca, porque sólo tú vas a beber de
ella. Extrañado por el comportamiento, Dani, amigo estudiante de
ingeniería, decidió hacer una prueba: llevó una botella de vino de
rioja, la abrió, se bebió un vaso, se llenó un segundo, y marcó con
la uña en la etiqueta la altura del líquido. Hecho esto, dejó la
botella en medio de la sala y se fue con su vaso a charlar a otras
habitaciones. Cuando volvió, mucho tiempo después, el vino estaba
intacto.
En Holanda pasan cosas similares. «Sabemos que se invita a comer a la
familia porque lo hemos visto en el cine, pero no es común aquí», me
contaba Tanya en Rotterdam, insistiendo en la escasa riqueza
gastronómica del país, donde lo común es la patata hervida y la carne
frita. «Si quieren patata hervida que la coman en su casa», añadía
con una lógica aplastante. Lo notable era que el concepto verdadero,
el preparar un plato especial, una comida no habitual, no les entraba
en la cabeza. El molestarte para ser anfitrión. El deseo de compartir.
De alguna manera la civilización tal y como la entendemos está reñida
con el verbo compartir, por la sencilla razón de que la civilización –
el modelo de comportamiento contemporáneo- es la democratización de
los insociables. Antes tenías que ganarte el pan, ser simpático con
el panadero, procurar quedar bien con la gente para volver a entrar
en la peña en las fiestas del año que viene. Ahora está el sector
servicios, en el que les guste o no han de ponerme otra cerveza, en
el que no necesito sonreír a nadie para comprar una tarta de crema.
¿Compartir? Ya pago mis impuestos. Que acudan ahí quienes lo
necesiten.
(También es verdad que los países civilizados tienen un concepto de
los impuestos mucho más útil que los españoles. Por ejemplo, cuando
no tienes dinero te subvencionan los estudios hasta que decides dejar
de estudiar y ponerte a trabajar, momento en el que devuelves el
préstamo con un impuesto sobre tu sueldo. Compárese con España y el
desarrollo económico de los gestores de los fondos reservados. No es
lo mismo.)
Ya tenemos una: la civilización es la integración de los insociables.
Continuamos para bingo.
***
Fecha: mié jun 7, 2000 4:00 pm
Asunto: modem 003- Sobre aplicar la teoría hasta olvidarla
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 3
Cuando en la columna anterior decíamos que la civilización es la
democratización de los asociables, puede que algún lector viera en
ella una reivindicación o una justificación para el enchufismo y el
nepotismo, que manda narices como bandera a reivindicar. Esto es por
la costumbre que hemos desarrollado al comparar -en casi cualquier
ejemplo de la historia de la humanidad- el original con su base
teórica, momento en el que nos damos cuenta de que, como dice la
sabiduría popular, nos hemos pasado tres pueblos.
La teoría frente a la práctica lleva a procesos curiosos. Por ejemplo,
en el reino animal, como durante miles de años en el hombre, rige la
ley del más fuerte; visto de este modo, las armas son una forma de
democratizar esa ley, y si antes se necesitaba una buena musculatura
para manejar la espada (ríanse cuando en películas con caballeros vean
que sujetan la tizona entre los dientes para trepar acantilados), la
smith and wesson automática hace que el mas triste de los pusilánimes
pueda colocarse bien arriba en la pirámide alimentaria. Esta teórica
democratización se ve llevada a la práctica en Estados Unidos, un
lugar donde los colegios tienen detectores de armas en la puerta. El
humorista Bill Hicks, en su video Relentless, enfrentaba las cifras de
muertes por arma de fuego entre Estados Unidos e Inglaterra, país
donde ni siquiera los policías de calle llevan armas. Mientras en un
año en Inglaterra habían muerto catorce personas por disparo, en
Estados Unidos ese mismo año se contaron veintitrés mil muertes. «No
hay ninguna conexión entre tener una pistola y disparar a alguien, y
no tener una pistola y no disparar a nadie», señala Hicks, «serias un
tonto y un comunista si la hicieras».
Si saco el tema de las armas, un filón para extraer buenos consejos
realizando el negativo, lo hago porque es un excelente ejemplo de un
proceso habitual en el que, partiendo de una idea que está bastante
bien, se construye una regla de convivencia que se va extendiendo
hasta que se toma su propia directriz como un dogma inmutable que
aplican con un exceso de celo («las armas son un derecho para los
americanos; ¿y si nos atacan en nuestras casas?») hasta olvidar que la
norma base no es una verdad absoluta que se aplica a todo el mundo (se
me ocurre como ejemplo la ley de la gravedad, si bien no es aplicable
a todo el universo, cosas del misterio infinito que nos rodea), y que
no necesita modificaciones periódicas conforme las cosas vayan
cambiando.
Por alguna extraña razón -qué puñetas extraña, la codicia, y luego los
otros seis, que son conseguibles con el éxito del primero- las
aplicaciones de las ideas llevadas a gran término -estamos hablando de
la civilización, poca broma- acaban con excesiva frecuencia en la
ejecución loca, bruta y estrecha de mentes consistente en el viejo,
axioma «no cambies nada que siempre hemos ido bien así», o mejor aún,
«a mi me han dicho que». Supongo que les suena.
Como contraejemplo de aplicación que no ha pecado en exceso de celo
podemos citar al sistema jurídico, o mejor dicho, a las leyes. Igual
que antes mencionábamos la posición en la escala por la cultura
muscular, durante mucho tiempo lo que se estiló fue la graduación
utilizando la estirpe sanguínea: el hijo del rey era el rey, el hijo
del campesino era campesino, y cualquier modificación requería el uso
del artículo uno, o sea, la musculatura -con las prolongaciones
metálicas pertinentes-.
La regla básica del comportamiento en la época era esencialmente
aquella que en ese momento se inventase el jefe, entendiéndose como
jefe cualquiera a partir de nuestro inmediato superior. Los que
estaban abajo, ya un poco cansados de tanto cambio y de aquello de «y
mi palabra es la ley», deciden cortar unas cuantas cabezas para
aplanar la pirámide al ras. Cuando las cosas fluyeron y algunos de los
de abajo empezaron a subir sintieron de sopetón un intenso apego a sus
pescuezos. De ahí que retomaran la vieja idea de las leyes, para el
pueblo, pero -eso sí- sin el pueblo.
Así que, bajo esta luz, las leyes son, reconozcámoslo, una buena idea.
Están pensadas para procurar que las personas discriminadas disfruten
de una serie de derechos, que por muy mal que le siente a los
poderosos del lugar, se defienden con el simple acto de señalar una
línea de texto. Por otra parte, estamos muy acostumbrados a que los
poderosos cambien las leyes o, si son sutiles, hagan lo justo para
engrandecer la sabia máxima de «hecha la ley, hecha la trampa». Pero
aun con todo nos las hemos arreglado para tener un buen número de
derechos inalienables. Como tiempo habrá para comentar dónde se ha
quedado tan buena idea, nos quedaremos con que el concepto de arranque
no está nada mal y que la aplicación es, dentro de lo que cabe,
incluso decente.
Pero obviando excepciones como la comentada, en el caso general,
seamos sinceros, nos vamos de madre a la hora de aplicar las reglas
hasta olvidar la función para la que fueron creadas y al final
terminamos edificando moles considerables sobre un acto de fe que,
bien mirado, lleva bastante tiempo carcomido y necesita un buen barniz
y un par de cambios de consideración.
Y de hecho, cada vez que alguien señala con el dedo las cosas que
fallan, uno no se preocupa en exceso porque suele ser un tío gafas
pesado que escribe libros para tíos gafas pesados. Afortunadamente, no
todas las denuncias necesitan ser así y de vez en cuando son
entretenidas, espectaculares, brillantes, y a esas hay que aplicarles
el hacha; y si logran torear la censura, hay que soltar a los
intermediarios.
Ah, los críticos. En siete días.
***
Fecha: mié jun 14, 2000 6:26 pm
Asunto: modem 004 – La dictadura de los intermediarios
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 4
La crítica de arte es importante cuando cumple una función de desarrollo.
Es posible encontrar obras en las que los críticos hayan sido un elemento
esencial que, mediante su participación, hayan empujado la obra hasta
lograr que superase el nivel común y se convirtiese en una obra de
referencia. En literatura, el ejemplo más famoso lo encontramos en «La
Tierra Baldía», de T.S. Eliot, que sin la participación del crítico
literario Ezra Pound no habría tenido el mismo calibre. Del mismo modo,
críticos pictóricos han dado base teórica a los artistas plásticos más
heterodoxos, dándoles una explicación formal de lo que buscaban
instintivamente y allanándoles el camino de la caza a ciegas. Igualmente,
Alan Moore, gran capo del comic cerebral de los ochenta, confesaba su
lectura regular de la sesuda The Comics Journal. Así, en todas las
disciplinas artísticas la aportación de los críticos es valorada, asimilada
y potenciada, excepto en aquellas donde no ayudan para nada. Por ejemplo
el cine.
Es bien sabido que no se puede dejar el cine en manos de los críticos. Y a
pesar de la tremenda publicidad que se da a las películas, con sus
entrevistas y sus making of, aún estoy por descubrir el primer director de
cine que se lleva regularmente a un crítico al plató de rodaje -o mejor
aún, a la sala de montaje- para mejorar la calidad cinematográfica de la
cinta. Mientras en la literatura o en la pintura o el comic el crítico
pregunta si es necesario ser tan naturalista, si no se puede ser más
radical, si no podemos cambiar de cabeza en cabeza de los personajes a
mitad de frase, trabajando con texturas ásperas con objetos insertados en
los lienzos, o combinar ambas cosas -esa es la potencia del cómic-, en el
cine se considera que las cosas raras son para salas pequeñitas llenas de
universitarios con pelos teñidos y que las películas deben ser como La
Diligencia y Cleopatra y esas superproducciones que se ven siendo jovencito
en el cine de barrio donde Gary Cooper acababa besando a la chica recortado
contra una puesta de sol en el gran Cañón del Colorado.
Desde mi perspectiva de «invierto dinerito en el billete y espero sacar
algo a cambio», una de las películas más interesantes del final del milenio
ha sido El Club de la Lucha, de David Fincher, basada en el libro homónimo
de Chuck Palahnuik que quizá ha tenido menos repercusión porque
-afrontémoslo- no aparecía Brad Pitt. La película ha sido bombardeada por
la crítica porque defiende -dicen- las prácticas de los grupos neonazis.
Claro. Igual que Delicatessen defiende el canibalismo o Garganta Profunda
la ubicación del clítoris en la epiglotis.
El problema se encuentra en dos direcciones complementarias: la primera es
que la crítica de cine es una crítica no para el cine sino para los
espectadores, que es algo así como hacer críticas de juguetes para los
niños -cosa innecesaria porque los niños ya saben lo que les gusta sin que
se lo diga nadie: aplíquense el cuento-; la segunda consiste en que, basta
leer la prensa, los críticos de cine ven demasiado cine, o, mejor dicho, no
se molestan en consumir otras cosas. Es poco habitual que haya alusiones a
otros medios -la fusilada que The Matrix cometió sobre el cómic The
Invisibles es aterradora, por mentar una cinta que nadie pueda pasar por
alto- y menos aún que se acuda a pensadores contemporáneos para interpretar
lo que la obra dice en lugar de lo que muestra, probablemente porque los
libros de filosofía no tienen actrices maquilladas y no se terminan a la
hora y media de proyección, curiosa medida de potenciar la creación
equivalente a obligar a todas las novelas a tener una longitud de cien
páginas. Así, todos los referentes en las críticas de cine son películas y
no salga de ahí. Como mucho algún libro, eso sí, best seller, no vaya a ser
que empecemos a ver de donde salen las supuestas originalidades del cine de
última generación, cuyos autores sí que se molestan en buscar por ahí para
ver qué se cuece, y demos el crédito a quien en realidad lo merece. Por
otro lado, todo esto no es nada nuevo. En el tardofranquismo, me contaba
Luis Carandell, los contenidos incendiarios en revistas definidas como
«para intelectuales» eran hasta cierto punto permitidos, pero cosas
peligrosas que pudiera ver el público general eran atacadas por todas
partes. Quiero decir que ahora que no hay dictadura de gobierno, hay
dictadura de intermediarios, y los mecanismos son idénticos.
Así que, para ver si podemos aportar luz sobre lo que llevamos hablando en
esta columna desde sus inicios, echaremos mano de eso que los críticos han
tildado con preciosos «eso no se hace».
Pero con tanto hablar de la esclerosis de la crítica de masas en prensa, me
he quedado sin espacio. En siete días.
***
Fecha: mié jun 21, 2000 4:52 pm
Asunto: modem 005 – Santa Bárbara y la perspectiva
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 5
Decíamos en los orígenes de esta columna que es una conducta sana la de
empezar a dar patadas a las cosas para ver si realmente se sostienen o son
en realidad un decorado de cartón piedra. De hecho, se supone que la
facultad de filosofía es un lugar en el que, lejos de tomar las hipótesis
de los pensadores como axiomas, lo que se enseña es a recorrer el camino
del pensamiento por la propia cuenta de cada uno; forma que, al parecer, no
es la más apropiada para obtener una nota óptima en las asignaturas («he
estado pensando un buen rato y…»).
De hecho, incluso las disciplinas más sólidas tienen una base que, de
resultar frágil, obligaría a derrumbar toda la estructura. Incluso las
matemáticas, que pasan por ser la disciplina más coherente y robusta
desarrollada por el ser humano, tiene una serie de axiomas raíz de los que
arranca todo el andamiaje y que dan pie a que uno más uno sean dos. Para
ver si las matemáticas son o no de fiar, antes de invertir tiempo y
esfuerzos en el acoso y derribo del teorema de Cauchy o de los polinomios
de Legendre, debemos atacar a fondo esos axiomas raíz, sin miedo a
descubrir que todo es mentira. De hecho cada vez que se ha descubierto una
mentira la ciencia ha adelantado una barbaridad. El paso de las leyes de
Maxwell -un brillante zapatazo al concepto que se tenía del
electromagnetismo hasta ese momento- a la teoría de la relatividad así lo
demuestra.
¿Cuáles son las bases de la sociedad? ¿Cuáles son los axiomas de la
civilización? ¿Son lo suficientemente seguros como para aguantar unos
cuantos envites? Una de las reflexiones más entretenidas que sobre este
tema se han dado a finales del siglo veinte ha sido la película El Club de
la Lucha, que en lugar de ser una disertación lenta y tediosa identificando
los orígenes y desarrollos desde el medievo, es un largometraje
brillantemente ejecutado con explosiones, persecuciones -incluso de uno
mismo-, sexo, jabón y muebles del Ikea. Una cinta hiperactiva pero no
alocada, en la que un personaje con la cara de Edward Norton se aparta de
lo que la sociedad ha preparado para él hasta acabar alejándose de ella; y
es gracias a este distanciamiento que podemos ver cosas que, de puro
corriente, las damos por hechas. Igual que nos acordamos de Santa Bárbara
cuando truena y de la salud cuando nos falta, podemos ver la civilización
cuando salimos de esa velocidad insoportable en la que nos mete y la
observamos con cierta perspectiva.
En El Club de la Lucha se propone un grupo de personas que se reúnen a
espaldas de la sociedad para olvidar las normas impuestas de forma tácita
por la sociedad y liberar los instintos más básicos, en particular el de
dar rienda suelta a la rabia a base de puñetazos con, eso si, la norma de
parar en cuanto uno de ellos lo desee o se lesione. De hecho la persona que
seguimos como protagonista es el icono de la sociedad actual: horario de 9
a 5, en un cubículo, rodeado de personas de conversación superficial, que
tiene el dinero como escala para todas las cosas y que compra sus muebles
en los grandes almacenes del diseño. El guionista nos lo presenta con
tremenda brillantez, en particular cuando el personaje se pregunta por qué
diablos sabe el nombre correcto de ciertos elementos de decoración.
La tesis de la película, un metraje con una cantidad considerable de
matices en todos los aspectos, aparece condensada cuando Tyler Durden/Brad
Pitt, coprotagonista -y nunca mejor dicho- de la cinta, les da deberes a
los miembros del club de la lucha: «vais a salir y a empezar una pelea con
una persona a la que no conozcáis de nada. Vais a empezar la pelea…» -y
aquí pone el énfasis de lo crucial- «…y vais a perder.»
Y añade lo más interesante: «No es tan fácil como parece; la gente hará
cualquier cosa con tal de evitar una pelea.»
¿Es ese el axioma de la civilización?
Continúa…
***
Fecha: mié jun 28, 2000 5:12 pm
Asunto: modem 006 – La legitimación de la calma
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 6
La persona de referencia a la hora de plantearse la civilización como lugar
donde las personas hacen cualquier cosa con tal de evitar una pelea es, lo
creo evidente, Jesucristo. Ese señor que vete a saber qué aspecto tenía
realmente, qué dijo realmente y cómo era realmente con todas las mentiras
que se han construido, se construyen y se construirán con su nombre como
excusa, no fue tanto uno de los grandes pensadores de la humanidad como una
de las personas con más agallas -o menos instinto de conservación, son
cosas equivalentes- que han pisado la tierra. El legado de Jesucristo,
resumido a un solo axioma, es bien sencillo: no hace falta que nos matemos
cada vez que no estamos de acuerdo en algo.
La idea, podemos estar seguros, no era ninguna originalidad en la época,
pero los que la pensaron antes, o bien callaron ante la perspectiva de una
espada estratégicamente introducida en su abdomen, o bien no tuvieron el
carisma suficiente para que el mensaje perdurase conservando su nombre.
De hecho, para que las gentes tuvieran en consideración a Jesucristo se
construyó espontáneamente -un poco aquí, un poco allá- una campaña de
promoción adecuada al público del momento. Teniendo en cuenta que las
imprentas tardarían siglos en aparecer, y los colegios públicos más aún, el
nivel cultural medio de la población era digamos borroso, y, la verdad, no
tenían gran admiración por los pensadores sino más bien por los hábiles con
el hierro forjado. Así que para que tuviesen en consideración a una persona
de la lógica hubo que inventarse que podía hacer cosas extraordinarias, que
murió porque le dio la gana y no por bocazas, que era hijo/siamés
triangulado del supuesto creador del universo -evidentemente, para las
personas de la época si su jarrón estaba fabricado, también el universo
tenía que estar fabricado, pensamiento hoy simplón donde los haya- y vete a
saber cuantas cosas más. No vamos a hablar de cómo unos cuantos se han
aprovechado de todo esto utilizándolo como método de control social, de
prosperidad económica o de mordaza de censura -tiempo habrá para todo ello-
sino que nos quedaremos con esa línea. De hecho, no nos ha de importar que
a fecha de hoy haya gente que todavía se crea la multiplicación de los
peces o a los paseos sobre el agua, siempre y cuando se hayan quedado con
la idea esencial tras todo ese marasmo de mentirijillas. La primera persona
-la primera vedette, para hacerlo más gráfico- de la que tenemos referencia
en esto de «no hace falta que nos matemos» es Jesucristo.
Y es notable que la civilización, tal y como la entendemos a fecha de hoy,
se ha construido en buena parte de acuerdo con este axioma, lo que no deja
de ser en el fondo una buena noticia. ¿O no? Tal vez no, y esa es la tesis
-retomando la columna de la semana pasada- del film El Club de la Lucha,
pues igual que no es bueno el irse matando por cada trifulca por un kilo de
manzanas, igualmente malo es el exceso de apatía y manierismo, la completa
pasividad ante los estímulos externos que, de hecho, entra en contradicción
con la naturaleza del hombre, que ya sabemos cómo se comporta cuando
despiertan los instintos.
Hemos construido una sociedad en la que el comportamiento natural es el
menos natural de todos, una sociedad que hemos diseñado partiendo del
precepto esencial de Jesucristo pero en la que nos ha podido el exceso de
celo hasta que hemos terminado -únanse conmigo en esta paradoja- siendo más
papistas que el Papa.
En consecuencia estamos entre la espada y la pared, ante las puertas de la
dama y el tigre. No podemos -de hecho no debemos- borrar la estructura que
nos permite ser pacíficos, pero tampoco podemos cerrar los ojos ante la
química que nos hace lo que somos. Como los jueces que valoran un proceso
de acoso sexual, hemos de sopesar la naturaleza física y las normas de
comportamiento. Estamos obligados a establecer un término medio, una
estructura paralela y complementaria, un club de la lucha y del fornicio
-nótese lo lejanos que estamos de un club del fornicio y lo cercanos de un
club de la lucha-, una esquina para no terminar como el habitual asesino en
serie descrito sistemáticamente por los vecinos como «una persona muy normal».
Créanme, no hay nada más peligroso que una persona normal.
***
Fecha: mié jul 5, 2000 11:29 am
Asunto: modem 007 – Nuevos tabús para nuevas eras
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 7
No voy a negarlo. Piqué como cualquier otro adolescente. Empiezas a
rebuscar en los primeros balbuceos de las cosas que te gustan y llegas al
principio del siglo veinte y te enganchas con los surrealistas -que por
alguna extraña razón, tal vez por puro extraños, son irresistibles a esa
edad para sumergirte en ellos- y te convencen de que es el subconsciente la
parte sobre la que trabajar porque es la común a todos los humanos, y te
presentan a Freud, el gran Freud, y acabas sin comerlo ni beberlo
acometiendo ese volumen enorme titulado La Interpretación de los Sueños.
De hecho, en mi opinión no es necesario acabarse el libro para tomar como
propia la apuesta de Freud. Y calcularía a ojo que el setenta por ciento de
la tinta corresponde a la presentación, desarrollo e interpretación de los
casos, y que sólo el treinta restante corresponde literalmente a la
formulación de las teorías. Tanto es así que recomendaría a los curiosos en
el tema que se sometan primero a Introducción al Sicoanálisis, una
recopilación de conferencias impartidas por Freud y recogidas en un volumen
considerablemente más delgado. Más aún, si nos limitamos a la
interpretación de los sueños librándonos de los otros dos grupos de
conferencias (los actos fallidos y las sicopatías) nos quedamos en unas
escasas y sabrosas cien páginas. Pero no está de más echar un ojo al
volumen original -hablo de la Interpretación- para ver que los casos en los
que se apoyó Freud están considerablemente bien identificados, y poder
hacer una extrapolación para poder sicoanalizarse a uno mismo, una práctica
que considero imprescindible para comprobar lo rastreros y repugnantes que
somos como individuos, convivamos con ello y no seamos más felices. Lo digo
en serio.
Saco a Freud a colación porque en la época en la que vivimos los siquiatras
se están haciendo de oro con los instintos reprimidos, que es una de las
directrices de nuestra sociedad. Evitamos, pese a que nos lo pida el
cuerpo, hablar solos, porque igual piensan que hemos perdido la cabeza.
Cuando vemos a los mendigos gritar a nadie en particular por la calle
pensamos que están locos, mientras que en los bufetes de analistas se
potencia la terapia del grito para liberar nuestras zonas más contritas,
eso sí, pasando por caja. Los mendigos -es lógico- están locos porque
gritan gratis.
Y Freud en particular es muy revelador por la fama que le persigue, y que
un buen número de ustedes han despertado con la sola mención de su nombre:
Freud es sexo, sexo, sexo. Que si cigarros, que si volar en sueños, todo es
un polvo o un falo o un oscuro fetichismo. ¿Cuántas veces han oído eso? ¿Se
lo han acabado creyendo? ¿Han leído sus textos sobre sicoanálisis y se lo
han creído? Sucede.
Lo que se nos escapa es el pequeño detalle de que la sociedad que rodeaba a
Freud era una sociedad represiva sobre el sexo, y que la gran mayoría -no
la totalidad- de los problemas que enfrentaba eran casos en los que el sexo
no expresado era la pieza crucial. En otras palabras, el sexo no es crucial
en la obra de Freud, es un accidente. Y si sabemos mirar más allá de ese
pequeño escollo podemos ver que la mayor parte de sus hipótesis son
aplicables a fecha de hoy si sustituimos la frustración sexual de la época
por la represión que nos afecta en cada época. En la nuestra, los más
suspicaces ya se han dado cuenta, es la que nos ha venido ocupando todo
este tiempo: la del único pensador en cuyo nombre levantan templos, que
hemos aplicado hasta más allá de lo necesario y que la película de Fincher
-el Club de la Lucha, para los recién llegados- propone como excesiva
(hasta el ecuador de la misma, momento en el que toma cuerpo otro
planteamiento igual de básico e interesante pero que comentaremos en el
futuro con ayuda de Grant Morrison): hay que reprimir los instintos.
Vivimos en una época de frustración -porque no hay ningún segmento que la
permita- de la violencia: violencia física, violencia sexual, violencia
sicológica… y terminamos con sicopatías -que las llamamos «comportamiento
normal» para no desentonar- idénticas a las descritas por Freud. El
autosicoanálisis nos demuestra que estamos llenos de basura, pero sólo es
basura bajo la luz de lo que nos han metido en la cabeza.
Así que esto es la civilización. Una estructura montada sobre una directriz
que es antinatural, que somos obligados a hacer nuestra hasta convencernos
de que es la natural. Un lugar en el que no somos lo que somos para no ser
hipócritas, curiosa paradoja, y en el que nos dedicamos a atacar a todo
aquello que nos indica que no es necesariamente imprescindible llevarlo
hasta sus últimas consecuencias.
Igual yo soy el único que se sorprende.
***
Fecha: jue jul 13, 2000 11:14 pm
Asunto: modem 008 – La caza del insensible
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 8
Voy a intentar decir esto sin ofender a nadie.
Siguiendo con la tendencia planteada en la pasada columna de ser más
papistas que el papa uno llega por inercia al perfecto extremo de las
posturas civilizadas, ese monstruo tremendo, protegido permanentemente por
un matón desagradable llamado «buen gusto», que conocemos generalmente como
«lo políticamente correcto».
Ya que existen enormes parrafadas acerca de lo políticamente correcto
tejidas por pensadores de gafas mucho más brillantes que un servidor, me
voy a limitar a narrar un hecho real que, por azares del destino, describe
perfectamente mi posición sobre el tema.
La historia tiene como protagonista a John Callahan, un humorista sindicado
en varios periódicos norteamericanos. Su humor es de difícil definición,
así que, echando mano del reverso de su libro «La noche, dicen, se hizo
para el amor» -en cuya portada aparecen dos ciegos cortejándose-, robaré
las palabras del también humorista P.J. O’Rourke: «Cuando la gente se ríe
sin parar y después dicen ‘eso no tiene gracia’, puedes estar seguro de que
están hablando de John Callahan».
Callahan no tiene reparos en sacar el humor de las situaciones más
violentas: en sus viñetas es habitual encontrar mendigos, cadáveres,
asesinos en serie, iconos religiosos y muy particularmente impedidos
físicos: invidentes, mutilados y personas en sillas de ruedas son colocados
sin compasión en gags que superan la supuesta barrera de lo reprobable pero
que cumplen la función básica del humorista: hacer reír.
Los sucesos arrancan en el defecto que tienen los periódicos
norteamericanos de publicarse en Estados Unidos, un lugar donde las
personas con exceso de tiempo libre no dudan en crear organizaciones para
protestar sobre prácticamente cualquier cosa y de paso aumentar la cuenta
corriente de abogados sin escrúpulos, valga la redundancia.
De modo que era natural que surgiera un grupo de personas sensibilizadas
que se ocupasen de marcar a Callahan como una persona insensible, tal vez
con la esperanza de que estigmatizarlo serviría para hacerle ver el error
de su actitud. La protesta estuvo enfilada esencialmente hacia los medios
de comunicación, que a base de los bombardeos habituales no tuvieron
inconveniente en que la población supiese que había un humorista enfermo
que se dedicaba a reírse cruelmente de los impedidos físicos. Así que
imaginemos un debate televisivo en el que se trata el tema y se concede al
grupo de sensibilizados un buen tiempo de micrófono para establecer las
bases de su lógico, poético y justo ataque a la insultante obra de
Callahan. El público, conmovido, ovaciona las sucesivas incisiones del
portavoz y coincide en que el castigo debe ser ejemplar: no se puede reír
uno impunemente de las personas en silla de ruedas. El presentador del
programa, conocedor de las bases del periodismo, nos avisa de que podemos
conocer el punto de vista contrario: el mismísimo John Callahan está en los
estudios y va a defenderse en el plató. El público va a ver cumplidos sus
deseos de sangre sobre el inhumano Callahan. Se abren las puertas y aparece
Callahan… en silla de ruedas.
Callahan es tetrapléjico.
Los más lentos pueden estar pensando, después del shock, «eh, un momento,
va en silla de ruedas, pero también hace chistes de ciegos y de monjas; y
él ni es ciego ni es monja». La historia que les he contado debería
ilustrar la obvia pero políticamente incorrecta moraleja: el hecho de que
Woody Allen sea judío no le da derecho a hacer chistes de judíos, sino que
le permite crear *excelentes* chistes de judíos.
Si, con todo, hay quien considera que Callahan merece un serio correctivo,
lo tienen fácil. No en vano su autobiografía se titula «Tranquilos, no
llegará lejos a pie».
Así demostrarán ustedes que son personas sensibles.
***
Fecha: mié jul 19, 2000 9:05 pm
Asunto: modem 009 – La opinión inofensiva
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 9
Deténgase en la máquina de café de la oficina y escuche. Preste atención al
esperar turno en la carnicería. Los diálogos han alcanzado el horizonte en
sus temáticas, han llegado al fatídico punto de no retorno. Ya se han
revelado los obeliscos culturales definitivos de la interacción humana. Los
puntos de referencia de la cultura contemporánea a pie de calle son tres, y
si obviamos la televisión -que va perdiendo entidad a base de empaparse de
sus iguales- las biblias actuales se reducen a dos: el Marca y el Lecturas.
Ahora bien, y he aquí la pregunta del millón, ¿qué es lo que tienen en
común estos dos mundos? Muchos dirán que el acceso gratuito a la
información, pues la televisión cubre exhaustivamente tanto el deporte como
la prensa rosa. De ser ese el motivo esencial, la televisión no tendría
necesidad de recurrir a esos temas para incrementar la audiencia: la propia
programación, de puro gratuita, sería el tema de conversación base; pero la
oferta de las 365 líneas está aprovechándose del tirón de sus vecinos.
Otros lectores, más inflados de ego, dirán que la clave está en el mínimo
esfuerzo intelectual que necesitan. Eso son ganas de insultar: basta echar
una mirada a los contenidos de los suplementos semanales de cualquier
periódico para confirmar que estamos rodeados de cultos a la idiocia. Y de
todas ellas, dos son las claras ganadoras. Es justo respetar a los campeones.
Lo que une al deporte y a la prensa rosa, lo que lo diferencia de los demás
temas, es que nos permiten nadar y guardar la ropa. No hay muchos temas que
no nos impliquen. Cuando hablamos de política, si uno defiende posturas del
marxismo queda marcado como un rojeras para el resto de su vida; si
defendemos los derechos de los homosexuales, el detalle será recordado
fácilmente; si insistimos en la dudosa financiación de la Iglesia se nos
guardara en la agenda negra con frecuencia. En la mayoría de los temas
somos marcados para siempre por la postura que reflejamos en un momento
determinado. Si durante una época practicamos el sadomasoquismo y luego
volvemos al habitual sexo heterosexual, no podremos deslindarnos a ojos de
los vecinos de nuestro pasado. Los oportunistas que cambiaron de chaqueta
con el sol que más calentaba nos han herido de muerte: o somos siempre lo
que dijimos que fuimos o los demás se encargarán de mantenernos ahí. Toda
declaración es un baño en arenas movedizas.
Pero el Marca y el Lecturas son dos ámbitos en los que se nos permite
cambiar de opinión cada semana, incluso cada diez minutos. Podemos decir
que tal equipo de fútbol es un grupo de mantas y dos goles después clamar
llenos de orgullo que son lo mejor que ha parido madre. De la hija del
marqués podemos opinar el viernes que es una pelandrusca y el jueves
reclamar su beatificación. Nadie nos va a tener en cuenta lo dicho.
Solo unos minúsculos sectores de los mundos atlético y rosa nos llevan de
nuevo al sectarismo: por un lado está muy mal visto que uno alterne las
preferencias blancas y blaugranas; por otro, comentar las actividades
extraescolares de la familia real nos puede crear las antipatías más
diversas. Existen temas que de nuevo nos sumergen en el lodazal de la
apreciación de los demás. Lo importante es denotar que el lodazal en el que
nos sumergimos es social, es creado por los demás en el perfil que se crean
de uno mismo. Un lodazal que sólo podemos evitar comentando aquellos temas
que no nos comprometen.
Y como hay conversaciones todos los días, hay que nutrirse regularmente con
novedades sobre los temas protegidos. Para qué si no iba a pagar nadie un
periódico cuyo contenido básico es la crónica del entrenamiento de ayer.
¿Acaso interesan los ensayos de las obras de teatro? La del diálogo actual
es la política de la desesperación, la del único territorio que nos queda
una vez que nos han acorralado. Tengo que seguir hablando y cada día hay
trampas dialécticas que evitar. Estamos rodeados.
En el diario El País del 22 de junio de 2000, la portada nos anunciaba que
la crónica de la remontada de la selección española de fútbol abarcaba las
«Páginas 50 a 68». Imaginen el atentado, el magnicidio, la masacre más
extrema y pregúntense si el tema ocuparía 18 páginas, o se reduciría a
cuatro más editorial y columna de opinión. El gobierno ha declarado el
fútbol como asunto de interés general. No hablen de injusticias sociales.
No hablen sobre si es pertinente levantarse de madrugada para potenciar el
beneficio de otros. No hablen. Parece que hace buen tiempo.
***
Fecha: mié jul 26, 2000 4:01 pm
Asunto: modem 010 – La lente en el ojo ajeno
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 10
Para cuando el desarrollismo permitió un televisor en cada casa ya se había
asegurado la conversación del día siguiente. La parrilla de emisión era
cortísima y los programas para elegir eran tan escasos como para,
precisamente, no tener que elegir. Antes del océano de horarios, canales y
ofertas ya teníamos definido el tronco compartido. Lo bueno estaba ante
nuestros ojos o no estaba en ninguna parte. Y como no había con lo que
comparar, no cabía valoración posible. Resumiendo: veíamos lo único y era
-por definición- lo bueno.
A día de hoy, entre la selva del canales de la televisión digital y por
cable escondemos nuestras falsas esperanzas. Aunque estemos viendo basura
en estado puro en el canal sintonizado, tenemos la fe convencida de que en
alguna parte están poniendo algo interesante, o de que está a punto de
comenzar.
Todos tenemos un amigo que vive permanentemente en este estado. Cuando está
en casa se aburre una barbaridad y está convencido de que debería ir a un
bar; cuando está en el bar se aburre inmediatamente y quiere estar en otra
parte. La idea subyacente en todo el proceso es que tiene la seguridad de
que están pasando innumerables cosas interesantísimas, pero todas ellas
siempre suceden en otra parte. La vida de los demás -ese es su criterio- es
siempre más interesante que la propia.
Estas dos instantáneas gemelas definen y acotan, en positivo y en negativo,
el arrollador éxito del programa Gran Hermano, una aberración televisiva en
la que -para los que vivan al otro lado del atlántico o que acaben de
despertar de un coma profundo- una decena de individuos neutros son
recluidos en una casa infestada de cámaras que retransmiten su convivencia
veinticuatro horas al día.
(No es del todo cierto; hasta muy recientemente, sintonizar su canal
temático a altas horas de la madrugada no servía para sorprender a sus
habitantes durmiendo el sueño de los justos; aunque sea reemitiendo
aventuras grabadas, el espectáculo debe continuar).
El persistente espectador de Gran Hermano cae en la trampa del glamour de
lo bidimensional. Marilyn Monroe impresa enorme en un cartel de reclamo,
proyectada en una pantalla de cine o expuesta concienzudamente en el
televisor es mucho más excitante que cualquier mujer tridimensional que
pase por nuestro lado, aunque sea la propia Norma Jean. La Marilyn plana
tiene la estatura apropiada, el porte adecuado, el gesto exacto elegido
entre treinta tomas. La televisión nos ofrece elementos que adecuamos a
nuestra escala. Lo emitido es justo lo que necesito, y es intrínsecamente
mejor que yo.
Abundando en esta dirección del glamour de la pantalla se hace evidente que
al espectador regular de Gran Hermano le sería inmediatamente insoportable
el encontrarse en esa casa sin libros ni música, en esa prisión
insoportable en su tridimensionalidad. Pero el consumirlo como espectador
es una tentación irresistible, la posibilidad de enfrentar, de escalar la
vida de uno a la medida de esas vidas retransmitidas que, a la vista de los
resultados y con un poco de visión crítica, podrían ser perfectamente
cualesquiera otras. Por el hecho de aparecer en pantalla, más allá de su
patente vulgaridad, sus vidas son dignas de ser vistas porque -piensa el
consumidor compulsivo- mi vida retransmitida no les interesaría a ellos,
del mismo modo en que tenemos la seguridad de que, a pesar de ser
reproducidos a tamaño gigante, no lograríamos despertar las hormonas de
Marilyn.
Pero no todos son televidentes adictos y de hecho la gran mayoría de los 11
millones de interesados son espectadores centrados en los especiales de
resumen. Para comprender su posición comencemos con una visita a las
tiendas sofisticadas de hoy en día, en las que, junto a las regaderas de
diseño y las bolas de espejo con rotor, se venden, para ayudarnos en la
lucha contra el estrés, cintas de vídeo que durante sesenta minutos nos
ofrecen el permanente espectáculo del fuego de un hogar. La visión de una
hoguera, nos dicen, relaja nuestros nervios: más aún una hoguera a la que
no es necesario alimentar con leños, no impregna nuestro techo con humo de
combustión y no nos sofoca con sus olas de calor. La idea puede parecer, en
nuestras horas de menor lucidez, incluso sensata. En Japón, aunando el
factor chimenea y la retransmisión permanente, existe el canal pecera, otra
acción antiestrés con la que podemos disfrutar de un nutrido acuario al que
no necesitamos alimentar, limpiar ni cambiar el agua.
Gran hermano es, para su espectador promedio, el canal pecera, el canal
bueno por falta de comparaciones y baremos, la nueva raíz común para las
conversaciones banales. Pero frente a los peces, tiene la incomparable
ventaja de que comprendemos sus actividades. Sabemos quienes se llevan
bien, quién es sociable o arisco, quién tiene qué tics de comportamiento. Y
nos interesa del mismo modo que hablamos de nuestros perros cuando juegan
entre ellos como delgado aunque sólido hilo de comunicación con
desconocidos («mi perro y el suyo se lo pasan muy bien juntos»). Los
habitantes de Gran Hermano -no tenemos otras mascotas que se insulten y se
hagan bromas entre ellos- son las mascotas globales de principios de
milenio. Hacemos nuestras cosas, levantamos la vista y ahí, en el monitor,
están nuestros animalejos, haciendo su vida: satisfechos, podemos volver la
vista a la mesa.
Esta estructura nos integra a los no televidentes en la posición de dueños
de animales, con una postura a elegir entre fingir que nuestras mascotas no
nos de nuestra incumbencia o hacer el feo de que las mascotas -o pongan los
hijos para hacerlo más transparente- de los demás no nos interesan. Ambas
actitudes, que de hecho son la misma, entran en conflicto con la buena
educación. Más aún, la disyuntiva es parecida a la que planteaba Albert
Monteys en El Jueves ante el caso de las mascotas muertas: «¿la tiro a la
basura y quedo como un ser insensible, o la entierro y quedo como un imbécil?»
La existencia de los seres de Gran Hermano, al ser retransmitida, nos
involucra por activa o por pasiva. Cuando salgan definitivamente de plano
tendremos que seguir interesados del mismo modo que preguntamos
regularmente en el caso de que nuestro gato se lo haya quedado un amigo, y
cuando haya nuevos habitantes habremos adoptado a nuestro pesar nuevas
mascotas que serán obligatoriamente de interés general y -de nuevo- nos
incluirán por palabra, obra u omisión.
La salida de este bucle pasa por romper la programación única -donde no hay
que elegir y todo es bueno- e introducirnos en otra selva de canales de
vidas tediosas, en la que haya suficientes mascotas como para perder el
tronco común de conversación banal.
Pero los canales de nueva oferta entrarían en una dinámica en la que el
objetivo no sería obtener audiencia sino disolver la mole de seguimiento de
la casa de muñecas actual. Lo que en ajedrez se llama gambito, sacrificar
elementos para obtener una posición ventajosa o eliminar la del adversario.
Ningún beneficio propio a menos que haya perjuicio ajeno. Excepto, ojalá,
el beneficio global.
Con todo, las primeras mascotas son las que se recuerdan y, vistos los
honorarios que les acompañan, vamos a seguir alimentándolas largo tiempo.
Han nacido iconos pop a los que, finalmente, no sabremos si enterrar o
tirar a la basura.
****
Fecha: mié ago 2, 2000 11:41 pm
Asunto: modem 011 – Penicilina en un azucarillo
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 11
Déjenme que les hable de las cosas bien hechas.
Tuve ocasión de ver uno de los mejores programas de la historia de la
televisión. Era un programa concurso, diseñado por reputados creadores de
concursos televisivos y presentado por una pareja habitual de las pruebas
catódicas, que a efectos nacionales podríamos equivaler a Joaquín Prat y
Mayra Gómez Kemp. Tenía un lujoso decorado, un enorme estudio, publico en
directo,… todos los ingredientes obligados del entretenimiento en hora de
máxima audiencia. El programa, que se emitía en el cuarto canal de la
televisión nacional inglesa, se llamaba «¡Adelante, Indigentes!». En él,
tres personas sin techo participaban para conseguir el gran premio del
programa: una casa con jardín. Y era evidente que iban a dejarse las uñas
para hacerse con ella.
A fin de que vean la mecánica del programa, les voy a narrar lo que sucedió
específicamente en el programa que vi. Comenzaba presentando a los tres
concursantes, que eran respectivamente un obrero en paro, una mujer
embarazada de su segundo hijo a la que la familia expulsó cuando se
embarazó del primero, y un reputado arquitecto que, tras llevar una vida de
excesos, cayó en desgracia cuando su empresa quebró. Las preguntas que nos
permitían conocer estos datos eran realizadas y respondidas sin ningún tipo
de sensacionalismo. Eran personas contando sus vidas, y era evidente que no
estaban contentas con ellas.
La primera prueba, presentada como es normal con cabecera y fanfarrias, era
una prueba de cámara oculta: al primer concursante un policía falso le
obligaba a dejar de pedir limosna y le pedía una documentación que el
indigente no tenía porque el gobierno no se la concedía; a la segunda
concursante una siquiatra y una agente femenina de policía le quitaban la
custodia de su hija porque había caducado el plazo de estancia en una casa
social y no había encontrado una casa propia; al tercer concursante le
habían cancelado el subsidio de desempleo por una falsa ley recién aprobada
y el falso funcionario no quería saber nada de las objeciones del parado y
hacía oídos sordos a sus quejas. Tras cada escena de cámara oculta, el
público aplaudía intermitentemente -por puro horror y asombro ante la
crueldad de lo visto- y se hablaba con el concursante, que nos hacía saber
que lo que había aparecido en pantalla o bien lo habían vivido en carne
propia, o bien lo habían visto con sus propios ojos. No había más crueldad
en la broma que la que se les ofrecía diariamente. La votación del público
concedía los primeros puntos a los concursantes.
La segunda prueba (aparece la cabecera, suenan las fanfarrias) era un test
sobre los porcentajes de personas sin techo y mendigando en Inglaterra: su
número, sus ingresos, los porcentajes acogidos en centros de ayuda. Apenas
hubo aciertos porque las cifras que inicialmente parecen más desmesuradas
son las correctas, y la clasificación apenas se movió.
La tercera prueba (cabecera, fanfarria) consistía en, a partir de dos palés
de madera, tres tablones, un poco de cartón y un forro de plástico y
utilizando un tiempo máximo de un minuto, construir una chabola. Pasado el
minuto, aprovechado para la publicidad, se comprobaba la chabola primero
regándola y viendo que el agua no entraba al interior y después dándole una
patada para comprobar su resistencia. La de la mujer cayó con la patada; la
del obrero -que tenía curiosos detalles de originalidad, como un buzón y
una chimenea falsa de cartón- filtraba agua; la del arquitecto aguantó
ambas pruebas. Los puntos concedidos colocaban al arquitecto en cabeza de
la clasificación, y la satisfacción iluminaba su rostro.
Tras tres pruebas, era el momento de eliminar a un concursante. Le
preguntaron al arquitecto si conocía el golf. «Sí», dijo él, «¿por qué?».
«La tarjeta más alta pierde», dijo la presentadora poniendo cara de qué se
le va a hacer. Al hombre le crecía la indignación mientras los ayudantes
del programa le conducían fuera del plató y sonaba la fanfarria de
eliminación. Había luchado lo mejor posible tal y como le habían ordenado
para conseguir la casa y ahora se la quitaban para siempre.
Este programa concurso era un programa único emitido en un día en el que
las veinticuatro horas de emisión del canal británico se dedicaban a
sensibilizar a la audiencia sobre la situación de los sin techo. Los
concursantes eran actores, pero ni el público ni los televidentes lo
sabían. Llegados al ecuador del programa, sin efectos sobreactuados, sin
lentos textos documentales y sin tediosos gráficos comentados por expertos
nos habían descrito no sólo lo difícil que es la vida de los indigentes
sino lo activa que es la creatividad de la sociedad para hundirles en
cuanto intentan levantar cabeza.
Ante mis ojos tenía uno de los mejores programas de la historia, uno que
llegaba a la sensibilidad del espectador con un lenguaje actual, en el que
formar, informar y dar espectáculo se fundían para conseguir el verdadero
objetivo: movilizar a la audiencia. Nadie podía quedar indemne tras ver el
programa. El mensaje había sido transmitido en un formato que todo el mundo
comprende. Como a los burros, nos habían dado la penicilina metida en un
azucarillo.
Por si alguien tiene curiosidad, el concursante que llegó a la última
prueba -el obrero- tenía que elegir entre tres puertas. Eligió la tres,
pero tras la insistencia del presentador se decidió por la puerta dos. La
casa estaba tras la puerta tres. El concursante se llevó un conjunto de
mesas y butacas de exterior para un jardín que no tenía. Fanfarria final y
créditos.
***********************************
Este es el penúltimo Modem antes de un justo y merecido -no olvidemos que
soy mi propio jefe- intervalo vacacional. Gracias por su comprensión
***********************************
Fecha: mié ago 9, 2000 11:41 am
Asunto: modem 012 – La opacidad de los gafapastas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 12
El concurso «¡Adelante, indigentes!» del que les hablaba la semana pasada
lo vi en la exposición «Mundo TV» que organizó el Centro de Cultura
Contemporánea de Barcelona. La exposición, como se pueden imaginar, se
quedaba bastante corta; para hacerse una idea imaginen una muestra titulada
«mundo pintura» o «mundo escultura». Esperemos que con el tiempo se
produzcan exposiciones centradas en el humor en televisión, las series de
ficción, las programaciones infantiles o las grandes mentiras de los
telediarios emitidos, que lo íbamos a pasar un rato bien.
Uno de los grandes aciertos de Mundo TV fue que, tras las salas con los
habituales montajes de «mejores momentos» y «grandes sintonías», había una
zona final en la que se emitían íntegramente los cien programas que habían
sido votados por críticos de todo el mundo como los mejores de la historia.
Se emitían cinco cada día en monitores diferentes, y la programación, de
cara a ofrecer los cien elegidos, cambiaba diariamente. Calculando a ojo,
visité la exposición unas cuarenta veces.
En el último mes de exposición, la organización decidió proyectar los diez
programas más votados en pantalla grande acompañándolos de una charla
debate. Estaba interesado en particular por el concurso para los sin techo
que nos ocupa, con objeto de saber la impresión que había causado sobre una
muestra representativa del resto de asistentes. Tristemente, los asistentes
a la sala, lejos de ser el espectador medio de televisión, entraban casi de
pleno en la categoría de los gafapastas, una especie cuyo hábitat natural
se encuentra en las salas de arte moderno y que no cejan en el empeño de
traducirnos lo que el artista ha querido expresar con cada una de sus obras
a pesar de que en apariencia solo sean lienzos monocromos o un centenar de
coladores de café apilados en una esquina. Es habitual que el gafapasta le
explique al propio artista lo que en realidad ha querido expresar, en
ocasiones para enorme diversión del respetable.
Los gafapastas, que pueden acudir sin compañía a las galerías y museos, se
aparean a base de interpretar en voz alta las obras del artista, un reclamo
sonoro que el resto de especies identificamos como repugnante pero que los
de su propia especie contestan sin dilación. Los gafapastas, que reciben su
nombre por la habitual gruesa moldura de sus gafas -en ocasiones con lentes
sin graduación-, pueden tener aspectos muy diferentes: desde el sobrio
siniestrismo al hippismo recalcitrante pasando por neutras modas unisex o
por revivalismos de los progres de los setenta, y ni siquiera es necesario
que lleven gafas. No siempre es fácil identificar a un gafapasta por su
aspecto, pero sus libres exclamaciones en busca de pareja o sus respuestas
a las mismas los separan del resto de la asistencia.
Así pues, ante un público granado de gafapastas, se proyectó «¡Adelante,
indigentes!». Cuando terminó la proyección, en una sala repleta de grandes
videntes inasequibles al desaliento por incomprensible que sea la obra y
capaz de ver ventajas incluso debajo de las piedras,… el público estaba
indignado. Toma castaña. Los oráculos amateur del arte contemporáneo no
sólo habían caído en la brillante maraña tejida por los responsables del
programa sino que además eran incapaces de comprender qué había pasado.
Sólo sabían que estaban indignadísimos, que no había derecho a humillar en
público a los pobres, dejando entrever que lo único legítimo era
destrozarlos legal y sistemáticamente, eso sí, fuera de plano.
Cuando, tras insistirles mucho, se les convenció de que era para fines
didácticos, el espectáculo alcanzó cualidades surrealistas. Por un lado
estaban los muy pagados de si mismos, muy sensibles a la poesía y a los
trazos violentos sobre lienzo, que seguían viéndolo como un insulto
personal. Y luego estaban los que, aceptando el éxito educativo y de
impacto del programa, hacían notoria su opinión de que por ahí no se iba a
ninguna parte. «Caracoles, que visión tienen», pensé, «sólo se ha dado un
paso, confiesan que con ellos ha funcionado y ya tardan en juzgarlo como
inviable». No había más bandos entre los amigos de coger el micrófono y
compartir sus impresiones. Los que lo quemarían y los que pensaban que se
quemaba por si solo.
El segundo bando -un paso evolutivo sobre el primero, que algo es algo-
incidía en que este tipo de iniciativas acabarían por insensibilizar al
público: ponían sobre la mesa un programa semanal donde noche tras noche
mendigos concursarían por una casa y obtendrían como premio
sistemáticamente un juego de mobiliario para el jardín. En otras palabras,
no se enteraban de nada.
La segunda entrega del programa no serían tres mendigos a los que vamos
zancadilleando mientras luchan por una casa. La segunda entrega sería otro
ámbito de protesta -he aquí el punto importante, la protesta, y hay miles
de temas- en el que las causas, los procesos y los efectos se expresarían
de la misma manera. La segunda entrega nos mostraría tres gitanos luchando
por un puesto de directivo en un banco. La tercera tres marroquíes luchando
por documentación formalizada. La cuarta tres chicas que desean un aborto
cuyo coste no pueden permitirse. Y seguiría indefinidamente. Mostrando cómo
se zancadillea sin compasión. Exponiendo los datos y las acciones sin
necesidad del tedioso formato documental.
¿No son ustedes felices y quieren espectáculo? Pues tomen espectáculo. E
indígnense de poder verlo.
***********
Fecha: mié ago 9, 2000 11:48 am
Asunto: descanso estival
Hola a todos!!
Gracias por seguir al otro lado.
Este mail es para avisar -aunque ya lo comenté en el modem 11- que la
columna va a sufrir -en realidad, gozar- una pausa estival hasta el mes de
septiembre.
Me marcho para asistir al festival de Música de Reading, a cincuenta Km. de
Londres. Así que si van por allí y ven a un tipo de metro noventa
acompañado de una chica morena de mas o menos la misma altura, no duden en
detenerlos para echar una cerveza.
Respecto a la columna, por si están interesados en las promociones, en
otoño les contaré cómo ser inmortales sin necesidad de tener un hijo, de
escribir un libro, de plantar un árbol ni de que nadie se acuerde de
nosotros. Como la mayoría de las cosas, los medios están delante nuestro y
se están llevando a cabo regularmente.
Espero haberles picado la curiosidad.
Dentro de un mes, volvemos a la carga.
Abrazos a todos.
**
Fecha: mar sep 5, 2000 3:21 pm
Asunto: regreso al futuro
Hola de nuevo!!
Solo unas líneas para avisar de que mañana vuelve a la carga «Enamorado de
mi modem juvenil» con una historia de esas que te alegran el corazón y que
de hecho tiene que ver mucho que ver con el periodo estival. Es la historia
de unas vacaciones.
En mi caso personal, esperaba haber escrito bastante en este periodo y no
he plasmado una sola línea. Sin embargo, tantas horas en vagones de tren
-gracias al bono interrail- me han servido para encajar un tapiz bastante
grande y que tardare en revelar por completo. Si hay personas que quieran
correr en paralelo para ver si llegan a los mismos resultados, les diré que
ha partido de la confrontación de la lectura de «The Invisibles» de Grant
Morrison (Vertigo/DC 1993-2000) con la consulta del libro «Pop Control» de
Miguel Ibáñez (Glenat 2000). En ambos se tratan con intensidad las teorías
de las conspiraciones. Ibáñez las zapea con la perspectiva del «mundo
guay», mientras Morrison intenta aglutinarlas en un gran árbol de las
verdades/mentiras contemporáneas. Al cocido le he añadido unas cuantas
dosis de Foucault (esencialmente sobre el capitalismo) y creo tener un
tronco presentablemente solido y que difiere sustancialmente de las obras
consultadas. Pero todo eso llegará poco a poco -si llega, no sea que
futuros análisis me hagan deshacer una teoría tan bonita-, y con suerte,
con textos ligeritos y divertidos.
Pues eso, que mañana toca una historia bonita. Al menos a mi me lo parece.
Abrazotes,
Raúl Minchinela
***
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 13
Todo comenzó en Groningen con un robo. Groningen es una ciudad holandesa
conocida en el país por su actividad nocturna, que es el caldo de cultivo
de las actividades más peregrinas. Nuestros protagonistas, un grupo de
pillos holandeses, decidieron en una de esas noches robar un gnomo de
jardín, réplicas minerales de los personajes de Blancanieves que, según el
gusto de los neerlandeses, le dan a la entrada un aspecto ideal. A tal
efecto, tomaron papel y bolígrafo, y confeccionaron un mapa de las casas
donde recordaban haber visto enanitos decorativos. Con el trabajo teórico
adelantado, llevaron a cabo el proceso habitual: hicieron una visita de
reconocimiento para ver la dificultad de la acción y de paso observar a sus
posibles objetivos en busca de un amor a primera vista, porque vete a saber
si hay muñecos con cara de querer marcharse.
Tras los preparativos, y llegados al punto decisivo, no eligieron el gnomo
más vistoso ni el más juguetón, sino que prevaleció el sentido común -no es
cuestión de hacer la broma más grave de lo que era-, y optaron por tomar
una figura del jardín que más enanitos tenía. La perdida iba a ser
igualmente irreparable pero no desesperante.
Pueden imaginarse el proceso del robo, todo muy peliculero porque al fin y
al cabo el objetivo era divertirse. Puestos de observación, cuidado,
disimula, movimiento en la casa, han salido, repito, han salido, estamos
dentro, no hay novedades fuera, lo tenemos, dicen que lo han cogido, lo
tenemos, por ahí salen, sube, sube, rápido, vroooommmm.
Hasta aquí la aventura le puede parecer poco original a aquellos que
conozcan las actividades del TBF (Tuinkabouter Bevrijdings Front), pero la
historia de hoy no tiene que ver con el Frente de Liberación de Enanitos de
Jardín. El objeto de este robo no era robar un gnomo para abandonarlo en
mitad de un bosque con el convencimiento de que ese es su ambiente ideal.
Tengan ustedes paciencia y acompáñenme de vuelta al lugar de los hechos.
Cuando los dueños regresaron a casa, además de la ausencia del muñeco
encontraron en su buzón una carta en la que el enano daba las razones de su
marcha: «queridos amos», comenzaba, «estar en el jardín es un aburrimiento
y he decidido marcharme a correr aventuras por el mundo. No me quejo del
trato recibido, sino que he estado pensando y esto es lo mejor para todos.
Abrazos.» Era el 24 de mayo del año 2000. Esa noche, el Gnomo, que ya
había sido bautizado como Roel, estaba de copas celebrando su libertad. Y
no estoy inventándome nada.
Así que para aliviar la tensión que seguro sentía la familia ante el
secuestro, el gnomo decidió enviar una foto de esa primera juerga de
liberación. Roel posando junto a sus cervezas fue una imagen
suficientemente tranquilizante como para que la familia asumiera la marcha
del enano y no acudiera a la policía a denunciar el robo. Por otra parte,
bastante disuasoria la imagen de uno mismo entrando en una comisaría de los
países bajos diciendo: «Agente, esta es la última foto que tenemos; mi
enanito se ha ido de bares y aún no ha vuelto».
Pero Roel había dicho que abandonaba el hogar para recorrer el mundo y,
desde entonces hasta la fecha de hoy, está cumpliendo sus palabras. El
buzón donde entregó su carta de libertad recibe regularmente señales de su
viejo amigo en la forma de una fotografía en la sonriente cara de Roel les
saluda junto a los monumentos más alejados del planeta. En el reverso,
aparece siempre un texto reconfortante:
«Queridos amos: ¿Qué tal todo por allí?. Os saludo desde (…). Este lugar
es encantador y ya veis que me lo estoy pasando bomba. Saludos a todos.»
Y en la instantánea el enano aparece, por citar casos reales, admirando el
Gran Cañón del Colorado, frecuentando malas compañías en el Love Parade
berlinés, tomando el sol tumbado en la playa de Santa Bárbara, posando
junto al estadio olímpico de Sydney -no falta la foto con los canguros- o
admirando los luminosos casinos de Las Vegas, en ocasiones subido a un
taburete para jugar a las máquinas tragaperras. Todas lógicamente
mataselladas en el lugar de la foto. Y todo eso en sólo tres meses.
Todas estas instantáneas, en mi opinión imprescindibles, las pueden ver en
internet visitando la página web http://oomroel.bizland.com .Sus dueños no
lo saben, pero sus futuros destinos incluyen Bélgica, Indonesia y Japón.
Roel, así se ha decidido, va a dar la vuelta al mundo y a contarlo a vuelta
de correo.
Nuestro grupo de holandeses ha ido creciendo en número. Son muchas las
personas que, lejos de verlo como un inconveniente, se presentan
voluntarias a incluir al gnomo en su mochila, pasearlo por el mundo,
retratarlo en los rincones más conocidos y remitir la fotografía a sus
antiguos propietarios. La bola de nieve ha crecido y ya se llama «proyecto
Oom Roel» (que vendría a ser «tío Ruul», así que ya se imaginan cómo me
llegó la historia), y hay tanto miembros de categoría -aquellos que han
incluido a nuestro protagonista en su equipaje- como simples afiliados.
Todos organizados, y esto es lo que derrota al TBF por goleada, para que
una familia holandesa a la que no conocen reciba satisfecha la confirmación
de que su antiguo inquilino está disfrutando de unas vacaciones de ensueño.
Llámenme romántico, pero esta es una historia que alegra mi corazón: toda
una conflagración secreta con el único propósito de dar diversión a unos
desconocidos, para que cuando abran el buzón encuentren, entre las facturas
y la publicidad «usted puede ser el ganador» un destello de optimismo a
fecha de hoy nada despreciable. Una cara sonriente que se acuerda de
nosotros en los lugares más recónditos del globo. Pónganse en su lugar y
díganme que no estarían ansiosos por la próxima llegada del correo.
El proyecto, si todo va bien, terminará el año que viene en Barcelona. Con
un poco de suerte podré asistir y averiguar qué hace una figura decorativa
cuando termina sus vacaciones.
De modo que si en algún momento una pequeña figura de cerámica les pide que
cojan la cámara y le retraten en un rincón conocido, háganlo gustosos.
Tengan en mente que tal vez, con ese pequeño gesto, están contribuyendo a
la alegría de alguien, en alguna parte, en algún momento, a franquear en
destino.
****************
Fecha: jue sep 14, 2000 10:26 am
Asunto: modem 014 – El integrismo de biblias grapadas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 14
Yo estaba asombrado, pero repetidos planos que enfocaban el público
del plató me hacían pensar que probablemente era el único en perder
la compostura. Bien es cierto que los asistentes a programas
televisivos son una raza insondable capaz de aplaudir cualquier
eventualidad y cualquier aparición viva o inerte: basten como ejemplo
las ovaciones que se profesan regularmente en programas como El
Precio Justo a taburetes y frigoríficos. Así pues, no debían ser un
conjunto representativo de los telespectadores que, generalizando mi
caso, estábamos totalmente descolocados.
Nos encontrábamos en la inevitable sección de chismorreos, o de
prensa del corazón como ellos lo llaman, en la que no faltaban los
contertulios estándar de estos días: la señora mayor repeinada que
integra de un plumazo al sector de las marujas, el gay locaza con
licencia permanente para despotricar la ropa y las maneras de quien
se ponga por delante, y el elemento chic -puede ser hombre o mujer-
de habitual trato con la nobleza, especialista en protocolo, buenas
maneras y otras ramas del tupido árbol de la alienación social.
En ese preciso instante nuestros protagonistas estaban repasando
páginas de papel couché con grandes imágenes y poco texto (una
característica común entre la prensa rosa y las revistas
pornográficas que curiosamente revela su relación intrínseca) que se
centraban en Carolina de Mónaco, un elemento que concentra los
elementos base de las temáticas rosa: es guapa, rica, famosa, noble
y -recordemos los escarceos musicales de su hermana Estefanía- tiene
relación directa con el mundo del espectáculo.
El debate se centraba alrededor de la decisión de Carolina, quien
para conseguir dejar el tabaco había sustituido el cigarrillo por –
agárrense- un chupete. Una elección poco usual pero que se sopesaba,
ojo, con una absoluta seriedad.
De hecho, una de las participantes nos indicaba que era obvio que en
adelante el chupete se iba a llevar mucho por el sólido motivo de que
Carolina era, y cito textualmente de labios de una señora entradita
en años, «lo más fashion».
Para entendernos, en la más pura tradición «Alá es Dios y Mahoma es
su profeta», los intermediarios entre las inalcanzables divinidades
de nuestro tiempo y los simples mortales habían dado la buena nueva y
teníamos que obrar en consecuencia. El chupete ha sido bendecido por
las divinidades «fashion» y es nuestra obligación no tomar tal
mandamiento en vano. Que nadie se plantee si optar por los
complementos infantiles es la elección más inteligente: la lógica es
la oposición a la fe y no es lícito aplicarla. Los caminos del señor
son inescrutables.
Yo continuaba paralizado mientras el chupete rosa de Carolina se
revelaba como la aportación más rompedora ofrecida por realeza
alguna. Los contertulios no podían, nosotros miembros del marasmo
social no podíamos, limitar el detalle del chupete a una paranoia
individual, a una elección de una persona que aplicaba su solución a
su problema. No, es nuestro deber asimilar, compartir -tal vez sea
una herejía decir «disimular entre la masa»-, hacer nuestra la señal
enviada desde la dimensión que se encuentra al otro lado del papel
satinado.
En un místico instante catódico dos elementos reactivos se conjugaban
en un balancín en el que los reyes fashion no podían tener caprichos
instantáneos y personales -sus creyentes no se lo permiten- y las
personas molientes sacralizaban y propagaban cualquier nueva de la
fátima de la cuatricromía.
Se levantaba la veda de los impíos, que se revelarían al reírse de
los divinos chupetes, y retornaba la ocasión de colgarles el
sambenito de lo cutre y de quemarles atados a una estaca en la más
fiel tradición del borreguismo. El mundo se dividía en dos bandos
ante un catártico acto de fe. O estás con nosotros o estás con ellos.
Atrapado entre las llamas, he visto un mundo de chupetes y no he
salido de mi asombro.
*****************
Fecha: mar sep 19, 2000 11:14 pm
Asunto: modem 015 – El integrismo de biblias grapadas ( simetría )
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 15
Hay una serie de chavales que se dedican a identificar futuras tendencias.
Lo sé porque lo estuve viendo en uno de esos programas juveniles nocturnos
interesados en hacernos saber qué es lo que mola, o mejor dicho,
interesados en incidir en que nosotros, la gente de la calle, no molamos
nada. Y si queremos molar vamos a tener que invertir seriamente en nuestro
armario.
El reportaje nos introducía en el mundo de los cult-hunters (o
cool-hunters, no me quedó muy claro), unos chicos que se dedicaban a tomar
nota mental, cuando no fotografías y similares, de las aportaciones más
extravagantes realizadas por pertinaces y originales asistentes a los
núcleos de los guay, porque -no hay que pensar mucho- no hay cazamovidas en
Bujaraloz. La necesidad de estar a la última hacía pensar inmediatamente
que leer libros, una inversión de tiempo no inmediatamente rentable, no
estaba entre sus fuentes de interés. Una vez recogidas las anotaciones y
definidas las directrices, los cazamovidas entregan informes a la empresa
madre, que las vende a multinacionales por desembolsos considerables,
detalle este último que contrasta con las apreciaciones de uno de los
cazamovidas entrevistados: «no te puedes ganar la vida sólo como
cult-hunter». Una aportación muy reveladora.
Con todo, estaba viendo el reportaje del programa guay para gente
concienciada de no ser guay con un informe en el que gente guay ganaba
dinero por el hecho de ser guay y frecuentar lo guay. Tengo unos cuantos
amigos adictos a las últimas tendencias -lo que viene muy bien para saber
lo que se cuece y no estancarse en los recopilatorios a la hora de visitar
tiendas de discos- que, pensaba yo, no le harían ningún asco a este trabajo
tan anárquico, tan libre, tan creativo, tan fresco, tan original, tan fuera
de los carriles establecidos, tan especial…
«O sea, marketing para jóvenes».
Me giré. Mi invitado -Primitivo dormía en mi casa aquella noche- había
destrozado un perfecto momento guay con el arquetipo guay de las
aspiraciones guays con una sola frase que era imposible rebatir. Los
cazamovidas, el objetivo supremo del cool anónimo con intención de marcar
tendencias, estaban en el mismo estatus que las encuestas a pie de
supermercado sobre la satisfacción del suavizante de turno. Como testigos
de jehová en evangelización a puerta fría, el mundo guay aparecía ante mis
ojos de repente luciendo un distintivo con su nombre y paseando a la caza
de elementos con los que incrementar la tradición sagrada. La fe que logró
desengancharnos de las hombreras gigantes y las mangas ranglán tomaba en un
instante el registro de los vendedores de enciclopedias, la fe y el dogma
de las compras en cómodos plazos. Si el vendedor de seguros afianzaba su
corbata y su peinado, el líder «in» se ajustaba su gorro playero, lucía sus
mejores piercings y removía entre el común denominador para buscar
variantes de lo mismo que pudieran, una vez pulidas y envueltas para
consumo, pasar por novedad.
En suma, el abismo devolvía la mirada.
No sé si lo ven tan claro como yo, pero esta historia y la de los chupetes
de la semana pasada son la misma foto con distintos revelados. Las dos
ilustran la misma cuestión: a quién seguimos en la época en la que no hay
religiones. Tras estas dos historias trasluce el mismo fondo, el mismo
sustento, la misma esencia,… son la misma historia. Cambian los
decorados, los protagonistas en lugar de ser marujas son jovenzuelos con
piercings y pelos de colores, la banda sonora pasa de los boleros al tecno,
pero no ha de engañar a nadie. En ambas sucede lo mismo. Por todas partes,
mientras unos señalan burlones a los que creen en el campo contrario, está
sucediendo lo mismo.
Así que me veo en la obligación de saber, poco a poco y modem a modem, en
qué consiste esa religión. Vamos a intentar desentrañar qué es lo guay.
¿A que mola?
*****
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 16
Puede sonar a paranoia, pero hay algo extraño con lo guay y lo que mola.
Por una parte, he estado largo rato rastreando el diccionario en busca de
un sustituto más clásico y con menos impedimentos para los lectores
latinoamericanos. Huelga decir que no ha valido para nada. Por otra parte,
el corrector ortográfico de mi procesador de textos subraya insistentemente
todas las apariciones de la palabra guay y todas las conjugaciones del
verbo molar, como si fueran palabras peligrosas que es necesario mantener
en los bajos fondos del vocabulario.
Pero la cosa no termina ahí. Basta una pequeña incursión en los kioskos y
en los bares para comprobar el veto secreto. Ocurre en todo tipo de
publicaciones. Sucede igualmente en las revistas de diseño, en las
rockeras, en las de mujeres inseguras, en las revolucionarias alternativas,
en las literarias, en las cinematográficas,… ustedes escojan. Ocurre en
las revistas más elevadas y también en las más subterráneas; en las que
señalan las tendencias de los más modernos y en las que recomiendan
actividades para amas de casa. La idea se expresa permanentemente en cada
uno de los textos, pero con palabras diferentes, con eufemismos para evitar
mostrar abiertamente lo que se quiere expresar. Todas quieren decir lo
mismo, pero la palabra guay no está en ninguna parte. El verbo molar está
sometido a un marcaje, si cabe, más duro. En suma, cualquier uso escrito de
la palabra guay, perdonen que sonría, no mola nada, nada.
Esta complicación es importante a la hora de afrontar este artículo, porque
quiero mirar hacia dónde nos dirigimos, qué es lo que seguimos cuando no
hay ninguna fe que nos guíe de la mano. Ahora que todos tenemos recursos
suficientes para averiguar que las religiones no son sino refranes
desarrollados, debería ser en un principio el momento idóneo para el
anarquismo intelectual. Craso error. Cuando estamos ante una persona nueva
no esperamos encontrar una forma radicalmente diferente de concebir el
mundo, precisamente. Mas bien partimos de la idea de que vamos a encontrar
más de lo mismo. Más de lo que nos rodea. Y es normal, porque la
experiencia manda. Si amanece todos los días, lo que esperamos cuando llega
un nuevo día es que amanezca.
Y tampoco hay sorpresas porque todos estamos familiarizados con el molde, o
mejor dicho, con el camino. A intervalos regulares nos enteramos de cuáles
son los nuevos referentes. La pregunta entonces es inmediata. ¿Cuál es el
camino? ¿Qué forma el camino? Baste que intentemos identificarlo para que
se nos escurra entre los dedos, porque no estamos siguiendo una vía sino -y
esto es lo verdaderamente interesante- estamos siguiendo a unos guías. No
seguimos un trayecto, sino que vamos detrás de unos cuantos individuos en
los que ponemos, digámoslo así, nuestra confianza. Y que siendo sinceros
nos llevan por donde les da la gana. Somos un grupo del inserso en
vacaciones comentadas. Síganme por aquí. No se pierdan.
Estos guías son los que llevo algún tiempo intentando discernir a la luz de
los textos que les he presentado las últimas dos semanas. En ambas,
hablábamos del integrismo de biblias grapadas, de los que encuentran la vía
de la perfección en los sagrados escritos de las revistas de papel
satinado, los que se adelantan al resto de los mortales para saber el
siguiente paso lateral de nuestros profetas. Estamos siguiendo a otra
persona porque nadie nos sigue a nosotros. Si nadie nos sigue a nosotros,
tampoco nosotros seguimos al primer colgado que se cruza y hace algo
diferente. No, amigos, somos muy quisquillosos para elegir la gente a la
que seguimos. Eso sí, si preguntas, cada uno te dirá que sigue a alguien
diferente. Los cool-hunters no siguen, dicen, a los mismos exploradores que
la fauna del chupete rosa. Y sin embargo, los dos procesos -¿lo recuerdan?-
eran idénticos. Lo mismo pero muy distinto. La obsesión por ser diferente
nos vuelve detallistas con las fotocopias.
Ahora, un poco de lógica: si los dos casos son iguales, ¿por qué van a ser
diferentes las formas de señalar a los lideres? En otras palabras, igual
estamos todos siguiendo al mismo grupo. Piensen en ello como en una
multinacional: sección espectáculos, sección textil, sección interiorismo,
sección compramos-emisoras-y-periódicos. Cambiamos de jefes, pero la
empresa sigue siendo la misma. Pero en cierta medida, los jefes los
elegimos nosotros.
¿Con qué criterio?
Déjenme que les cuente un chiste…
*****************
Fecha: mié oct 4, 2000 6:08 pm
Asunto: modem 017 – Sexualmente justificado
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 17
Puestos a resumir la naturaleza humana en tres palabras me viene a la mente
Manuel Vicent, que decía que todo lo hacemos con el fin de poder practicar
el sexo. Esta es una frase que todos entendemos, y por tanto esconde dentro
de sí una realidad compartida. La frase «todo lo hacemos para instalar
letras de plástico en un teclado» nos suena mucho más extraña. Mencionar el
sexo es una forma relativamente sencilla para engatusar los argumentos más
peregrinos. Las industrias cosméticas y las de cirugía estética se basan en
esa premisa, pero si preguntas al gremio femenino jamás escucharás que se
arreglen y se maquillen para acabar acompañadas en el dormitorio. El sexo
es un tabú y en consecuencia un justificante. Igual que dios, amor y otras
cuantas palabras de uso común, no tenemos ninguna definición estricta sobre
ellas, y les podemos echar la culpa de lo que queramos.
Como ejemplo práctico, intenten rebatir este silogismo:
«la culpa de todo la tienen las mujeres. Si para ligar tuviéramos que
aprender húngaro y vestirnos de lagarteranos, lo haríamos. Si las mujeres
decidieran que los soldados son repulsivos, con lo que estos no tendrían
posibilidad de cariño más allá de los compañeros de ducha y los animales de
compañía, no habría nadie dispuesto a acudir al ejército. Si los chulos de
instituto fueran menos valorados que los gafotas amantes de la matemática,
en las aulas se estudiaría mucho más. Si en lugar de embobarse con actores
de cine y cantantes y deportistas se inclinasen por los filósofos y los
químicos teóricos tendríamos una televisión sin entrevistas con videntes.
Si quisieran, a base de tratamiento lisístrata, el mundo sería un lugar con
mejores vibraciones.»
Estamos de acuerdo, este razonamiento es falso. Pero ¿lo es en su premisa,
en su desarrollo o en su desenlace? Suponiendo un acuerdo general -algo que
hemos logrado para cosas como, por ejemplo, no arrojar los excrementos por
la ventana-, ¿cuál es el error del crucigrama?
El problema planteado asienta buena parte de su armazón alrededor de lo
guay, que es ese concepto extraño que nos arrastra aunque no queramos -no
tenemos en identificar las décadas de las fotos mirando los peinados y los
jerseys- y que nadie nos quiere definir de dónde viene. Lo guay es, según
la perspectiva, el horizonte o el vórtice: es la lejana referencia a
alcanzar o la fuerza gravitatoria que no se puede evitar. La metáfora me
viene que ni pintada, porque el objetivo de esta serie de modems no es
identificar qué es lo guay sino qué lo provoca, del mismo modo que sabemos
que la gravedad que nos pega al suelo la provoca la masa pero no tenemos ni
idea de en qué consiste ese mecanismo de atracción. Estamos buscando causas
a partir de ejemplos empíricos. Así que mírense y volvamos al laboratorio.
Hay una parte de nosotros que necesita lo guay. Quizá la ecuación completa
se resume en que necesitamos ser aceptados por los demás y los demás nos
aceptan según los parámetros de lo guay. Lo digo porque al hablar de lo
guay la palabra operativa es «los demás», y lo divertido es que todos
estamos familiarizados con las reglas. Comparen el ganar el Nobel de física
con obtener un Oscar al mejor actor principal: sopesen qué tiene en su
consideración personal más importancia y cuál es más valorado por «los
demás». O mejor todavía, echen mano al bolsillo y publiquen dos revistas,
una que tenga en portada al premio Nobel y otra que tenga en portada al
actor y observen cuál de las dos vende más, en cuál «los demás» están más
dispuestos a invertir su dinero. En suma, sopesen quién de los dos tiene
más cosas que decir y a quién le ponemos el micrófono más a menudo.
El factor «los otros» desemboca inmediatamente en la valoración social. Así
que vamos a ir mirando los ingredientes que mejoran nuestra valoración
social y graduar su importancia a presión atmosférica. Y empezaremos con el
sexo. Para ello vamos a acudir a la sala número uno, más conocida como
-sorpresa- el bar de la esquina.
Deténganme si se lo saben: un hombre corriente y una mujer muy deseable por
el grueso de la población (póngase Marilyn Monroe o la supermodelo de
turno) naufragan en una isla desierta. La lucha por la supervivencia, día
tras día, lleva de una cosa a la otra y acaban relacionándose sexualmente.
El hombre está encantado hasta que unos meses más tarde cae en una profunda
tristeza. La mujer le pregunta si puede hacer algo para ayudarle, y el le
pide que se vista de hombre. Ella se viste de hombre y se sienta junto a
él. Poco a poco, él esboza una sonrisa, la mira de reojo y empieza a
decir: «no me vas a creer, macho, pero a que no sabes a quién he estado
follándome los últimos tres meses…»
El chiste puede hacerles más o menos gracia, pero todos lo han entendido Y
el hecho de que se repita de tertulia en tertulia -«es potestad del bufón
decir verdades que los demás callan», decía el bardo- significa que toca
una parte de nosotros que es común, que todos entendemos. El mensaje que
lleva el chiste en su interior es de considerable magnitud: cuando el
hombre por fin puede contar la aventura, modifica su posición en la escala
de lo guay. Acostarse con la supermodelo es guay, pero contándolo el que
logra ser guay es el narrador. El hombre pasa de tener algo guay a ser
guay: ese es el salto cualitativo. Hay niveles de lo guay por encima del
sexo. Así que nuestro ingrediente crítico debe encontrarse en otra muestra.
Eso sí, no vayan diciendo que hay cosas por ahí que son más influyentes que
el sexo, porque van ustedes a dejar de ser guays (el sexo como gran
justificante; una cortina de humo que, a su vez, disimulamos con la
confusión). O si lo hacen, no mencionen mi nombre.
Bastante difícil lo tengo sin saber húngaro.
*********
Fecha: mié oct 11, 2000 4:42 pm
Asunto: modem 018 – Espejos de los domingos
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 18
Miren la pelotita y no pierdan ojo. La mano es más rápida que la vista.
Estamos en 1990. Supongamos que usted y yo hacemos una apuesta para imponer
para imponer los zapatos de plataforma, o mejor aún, para lograr que
retorne con fuerza la imagen Sonny Crockett que tanto lucía los planos de
Corrupción en Miami, en particular el lucir trajes sin calcetines.
Propongámonos, en general, intentar popularizar la práctica más peregrina,
que nunca ha interesado a nadie y que estamos convencidos de que volverá a
no interesar a nadie en un plazo medio-corto. Pongamos de moda, por
ejemplo, jugar al pádel.
Es evidente que si usted y yo nos ponemos a jugar con raquetas en mitad de
la gran vía o en la calle mayor no vamos a tener a la mañana siguiente una
legión de seguidores. Ni siquiera despertaremos una mínima curiosidad por
«lo que están haciendo estos pringados». La cosa cambia, claro, si la cosa
se filma por profesionales, es montado por un realizador al que no le damos
ningún crédito, y lo emitimos repetidamente en las pausas publicitarias
cerrando las imágenes con una línea curva y puntiaguda que sirve como
logotipo a una marca deportiva. En un momento pasamos de ser dos locos que
hacen el ridículo en la vía pública a ser respetables símbolos del espíritu
deportivo que luchan por popularizar una disciplina desconocida.
No pierdan la bolita de vista. Si las imágenes se emiten en un telediario,
somos los minutos de la basura, el patético testimonio de las intenciones
desquiciadas. Si las imágenes aparecen en las pausas publicitarias, y más
si se cierran con un símbolo comercial, lejos de conseguir el desprecio a
la naturaleza humana, obtienen una patina de respetabilidad. Esta cualidad
se pierde si, por ejemplo, sustituimos la marca deportiva del cierre por
una marca de conservas en aceite. Vuelve a mejorar si el logotipo final es
el de una bebida refrescante. Cae en picado si la imagen final corresponde
a una lejía que respeta los colores. No se si están viendo el juego de
espejos.
Volvamos atrás y reconsideremos las personas que entran en plano. Dejémonos
de ideas «vamos a aparecer nosotros» y contratemos a personas más efectivas
para llevar el estandarte de nuestra causa. ¿A quiénes situamos como
protagonistas?, es decir, ¿quién va a ser nuestro agente comercial? Haga
una encuesta entre los que le rodean y verá que la alineación vendría a ser
algo así: deportistas de prestigio, músicos populares, actores conocidos,
conocidas modelos de pasarela, presentadores de televisión. En suma, carne
de suplemento dominical.
La cosa cambia. Ya no estamos siguiendo las tendencias del pringado que se
cruza con nosotros en la calle con unos zapatos de plataforma. Estamos
siguiendo las tendencias del pringado que sale en portada este domingo en
el periódico de turno. Un momento, dirán. Ese no es un pringado ¿verdad?
No, cielos, es una persona de éxito. No como tú. Por muy bien que te
encuentres.
«Si un gusano pudiera pensar, pensaría que no está tan mal». Basta una
frase tan poco sólida como esta para mandar al garete cualquier defensa de
un modo de vida no homologado. Debemos de vivir como dios manda,
trabajando, produciendo, y no viviendo de la mujer como Jean Luc Godard. La
única manera de mejorar a ojos de los compañeros de cortado es fardando de
coche, fardando de casa y fardando de viajes, pero sin fardar. Hemos
reducido la guerra a los mismos términos. O sea, hemos perdido.
El éxito, que es el eufemismo con el que aderezamos la receta, viene de una
línea de convencimiento que se ha venido a llamar liberalismo
norteamericano: el hombre hecho a sí mismo, la ascensión social, un
automóvil reluciente, una casa sin vecinos. Y no hay nada que discutir. Si
quieres ganar a baloncesto tienes que meter el balón por el aro más veces
que tu adversario, si quieres que no te tomen por el pito del sereno tienes
que tener la cuenta corriente en jugosos números negros. Si quieres otras
reglas, cambia de deporte. Baloncesto está asociado a aro, éxito está
hermanado con dinero.
El éxito, como tantas otras cosas, suele ser un truco visual. ¿Están
siguiendo la bolita? La imagen es tan importante como la trayectoria. Un
asesor de imagen no deja de ser un prestidigitador que contratamos para que
lance palomas y pañuelos anudados cada vez que mostramos una imperfección.
Los montajes de vídeo convierten a cualquier persona en irreal; seguro que
han estado en algún festival que, visto en televisión, tenía un aspecto
considerablemente más lúdico. Los montadores de vídeo se califican como
manipuladores de emociones y no les falta razón. Todas las personas son
ideales con la secuencia de planos correcta, igual que todo tiene un final
feliz si detienes la cinta en el momento apropiado.
El éxito es el elemento crítico, es decir, el dinero es el elemento crítico
de las tendencias. Los mecanismos de la envidia, que son los que hacen
vender las revistas del corazón y las modernetas con los últimos muebles y
aparatos de música. Y que son capaces de generar incongruencias como un
presidente del gobierno poniendo de moda la práctica del pádel.
Lo interesante viene cuando haces saber que todo lo guay orbita, por su
naturaleza, alrededor del dinero porque -aquí viene lo cómico- seguir el
dinero no mola. «Ah no, yo seguir los criterios del dinero no. No soy de
esos que llevan polos de cocodrilo y pantalones de corte. A mí no me veras
jugando al pádel». Los mecanismos de las tendencias se ocultan a sí mismos
en una cortina de humo propia. Espejos delante de espejos.
La bolita estaba a la derecha. ¿Otra partida?
*********
NOTA EXTRA
Les juro que no voy a abusar más de su paciencia y que el próximo artículo
cerrará esta serie sobre lo guay. Gracias por seguir al otro lado.
Raúl Minchinela
***
Fecha: mié oct 18, 2000 8:11 pm
Asunto: modem 019 – El comercial que nos persigue
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 19
Ha aparecido un buen número de veces. El personaje principal de la tira
cómica Pogo llega junto a su amigo puercoespín a un bosque totalmente
repleto de basura y espeta la que sería la frase más famosa de toda su
trayectoria: «hemos encontrado al enemigo y somos nosotros». La serie de
televisión «El prisionero» trata sobre un espía que abandona la profesión y
despierta en un apacible pueblecito del que no puede escapar, que le
bautiza como numero seis («soy una persona, no un número») y que está
maquinado por el nunca visto número uno. Finalmente, en un giro de guión
rompedor para la época, se descubre que el número uno, creador y supervisor
de la prisión, es nuestro conocido número seis. Nuevamente el enemigo era
uno mismo. Lo curioso de los espejos es que la imagen que devuelven no nos
inquieta. Nos pensamos inofensivos a nosotros mismos.
Cuando hablamos de ser nuestros peores enemigos no estamos hablando del
célebre «el hombre es un lobo para el hombre»; no es una cuestión de cómo
el vecino no tiene inconveniente en fastidiarnos para su beneficio, sino
de cómo una persona se autoperjudica conscientemente. Eso sí, convencido de
que es lo mejor para él mismo. Ahora bien, si no hace lo mejor para sí
mismo, habrá que entender que lo hace por lo que el mundo político ha
denominado el «bien general». ¿Cómo logramos que un individuo se abstraiga
de sus intereses y ponga en primera línea otros totalmente diferentes?
Convenciéndolo de ello. Cambiando sus criterios y sus escalas de valor. En
las sabias palabras del humorista Jaime Perich: «si hiciéramos caso de los
consejos de los demás, andarían mucho mejor las cosas de los demás.».
En contraposición con lo que venden como interés general, hay que notar las
campañas de concienciación a las que estamos acostumbrados no corresponden
con una ética. No se está transmitiendo una estructura, sino una serie de
eslóganes puntuales. Por una parte se debe a esa mala costumbre de los
cerebros de ir atando cabos -que no es muy recomendable que se extienda- y
por otra porque la sencillez de ideas, la reducción al analfabetismo como
tronco de comunicación, es una directriz esencial del marketing. El
marketing para vender ideas, el marketing para vender productos, el
marketing para justificar impuestos y nuevas directrices policiales.
Ámbitos tan radicales deberían tener asignadas palabras diferentes, pero
todo es marketing. Todo es reducible al marketing. Si repites el estilo del
último éxito, es marketing. Si haces justo lo contrario es marketing. Si te
enfadas cuando te lo dicen es marketing -«hay mucho dinero en el público
indignado»-. Si apareces en un programa televisivo para decir que has
sacado un libro con respuestas a los misterios físicos es marketing. Besar
a un niño es marketing. Sonreír es marketing. Estamos bien jodidos.
Esta aplicación del marketing a cualquier actividad imaginable nos parece
normal y natural gracias, sonrían conmigo, a una estupenda campaña de
marketing, que ha logrado también que nos hayamos olvidado de llamarlo
mercadotecnia. Marketing es más guay que mercadotecnia, principalmente
porque las palabras extranjeras no nos asaltan con las palabras raíz de las
que provienen. Marketing es el arte de convertir todo en un mercado, exista
o no exista, sea obra, palabra u omisión. Porque hay marketing de la
omisión, amigos míos. Recuerden conceptos como «la mayoría silenciosa» para
hacer justificar apoyos inexistentes o las actitudes de los supuestos
grupos liberales hacia la abstención frente al voto en blanco. El marketing
de lo inexistente está tan arraigado como las cifras de distribución.
Lo guay es el reflejo automático de nuestra total aceptación del
liberalismo, por más que queramos disimularlo con excusas. Sonreír es
marketing pero hay sonrisas sin mercadotecnia. Lo guay, sin embargo, es una
figura que solo existe a partir de la mercadotecnia. Para entendernos,
partimos de que hay niveles de la mercadotecnia que separamos según la
cantidad de clientes potenciales. Lo que es guay en unos círculos no lo es
en otros. La figura de lo guay, con ese nombre o con cualquier eufemismo,
se repite a todas las escalas, y es un mecanismo del que todos somos
agentes comerciales. Lo guay nos convierte en vendedores a puerta fría, en
cool-hunters, en personas que enuncian que los chupetes rosas se van a
llevar la siguiente temporada. Da igual que los pendientes, por misterios
de la acupuntura, relajen el agotamiento; no es el efecto lo que interesa,
sino el elemento, y terminamos teniendo pendientes en el ombligo y en las
cejas.
En una página de Matt Groening aparecían dos abuelos muy arrugados, llenos
de tatuajes y de pendientes por todas partes, y uno de ellos le decía al
otro: «veo que tú también fuiste un gilipollas en los noventa».
Pongámonos pendientes y llevemos esos carísimos pantalones que se apoyan en
el límite de las caderas y enfademos mucho a nuestra madre. Engañémonos y
pensemos que somos diferentes de los demás, de los que atienden a las
radiofórmulas y de los que practican interiorismo, de nuestro compañero de
trabajo y de nuestro vecino y de nuestros padres. Hagamos las cosas
diferentes para ir a ninguna parte.
Para llegar a un mismo objetivo, a una misma tesis, se pueden utilizar
varios caminos. Lo guay es la adquisición sin la tesis. Y todos somos
vendedores.
Hemos encontrado al enemigo y somos nosotros.
***
La próxima semana nos ponemos posmodernos; y la siguiente les cuento cómo
ser inmortales sin plantar, sin escribir, sin procrear y sin que nadie les
recuerde. Lo de siempre.
****
Fecha: jue oct 26, 2000 9:31 am
Asunto: modem 020 – Confianza en la masa crítica
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 20 – Confianza en la masa crítica
El pensamiento de final de milenio ha sido apocalíptico. El
posmodernismo, una tendencia de pensamiento que ya tiene algunos años
y se empeñan en enterrar sin ofrecer por el momento ninguna
alternativa de peso, se apoya convenientemente en esta premisa.
Mientras tradicionalmente las tendencias éticas han definido una
directriz bien como camino o bien como objetivo, el pensamiento
contemporáneo, también escaldado por los correctivos que sufrieron
movimientos anteriores, ha tomado una posición nunca vista, con toda
la gracia que tiene la novedad.
La premisa es que por fin, después de varios siglos de posturas
monolíticas en las que el grueso de la población mundial estaba
esencialmente hecha unos zorros, la escolarización general y los
aparatos reproductores -la imprenta, la fotocopiadora, el aparato de
música,…- han permitido que el individuo pueda establecer su voz
como consumidor y como autor. De este modo, más allá de las
estrategias de marketing -que no nos paran de recordar que sólo
funcionan o no funcionan según las sabias decisiones de los
consumidores-, los movimientos de masas, la cultura popular y demás
movimientos sociales de elección libre son perfectos reflejos de
nuestra verdadera naturaleza como personas. Ya que el colectivo lo ha
deseado, un mero cálculo probabilístico nos sirve para darnos cuenta
de que nosotros como individuos hemos participado y participamos en
cierta medida en su mecanismo. El hecho de que podamos comprenderlo
-nos puede ser más o menos cercano, pero siempre es comprensible- nos
involucra directamente.
En este estado de cosas, la mayor crítica que podemos hacer al
posmodernismo es que analiza las cosas a toro pasado, o como diría mi
padre, «después que la vi dije que era hembra». Uno tarda en darse
cuenta -pero lo logra- de que el posmodernismo es en realidad la
aplicación definitiva del «quien no conoce la historia está condenado
a repetirla», incluyendo la historia de la última media hora. Lo que
ha pasado nos identifica, y cuanto más reciente, más refleja nuestro
carácter.
De esta forma, el pensamiento contemporáneo no defiende un horizonte
ético que alcanzar sino una postura ética permanente, actual, que
corresponda a las características del momento. Dadas estas
circunstancias en las que estoy inmerso, y sabiendo que la pasividad
es en sí misma una postura, ¿cuáles son las acciones que debo tomar
para mejorar las cosas? Esta decisión a corto plazo es la que intenta
solventar el pensamiento contemporáneo, caducando de manera implícita
los objetivos a largo plazo. Sabemos que un movimiento de las alas de
una mariposa puede producir kilómetros más allá un huracán, pero no
podemos aletear teniendo en mente el provocar un tornado. En suma, la
esperanza -que comparto- es que a base de movimientos individuales en
el entorno personal, en algún momento y en algún lugar los factores
alcancen la masa crítica y se conviertan en posturas globales
éticamente correctas.
Con esta disposición de respuestas inmediatas y en ámbito corto, la
tradicional tendencia de los ideales lejanos a los que nos tenemos que
acercar paso a paso, tal vez una opa hostil a las creencias religiosas
para combatirlas con sus propias armas, han caído en desuso y todo lo
que nos lo recuerde, como la tendencia política que quieran elegir,
nos produce una repugnancia inmediata. El paso de inalcanzables
objetivos divinos a acciones manejables nos ha costado mucho y no
tenemos ninguna gana de soltarlo a las primeras de cambio.
De hecho, basta con recordar el hippismo y compararlo con los
beatniks. La filosofía de los primeros, el individualismo a ultranza,
la bandera de «soy lo bastante mayorcito para hacer lo que quiera» ha
sobrevivido con bastante más salud que la voluntad naturalista
extrema, pese a que ambas han dejado un poso considerable. De hecho es
frecuente que nos citen el multitudinario concierto de Woodstock y el
célebre verano del amor en el 68 para darnos fe del abrumador
seguimiento de la conciencia hippy. Lo que no nos cuentan es por qué
desapareció toda esa masa homogénea. La excusa más habitual son las
drogas y las historias ramificadas entre las personas con dinero que
se fueron a casa después de la gran fiesta y las personas menos
pudientes que terminaron enganchadas y sin sitio donde ser acogidos;
ante esta excusa la pregunta inmediata es por qué acabó la gran
fiesta. La razón, amigos míos, es que los supuestos cabecillas del
movimiento social decidieron encarrilarlo en la dirección de lo que
tradicionalmente ha sido un movimiento social, o sea, lo politizaron.
La politización fue lo que mató al hippismo; los beatniks han salido
indemnes del proceso porque a ver quién es el guapo que politiza a
Ginsberg, a Kerouac y a Burroughs. Dicho de otra manera, se politizan
colectivos sociales, no individuos con voluntad independiente. Es
curioso porque no se tiene conciencia a fecha de hoy sobre el derrumbe
del movimiento hippy . De hecho se le mira con cierto cariño como
opción personal pero, en cuanto a movimiento social, lo recibimos con
un asco perfectamente transmitido por osmosis en generaciones
siguientes.
Sin embargo, por deformación cultural o tradicional, a pesar de
imponernos la premisa de no horizontes, tanto el pensamiento
contemporáneo como el grueso de la población de hoy en día ha
terminado creándolos, eso sí, en sentido inverso.
Bienvenidos al fin del mundo.
****
La cuestión del objetivo del posmodernismo -que como les digo, aunque
me convencía plenamente, me parecía una línea de pensamiento a toro
pasado- me ocupó la cabeza durante mucho tiempo y con el tiempo llegué
a la conclusión que les he incluido en estas líneas. Primitivo, al que
envié este texto hace algunas semanas, me dijo que Deleuze y Guattari
-dos popes posmodernistas- llegaron a una conclusión muy similar. En
una parte es halagador y en otra es frustrante. Así que me siento en
la obligación de incluir sus nombres al enviar este texto.
Espero mejores resultados la próxima semana. Al menos de momento no
han identificado ningún equivalente. De momento.
****
Fecha: mié nov 8, 2000 6:13 pm
Asunto: modem 021 – La inmortalidad relativa
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 21 – La inmortalidad relativa
La obsesión del pensamiento apocalíptico es el punto de no retorno, el
punto de fuga, el horizonte más allá del cual no existe nada. Los
pensadores de hoy en día acogen entusiasmados cada carga de profundidad
colocada sobre cualquier disciplina humana conocida, celebrando esos puntos
críticos en los que las actividades han entrado en contradicción con las
características que lo definen; cuando un acontecimiento así se produce
las disciplinas se ven obligadas a renunciar a sí mismas y ser
diagnosticadas como muertas. O obligadas a cambiar su definición, que es
matar el modelo y construir uno nuevo. La cuestión es poder darlo por
terminado, levantar acta de su extinción.
En un acto de sadismo un servidor de ustedes incluyó con mala fe hace unas
semanas la frase «los diálogos han alcanzado el horizonte en sus temáticas,
han llegado al fatídico punto de no retorno», a pesar de que este texto,
que ya estaba abocetado, iba a entrar en conflicto. Si lo hice es para
hacerles ver lo ilustrativa que es la metáfora, o mejor dicho, lo cercanos
e incluso felices que nos encontramos al descubrir los puntos límite. Se
citarán los puntos de no retorno muchas veces a lo largo de estos textos
porque el objetivo de las metáforas es ilustrar y definir un marco. Lo
importante es que a ninguno de ustedes les pareció una idea descabellada.
Esperen unas líneas y no se sorprenderán tanto.
Si se dan cuenta, la muerte de lo que nos rodea encaja con el muy humano
deseo de inmortalidad. Durante siglos la inmortalidad se conseguía o bien
mediante obra -con la célebre creación una y trina de árbol, hijo y libro-
o bien mediante no morir, una disciplina en la que, hasta que se demuestre
lo contrario, los humanos hemos fracasado miserablemente. No por ello hemos
dejado de fantasear sobre el tema y hemos llegado a una cuantas figuras con
las que, por diversión o precaución, nos hemos acabado familiarizando:
zombies, criogenización, el elixir de la eterna juventud, el traslado de la
mente a cuerpos ajenos, los rayos del doctor Frankenstein… Seguro que
todas les suenan.
La cuestión es que, si se fijan, la inmortalidad a través del
árbol-hijo-libro depende de los demás, mientras que la inmortalidad-ficción
depende de uno mismo; soy yo el que bebo el elixir, soy yo el que me meto
cual espinaca envasada en la cámara frigorífica. En general, el árbol es
cortado, el hijo nos ignora (bastante problema tiene con ser inmortal él),
el libro es masacrado por la falta de ventas, y la ley de vida junto a la
falta de espacio tira las libretas y las fotos al contenedor. La única
forma de inmortalidad es aquella que dependa sólo de uno mismo, pero hasta
el momento eso es imposible…
…o tal vez no.
La inmortalidad es un sentimiento puramente egoísta, una respuesta
desesperada del yo ante lo inevitable. No queremos que sea inmortal todo el
mundo, no si eso incluye a la vecina gritona con voz de pito. El yo se hace
plural en los casados y en los enamorados, pero sigue siendo, aunque dual,
un yo: sólo no moriremos nosotros dos. No nosotros dos y todos los que
acudieron a la última fiesta de cumpleaños. La inmortalidad egoísta no es
seguir vivo para que nos sigan llamando por teléfono, sino no morirse para
ver la próxima serie de televisión, hojear la próxima novela, degustar el
próximo cómic… para no perderse nada. La base de la inmortalidad es que
no queremos faltar cuando lo siguiente suceda. No puedo permitir que la
película de la vida siga sin mi.
Y para no perdernos nada lo que estamos haciendo es acabar con lo que nos
rodea. Matamos el arte para saber que ya hemos visto todas las obras
magnas; matamos las conversaciones para saber que no echaremos ninguna a
faltar; matamos los simbolismos para no tener que afrontarlos y
asimilarlos… A base de matar las disciplinas estamos acabando la película
de la vida; aparecimos en el mundo a mitad de película pero la vamos a ver
terminar aunque -qué fatalidad para nuestro orgullo- ninguna hecatombe
destruya el universo. Cuando anunciamos la decadencia de tal o cual
elemento cometemos la extrema sutileza de conseguir que todo muera cuando
morimos nosotros, manteniéndonos a la última hasta nuestro último suspiro.
Esta es la inmortalidad que sostiene de forma subyaciente el pensamiento
contemporáneo. Una inmortalidad con todas las cualidades para ser perfecta
ya que depende de uno mismo hacerla perfecta. Soy yo el que mato las
actividades conocidas hasta el momento y me despreocupo de las que nazcan
de sus cenizas; termino mi película e inauguro la siguiente, que, horror
para mis sucesores, no me tiene a mi como actor principal. Con un solo
pensamiento, logro acabar con todo.
Para ser inmortal, realizo el crimen perfecto.
****
La frase «los diálogos han alcanzado el horizonte en sus temáticas, han
llegado al fatídico punto de no retorno» aparece en el Enamorado de mi
modem juvenil número 9, titulado ‘La opinión inofensiva’.
Raúl Minchinela
*****
Fecha: mié nov 8, 2000 6:29 pm
Asunto: modem 022 – La perspectiva y el contexto
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 22 – La perspectiva y el contexto
Puestos a poner los cimientos en algún lugar fácilmente identificable,
olvidando los purismos cronológicos, vamos a quedarnos brevemente con
Marcel Duchamp. Duchamp es un señor que reconocerán en los libros de arte
por su habilidad para colocar en un museo una pala de quitar nieve (121,3
cm., madera y hierro galvanizado) y lograr abrir la caja de los truenos por
el simple hecho de titularlo «a cuenta del brazo partido». Para
entendernos, el trabajo de Duchamp consistió en coger la pala, trasladarla
a una galería de arte, asociarle una frase y dejarla apoyada en la pared.
Este tipo de trabajos, por llamarlo de alguna manera, iniciaron el
concepto de «ready-made», un eufemismo para la obra ya hecha que el autor,
en un ejercicio de pereza, convierte en suya. El colmo del concepto del
intermediario y el límite de la cara dura.
No hay que olvidar que la galería estaba organizada con la esperanza de
que, bajo la excusa del arte, un adinerado mecenas pagase una cantidad
considerable por un elemento que podía conseguir intacto en la ferretería
más cercana. Con el tiempo, la inercia y el reducido volumen de ventas
llevó al concepto del ready-made modificado, en la que la aportación del
artista convertía la pieza en distinta de sus gemelas de fábrica. En
consecuencia, Duchamp en su obra «fuente» toma un urinario de pie y se
dedica a la agotadora tarea de firmarla en un lateral, eso sí, con un
nombre falso. Asombrosamente, se vendió. Asombrosamente, sigue en
exposición. Asombrosamente, ochenta años después, sigue siendo una obra
conocida. En el vaticano sólo se necesitan tres milagros para ser santificado.
El concepto del ready-made sacó a relucir unas cuantas cuestiones sobre el
arte, particularmente sobre la naturaleza del elemento, sobre la percepción
del observador y sobre las tomaduras de pelo en general. El concepto del
artista, que hasta el momento se había asociado con el del artesano, fue
forzado hasta poder incluir un tipo de actividad más cercana a las agencias
de contratación inmobiliaria. Se inician a partir de esa tesitura -insisto
en que simplificamos, no se pongan puristas- ciertas teorías sobre la
naturaleza del arte, que se desvían naturalmente hacia la justificación de
las obras que se consideran válidas. Como consecuencia, con el paso del
tiempo hemos llegado a una situación en la que las teorías que acompañan a
las obras son imprescindibles para entender la obra. En otras palabras, la
obra por sí misma no es suficiente para expresarse: necesita notas a pie de
página. Y se justifican una serie de élites con la simple excusa de que se
conozcan o no las reglas de la obra y, lo más asombroso, que se den por
válidas. En suma, o comulgas -es decir, te lo crees- o, a ojos de los
demás, no entiendes la obra.
La aparición (y la justificación) del ready-made llevó a una cuestión
artística de gran importancia, y que no se me enfade nadie. La obra de arte
no es un objeto sino una perspectiva. La calidad artística no es una
dimensión cuantificable sino una calidad de apreciación, de modo que la
obra de arte en realidad es construida en nuestra cabeza y es el espectador
por tanto el ejecutante, lo que convierte la obra en sí en un catalizador.
Este razonamiento trompicado ha servido para justificar cosas como el
expresionismo abstracto, conocido entre las personas poco familiarizadas
con el léxico artístico como «esos lienzos salpicados y con churretones».
Por otra parte, el ready-made en particular apuntó la validez artística de
la acción de sacar un elemento de su contexto: en otras palabras, la pala
de nieve tiene mucho más valor al ser colocada en una galería de arte que
al estar en un expositor de tienda de jardinería con un distintivo del
treinta por ciento de descuento. En mi caso particular, siempre pensé que
estos dos puntos (la perspectiva y el de-contexto) lograban construir una
base teórica robusta -que permitía introducir en el saco cualquier elemento
por peregrino que fuese- que a efectos prácticos, a efectos de vía rápida
para la creación de obras de arte de primer orden, sólo significaba un
callejón sin salida. Los desiertos lo abarcan todo pero no tienen caminos.
Tenía esta encerrona en la cabeza cuando me acerqué al número 15 de la Rue
de la Chaîne en Rouen, Francia. Allí encontré la obra de Bernard Pras.
Pras es un artista cuyo paso final es la fotografía. Pras compone, encaja,
precisa, perfila y finalmente fotografía instalaciones de comprensión
accesible para todo el mundo. Sería un flaco favor definirle como un
Arcimboldo del material de reciclaje, un Arcimboldo Pop y Trash a un
tiempo. Mientras Arcimboldo construye sobre una base bidimensional, creando
rostros a base de acumular vegetales sobre una mesa con jarrón, Pras juega
con la distorsión de la perspectiva, la confusión de la distancia. Y más
allá de simplemente construir un rostro, Pras es capaz también de recrear
incluso estilos artísticos. En sus obras, Pras crea magia. Como en un truco
de cartas, sabemos que hay truco, pero en el truco reside precisamente su
belleza. Pras es un prestidigitador que nos convierte a todos en niños con
ojos muy abiertos.
Pero si desde un punto de vista práctico la obra ya es escalofriante, desde
un punto de vista teórico su aportación es extraordinaria. De un plumazo
-relativo, porque el tiempo invertido por Pras en cualquiera de sus obras
es cualquier cosa menos despreciable- el bueno de Bernard, vete a saber si
voluntariamente o por puro accidente, logra salvar de la quema toda la
estructura teórica del arte construida de emergencia durante el siglo para
seguir evitando los escollos propuestos. En otras palabras, construye una
obra artística comprensible sin ningún tipo de conocimiento sobre tesis
artísticas. Construye una obra artística en la que los elementos no sólo
son sacados de contexto sino que definen uno nuevo que entra en consonancia
con la obra. Construye una obra que sólo tiene sentido desde un cierto
punto de vista, uno justo y exacto, materializando la teoría de que «la
obra no es un objeto sino una perspectiva» no sólo en sentido figurado -que
también: la obra no deja de ser un enorme almacén de elementos que toma
forma en nuestra cabeza- sino también en sentido etimológico: ese exacto
punto de vista es el que nos permite entender la obra; uno diferente sólo
nos revela una desordenada parada del Rastro. Si los suman, hacen tres
milagros.
En alguna parte, un señor con su material de derribo y su cámara
fotográfica ha logrado salir de la trampa más compleja imaginable y le ha
dado todo el sentido. Ya tenemos un genio para el siglo XXI.
Ya tenemos un mago para nuestros ojos incrédulos.
***
Les incluyo con este articulo una obra -tal vez la más espectacular- de
Bernard Pras, titulada ‘ Inventario nº 16 «Van-Gogh» ‘, para que puedan ver
por ustedes mismos la calidad y cualidad de su apuesta artística, así como
otro documento con el propio Pras realizando una de sus piezas. No sería
mala idea que releyeran este módem después de familiarizarse con su obra.
Pueden encontrar más trabajos suyos en la dirección *
http://laurentn.free.fr * . Esta página web incluye videos que permiten
comprobar la profundidad de la obra y el proceso de ejecución, para asombro
del más pintado.
La exposición de Bernard Pras en el Centre Photographique de Normandie de
Rouen estará disponible hasta el 24 de diciembre de este año. Si pueden
acercarse no pierdan la ocasión.
*****
Fecha: jue nov 16, 2000 6:28 pm
Asunto: modem 023 – El refinado gusto de los aguafiestas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 23 – El refinado gusto de los aguafiestas
No hay fiesta sin orquesta. Nuestra deuda hacia las orquestas es
enorme. Siendo sinceros, la mayoría de nosotros estamos aquí gracias a
que nuestros padres «festejaban», pues el ejercer como novios siempre
se dejaba para las celebraciones populares. Se presentaba entonces la
ocasión para arrimar los cuerpos al ritmo de las canciones del momento
y arrancar el proceso que la naturaleza lleva hasta lo que ustedes ya
conocen. Al menos eso espero.
Las orquestas, por exigencias alimenticias, recurren a diferentes
repertorios según el lugar y las circunstancias de la actuación.
Personalmente me siento muy cercano a las orquestas cuando ejercen el
repertorio de fiesta de pueblo -no confundir con las de sala de
fiestas-, a las que tocan en el casino a la sombra de las parras junto
a las mesas corridas donde apuras el carajillo. Hay en ellas un
componente lúdico, a veces muy oculto entre la tosquedad y la sal
gorda habitual, que encuentro muy próximo, a pesar de mi resistencia a
tocar palmas al son de Paquito el Chocolatero-. Cierto es que el
aspecto de la orquesta típica es lamentable: trajes de telas
brillantes con claves de sol bordadas en las solapas, la inevitable
corista en minifalda y, misterios de la música contemporánea, el
bajista como director musical, cantante principal, líder del grupo y
finalmente objetivo primordial de los impactos hortofrutícolas. Atroz.
Pero una vez inmunizado ante esa imagen dantesca, las orquestas son
para el ojo entrenado un ejercicio de antropología de la diversión.
No debemos confundir churras con merinas, a pesar de que la orquesta
sea la misma. No debemos confundir el repertorio clásico, dirigido
básicamente a los matrimonios, con esa otra rama, más infecta, que en
terminología de programa de festejos se conoce como «música para la
juventud»: una actividad consistente en interpretar, o mejor dicho
ejecutar, piezas de éxito reciente para dar cancha a las nuevas
generaciones y a sus cada vez más extraños bailes. Como consejo base,
si tras su sesión de boleros y salsas la orquesta anuncia que va a
comenzar el repertorio para la juventud, apuren sus copas y abandonen
el recinto cuanto antes. Los músicos han sido poseídos por el diablo e
insisten, a base de intentar agradar a todos, en no contentar a nadie.
Desde siempre, el infierno han sido las orquestas con sus temas para
la juventud, patéticas en su selección musical y limitadas en su
capacidad interpretativa -que permite la intercambiabilidad de las
orquestas; igual da esta que aquella-, incapaces de conseguir un solo
momento de disfrute.
Las bandas de rock, las formaciones independientes y demás grupos
musicales de sala de concierto son evidentes herederos de las
orquestas, y tras una evolución no precisamente ideal. En lugar de
conservar las orquestas en el terreno de lo lúdico y retomar la
diversión como el centro de los conciertos -¿quién va a un concierto a
amargarse?-, a fecha de hoy la práctica totalidad de las actuaciones
musicales se producen en la estirada tradición de la música de cámara:
se requiere la atención plena del asistente, que se ve obligado a
atender lo que sucede en escena y debe reprimir sus instintos más
urgentes sobre la groupie más cercana, que ha acudido también a
abstraerse mirando un escenario sin novedades. La extroversión en los
conciertos, el promover la diversión desde los micrófonos incluso en
las actuaciones de grupos de última ola, ponen particularmente de los
nervios a los comentaristas musicales que gustan en sus artículos en
revistas especializadas de defender la pureza en los sonidos, de
alabar la formalidad en la escena y, genéricamente, de hacerse los
duros en sus columnas.
Afortunadamente no está todo perdido y hay -al menos- una banda que ha
recuperado la tradición de las orquestas, pero esta vez dando
verdadero sentido a la música para la juventud. Primero haciendo gala
de un brillante gusto en las piezas, que deben ser naturalmente de
éxito para disfrute de los asistentes. Y después modificándolas, por
un lado para aumentar la diversión de los asistentes y por otro para
que su orquesta sea diferente de todas las demás. Ya no contratas al
grupo que intenta tocar las canciones como aparecen en el disco, sino
al que coge el tema y lo transforma, lo enriquece desde el
conocimiento y el respeto, transforma éxitos en canciones propias,
convierte su actuación en personal, única, no reemplazable con
cualquier otra.
Por supuesto, los comentaristas musicales no han dudado en marcarles
con el estigma de lo hereje. Los aguafiestas vuelven a gritar a la
multitud que deje de pasárselo bien con lo que de veras les divierte y
que atiendan a lo que los intermediarios de lo divino les dicen que es
espectáculo. Insistiendo e insultando porque no nos divertimos como la
gente estirada y aburrida. No se revuelvan, no se rían, no bailen
agarrado. Los gafapastas convertidos en agrios sacerdotes de perilla y
colgante.
Olvídenlos y acérquense a bailar. Parece que empiezan…
******
Fecha: jue nov 23, 2000 1:41 am
Asunto: modem 024 – El horror de lo que une
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 24 – El horror de lo que une
Me planteé por primera vez el vacío entre la orquesta tradicional y los
conciertos rocanroleros que frecuentaba -y frecuento- cuando, mientras
ordenaba mi cuarto al ritmo del primer elepé de Mano Negra, vislumbré a mi
madre en la cocina bailando al compás de «Mala Vida». Ese acto involuntario
-ustedes ya me entienden- colocaba al grupo francés como candidato para
enlazar el hueco entre el grupo de rock actual y la orquesta tradicional.
Francia era un buen lugar de partida porque un buen número de bares
importan su secuencia de canciones de diversión directamente de los últimos
sanfermines y la conservan intacta hasta la vuelta de calendario,
practicando un populismo radical digno de consideración.
Como contrapunto, meses antes había visto a Manu Chao y compañía dar botes
en una sala repleta de asistentes con ganas de mover el esqueleto
-principalmente en dirección vertical- y sabía que mi madre habría vivido
la apretada experiencia como un verdadero purgatorio. De alguna manera esa
imagen mandaba al garete mi propuesta de Mano Negra como enlace -solución,
vaya- del problema planteado. O la poníamos como el siguiente paso
evolutivo de la orquesta de pueblo, o la colocábamos como una banda de rock
and roll que retomaba la diversión que etimológicamente le correspondía.
Pero no completaba la ecuación, no enganchaba los dos extremos de la zanja.
Era el andamio incompleto de un puente que debería haber existido desde el
principio.
En 1998 -avanzamos unos ocho años- un sitio estupendo para pasar las noches
era «El Fantasma de los Ojos Azules», un bar de selección musical extraña y
variada pero impecable en el gusto. Me encontraba allí con Rubén, un fino
catador de entregas musicales, cuando sonó una versión de «Where is my
Mind» de los Pixies que he sido incapaz de quitarme de la cabeza desde
entonces. Rubén me insistió para que acudiera al concierto del grupo en
cuestión, que iba a actuar dos días consecutivos -jueves y viernes- en un
céntrico bar zaragozano. Perezoso y con poquitas ganas de nada, acudí a la
sala Morrisey para ver por primera vez a los Azucarillo Kings.
A la mañana siguiente, llamé a todos los nombres de mi agenda.
En aquella actuación, ante mi permanente sorpresa, se llenaba el vacío
entre la diversión tradicional y el espectáculo actual y se creaba -se
recreaba- el eslabón perdido en la cadena evolutiva de la música para el
pueblo llano. Delante tenía un grupo que bajaba los castillos construidos
en el aire y trabajaba en esa difícil zona que comparten los sibaritas, los
ruidófilos, los creativos inquietos, las comisiones de fiestas, los
peñistas ebrios y nuestras madres. Una banda capaz de convertir una lista
de éxitos de todas las épocas y estilos en elementos de fiesta para todas
las edades y condiciones, sin necesidad de someterse a los taladrantes
éxitos del verano. Gente capaz de interpretar a David Bowie y a Francisco,
a Deep Purple y a Barón Rojo, a Madonna y a Alaska y Dinarama, a los
Prodigy, a Human League, a Jane’s Addiction, a los Bee Gees y a los
Chichos, y ganarse las plazas más peregrinas sin caer en el ‘cachete y
pechito’ o en ‘el negro no puede’. Un grupo que sacaba a la luz los
cimientos que sustentan la fiesta musical. Todo para el pueblo pero sin las
radiofórmulas. Dispuestos a construir la programación que merece la
audiencia, poniéndose a tiro de las cervezas vacías. *La* orquesta para la
juventud.
El aspecto más admirable de los azucarillo kings es su capacidad -es una
apreciación personal- de mejorar casi todas las canciones que interpretan,
y viendo el elenco es verdaderamente meritorio. Sus versiones aceleradas y
juguetonas se pegan a la cabeza y ya se es incapaz de escuchar el original
sin ser asaltado por la visión azucarilla. Por otro lado, son conscientes
de que una orquesta toca para su público y no es cuestión de estar una hora
cantando en guachiguachi, así que, en plena coherencia con el carácter
popular de sus actuaciones, no han tenido inconveniente en adaptar las
letras de las canciones a nuestro idioma, dándoles un lógico giro de
diversión pura. A menudo lo hacen jugando directamente con el cariz musical
de las mismas, y convierten el «Losing my religion» de los REM en «Sufro a
saco» el susurro atormentado de un cantautor enrollado («y me duele/ cerca
del corazón/ ¿será el piercing, señor?»). En otras ocasiones, recogen el
tema principal de las canciones y las adaptan a la época actual,
convirtiendo así el «Todos los rockeros van al infierno» de Barón Rojo en
nada menos que una canción tecno bajo el título «Mi rollo es el house», una
justa interpretación porque a fecha de hoy mucho el rock por aquí y por
allá pero los que se pasan tres días sin volver a casa son los bakalas de
discoteca.
Por supuesto, esto a los comentaristas gafapastas de revistas musicales les
ha dejado completamente descolocados. El concepto de orquesta de pueblo, la
verdadera síntesis de la diversión que se ha mantenido y se mantendrá
durante generaciones, les es tan extraño como un pintor hiperrealista o un
vodevil de Juanito Navarro. Están tan acostumbrados a lo antinatural que no
reconocen lo habitual. Lo normal es un grupo serio, aburrido, ruidoso, al
que hay que mirar de pie y, siendo generosos, saltando. No se explican que
semejante singularidad no pare de hacer bolos. No ven ningún valor en que
un grupo desmitifique canciones beatificadas, les de un somero barniz que
las mejora -el horror de mejorar lo sagrado-, las traduzcan al gusto
popular -el horror de que les gusten a tu madre- y prediquen la buena
música a base de acercarla y no de imponerla -el horror de que las conozca
todo el mundo-.
Hay que ver lo que nos fastidia que nos unan. Adiós a la paz mundial..
***
— Al césar lo que es del césar
El historietista, dramaturgo y qué-se-yo-cuantas-cosas Mauro Entrialgo
contestó al modem anterior señalando que él ya había hecho una apreciación
muy similar sobre los conciertos en su Tyrex (Colección TMEO,1997). No
sería ninguna tontería decir que esa página dejó la idea en mi cabeza hasta
concretarla en el artículo enviado, porque leo sus obras con interés y de
hecho más tarde o más temprano Mauro será comentado en estas líneas. Por
poner dos ejemplos, sus aportaciones sobre moda juvenil (Herminio
Bolaextra) y sobre el arte (Alter Rollo) me han servido como punto de
arranque para consideraciones de cierta solidez. O sea, que las ideas de
Mauro seguirán goteando en esta columna, entre las de muchos otros.
Pueden leer regularmente a Mauro en El Jueves, en El Víbora, en el TMEO y
en un buen número de revistas especializadas (Nemo, Linacero Express, …).
Su ultimo tomo publicado ha sido Recortes de Hostias (Ponent ediciones,
2000). Feliz caza.
***
Fecha: vie dic 1, 2000 2:24 am
Asunto: modem 025 – La opinión sin papeles
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 25 – La opinión sin papeles
«¿Qué derecho tienes tú a hablar de esto?»
A estas alturas no pocos de ustedes se estarán planteando la fidelidad de
estos textos, considerando que el arriba firmante no tiene opiniones que se
deban tomar seriamente. Así que en lugar de justificar los conocimientos de
uno -que sería caer en la trampa- voy a acudir al bueno de Noam Chomsky,
que por dos motivos esenciales es un pilar básico de esta columna.
Noam Chomsky es un lingüista, es decir, una persona especialmente
interesada en los complementos circunstanciales de lugar que tan nerviosos
nos ponían al subrayarlos en el bachillerato. La lingüística es, considero,
un vehículo importante para entrar en el funcionamiento de la mente humana,
principalmente porque Freud me convenció de que muchos de los procesos
mentales están basados en el lenguaje con la curiosa situación de que en
particular el subconsciente se siente muy inclinado por los juegos de
palabras y, para entendernos, por los chistes malos. Increíble pero cierto.
Chomsky es famoso por haber desarrollado las gramáticas generativas, una
disciplina que ya tiene medio siglo de existencia y que- me van a permitir
condensarlo en un resumen breve y basto- estudia cuándo notamos
espontáneamente que una frase está mal construida, más allá de los
conocimientos gramaticales que tengamos.
Pero Chomsky nos interesa más por los artículos que, fuera de su
especialidad, escribe acerca de política, esencialmente de política
internacional, y que sirven para poner en evidencia los anzuelos que asoman
de los telediarios y que mordemos con fruición. Los artículos de Chomsky
son, en mi opinión, un prodigio de condensación de los contenidos y un
ejemplo de la estructura básica de un texto a la hora de defender la tesis
del artículo. En consecuencia, para las personas corrientes y molientes
como nosotros, Chomsky es famoso como analista. Un analista acerado, mordaz
y brillante.
Por supuesto, los artículos de Chomsky levantan sistemáticamente ampollas
dentro del pensamiento único, o sea, del grueso de los comentaristas
sociales. La actitud de Chomsky, que es la que en cierta medida ha
impulsado «Enamorado de mi módem juvenil», aparece en sus propias palabras
en el libro «Noam Chomsky- Conversaciones con Mitsou Ronat» en un párrafo
que no me resisto a transcribir :
«He sido invitado a menudo por distintas universidades» -nos dice Chomsky
en la página 47- «a hablar de lingüística matemática en seminarios de
matemáticos. En Harvard, por ejemplo. Nadie me ha preguntado jamás si yo
poseía las referencias intelectuales apropiadas para hablar de estos temas:
los matemáticos hacen caso omiso de esto, lo que quieren saber es qué tengo
para decir. Nadie se ha presentado, después de la conferencia, a
preguntarme si yo tenía un doctorado en matemática, o si había hecho cursos
de antropología. Esto ni siquiera se les ocurría. Querían saber si yo
estaba equivocado o tenía razón, si el tema era o no interesante, si había
algún medio mejor. La discusión giraba en torno al tema, no certificados.
En cambio, constantemente, en los debates políticos sobre el estado de la
sociedad o de la política exterior americana, Vietnam o el Medio Oriente,
me objetaban: ¿qué títulos tiene usted para hablar de estas cosas? Según
los doctores en ciencias políticas, gente como yo, considerada como intrusa
desde un punto de vista profesional, no está habilitada para hablar de
tales asuntos. Compare usted la matemática y las ciencias políticas: es
sorprendente. En matemática, en física, se preocupan por lo que uno dice,
no por los títulos. Pero para hablar de la realidad social, se necesitan
diplomas: no se preocupan por lo que uno dice.»
Ahí, en alguna parte, está el motor que mueve estas líneas.
¿Eh? Sí, de acuerdo. Ya me callo.
***
— La mala herencia de la Marvel
Mi exceso en el consumo de tebeos de superhéroes me ha llevado a una serie
de malas costumbres, como la de aprovechar los números digamos redondos
para hacer variantes juguetonas. De ahí que haya aprovechado el numero 25
del modem para esta especie de declaración de intenciones (y de
corta-y-pega considerable) que espero me disculpen.
El libro «Noam Chomsky- Conversaciones con Mitsou Ronat» publicado por
Gedisa. Y una enorme parte de la obra de Chomsky se puede encontrar -en
ingles, eso si- en http://www.zmag.com
***
Fecha: mar dic 5, 2000 3:14 pm
Asunto: modem 026 – Más real que el desastre
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 26 – Más real que el desastre
De nuestro enviado especial.
Los telediarios son como los policías que dan excusas tranquilizadoras
mientras evacúan un centro comercial. No pasa nada, resulta que, ya
saben, lo de siempre, procedimiento estándar. El verdadero e
inquietante motivo se revela mucho después. De momento nos acercamos
calmados y sumisos a la salida más cercana.
No sé ustedes, pero yo estoy particularmente cansado de que para
enterarse de las cosas uno tenga que comprarse un libro -en general
publicado entre tres y cinco años después de los hechos- en el que se
han molestado en recopilar y vincular la información. Los informativos
se dedican a lanzar pastillas inconexas -a menos que guardes con
memoria fotográfica lo recitado en días anteriores- que por si solas
son, vaya sorpresa, totalmente carentes de contenido. El telediario y
la palabra desinformación no son precisamente antagónicos, pero eso no
es ninguna noticia. La conciencia popular tiene esa idea como
permanente rumor de fondo, y algunos ilustrados se han dedicado a
comprobarlo poniéndose al tajo.
Un buen referente -porque ese artículo le salió particularmente bien
al interfecto- es Umberto Eco, que en cierta ocasión se dedico a
tragarse todos los informativos televisivos de la semana. La
experiencia se llevó a acabo en los años setenta, pero el texto sigue
rabiosamente vigente. En los telediarios se lleva a cabo lo que
podríamos llamar un proceso de desplazamiento: a base de trufar el
informativo con noticias irrefutables, se cuelan aquellas que tienen
menos visos de «realidad». Lo de la realidad lo he entrecomillado
porque entronca con varios conceptos del posmodernista Jean
Baudrillard, que enuncia que si una mentira se repite con la
suficiente insistencia no sólo se vuelve real sino que es más real que
lo real.
Baudrillard bautizó este proceso como hiperrealidad. Pongamos un
ejemplo inmediato: jamás he conocido a Michael Jackson pero no dudo
que es real. Sé (¿lo sé?) que tiene dobles que distraen la atención de
los observadores, pero no minimiza su cualidad de ser real. Michael
Jackson podría, a fecha de hoy, no ser ninguno de ellos y todos ellos
al mismo tiempo, igual que en las actuaciones del grupo musical Man or
Astroman no sabes ante qué franquicia de la banda te encuentras. Con
sus dobles, sus operaciones quirúrgicas, sus zoológicos, sus
esqueletos famosos, sus máscaras de oxígeno, Michael Jackson tiene los
menores visos de realidad imaginables. Pero -he aquí la jugada-
Michael Jackson es más real que yo. Pregunten a sus amigos si es más
real Charlot (un personaje de ficción) que Raúl Minchinela (un
individuo al que no conocen). Michael Jackson, la torre Eiffel, todos
los iconos pop, ciertos eslogans televisivos, los parques temáticos de
Disney son hiperreales. Esta es la emisión nuestra de cada día.
De los visionados de Eco trascendían varios conceptos que siguen
siendo contemporáneos. Durante la semana de encierro catódico de
nuestro apocalíptico integrado había movimientos mineros de protesta.
Eco nos recalca como los motivos de la protesta eran ignorados
sistemáticamente y sólo se remitían a las complicaciones que había
producido la revuelta (el habitual «en las tres semanas de
movilización minera se han perdido tropomil millones de dólares y se
han cerrado las vías de transporte público con el consiguiente
malestar entre la ciudadanía»). Los micrófonos estaban en la boca de
los afectados por la situación y cuando se mostraba en pantalla a los
representantes sindicales sólo se mostraba, de toda la declaración, la
parte que relataba las próximas acciones. El concepto de
desplazamiento de información tomaba cuerpo el día en que comenzaron
las nieves en Italia: las cámaras de la televisión se desperdigaron
por todas las ciudades para mostrar como caían los copos por las
plazas más conocidas. La actividad social de aquel día fue resuelta
con un comentario sin imágenes. En palabras de Eco, las cámaras
estaban tan liadas en registrar la nieve que no había quedado ninguna
para cubrir lo que verdaderamente era noticia. En consecuencia, como
gran corolario global, se informaba muchísimo mejor y mucho más a
fondo de las noticias del extranjero que de las noticias locales.
Porque aquí -evacúen con calma y sin atropellos- no sucede nada que no
podamos controlar.
Ahora pónganse en el proceso de deducción del televidente. El
informativo está saturado de imágenes de nevadas que coinciden con el
panorama que asoma por la ventana. El telediario dice la verdad acerca
de las (mis) nevadas, así que lo que digan de aquello que no vea por
mi ventana también es osmóticamente cierto. De ahí el interés en poner
el mayor número de cámaras posibles en eventos multitudinarios.
Decía Palahniuk que en caso de emergencia en los aviones caen
máscaras de oxígeno no por motivos respiratorios sino para conducir a
los pasajeros a un estado de éxtasis en el que la muerte acaba siendo
el menor de los problemas. En nuestro caso, las emergencias
permanentes están ocultas tras una dosis de opio constante en forma de
retransmisiones deportivas.
El Madrid y el Oviedo han empatado a uno. Tengo miles de testigos.
***
Fecha: vie dic 15, 2000 12:51 am
Asunto: 027 – La erudición de quien no vale
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 27 – La erudición de quien no vale
Fue uno de esos errores que revelan el subconsciente. El presentador
del informativo daba paso al colaborador encargado de la sección de
deportes a fin de que presentara un anticipo sobre los contenidos que
versarían en su sección, y el presentador deportivo comenzó su
intervención… dando la bienvenida al presentador. «Bienvenido,
Pedro». Bienvenido a *mi* programa. El coordinador de la sección de
deportes, en un lapso del que no se retractó, definía el apartado
deportivo como el núcleo del telediario. Y no se equivocaba. Primero
porque la duración del tramo deportivo era de la misma extensión, si
no mayor, que el resto del informativo; y segundo porque a fecha de
hoy -anoten mis palabras- el periodismo de verdad es el que se hace en
la sección de deportes.
Los informes deportivos demuestran una erudición considerable. Cada
nuevo acontecimiento -pongamos, el partido del próximo domingo- es
relacionado con una larga trama de sucesos acontecidos en los últimos
años con gran profusión de imágenes de archivo. Los protagonistas son
interrogados insistentemente en todos los canales. Los objetivos de
cada suceso quedan abiertamente definidos, así como sus consecuencias
a medio y largo plazo (emparejamientos, gol-averages,…), y en caso
de que dichos objetivos no se cumplan, se les pide abiertamente
explicaciones sobre lo sucedido. A partir de ese punto, los
protagonistas y sus acciones quedan a disposición del clamor popular.
Poca trampa y lo justo de cartón.
Imaginemos esa estructura para hablar de las actividades del
ministerio de trabajo, de la aprobación/derogación de nuevas normas en
el sistema judicial o de la estructuración de los presupuestos
generales del estado. Imaginemos que cada una de las actividades
sociales y políticas que ocurren en nuestro país fueran reflejadas con
la misma erudición con la que se estudia un partido de octavos de
final de la recopa. Se mostrarían a la luz los verdaderos objetivos de
cada nueva medida social, los elementos que han llevado a dicha
medida, quiénes han sido los personajes que han disparado la
iniciativa, cómo se había resuelto hasta ahora, cuál había sido la
mejor acción hasta el momento (el excelente gol de Santillana en el
81), si los intereses que los mueven son sociales o particulares, en
qué medida beneficia -de nuevo- a las entidades financieras frente al
ciudadano de a pie, quiénes han doblado la espalda para aprobarlo
(incomprensible fallo del defensa central), quienes fueron los
principales resistentes (gran trabajo del líbero), y principalmente
cuales son las medidas a tomar para remediar la situación (hay que
ganar al Lyon por lo menos con dos goles de diferencia y esperar a que
el Spartak de Moscú pierda en Roma). En particular este último punto
es el que considero totalmente ausente en el periodismo tradicional.
No sólo se da una visión sesgada de lo que pasa sino que, lo que es
peor, se nos pinta como irremediable. La situación nos ha forzado a
aprobar una ley que. No podemos seguir apoyando una política social
que. El uso excesivo de los hospitales no es rentable para. Ustedes
déjenlo en nuestras manos.
Si podemos decir que la sección deportiva de los noticiarios -al menos
en su versión actual de extensión infinita- nace del interés popular,
igualmente podemos afirmar que se ha establecido un movimiento social
a partir de los programas deportivos. En otras palabras, el movimiento
social que deberían generar hipotéticamente los informativos si
generasen información y no analgésicos, ha acabado desarrollándose en
el mundo virtual -por su nula acción social en el sentido de política
social- deportivo. Tanto es así que da reparos ver las últimas
muestras de demostración popular, o mejor dicho, a qué manifestaciones
está dispuesto a ir nuestro vecino de enfrente. Ha habido
manifestaciones por descensos de categoría de clubes y por expulsiones
de jugadores sin su merecidísimo partido de homenaje. De hecho, hasta
que ha llegado la aberrante subida de los precios de los carburante y
sin tener en cuenta las caminatas antiterroristas, podría decirse que
el único motivo por el que el ciudadano medio era capaz de molestarse
en salir a la calle a protestar sin que afectase a la manutención de
sus hijos -mantengamos el concepto solidario de las manifestaciones-
era el balompié. El campo donde la fuerza del pueblo puede cambiar las
cosas. El mundo virtual donde se informa, donde se revela abiertamente
los objetivos a cumplir y donde los fracasos se llaman fracasos es el
mundo donde hay deseos de participar. La información real lleva a
movimiento social real.
La gran paradoja periodística que presentan los especialistas
deportivos es que han solucionado, casi sin querer, los supuestos
problemas del Apocalipsis de la información. Frente a la temible -y
actual- estructura de la confusión, basada esencialmente en
sobrecargar de información banal los canales principales de consumo de
manera que sea imposible separar el grano de la paja -no olvidemos que
el mejor sitio para esconder un objeto es dejarlo a la vista allí
donde hay millones de copias similares-, el periodismo deportivo ha
logrado construir un sistema de depuración y de interrelación en el
cual el consumidor siempre sabe ubicar en el lugar apropiado el nuevo
dato que, lejos de acumularse en una montaña de referentes similares,
está siempre correctamente enmarcado. El desorden y la información
pobre es castigada con la pérdida de oyentes.
Entre los periodistas hay un viejo dicho: «el que vale, vale; y el que
no, para deportes». Supongo que porque el objetivo no es informar,
sino dirigir una cadena.
Ahora el que vale es el que está en deportes. Hasta que sale.
***
Fecha: jue dic 21, 2000 12:53 am
Asunto: modem 028 – La locura a presupuesto industrial
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 28 – La locura a presupuesto industrial
Usted no sabe en qué están gastando su dinero. Las cuentas del estado
tienen muchas líneas -no sólo la asociada con fondos reservados- que
son eufemismos para gastos incontrolados y, a qué esconderlos si no,
indeseados. Las cuentas claras, sin embargo, llegan a su vez a
extremos equivalentes de caos. El periodista y escritor Pérez-Reverte,
en su visceral ‘Territorio comanche’, narra cómo los contables de la
televisión pública española se negaban a admitir como gastos el dinero
que el periodista de guerra debe invertir para que la picaresca local
le mantenga actualizado. El cronista debe de este modo pagar a los
informadores de su propio bolsillo, excepto, claro está, a los
soplones con factura.
Así que se ha elegido el negro porque el blanco, el «luz y
taquígrafos» de los oradores, sólo queda funcional y lustroso en los
discursos. Y como no podemos detener los descomunales gastos no
registrados y realizados a cuenta del erario público, lo mejor que
podemos hacer es, al menos, intentar convertirlo en diversión. Es así
como nace la subcultura de las conspiraciones.
La cultura conspirativa nace del interés inusitado sobre las
actividades practicadas por los servicios secretos del gobierno de
interés, si bien huelga decir que el que más tinta de interés ha
generado ha sido el estadounidense. Igual que ocurre en los contenidos
de los programas televisivos, la importancia de las conspiraciones no
es averiguar si por la adquisición de una flota de tanques se ha
pagado diez veces su precio con beneficios a cargo del bolsillo de
tres privilegiados. El atractivo está en las campañas más peregrinas
llevadas a cabo por los servicios de inteligencia, por un lado en el
sector puramente frívolo (servicios de investigación de apariciones
extraterrenales y de percepciones extrasensoriales) y por otro en el
trágico -disolución, mediante evidencias falsas e incluso masacres, de
gobiernos elegidos democráticamente; falsas vacunas que son en
realidad material radioactivo para comprobar la supervivencia humana
en caso de bomba atómica-. Como en los programas de máxima audiencia.
Las revelaciones conspirativas se basan muy particularmente en los
documentos desclasificados que los servicios secretos, varias décadas
después de la fecha impresa en el informe, deciden hacer públicos.
Siempre y cuando, claro está, uno sepa cual es la puerta escondida
donde se realizan las peticiones y conozca los larguísimos trámites
necesarios para que la demanda llegue a buen término. Unos cuantos
individuos que han decidido invertir su tiempo en esta disciplina han
sido los valientes que nos han revelado todas estas desventuras, eso
sí, con el lógico retraso. Han iluminado de esta forma las estrategias
más criminales, las actitudes más canallas y -este punto nos interesa
particularmente- las actividades más enloquecidas, con gastos
cubiertos y con pingües beneficios.
Ubiquémonos en plena guerra fría. La CIA, con el objeto de derribar
cualquier elemento con aroma a comunismo, gastaba un dinero atroz y
-vayan ajustando sus cinturones- daba luz verde a los proyectos más
descerebrados. Theodore Shackley y su segundo Thomas Clines fueron los
encargados durante 1962 y 1963 de quitar de en medio al simbólico
Fidel Castro, que en la época era una imagen simbólica en la
contracultura norteamericana a la altura de la del Ché en nuestros
días. Según informes de los expertos de la compañía, gran parte del
atractivo de Castro residía en su imagen varonil, de modo que Shackley
y Clines incluyeron la imagen y no sólo la muerte como objetivo de sus
acciones. En total durante esos dos años se intentaron treinta y tres
intentos de asesinato, que incluyeron -no se rían, que lo estoy
diciendo en serio- puros explosivos y puros envenenados. La división
química de la compañía trabajó arduamente, atentos, para impregnar un
puro con una sustancia que lograra que a Castro se le cayera su
varonil barba. El surrealismo a presupuesto industrial con la excusa
del comunismo.
Las conspiraciones siempre han hablado de aventuras en países lejanos
y de fraudes billonarios que involucran varios continentes; cosas, en
general, muy grandes y muy lejanas al individuo medio. Los cientos de
miles de asesinados, las fabricas de refrescos de cola -ambas marcas-
encubriendo toneladas de estupefacientes no son elementos que uno se
cruce accidentalmente. Da la impresión de que las acciones de la CIA
no le afectan a uno a menos que las busque voluntariamente. Hasta que
te enteras de cierta pieza clave para entender el arte contemporáneo.
Las consecuencias de las acciones de la compañía rebosan las revistas
de arte más selectas y los suplementos culturales de su periódico
favorito
Una pausa para los fumadores.
***
La información sobre las actividades de la CIA no son precisamente un
secreto, pero una de las fuentes más fiables -el Christic Institute de
Washington- realizó una demanda de gran interés para los interesados
en la narrativa de alto nivel. El informe presentado fue recogido por
el escritor inglés Alan Moore, que lo condensó magistralmente, lo pasó
por los inspirados pinceles de Bill Sienkiewicz y lo convirtió en un
carrusel brillante de acidez y humor negro en el álbum «Brought to
light» (Eclipse, 1989). Es un cómic que no paso la ocasión de
recomendar fervientemente. Si tienen ciertas nociones de inglés,
háganse un favor.
***
Fecha: vie dic 29, 2000 3:36 am
Asunto: no todo iban a ser buenas noticias
¡Hola!
Estas fechas tan señaladas han sido elegidas por mi
ordenador para morirse -ustedes ya me entienden- , que
corresponde probablemente al efecto dos mil para los
ordenadores que piensan que es ahora -no olvidemos que son
matemáticos- cuando va a comenzar el milenio.
De modo que la misma informática que me permite hablar con
ustedes obliga a esta columna a tomarse un descanso
navideño que espero sepan disculpar.
Feliz año a todos y feliz milenio a sus computadoras.
Raúl Minchinela
***
Fecha: mié ene 10, 2001 10:30 pm
Asunto: modem 029 – Nuevas estrategias para nuevas guerras
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 29 – Nuevas estrategias para nuevas guerras
Se han hinchado ustedes de verlo en la televisión y en el cine:
Estados Unidos se ha autoproclamado el adalid defensor de la
democracia. Subrayen el autoproclamado. Son ya muchos años
trabajándose el sector y han logrado presentar un producto sin
competencia. De hecho ellos mismos han terminado
creyéndoselo hasta el punto de poder reformular la palabra
democracia a su libre albedrío. Pongamos Chile, por ejemplo.
El entonces secretario de estado, Henry Kissinger, formuló la
postura norteamericana ante el triunfo popular de Salvador
Allende: «no veo por qué debemos quedarnos de brazos
cruzados y ver cómo un país se convierte en comunista a causa
de la irresponsabilidad de su propio pueblo». El mismo Robert
Shackley que se encargó de los puros asesinos y depilatorios
para Fidel Castro, organizó la «operación Track II», que
desembocó en un golpe de estado militar cuyo líder –don
Augusto Pinochet- sigue, y nunca mejor dicho, dando guerra.
El comunismo como amenaza ha sido el gran motor mundial
durante medio siglo, y el arma utilizada más concienzudamente
ha sido la propaganda. Las guerras del mundo civilizado, las de
las grandes potencias, ya no utilizan armamento físico sino
mental. «Las grandes lides de nuestro tiempo no se resuelven
en los campos de batalla, sino en los templos del ocio», decía
Bruce Wagner en Wild Palms. Es cuestión de hacerse con el
territorio del enemigo no a base de quemarlo sino
conquistándolo mediante la seducción.
En resumen, durante medio siglo, además de una guerra fría
política, también hubo una guerra fría cultural a todos los
niveles. Rebobinemos y comencemos nuestra historia con
gente sucia sonriendo.
A unos cien kilómetros al sur de Berlín, los soldados
norteamericanos y rusos se abrazaban espontáneamente a
orillas del Elba sabedores de que la derrota alemana era
inminente. Lo que se celebraba compartiendo champán, coñac
y vodka era en realidad la supervivencia de cada uno, la
minimización en las probabilidades de estallar con una bomba
de mano, pero –ya se han encargado los historiadores de
recalcarlo- estaba lleno de simbolismo. Sobre todo a la luz de
los eventos posteriores
Una vez saldada la guerra mundial, y ya definida la desconfianza
entre los bandos ruso y estadounidense, la guerra europea
cambió totalmente de cariz. Los actuales rivales eran la mayor
parte de los artistas e intelectuales europeos, que en el
momento de terminar la guerra mundial eran esencialmente de
izquierdas. Formaban un ejército accidental de estrategas con
las ideas claras, capaces de hacerse comprender con su gente,
y que podían ser muy originales en sus planteamientos. En
suma, eran un ejército a tener en cuenta. Y como tales habían
de ser anulados. Pero en lugar de obligarles a dejar las armas,
había que convencerles para que cambiaran de bando.
Las bazas para la conquista no estaban claras. A favor, los
Estados Unidos tenían una buena cantidad de pensadores y
plásticos que habían huido a Estados Unidos cuando en el viejo
continente pintaban bastos. En contra, el tradicionalismo
norteamericano y su activa resistencia al arte contemporáneo.
Para entendernos, la primera baza cultural norteamericana fue
una exposición de arte contemporáneo norteamericano pagado
por el departamento de estado en 1947 y destinada a girar por
Europa. Los congresistas protestaron por las obras que
estaban representando a su país y particularmente el
presidente Truman –los políticos deben ser populistas e ir en
contra, si es necesario, de sus propias decisiones- soltó un
célebre «si eso es arte, yo soy un hotentote» que aún resuena en
las páginas de mortadelo y filemón. Había que luchar la guerra
del arte a espaldas del propio pueblo.
En suma, la indignación popular al arte contemporáneo llevó a
que la propaganda cultural se llevase en adelante en secreto.
Para los asuntos internos está el FBI, así que de la propaganda
exterior se encargó la CIA.
De relatarnos lo que sucedió a partir de ese momento se
encarga el reciente libro «The Cultural Cold War: The C.I.A. and
the World of Arts and Letters» escrito por Frances Stonor
Saunders y que ha puesto en una interesantísima tela de juicio
al mundo gafapasta. El arte contemporáneo norteamericano
más radical, compuesto esencialmente de lienzos sucios
monocromos y salpicaduras de letrina en nochevieja, ha sido
consecuencia no de la mordacidad de la apuesta estética de
los autores sino de la tenaz intervención de la CIA.
Especialmente a partir de la creación del Congress for Cultural
Freedom, que tuvo oficinas en treinta y cinco países, organizó
exposiciones y conferencias, daba premios de todo tipo y
editaba más de 20 revistas culturales de referencia, entre la que
destaca la revista Encounter, que gozaba de un prestigio
tremendo y que desplegaba un equipo titular (Bertrand Russell,
John Kenneth Galbraith) que deja inducir hasta qué punto tenía
agarrados por la cartera a las mentes más inquietas. Que dicha
revista fuera pagada por la CIA se reveló en el New York Times
en 1966; que sus contenidos eran conscientemente
conservadores ya aparecía en el New Statesman en 1963. Todo
esto no es ningún secreto. Y sin embargo requiere un esfuerzo
considerable llegar a saberlo.
La guerra de los librepensantes ya no existe. Sucede a todos
los niveles. La película negra más lineal es, por osmosis, muy
superior a cualquier cinta de Paco Martínez Soria. El jazz
barriobajero de los años treinta es mejor que la copla
barriobajera de los años treinta. La música clásica
contemporánea cita por acto reflejo a John Cage y compañía. El
teatro de acción se harta de mencionara a los fluxus. El
adolescente inquieto y los estetas radicales se saben al dedillo
las directrices del arte contemporáneo que vendió el ejército
vencedor. Los gafapastas son los centinelas de los nuevos
campos de desconcentración.
Cautivo y desarmado el ejercito librepensante, han ocupado las
tropas Disney sus últimos objetivos militares.
La guerra ha terminado.
****
Gracias por su paciencia y por su comprensión. Mi ordenador
Bobby (así bautizado por pura casualidad por Calpurnio Pisón)
está más o menos recuperado. Cruzo mis teclas y toco
polivinilocarbonato.
**
Más pequeñas señales de vida
Si recuerdan el modem 13, en el que les contaba las
desventuras de un enano de jardín a lo largo y ancho del
planeta, comprenderán que no podía pasar la oportunidad de
convertirme en parte de su álbum personal cuando pasó por la
ciudad condal. Les incluyo una foto tomada desde un balcón de
la barcelonesa Plaza Real en la que aparecemos Miriam -mi
novia- y yo más contentos que unas pascuas mientras Roel
parece pasárselo -discúlpenme esta- como un enano. Pueden
encontrar esta y el resto de imágenes del periplo roeliano en su
pagina web, particularmente en la página
http://oomroel.bizland.com/roelbarcaeng.html
A pasarlo bien.
***
Fecha: vie ene 19, 2001 9:14 pm
Asunto: modem 030 – La seducción del papel moneda
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 30 – La seducción del papel moneda
El niño que quiere ser astronauta no sabe en qué consiste ser
astronauta. Aparecen en la tele montados de máquinas
rotatorias y aceleradoras y descompresoras y en tu cabeza el
hombre del espacio es una especie de campeón deportivo al
que le permiten montarse en las atracciones más rápidas y
espectaculares. En ningún momento se decía que los
astronautas -y ahí está «Lo que hay que tener» de Tom Wolfe
para demostrarlo- eran militares. Cuando lo descubres sientes
como si te quitaran la alfombra bajo los pies y descubrieras que
todo el tiempo has estado caminando sobre vigas estrechas, a
cientos de metros del suelo, sin saber que un paso lateral te
lanzaría al vacío.
Esa sensación de vértigo me causó el descubrimiento de la
participación de la CIA en los parámetros del arte
contemporáneo. Y de todo ello, lo que más profundo me llegó
fue el caso de Jackson Pollock, que una vez encajado en este
marco mostraba todo su andamiaje como un mago que ve caer
su sistema de espejos. Pollock creía en su magia y no
sospechaba que esa varita que lograba hacer flotar
regularmente estuviera sujeta por cables apenas visibles. Nada
podemos objetar a Pollock, que estaba encantado con las cifras
de sus ventas y el tamaño de letra de su apellido en las revistas
más punteras.
Que Pollock fuera elegido como delantero titular de lo que se
intentó vender como gran arte americano tuvo muy poco que ver
con su aportación artística y mucho que ver con los parámetros
de valoración de los norteamericanos. Pollock era una pieza de
catálogo del arquetipo del norteamericano profundo: un chaval
criado en un rancho de ovejas en Wyoming, que jamás había
pisado una universidad, con una dicción sucia y un
considerable aguante con el alcohol, un tío enorme y redneck (el
equivalente estadounidense del palurdo), ideal de «macho viril»
para sus congéneres, que por si fuera poco creaba unos
cuadros que eran la antítesis del realismo soviético. Dos
pájaros de un tiro. Ese es nuestro hombre.
La vergüenza no cae del lado de los servicios secretos, sino del
lado de todos los observadores críticos. La CIA puede
promocionar lo que le venga en gana, y era abiertamente visible
que la aportación estética de toda la caterva de surrealistas
abstractos no alcanzaba el listón que se habían conseguido en
la primera mitad del siglo con Klimt, Magritte y Picasso. Pero
consiguió sus objetivos y el mundo gafapasta sigue generando
sus parámetros con la gran mentira del arte contemporáneo
como uno de las verdades sagradas. Por qué a estas alturas,
pese a la confirmación pública de los trapicheos
norteamericanos, se conservan tales parámetros es
relativamente sencillo: el Perich, en una de sus frases
lapidarias, decía «es más fácil reconocer que hace diez años
hicimos el imbécil que reconocer que lo hicimos hace cinco
minutos». Sea cuando sea que confiesen su error, siempre
habrán hecho el imbécil tres minutos antes. Si le suman el
tradicional orgullo de los gafapastas acerca de su infinita
sabiduría sobre lo que rechaza el vulgo, ahí tienen un bucle
infinito.
La enjundia de toda esta situación no es tanto por qué se
sostiene sino cómo se consiguió. Cuál fue la herramienta que
consiguió que un producto abiertamente repulsivo lograra
seducir a la intelectualidad e instaurarse como uno de los
valores absolutos con lo que referenciar las aportaciones
posteriores. Y esa herramienta, para vergüenza de todos, no
fueron trazos de anilina o de óleo, no fueron texturas o
encuadres. Fue el dinero. Simple y puro dinero.
Piezas clave en el mecanismo fueron Nelson Rockefeller,
famoso por su fortuna y por sus excesos económicos, y el
museo de arte moderno de Nueva York, el «Moma», que fue
fundado precisamente por la madre de Rockefeller. El Moma
estaba fuertemente vinculado a los servicios secretos
norteamericanos: Tom Braden, el coordinador de las
actividades culturales de la CIA, ocupaba el puesto de
secretario ejecutivo; William Paley, presidente de la cadena
televisiva CBS y padre fundador de la CIA, se sentaba en la
mesa de miembros del programa internacional del museo. La
CIA se inventó una enorme serie de becas, exposiciones y
ayudas a los artistas y utilizó abiertamente otras ya fundadas
como la del propio Rockefeller. E infló artificialmente el precio
de las obras de los autores de interés pagando fortunas por
ellas.
Se achacaban las inversiones astronómicas a las
extravagancias de Rockefeller, pero el dinero que se estaba
gastando el bueno de Nelson era el del erario público. Las
arcas enviadas secretamente a las actividades de la CIA
parecían no tener fin. «No podíamos gastarlo todo» –dice Gilbert
Greenaway, entonces agente en activo-. «No había límites y
nadie llevaba las cuentas. Era asombroso».
En suma, se había conseguido que las obras de una serie de
autores ni-fú-ni-fá costaran una fortuna y colgaran de museos
conocidos (Nueva York es más guay que Bujaraloz, otro
resultado de la misma promoción), todo ello no generado a
base de criterio sino de billetera.
Los teóricos del arte nos dirán que para juzgar una obra sólo se
necesita la propia obra, que da igual que esté en Pisa o en
Saigón, en una habitación climatizada o al aire libre, que se esté
viendo un jueves o un domingo. Pero las justificaciones teóricas
de las obras del feísmo norteamericano no han sido sobre las
propias obras sino justificaciones del dinero. Explicar por qué
los ricos gastan tanto en ellas y por qué los museos las lucen
con orgullo. La obra, para los comentaristas, ha sido todo este
tiempo un elemento opaco y sin valor. El estudio teórico de sus
pinturas ha sido y sigue siendo un tratado de inversión
económica.
Por mucho que intenten estirar el cuello y ponerse dignos, han
caído ante la seducción del papel moneda.
Confiesen cuando confiesen, siempre habrán hecho el imbécil
hace cinco minutos.
***
Fecha: jue ene 25, 2001 5:41 pm
Asunto: modem 031 – Colores primarios
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 31 – Colores primarios
No se si se han dado cuenta pero, en el mundo del fútbol, el fútbol es lo de
menos. Y no estoy hablando metafóricamente. El fútbol, entendido como la
interacción de los jugadores y el balón en el campo de juego, no motiva en
absoluto el interés del espectador.
Para ilustrarlo basta un simple ejercicio de pinta y colorea. Supongamos un
partido de fútbol entre los dos equipos de mayor tirón. A efectos
nacionales, propondremos un partido entre el Real Madrid y el Barcelona Club
de Fútbol. Calibren ustedes la repercusión del encuentro apoyándose en los
resultados hasta la fecha: unos seis millones de personas viendo la
retransmisión televisiva, una media de tres páginas de crónica en los
periódicos genéricos y de veinte en los deportivos, diez minutos en todos
los informativos televisivos y no vea usted en los radiofónicos.
Ahora, y no es ninguna idea descabellada, supongamos que la plantilla del
Barcelona es ahora la del Club Atlético Osasuna, mientras que la alineación
del Madrid se ha convertido en la del Oviedo. Los jugadores tienen la misma
edad, la misma disposición en el campo, la misma finura para cruzar el campo
con un solo pase en diagonal. Todo es idéntico; lo único que ha cambiado es
el club que tiene a los jugadores en su nómina.
Este encuentro Osasuna-Oviedo, es el mismo partido -con los mismos jugadores
que disfrutan del mismo prestigio entre los aficionados al balompié,
ubicados en esa misma posición que tanto se ajusta a su estilo y rodeado de
los mismos compañeros que le facilitan ese juego tan vistoso- debería atraer
en lógica la misma atención. Sin embargo, nos lo dice la costumbre, el
Osasuna-Oviedo no tendrá seis millones de espectadores, apenas asomará en
los informativos, y sólo ocupará una página completa de prensa si en sus
gradas se produce una tragedia.
Vemos de esta manera que el fútbol, lo que realiza el futbolista, no mueve
el ánimo de los aficionados, porque el futbolista no despierta interés.
Basta cambiarle la camiseta para que la audiencia y la tinta impresa bajen
en picado. Compárenlo con, por ejemplo, un escritor. En un libro es
indiferente la publicación con tapas azules o verdes, porque lo que interesa
es lo que ofrece, y no la encuadernación.
Cuando un jugador cambia de club, igual que un escritor que cambia de
editorial, la consideración suscitada por sus nuevas aportaciones debería
mantenerse intacta. Y sin embargo, indiferentemente de los futbolistas
involucrados, el Madrid-Barcelona tiene más repercusión que el
Osasuna-Oviedo. Que es como si anagrama vendiera más que Plaza y Janés, sin
importar la obra publicada, fuera novela o poesía o una obra en la que sólo
hubiesen consonantes. En suma, la sustancia del fútbol como fenómeno social
no está en el fútbol, sino en las camisetas. Es una cuestión de longitudes
de onda. Puro pinta y colorea.
Al mundo del fútbol no le preocupa mostrarlo abiertamente: el objetivo del
deporte no es tanto el generar un entretenimiento visual sino que está
sintéticamente expresado en la máxima «defender los colores». El fútbol,
quitada la actividad física que a efectos de arrastre social ha quedado
eliminada, se resume en un código de colores, que identifica el sometimiento
del rival. Dos chavales con las camisetas de turno jugándose la victoria a
los chinos tendrían el mismo efecto si la derrota fuese igualmente
humillante. Y, sin duda alguna, se producirían los mismos tumultos a causa
de las decisiones arbitrales, las mismas manifestaciones por los descensos
de categoría, los mismos minutos de interés catódico. El gobierno de la
nación seguiría declarándolo de interés general.
El daltonismo consiste en «no percibir determinados colores o confundirlos
con otros». Bajo esta luz, la afición futbolística consiste precisamente en
el proceso opuesto. En percibir en exceso ciertos colores -codificados
también bajo escudos y nombres (Real Oviedo), todos identificando el mismo
concepto- y en exclusivizarlos frente a otros -yo frente a mis rivales-. Es
un proceso mental que reproduce una anomalía de la vista.
Pero igual soy yo el que me equivoco. He mencionado la palabra anomalía
,pero -basta ver la tirada de la prensa deportiva- igual la irregularidad la
tengo yo.
Igual todo el mundo compra los libros por el color del lomo.
Que es como se identifica a las personas con criterio.
***
–Documentos reservados–
Me ha llegado un buen numero de cartas diciendo que no pueden acceder a los
documentos que incluí en la sección files que esta columna semanal tiene en
el servidor de egroups, porque les pedían un numero de socio a pesar de que
ustedes ya están suscritos.
Así que en adelante, procuraré incluir las imágenes junto a las cartas para
que les lleguen sin problemas.
Con efectos retroactivos, les incluyo las dos ultimas imágenes que debían
haber acompañado estos mensajes: Roel y para ti que eres joven.
Fuera de programa.
Y disculpen las molestias.
***
Fecha: vie feb 2, 2001 10:29 pm
Asunto: modem 032 – La excusa de las nuevas brujas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 32 – La excusa de las nuevas brujas
La informática es la brujería del siglo veintiuno. Tal como los alquimistas
recitan cánticos incomprensibles, las secuencias de comandos desfilan
igualmente inasibles por las pantallas de fósforo. Pero los ordenadores no
se asemejan a, sino que son la hechicería en sí misma: la diferencia entre
la palabra y el acto no existe: el conjuro se realiza inmediatamente.
Píntese el coche de rojo. Inyéctese el poliestireno a mayor temperatura.
Láncese un misil en pleno centro de Dublín.
El comprender las órdenes que realizan acciones, los conjuros en lenguaje C
y en Visual Basic, separan al profano del iniciado en las artes arcanas. El
libro «Velocidad de Escape» de Mark Dery, que se distribuía con la revista
El Paseante no. 27-28 arrancaba precisamente con esta premisa, la
equivalencia entre programación y brujería, pero la ubicaba en el contexto
de la contracultura digital y ciberespacial. Bajo esa luz, la informática
era efectivamente una forma de sortilegio, pero los hechiceros del teclado
sólo lo eran en su propio ámbito. Las personas de a pie no iban a lanzarse a
la calle antorcha en mano para atarles al palo mayor y ver una fogata con
combustión humana.
El mundo real era, por tanto, ajeno a este concepto oculto de la
implementación digital, y yo mismo los consideraba inmiscibles hasta que
apareció el caso que mostró su relación directa. En octubre de 2000 una
revista española especializada en levantar ampollas -la revista interviú-
reveló en sus páginas que uno de los libros más vendidos era lo que
podríamos llamar, siendo bondadosos, un fraude.
La presentadora de televisión Ana Rosa Quintana, aprovechando el hálito
literario que convierte a todo televisivo en literato sobresaliente
atendiendo las cifras de ventas, presentó el 13 de abril de 2000 su libro
«Sabor a Hiel», una dramatización de los maltratos sobre mujeres. El libro
tenía un título que sólo los cínicos notarían parecido al del programa
«Sabor a ti» que conducía la propia Quintana, que con una carrera tan
consistente como la suya y con un talento para las letras como el que tiene
no necesita esas menudencias. La presentación contó con la presencia de la
esposa del presidente del gobierno, que describió proféticamente el libro
como una “sórdida historia basada en un hecho real”. Retrospectivamente
estas palabras valen su peso en oro, porque no se me ocurre una descripción
mejor de lo que el libro ha supuesto.
En octubre, gracias a la aportación de atentas lectoras del género rosa, la
revista mostró unos cuantos párrafos de Sabor a Hiel que coincidían
sistemáticamente con otros del libro Álbum de familia, de la norteamericana
Danielle Steel. Los párrafos -lo que es la casualidad- eran idénticos en
todas las palabras, aunque eso sí, con ligeras variaciones para personalizar
el texto, tales como cambiar los nombres y cambiar el pelo rubio por
castaño. Bastaba con leer el texto original en inglés y traducirlo uno mismo
para que la similitud no hubiese sido tan humillante. Un poco más adelante se
mostró que también había otros cuantos tomados de la novela Mujeres de ojos
grandes, de Ángeles Mastretta. Y esto sólo entre los libros que las lectoras
de Sabor a Hiel aún conservaban con cierta frescura en la memoria.
La editorial tomó la decisión de retirar el libro de los puntos de venta,
pero el libro continuó insistentemente en los kioskos más céntricos de la
ciudad, que en mi opinión no son precisamente los menos vistosos. Dicha
decisión llevó a Quintana a romper su silencio de semanas con un comunicado
de prensa en la que, citando las primeras líneas del documento, daba a la
opinión pública “la explicación a la que tienen derecho en relación a los
hechos acaecidos”.
En el comunicado de prensa, confesaba que el libro no había salido de su
pluma sino que había utilizado los servicios de un “negro” así se le llama
en el argot literario al que escribe las obras que firma otra persona-. En
el colmo del eufemismo,. su comunicado dice que tal aportación había sido
pública desde el principio, porque “jamás se ha ocultado y, de hecho, queda
reflejada en la página de los agradecimientos de la novela”. Como en los
tebeos de Chris Claremont: “no me habías dicho que eras una asesina
profesional”; “nunca me habías preguntado”.
Pero Quintana tenía su programa diario de televisión, y la excusa que
ofreció en él fue sutil pero radicalmente diferente. Dado que no puede negar
la evidencia vergonzante de los párrafos idénticos, da un sutil giro en su
declaración diciendo que, asómbrense, los textos aparecieron en su
ordenador. Como, ejem, por arte de magia.
Este movimiento, en los términos de políticos agarrándose desesperadamente
al cargo, es brillante. Ante las personas de cierta cultura que leen la
prensa informativa y se interesan por su caso, aparece como una escritora
falsa hasta aquí todos de acuerdo desde el principio- traicionada por su
negro. Pero ante su público tradicional ofrece una excusa distinta,
inverosímil para el grupo anterior pero totalmente creíble para sus
seguidoras Las computadoras son objetos mágicos que pueden generar cualquier
cosa y que fastidian repetidamente los archivos sin guardar de mis hijos.
Cómo va a salvarse nuestra redentora. Con la jugada, Quintana se salvaba de
la quema para el sector que verdaderamente le interesaba: su audiencia. La
Divina Comedia no aparece en pantalla por accidente, pero nadie lo sabe. Los
insultó en su cara y quedó como una reina.
Mi buen amigo Javier Marco, uno de los grandes maestros de los bucles y las
subrutinas, fue quien me hizo ver esta excelente jugada. Porque él, como
profesor de informática para novatos, conoce los pensamientos de los no
iniciados. Lo que para nosotros era la excusa más barata imaginable, la más
ridícula, era en realidad la mejor de las estrategias.
Fin de archivo inesperado.
***
Fecha: vie feb 9, 2001 9:17pm
Asunto: modem 032 – La excusa de las nuevas brujas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 33 – El mejor en la soledad
En la fortaleza de la soledad se reunieron todos los superhéroes. Sólo
tres de ellos se dieron cuenta de la contradicción. Sobre la mesa
brillaba la ciudad reducida de Kandor, con sus diminutos anuncios, sus
diminutos partidos de neutrobaloncesto, sus diminutas multas de
infracción flotestática, sus habitantes que recordaban parásitos
sexuales. Alrededor de la habitación se intuía la galería de trofeos,
con la máscara pentamensional del doctor telúrico, el combustible
negativo del Enano Blanco y el subcampeonato de dardos de Alcántara del
Rey conseguido con un certero uso de la visión calorífica.
Desde el púlpito de electricidad estática, Stator y Rotor pedían
silencio a los asistentes, mucho más preocupados por los canapés
dérmicos. Cuando por fin se hizo el silencio se activaron las pantallas
holográficas y enormes reproducciones del planeta tierra llenaron la
sala, excepto un lateral, que accidentalmente proyectó un holoporno de
Astromedusa, miembro de los Nuevos Eternos. Astromedusa abandonó la
sala enrojecida, soltando improperios y proyectando ácido sobre
Cangrejo Solar, que había intentado pellizcarle el trasero. Rotor tardó
varios minutos en conciliar la sala y en apagar los gritos que
solicitaban el holoporno «en lugar de planetas y tonterías». El Hombre
Cromosoma se reprodujo varias veces por un ataque de risa. El Capitán
Superserio perdió repentinamente sus poderes y se vio forzado a
abandonar la sala.
Los superhéroes se habían reunido para solucionar de una vez por todas
el problema de quién tiene los mejores superpoderes. En las tabernas
del gremio, entre pulsos de superfuerza, jarras de inframiel y partidas
de strip-poker, el tema se aireaba regularmente. ¿Cuál es el mejor de
los superpoderes? La discusión terminaba sistemáticamente en bronca, y
la semana pasada Palencia quedó arrasada en la Reyerta. Para que no se
repitieran esos hechos vergonzosos, y para averiguar quién se fue sin
pagar las tres últimas rondas, los héroes de todo el mundo iban exponer
en público por qué consideraban que el suyo es el mejor superpoder.
Después habría una votación para determinar de una vez por todas el
ganador. Y luego, si el tiempo lo permitía, se volvería a arrasar
Palencia.
Empezaron los turnos de intervención. El Centurión Nuclear aportaba su
poder de vuelo, su invulnerabilidad, su elasticidad, su visión de rayos
x y su capacidad de recalentar la comida del día anterior, pero recibió
muy poco apoyo. La Amazona del Espacio defiendió su cetro mágico, su
corona mágica y su uniforme que cambiaba de color, hasta que se dio
cuenta de que eran también complementos de la muñeca Barbie. El Hombre
Canguro fue desechado a los diez segundos y obligado a cuidar a los
hijos de los asistentes. La Mujer Inamovible no pudo subir al atril y
nadie puedo ayudarla. Superman insistió un buen rato hasta que el Chico
de Kriptonita le convenció de que no tenía posibilidades. El Doctor
Verborrea fue retirado a empujones de su inacabable oratoria. El Pene
Humano recibió el voto negativo de las féminas, algunas todavía
levemente encorvadas. El Agente Resaca se encontraba demasiado mal como
para hablar en público. Uno tras otro fueron subiendo al púlpito de
electricidad estática, alimentándolo de vez en cuando frotando
rápidamente un jersey.
Nadie lograba convencer a sus camaradas. Hipervisión, supervelocidad,
viajar en el tiempo, magnetismo, teleportación, telequinesis, la
capacidad de equilibrar los grifos de agua fría y caliente en la
ducha,… todas las cualidades imaginables eran rebatidas una y otra
vez como habilidad suprema. Finalmente, le llegó el turno a Modesto, el
hombre que no se da importancia, y todos se sorprendieron al ver que
ocupaba su puesto y se colocaba ante los ultrafonos.
«Hola» -empezó-. «Esta tarde se han dicho muchos discursos, la mayoría
forzados, acerca de cuál es el mejor superpoder. Todos los que han
hablado opinan que el suyo es el poder máximo imaginable, y la mayoría
han retado en batalla a quien se les pusiera por delante para demostrar
su supremacía. Yo no voy a defender mis habilidades, que la verdad no
son gran cosa, sino que voy a utilizar la sabiduría de Salomón y la
infalibilidad de P.I.O.-12 para revelaros la verdad. El superhéroe con
el mejor superpoder es…»
…el silencio se hizo total, excepto la tos del Profesor Pulmonía…
«…El Capitán Pescanova».
«Muchos de nosotros hemos salvado el mundo de extraterrestres
enloquecidos, ataques desde otras dimensiones, armas activadas por
accidente, villanos amigos del bricolage, aquella vez que nos olvidamos
de apagar el reactor de la fortaleza submarina…Pero después de salvar
el mundo, ¿qué ha sucedido? Nos hemos acercado al bar más cercano a
compartir unas copas y unas consumiciones y ¿qué ha pasado? Que nadie
invita. «Es que en el traje no tengo bolsillos», «es que no me queda
carbón para transformarlo en diamante». Es que, es que, es que. Y sin
embargo ahí está el Capitán Pescanova, que no es de gran ayuda contra
las invasiones del espacio exterior, pero que siempre está dispuesto a
invitar a una nutrida mariscada a quien se precie. «He salvado el
universo de las tropas de Ziklón 5» «Pues celebrémoslo con unas
delicias de merluza», contesta siempre el Capitán Pescanova. «¿Os
apetecen unos clamares a la Romana?» «Vengan esos calamares», contestan
los invulnerables, los que viajan en el tiempo y los hombres
cibernéticos al unísono. Y se marchan con la tripa llena en busca de
nuevas aventuras.»
«Coincidiréis conmigo en que los mejores superpoderes son los del
Capitán Pescanova. Sin discusión.»
Y cuando todos volvieron la vista hacia el Capitán Pescanova, este
tenía preparadas bandejas enormes con croquetas de bacalao, filetes de
merluza, gambas, cigalas y rollitos de cangrejo. Alguien gritó desde el
fondo «Viva el Capitán Pescanova», y cientos de voces enmascaradas
respondieron al grito, que resonó por todo el planeta y despertó a un
señor de Montevideo.
Los superhéroes reunidos en la Fortaleza de la Soledad se inflaron a
marisco llenos de regocijo.
Y volvieron a arrasar Palencia.
***
Fecha: jue feb 15, 2001 9:45 pm
Asunto: modem 034 – La declaración genoma
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 34 – La declaración genoma
Recién revelado el mapa del genoma humano, los informativos subrayan
insistentemente los dos únicos datos que los científicos familiarizados con
el tema han tenido a bien traducirles. Uno, que la base humana es
sorprendentemente similar a la de un ratón -y poco más compleja que la de la
mosca del vinagre-, y dos, que las diferencias raciales y tribales no
existen a nivel proteico. Que sólo se hayan destacado estos dos detalles no
levanta sospechas: esa es toda la información que tenemos de labios de los
biólogos, intermediarios entre el objeto y su significado. Y sin embargo,
hay un punto en común crucial que los une como declaraciones de victoria
sobre un viejo enemigo. Uno ante el que la ciencia ha perdido buena parte de
sus efectivos.
Las ciencias tienen, ante los no iniciados, valor absoluto. Un resultado
científico es un elemento, desde fuera, irrebatible. En otras palabras, una
vez que un modelo (sea de la deformación de un muelle o de la combustión del
lignito) predice resultados que coinciden con los datos experimentales es un
modelo que no puede ser despreciado sino, como mucho, sustituido por otro
aún más simple o aún más exacto. Dentro de las disciplinas científicas la
más coherente corresponde a la matemática, que ninguna otra se puede
preciar de lo mismo- sirve igualmente en todos los universos posibles. En un
universo donde los ladrillos caigan en espiral la ley de la gravedad pierde
su utilidad, pero en todos los multiversos imaginables dos unidades más dos
unidades conforman cuatro unidades, y el problema se traslada a definir qué
es una unidad.
En el lado contrario al de las ciencias está el de las humanidades, que
tienen como mensaje inherente el antropocentrismo, es decir, el hombre como
centro del mundo y del universo. Y de todas ellas el más duro fajador es la
religión, o el hombre como centro del mundo en dimensiones superiores y más
allá de la muerte. Un dato muy simple deja a las ciencias y a las
humanidades en su sitio: se puede ser premio nobel de química con
veinticinco años. Saquen sus propias conclusiones.
Los rounds a lo largo de la historia entre ciencia y religión son
numerosísimos y algunos han dado respuestas verdaderamente rápidas. El
matemático Laplace estaba en cierta ocasión defendiendo sus modelos
matemáticos ante Napoleón cuando el gobernante le interrumpió, protestando
por el hecho de que había escrito un libro enorme sobre el sistema del mundo
sin mencionar ni una sola vez a dios como creador del universo. Laplace
contestó acertadamente en términos matemáticos: «Majestad, no necesito esa
hipótesis»
A pesar de la aparente solidez de las ciencias, la religión ha tenido
victorias de considerable magnitud modificando sutil pero crucialmente el
lenguaje científico. Y algunas continúan a fecha de hoy reflejando
impensables equilibrios de fuerza. Se sigue impartiendo con nombres
contradictorios a la misma, pero conflictiva, regla subatómica. El principio
de Heisenberg se bautiza indistintamente como principio de indeterminación
y como principio de incertidumbre. No es ninguna tontería; la lucha entre
ambos términos fue encarnizada, porque tienen significados prácticamente
opuestos. Indeterminación significa que es físicamente imposible la
obtención de datos porque el conseguir uno significa modificar el otro con
nuestro instrumental de laboratorio; es decir, es una propiedad de los
objetos con los que convivimos, igual que la tridimensionalidad.
Incertidumbre significa que es el hombre, en su limitado entendimiento, el
que ofrece resultados erróneos porque la realidad le supera. En una, el
fallo es externo al hombre; en la otra el fallo es interno, y solo dios está
por encima del error. Los creyentes lucharon duramente para que su termino
“incertidumbre” -el que implica el error humano- se mantuviera como
denominación oficial. Lo increíble a mis ojos es la coexistencia en las
pizarras. Y el paso en puntillas que se da cuando hay alguna duda sobre el
doble nombre.
Añadamos un dato extra: de toda la brillante carrera de Albert Einstein la
cultura general ha segregado un detalle muy relevante desde esta
perspectiva. La mecánica cuántica, que no da soluciones numéricas sino
probabilísticas, le llegó a Einstein cuando había perdido sus reflejos
científicos y pasaba a engrosar el “conservadurismo científico”, una estirpe
inherente a la condición humana. Fue acerca de este tema su célebre frase
“dios no juega a los dados”, que no debería ser célebre si, como sucede, la
física cuántica es un modelo útil con plena actualidad. Si la cita se
mantiene es porque no está de más aprovecharse de un ya envejecido y
conservador- prohombre de la ciencia para tener argumentos contra el rival.
De modo que, bajo esta luz, los únicos datos traducidos del genoma humano
conjugan un mensaje muy rápido y muy potente. Se lo lanzan a fieles que
defienden a un creador del universo y de los seres, a folkloristas que
consideran que tal o cual cosa ha de ser conservada a cualquier precio, a
nacionalistas que creen en RHs sanguíneos y en “hechos diferenciales”, y en
general a los que tienen el centro del universo colocado en su ombligo y en
los de sus amigotes.
La declaración pública del genoma contiene un mensaje encubierto pero
directo a la mandíbula.
Sabemos dónde vivís. Sabemos qué leyes físicas afectan vuestros movimientos
y qué procesos químicos se producen en vuestros cuerpos.
Más os vale dejarnos en paz.
***
Fecha: sáb feb 24, 2001 10:57 pm
Asunto: modem 035 – La mística del proceso
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 33 – La mística del proceso
En el misticismo siempre se orbita alrededor de lo inalcanzable, de lo
incomprensible, de lo inasible. Las sectas religiosas tienen siempre a un
profeta o un intermediario, nunca a un dios, porque hablar a un dios y que
te conteste lo rebaja de nivel considerablemente. Lo místico se basa en una
línea fronteriza imborrable: a un lado está lo humano y al otro lo divino. Y
los caminos del señor (o similares) son inescrutables.
La paradoja se plantea cuando, continuando nuestra comparación entre el
pensamiento científico y el humanismo, uno empieza a plantearse qué es lo
que separa a ambos bandos. Y uno llega a la conclusión de que, en obvia
contradicción con el párrafo anterior, el pensamiento humanista tiene una
importantísima carga mística.
El pensamiento científico se basa en la hipótesis de que todo es deducible.
A lo largo de la historia de la humanidad se ha recurrido a elementos
superiores, a dioses, que se encargaban de realizar los procesos que no
comprendíamos. Dioses con carros de luz que mostraban el amanecer, dioses
que repartían las incomprensibles gotas de rocío, dioses que nos tiraban
arena en los ojos mientras dormíamos para razonar la aparición de las
legañas. Después de descubrir las trayectorias de los astros, la
condensación del vapor y la segregación de las glándulas, los dioses
encargados de las tareas que hemos resuelto han hecho sutilmente mutis por
el foro. Quedan los mitos que reflejan el carácter humano: el dios de la
guerra, la diosa del amor, el dios de la mentira.
(De hecho, por encima del romanticismo y del gusto por el conflicto, tal vez
la característica que más separe a la estirpe humana de sus vecinos de
planeta sea la mentira. Uno no se imagina una abeja avisando al enjambre de
una desconocida explanada de flores que, en realidad, no existe. El humor es
otro candidato, pero no me veo capaz de entender las situaciones cómicas
para ardillas. Pero estoy divagando)
El humanismo se basa en lo innombrable y lo inalcanzable. En el arte, lo que
separa al artista del observador es la inspiración, la musa, el inasible
concepto de la creación. La musa. El artista está más valorado que el
artesano, porque la técnica no posee el sentido misterioso de lo divino. En
la política y la historia muestran al gobernador como inasible, como la
figura elevada e irrebatible del padre. Los políticos como padres de la
patria. Carlos Giménez, autor de joyas imbatibles como Paracuellos o Los
Profesionales, me comentaba su frustración cuando la prensa y los libros de
texto hablan de la libertad como un logro de los políticos cuando en
realidad fueron arrastrados por el empuje de la gente de la calle; cuando el
logro estaba muy lejano de las cámaras de representación y de las reuniones
de partido. Carlos se lamentaba de la necesidad de la libertad como regalo
de tus superiores, de la desjustificación de la lucha. Del misticismo del
logro.
En un curioso campo intermedio está la filosofía. Pero está en un campo
intermedio por la diferencia entre la base y el desarrollo. La base de la
filosofía, en lo que respecta a la mística del humanismo, se resume en la
máxima de Terencio: “humano soy y nada de lo humano me es ajeno”, una
sentencia breve y concisa que lanza las inalcanzables musas al cajón del
reciclaje. Por otro lado está el desarrollo de la filosofía. Actualmente en
las aulas se siguen impartiendo conocimientos desfasados, tumbados por
descubrimientos científicos y matemáticos, justificados tras el misticismo
del pensador inalcanzable. Es como si en las facultades de química se
impartiera como contenido obligatorio el flogisto, la sustancia que se
inventó para explicar la combustión, de manera que la madera tiene más
flogisto que las rocas del rompeolas.
A la ciencia le es indiferente si el flogisto lo propuso Newton, Pitágoras,
Copérnico o López-Pérez, porque lo importante es el resultado y no el
proceso. Se puede llegar al mismo resultado de múltiples maneras. Mi
profesor de mecánica en la facultad confesaba abiertamente su asombro porque
se pudiera calcular con la misma exactitud el área de un círculo integrando
trozos de tarta o integrando cuadraditos de minúsculo tamaño, por el
sentimiento intuitivo de que ninguna serie de escalones puede ser
exactamente una curva. El momento mágico del primer descubrimiento es
siempre acompañado de un proceso posterior que comprueba que caminos
diferentes no llevan a resultados dispares. El conocimiento científico es
democrático y cualquiera puede conocer las herramientas y alcanzar los
resultados. La ciencia es la artesanía: las herramientas y las soluciones.
En la ciencia no hay dioses inalcanzables ni procesos ininteligibles, porque
en caso contrario no hay investigación posible. En el humanismo, el otro -el
poeta, el pintor, el conquistador, el libertador, el escritor- es lo
inalcanzable.
A ver si va a ser verdad cuando dicen que dios está en todas partes.
***
Fecha: lun mar 5, 2001 3:51 pm
Asunto: modem 036 – El significado de cultura
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 36 – El significado de cultura
Hay una serie de personajes que dan mucha risa. Son unos individuos muy
ridículos, fácilmente reconocibles por su aspecto, que utilizan la misma
palabra para describir todas las cosas. La acción de construir, la de
destruir, la de cocinar, la de pudrir, la de practicar el sexo y la de
ejercer la castidad son expresadas todas ellas con el mismo término. todas
las actividades de la especie son resumidas bajo un mismo epígrafe. La
palabra que lo condensa todo es “pitufar”, y es una palabra indiscutible que
rige el comportamiento de los habitantes. Toda acción es susceptible
-queramos o no- de ser integrada en el agujero negro de la palabra infinita.
Una palabra que a base de significarlo todo termina por no expresar nada,
pero que, en general, es recibida con respeto -y miedo- como una palabra
rica y llena de contenido. Como en la fábula del traje nuevo del emperador,
nadie tiene el valor de decir en voz alta que el monarca va desnudo, por
miedo a ser calificado de tonto. Cuando los tontos son -coincidirán ustedes
conmigo- los que expresan en voz alta la belleza y la elegancia de un traje
que no existe.
Los pitufos no son los únicos con este comportamiento.
La baza del humanismo para no hundirse ante el acoso y derribo de una
ciencia empeñada en mostrar y demostrar que el hombre no es el ombligo del
universo, ha sido la mitificación de la actividad humana. Las reacciones
químicas, la generación de electricidad y la descomposición de la luz en
coloridos rayos son elementos de segunda categoría cuando se enfrentan con
el milagro del retrato pintado al óleo o con el poema con rima consonante.
El mensaje intrínseco es que la luz se descompone independientemente de que
haya vivido este o aquel científico -que de todas maneras iban a llegar
necesariamente al mismo resultado- e independientemente también de que se
formulen las leyes sobre refracción. Sin embargo, ese retrato al óleo
-subrayen “ese”- sólo puede existir con la configuración estelar del
nacimiento del pintor, de su formación, de su interés por la pintura, de los
amigos que ha conocido y de la borrachera que se corrió la noche anterior de
acometer el fondo del cuadro, que debe a la resaca esos trazos visiblemente
irregulares.
Toda creación humana es irrepetible y, por tanto, de un valor incalculable.
Así que se ha de conservar y defender toda aportación del hombre. De este
proceso nace el término cultura. Cultura es cualquier cosa que haya
realizado el hombre. Y es especialmente valorada cuando ha sido repetida
hasta la saciedad por los convecinos, faltos de imaginación: entonces
hablamos de tradiciones. Es precioso ver cómo a fecha de hoy la cultura
-póngase con mayúsculas- sirve de justificación para cualquier cosa. Al lado
de mi casa, en la plaza, se repiten constantes demostraciones de bailes y
juegos que llaman populares y que hace trescientos años los habitantes del
lugar donde se llevaban a cabo ya decidieron que eran un peñazo
insoportable. Y créanme, no han mejorado en tres siglos.
Pero sí que sirve para que un buen número de personas llenen sus bolsillos a
cargo del erario público. La palabra Cultura, como en los mejores momentos
de “El proceso” de Kafka, es el elemento inalcanzable que explica gastos y
actividades de cualquier otra manera incomprensibles. Frente a la
sistemática científica en la que todo elemento falto de valor intrínseco es
colocado insistentemente en su lugar (no existe la valoración subjetiva
yo-le-tengo-gran-cariño-a-esta-muestra-de-titanio), el humanismo ha erigido
un monumento al propio hombre del que somos tan pagados de nosotros mismos
que somos incapaces de romper. La cultura es la autosatisfacción del hombre,
y el arte -o la cultura culta, que ya son narices- es la autosatisfacción
del hombre sobre el hombre, colocando una escala de valores, unos parámetros
de validez. La cultura es todo lo que hacemos y nada de lo que sucede. Y la
cultura es, por naturaleza cualquier cosa.
Así que nos encontramos con las que se autodenominan personas cultas.
Son unos individuos muy ridículos, fácilmente reconocibles por su aspecto,
que utilizan la misma palabra para describir todas las cosas. La acción de
construir, la de destruir, la de cocinar, la de pudrir, la de practicar el
sexo y la de ejercer la castidad son expresadas todas ellas con el mismo
término. todas las actividades de la especie son resumidas bajo un mismo
epígrafe. La palabra que lo condensa todo es “cultura”, y es una palabra
indiscutible que rige el comportamiento de los habitantes. Toda acción es
susceptible -queramos o no- de ser integrada en el agujero negro de la
palabra infinita. Una palabra que a base de significarlo todo termina por no
expresar nada, pero que, en general, es recibida con respeto -y miedo- como
una palabra rica y llena de contenido. Como en la fábula del traje nuevo del
emperador, nadie tiene el valor de decir en voz alta que el monarca va
desnudo, por miedo a ser calificado de tonto. Cuando los tontos son
-coincidirán ustedes conmigo- los que expresan en voz alta la belleza y la
elegancia de un traje que no existe.
Unos personajes que dan mucha risa.
***
Fecha: vie mar 9, 2001 1:39 pm
Asunto: modem 037 – El significado de cultura (y 2)
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 37 – El significado de cultura (y 2)
La palabra cultura, que remarca la distinción entre el hombre y las bestias
mediante el aliento mágico que nosotros mismos hemos definido, no nace
casualmente. Dicho de otra forma, hay un interés específico en la aparición
y propagación de la palabra cultura. Desde siempre ha estado claro para los
hombres que los humanos son superiores al resto de seres del planeta, pero
curiosamente la palabra cultura -que simboliza esa diferencia- no ha
aparecido hasta muy recientemente. La palabra cultura nos sugiere unas cosas
pero en realidad connota otras, y no de forma accidental. Porque una cosa es
lo que las palabras significan, otra lo que entendemos por ellas y otra
distinta lo que arrastran consigo. Piensen en la palabra amor, sin ir más
lejos.
Gustavo Bueno, catedrático emérito de la Facultad de Filosofía de Oviedo y
uno de los más importantes pensadores del mundo, ha revelado en su libro “el
mito de la cultura” buena parte del papel que juega esta palabra que no
significa nada pero que aparece omnipresente. Bueno resuelve un problema
acuciante -lo están viviendo a diario todos ustedes- que nadie más había
afrontado con solvencia. Lejos de soluciones nudo gordiano
la-cultura-no-existe-y-se-acabó-el-problema, don Gustavo investiga el origen
de la palabra, explica los motivos de su aparición y revela que a fecha de
hoy tenemos la versión magnificada de una divinización del propio humano,
pero, cuidado, no separando a los humanos de las bestias -como pretende el
significado neutro y apaciguador de cultura- sino separando a los hombres de
los hombres.
La palabra cultura como sustantivo -Bueno la escinde sabiamente del sufijo
de agricultura, que es la primera trampa a evitar para no creer que la idea
viene de antiguo- nace de las universidades alemanas con Hegel, Herder y
adláteres. Allí aparece por primera vez la cultura que está por encima del
individuo, plasmándose en una palabra que abandona su intención descriptiva
y que se identifica con lo más hermoso y lo más noble de la naturaleza
humana. Según el análisis de Bueno la idea-fuerza de cultura aparece en el
terreno político, sorpréndanse conmigo, hace menos de un siglo. A pesar de
que, como decimos, el concepto de la superioridad humana ha estado siempre
muy claro. Siempre y cuando uno sea humano.
La aparición de la palabra cultura, no se pierdan ahora, aparece para
sustituir al reino de la
gracia, o sea el cielo, o sea dios. Tras la reforma protestante el reino del
señor perdió muchos puntos y perdió ese rango casi perpetuo de “intocable”.
En consecuencia se hubo de crear un nuevo elemento para unir a las personas
por encima de sus diferencias. y ahí entra la cultura. Sean sus vecinos de
izquierdas o de derechas, sean modernos o chapados a la antigua, sean
abogados, ingenieros, jardineros o fresadores, todos están de acuerdo en que
hay que defender la cultura.
(¿Defenderla de qué? ¿De que el cielo vuelva a ser la gracia santificante?
¿De que se caiga por sí misma presa de la falta de interés que emite, según
sus propios defensores, que dudan de su supervivencia,? ¿Defenderla de que,
mediante el conocimiento, descubramos que es un decorado de cartón piedra?
¿Defenderla, en suma, de sí misma?)
Este impulso que mueve al grueso de la población en el lado de la defensa de
la cultura es el sustituto de la gracia unificadora. Ahora los pueblos, por
encima de sus diferencias, se unen en la fe hacia la cultura. Pero la
cultura global por encima de los pueblos es sólo un axioma que se extrae
posteriormente a partir del significado inicial de cultura. En ese momento
de escisión religiosa en el que nació la palabra, tomando palabras de Bueno,
el reino de la gracia “dejó de soplar aquél a través de la Iglesia romana,
del Pueblo de Dios, y comenzó a soplar a través de todos los pueblos, como
«Espíritu de los Pueblos» (Völkergeist); la Gracia, en resumen, se
transformó en Cultura”. En otras palabras, desde su nacimiento, la palabra
cultura implica una separación entre unos pueblos y otros. En suma, la
cultura justifica la segregación. La separación entre los cultos y los
incultos. Y los incultos son siempre los del pueblo de al lado.
Así que esta imagen de la cultura que está por encima de los pueblos nace
como consecuencia de la creación del mito de la cultura de cada pueblo, de
esas “señas de identidad” que separa el pueblo elegido del resto de los
pueblos, inferiores.
De modo que la cultura es la herramienta que, una vez que el conocimiento
superó las mentiras de los dogmas, se utilizó para unir a las personas por
encima de sus diferencias, preparándolas para enfrentarse a aquellos que no
compartieran su misma -idéntica- creencia.
Resumiendo: la cultura, como palabra que quiere abarcarlo todo, no significa
nada excepto que el hombre es lo mejor del universo; una situación que
tampoco requiere una palabra porque sólo la pronuncian los hombres y su ego
les puede; lo que entendemos por ella es la gracia universal que ilumina a
los hombres afortunados, y en consecuencia un hombre inculto es a ojos
populares un hombre “desgraciado”; y lo que arrastra consigo la palabra
cultura es la justificación de cualquier acción con la excusa de la
diferencia: ahí están los nacionalismos, ahí está Jerusalén, ahí está el
conflicto entre los puros y los impuros. Ustedes eligen el bando.
Y creerán, como todos, que es el correcto.
***
El ensayo de Bueno es, huelga decirlo, mucho más profundo, más sólido, más
potente y más enriquecedor que los cuatro mil quinientos caracteres que
preceden estas líneas. De modo que apresúrense a conseguir “El mito de la
cultura” (Editorial Prensa Ibérica, Barcelona 1996).
Cuando terminen con el libro tienen una cantidad ingente de pensamientos de
don Gustavo en la dirección web de la Fundación Gustavo Bueno
http://www.fgbueno.es
La página web les puede parecer excesiva en su oferta, pero yo soy de los
que prefieren las estanterías bien nutridas.
Buen provecho.
***
Fecha: vie mar 16 2001 4:01 pm
Asunto: modem 038 – Las horas del escepticismo tenue
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 38 – Las horas del escepticismo tenue
De madrugada son más posibles los milagros. De madrugada aparecen ungüentos
para moldear nuestros cuerpos, aparatos que amoldan los vegetales a las
formas más apetitosas, médiums que juran que pueden entrever nuestro futuro
en los naipes, en las runas, en las hierbas, en los posos, en la posición de
las estrellas, en los números de nuestra fecha de nacimiento y de nuestro
registro en la seguridad social. De madrugada el escepticismo se hace tenue
y los televisores ofrecen piedras filosofales al otro lado de teléfonos que
destacan en la pantalla junto a los costes de la llamada. De madrugada los
trileros de la autoconfianza -hagan juego señores, dónde se encuentra su
autoestima, estará en el centro, estará en la derecha, oh, mala suerte,
hagan juego- afilan sus sugerencias en inacabables turnos de pantalla.
Los anuncios de madrugada, las teletiendas, los futurólogos, la alquimia
corporal de los jabones reductores, los recuperadores del brillo, los
utensilios de cocina del futuro imposible me fascinan tremendamente. Tengo
amigos que han realizado algunos de esos anuncios y las anécdotas son
tremendas. En primer lugar, el aspecto de los anuncios está tremendamente
estudiado, y personas con formación de diseñadores y que están utilizando
máquinas que ejecutan los efectos digitales más insospechados, se ven
obligados a plantar enormes pastillas de colores chillones y a tachar
precios que “debido al éxito de ventas” se han rebajado antes,
curiosamente, de que el producto saliera a la venta. En segundo lugar, los
productos en sí dejan bastante que desear. En cierta ocasión, durante el
rodaje de un utensilio destinado a facilitar a vida doméstica, una de las
señoras de la limpieza del plató decidió quedarse a la filmación porque
estaba “muy interesada en comprar uno”. A la media hora de ver el objeto en
funcionamiento, cambió sutilmente su postura: “yo eso no lo quiero ni
regalado”.
El elemento que enlaza la publicidad de madrugada con el mundo real (ustedes
ya me entienden) son los anuncios de aparatos gimnásticos. En ellos, se
ofrecen lustrosos artefactos cuyo objetivo es mejorar nuestro aspecto
corporal -los pectorales en ellos, las caderas en ellas, el vientre en
todos- mediante, y aquí está lo sorprendente, la simulación. Lo importante
es repetir los movimientos pero sin realizar la acción en si misma. Aparatos
que simulan remos de barca, aparatos que simulan el levantamiento de
material de construcción, aparatos que nos ayudan a realizar los movimientos
que ejecuta un recolector de fruta pero, eso si, sin recoger nada. Aparatos
para simular que caminamos pero que en realidad nos mantienen en el sitio.
Aparatos para simular que circulamos en bicicleta pero que nos retiene en el
mismo lugar de la habitación. Simular, simular, simular. El actor Chuck
Norris anunciaba con orgullo su nuevo sistema de aerobic que consistía en
simular los movimientos del kung fu. El ejercicio es, en suma, la repetición
de una acción sin consecuencia: es la simulación de la actividad productiva.
Tal vez porque, en caso contrario, aquellos que me vean pueden pensar que
estoy trabajando con mis manos.
Así es previsible el fracaso si conducimos a un amigo, para ejercitar la
espalda, a que se vaya al campo a recoger espárragos, pero la cosa cambia si
diseñamos el “superespalda master 3000” consistente en un trozo de plástico
fijo al suelo por unas ventosas. Nuestro amigo se ve mucho más dispuesto a
inclinarse para tocar un cilindro de polipropileno que a agacharse para
conseguir un artículo comestible, pese a que como ejercicio es idéntico y
como actividad es mucho más provechosa.
De madrugada todos los productos defectuosos -”yo no lo quiero ni regalado”-
toman un valor incalculable porque son la simulación de los objetos útiles,
y por tanto mucho más atractivos.
De madrugada los teléfonos inmensos nos abren la puerta a la simulación de
nosotros mismos, a nuestro futuro tal y como debería ser.
A personas mejores que, sin problemas de dinero, de amor ni de salud, sólo
se han de preocupar de la simulación de sus vidas.
***
Fecha: lun 2 abr 2001 1:41 pm
Asunto: modem 039 – Condenados a repetirla
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 39 – Condenados a repetirla
En los libros de citas encontrarán una de las máximas más utilizadas en las
aulas de instituto: “quien no conoce la historia está condenado a
repetirla”. A fecha de hoy -unas cuantas generaciones después de su
enunciado original- la frase tiene su gracia, particularmente si uno se
obliga a sumergirse en la bibliografía del tema. Particularmente porque
plantea una paradoja con difícil salida. Los libros de historia y los
artículos especializados sobre el tema son indescriptiblemente farragosos.
Por algún misterio insondable, el verbo florido y espeso incrementa el
prestigio del autor entre sus colegas, todos ellos asimismo admiradores y
practicantes de la literatura insoportable.
En otras palabras, para saber lo que sucedió en otras épocas hay que armarse
de valor para aguantar el cenagal de exceso de prosa y de pasión por
utilizar términos y conjugaciones de épocas pasadas, tal vez bajo la
creencia de que para hablar del quijote uno tiene que utilizar
construcciones del medievo con la esperanza de que, en caso de que el tiempo
dé la vuelta, encuentren sus escritos en el siglo XV y los puedan leer con
fluidez.
De todas maneras, no me parece crítico. Una vez acostumbrado uno a la
lectura de todo tipo de revistas y de fanzines, desarrolla una especie de
comprensión paternal hacia todo tipo de friquis, entendidos como personas
con dificultad de comunicación fuera de su círculo de intereses. Igual que
hay friquis de los cromos, de la música de rock duro, de los juegos de rol o
de las películas made in hong-kong, también los puede haber adictos a la
historia, y que, igual que los anteriores, lleven a cabos sus publicaciones
y desarrollen su lenguaje particular, incomprensible para los no iniciados.
Vaya, que es normal que suceda. La cosa se complica cuando resulta que sus
decisiones van a los contenidos de selectividad miles de chavales
memorizándolo a vida o muerte sin plantearse la verdad o falsedad de los
contenidos-, pero no es óbice para que el submundo de los historiadores
insociables utilicen si les apetece el término más enrevesado de entre los
sinónimos disponibles. Allá ellos y su mundo y su incapacidad para
establecer conversación con la guapa de la fiesta.
El problema desde mi punto de vista reside en que no hay forma de encontrar
historia aplicada. Que es exactamente a lo que se refiere la máxima con la
que arrancaba este texto. No hay forma de saber cuánto de lo que tenemos hoy
es remotamente similar a lo que sucedía durante las amortizaciones de
Mendizábal, porque nadie parece dispuesto a realizar un “traductor de
situaciones”. En los libros, todos los procesos históricos (revoluciones,
guerras, …) son explicados bajo el epígrafe “ello fue posible porque se
conjugaron las siguientes situaciones…” junto al que se listan una serie
de situaciones que separan la acción de cualquier otro momento posible, y
excluyendo de manera inmediata el momento actual. El mensaje que contienen
es evidente: aquellos procesos no podrían darse hoy porque cuando sucedieron
se reunieron una serie de situaciones específicas, que difícilmente podrán
volver a reunirse incluyamos, como ejemplo disuasorio, la presencia de la
televisión, para ver con qué influencia histórica pueden compararla-. En
suma, o bien la historia no se va a repetir nunca falso, contando el éxito
de la cita con la que hemos arrancado el artículo-, o bien, y ahí quería
llegar yo, dada la opacidad de los testimonios sobre la civilización humana,
el conocer la historia no es óbice para que se repita. Ya puedes leer y leer
historia, que no puedes ver si pasado mañana habrá guerra con un país que ha
decidido colocar en tu territorio un submarino nuclear, que ha propagado una
enfermedad animal que está arruinando a los ganaderos y que está poniendo
serias trabas sobre la soberanía de territorios sensiblemente cercanos.
Muchos habrán saltado en los últimos párrafos: ahora no puede haber guerras
en España, hombre. Ahora todo el mundo es pacifista, y tiene conciencia de
que la guerra no lleva a ninguna parte. Eso de las guerras me parecía
siempre una cosa inconcebible, “en estos tiempos que corren”, “en plena
década de los”, hasta que me crucé con dos puntos críticos. El primero
Milos, un yugoslavo con el que compartía habitación en Reading a principios
de los noventa, y que me contó la situación yugoslava tres años antes de que
estallara. En Reading aquel verano había yugoslavos de todos los rincones
del país, que se comunicaban en serbocroata y que compartieron conmigo
muchos empentones junto a una canasta de baloncesto. Ninguno pensaba en la
guerra como algo real, porque ningún yugoslavo iba a ir a la guerra siendo
todos pacifistas. Y luego, miren.
El segundo fue una línea de Jardiel Poncela, que en una de sus novelas no
recuerdo cual y mi búsqueda de emergencia no ha logrado definir cuál de
ellas- afirmaba que los jóvenes de la época eran pacifistas convencidos. En
menos de diez años, la guerra civil estallaba en España.
Ahora todos mis amigos son pacifistas, se comunican entre ellos, ven la
guerra como inconcebible y siguen pensando que ciertas cosas no deberían
suceder estando en una época tan adelantada como estábamos.
Estamos condenados a hacer lo de siempre.
Gracias, señores historiadores. Muchas gracias por nada.
***
Fecha: mar abr 10 2001 8:32pm
Asunto: modem 040 – Ritos de iniciación on the rocks
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 40 – Ritos de iniciación on the rocks
Según los especialistas la situación es alarmante. El alcoholismo en la
juventud se ha disparado de mala manera. Cada vez se hacen más numerosos los
jóvenes que marchan hasta altas horas de la madrugada en busca de alcohol,
principalmente porque las mujeres sólo atienden a los afortunados. La
juventud invierte su tiempo libre de manera sistemática en beber mientras
escucha música. E incluso si le quitas la música sigue bebiendo siempre y
cuando las consumiciones estén a un precio razonable. En las colosales
fiestas universitarias de los campus de nada sirve disolver a la multitud
apagando los bafles: los presentes no evacúan la zona hasta que aparece la
excavadora apartándolos con su pala para apilar los vasos de plástico en
montañas. El alcohol, rebajado con refrescos a gusto del consumidor, es el
anticristo de fin de semana de la adolescencia nacional. Los analistas
encuentran la explicación en la falta de madurez. Su actuación se entiende
como acorde con la edad, como consecuencia de una personalidad tenue y
débil, de un perfil que aún no es el de una persona adulta.
No sé cuándo han logrado ustedes ser considerados adultos por sus amigos. De
cara al ayuntamiento, a las juntas electorales y a la venta de entradas en
los cines eróticos, la referencia está en la edad: basta con cumplir
dieciocho años para tener la potestad para huir de casa o para vender el
cuerpo al mejor postor. Pero una cosa es que las fuerzas jurídicas le tengan
a uno como adulto y otra es lograr serlo a ojos de las personas más
cercanas. Este es el papel que desempeñan los rituales de paso.
Los rituales de paso o ritos de iniciación marcan el cambio en el estatus
del individuo y cambian sus atribuciones entre sus convecinos. Un niño pasa
a convertirse en adolescente, un adolescente pasa a convertirse en adulto,
mediante un proceso en el que obtiene el respeto general negado a los del
grupo que acaba de abandonar. Los rituales de paso se presentan a lo largo
de toda la cultura humana, principalmente porque los padres ven a su hijo
con la manta de marco y amedio incluso cuando comienza a peinar canas, y así
no hay forma de que nadie llegue a la edad adulta.
Los ritos de paso toman dos coordenadas clave en su desarrollo: una es la
mutilación ritual y la otra es la aventura iniciática. En el primer grupo se
encuentran, por ejemplo, los Gisu, que deben soportar una circuncisión en
vivo con un material quirúrgico digamos tosco, o los maoríes, que marcan con
incisiones en la piel cicatrices geométricas. En el segundo están las tribus
que potencian el combate singular, el robo de algún objeto de la tribu
rival, la cacería de animales salvajes,… y nosotros.
En el contexto en el que nos ha tocado vivir, los rituales de paso han
correspondido tradicionalmente con los sacramentos cristianos, que
evidentemente no están ahí por casualidad. El paso de la infancia a la niñez
se establecía en la comunión, de la niñez a la adolescencia estaba definido
por la confirmación, y el paso de la adolescencia a la edad adulta se
concentraba en el matrimonio, que es el motivo por el que nuestros padres
insisten tanto en que nos casemos y sentemos la cabeza.
Así que no hay que valorar cuándo los padres le consideran a uno una persona
madura, sino cuándo lo hacen las personas que nos rodean y que nos tratan a
diario. En las valoraciones actuales de la juventud el paso de la
adolescencia no se da cuando uno ejerce el voto, ni cuando uno es ungido con
aceite, sino cuando se pasa la noche en vela de bar en bar. Es el momento en
el que los padres de unos -los permisivos- convierten a sus hijos en
personas mayores que aquellos -los de padres conservadores- que han de
quedarse en casa a salvo de las inclemencias del mundo real. Las personas
adultas, las que sobreviven por si solas, se diferencian de las que
necesitan ser protegidas. El salir de noche -y ya me dirán qué vas a hacer
de noche sino beber, miren la oferta- es el actual rito de paso. El proceso
necesario para ser un adulto en el ambiente en el que convivimos.
Así que todos los alarmantes números que aparecen en los telediarios junto a
imágenes de chavales que se caen de puro ebrios solo servirán para que
cierto tipo de padres lleven a sus hijos a una infancia eterna, y todas las
campañas contra el alcoholismo en la juventud que propongan los ministerios
y las asociaciones de papás preocupados nunca servirán para nada excepto
para dar una imagen hipócrita y triste, falsa y alejada de la realidad
Por mucho que opinen y decreten los expertos.
***
Fecha: lun may 7 2001 7:38 pm
Asunto: modem 041 – La bomba pop de tinta lisérgica y su tic toc
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 41 – La bomba pop de tinta lisérgica y su tic toc
De todos los reflejos que tenemos de las drogas, de todas las historias que
se han dado acerca de los excesos que, particularmente, se dieron en la
norteamérica de los sesenta, las más optimistas han venido siempre en forma
de historietas. Las películas moralistas de final inevitablemente triste,
ora con Frank Sinatra agonizando con su brazo de oro, ora con los chicos de
«Réquiem por un sueño» destrozando sus vidas a tiempo para los créditos de
cierre, siempre nos han reñido como papás conservadores al tratar el tema de
las sustancias ilegales. Las novelas han dado más altibajos, y al menos han
confesado que los finales no tenían por qué ser necesariamente trágicos.
Pero los tebeos han sido los únicos que nos han mostrado el lado
enfebrecidamente lúdico de las drogas, mostrando el divertimento enloquecido
del interior de las cabezas más aceleradas. Y de todos los que desarrollaron
esta narrativa del inconsciente sublimado y juguetón, hubo uno en particular
que desarrolló una imaginería personal e irresistible, con una mezcla
inimitable de dibujo animado más realismo sucio más tira cómica de toda la
vida. Y ese hombre fue Robert Crumb.
En una mesa redonda del salón del cómic del 2001, el homenajeado artista Max
decía, medio en broma y medio en serio, que «Robert Crumb es dios». Hace
unos veinte años, Crumb eligió como sucesor para su personalísima revista
Weirdo, «sobre ti edificaré mi iglesia», a un chaval que apenas apuntaba el
talento que desarrollaría poco más tarde. Fue así como entró en plano Peter
Bagge.
Bagge es el autor del cómic Odio, publicado por La Cúpula, que ha sido una
sustancia de consumo constante por parte de este articulista. Odio es el
reflejo de la juventud de Seattle en los efervescentes años noventa, en los
que la ciudad era casualmente el centro de lo guay y lo polvoriento a partes
iguales. En realidad no es Seattle, porque la genialidad del autor ha sido
convertirlo en cualquier sitio: odio es cualquier parte, odio es tu casa y
tus amigos y tus ex-novias y tus compañeros de copas y eres tú. En otras
palabras, Peter Bagge te conoce, sabe dónde vives y sabe de ti todo aquello
que no quieres que conozcan los demás. Bagge ha logrado la alquimia pura de
los personajes que superan lo tridimensional, que equilibran la locura y
cordura y la histeria y la calma y la inseguridad y las manías extrañas y
las malas relaciones con la familia a la que en el fondo, en el fondo,
queremos y las conversaciones y las situaciones y esa quimera de todo
escritor consistente en lograr que cualquier historia sea enormemente
divertida y entretenida. Bagge escribe y dibuja las historias más hilarantes
con ese ingrediente imposible de falsear que te confiesa con las manos
desnudas que todo es real.
El sábado tuve delante a Peter Bagge. Iba peinado con raya y con camisa a
cuadros y con una americana que mostraba toda su cordura, y respondía con
cierta modestia a las preguntas acerca de su obra y de su talento. Le
pregunté sobre todo lo que me cruzaba por la cabeza: sobre sus sentimientos
hacia Odio, sobre sus escarceos en la animación con mtv, sobre sus funciones
como corresponsal político en congresos en los que los periodistas se
inventaban las noticias apedreando a la policía o sobre sus animaciones
flash acerca de Murry Wilson: productor de los Beach Boys, padre de los
hermanos Wilson y personaje, en la encarnación Bagge, capaz de convertir
cualquier conjunto de seres con un mínimo de constantes vitales en un grupo
de música vocal.
Estábamos en ésas cuando, hablando de las editoriales de gran distribución,
de pronto Bagge me contó que Marvel, la editorial que se encarga de
destrozar sistemáticamente iconos pop como los cuatro fantásticos, la masa o
la patrulla x a base de ponerse celosos con sus derechos, le había hecho una
oferta. Marvel quería que Bagge escribiese un número de spiderman.
«Yo sólo puse una condición»-decía Bagge sonriendo-. «Elegir al dibujante».
«Les dije que quería a Robert Crumb».
«Y me dijeron que sí».
Inmediatamente me vino a la cabeza Ken Kesey, el autor de «alguien voló
sobre el nido del cuco» y principal artífice del célebre Acid Test de San
Francisco, una experiencia colectiva con el ácido lisérgico a principios de
los sesenta. Su historia fue inmortalizada por Tom Wolfe en el libro «Ponche
de ácido lisérgico» y hay grabaciones por internet tanto del propio Acid
Test como de las aventuras de los Bromistas con los que Kesey se iba de
excursión en un autobús escolar pintado con colores fosforescentes y que
tenía el destino escrito en el frontal del autobús: «más allá».
En el libro de Wolfe se comenta casi de pasada el enorme interés de Kesey
por los superhéroes de los tebeos norteamericanos. Obedecían, desde su punto
de vista, a una nueva generación de individuos que tenían su comportamiento
definido por el efecto de las drogas. El ritmo del hiperveloz Flash y su
visión del resto del mundo como estatuas inmóviles, las características
elásticas y flamígeras en los cuatro fantásticos,… muchos de los
personajes de la cuatricomía fantástica se plantaban de lleno en el ámbito
de lo lisérgico. De hecho, la práctica totalidad de los que, con el tiempo,
se han convertido en sólidos iconos de la cultura popular.
Bagge añadía después de decir que el mayor problema consistía en el tiempo
que le costaría a Crumb realizar el proyecto, y que su planteamiento de la
historia se basaría en que el personaje sería un individuo paranoico,
planteándose cómo sería el hombre araña si viviese en el mundo real. En mi
cabeza -no puedes mostrar ciertas cosas en una entrevista- hundía mi cara en
las manos y decía que no con la cabeza.
A la luz de los párrafos anteriores, huelga decir que coincido con el
guionista escocés Grant Morrison, que reivindica las historias enloquecidas
de los tebeos de los cincuenta y sesenta, en las que las amenazas, lejos de
consistir en el colapso del universo, eran un superman que desarrollaba una
cabeza de cinco metros el día de su boda o un linterna verde puesto en jaque
por un fabricante de juguetes. Ese universo trastornado de figuras
imposibles en situaciones surrealistas, de pura lírica alucinógena, explica
el extraño proceso que logra que una panda de sujetos vestidos con pijamas
elásticos, en lugar de parecer ridículos, despierten un extraño vínculo
sentimental.
Así que nadie mejor para hablar de esos elementos en su caldo sicotrópico
que Robert Crumb y Peter Bagge.
De modo que aquí me tienen, cruzando los dedos para que Crumb decida tomar
el lápiz, Bagge se acerque a su teclado, y se abran las puertas de la
percepción por medio de la tinta y del talento. Y para que olviden lo del
realismo.
El mayor icono pop que nos dejó los sesenta, el trepamuros que dejó a una
niña pija para unirse a una mujer rebelde que no por casualidad se llama
Mari Juana, colapsa con el mayor talento pop de la misma época,
desprendiendo si cabe un mayor potencial del que habrían destilado hace
veinte o treinta años.
Si quieren optar por el realismo y perder el potencial conectando -qué
apropiado- el cable a tierra, bueno,…
…que Grant Morrison les perdone.
***
EXTRA, EXTRA!!
He estado mirando largo rato en internet y creo sinceramente que esta es la
primera noticia que se tiene de la propuesta. Así que cuando se lo cuenten a
los amigos, recuerden contarles que, como dicen los americanos, «lo leyeron
aquí primero.
Que, por cierto, ya tardan. A copiar y pegar.
***
Fecha: lun may 14, 2001 9:57 pm
Asunto: modem 042 – El aparato del voto sin votantes
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 42 – El aparato del voto sin votantes
Si todos somos hijos de los eventos que percibimos a lo largo de nuestra
vida, ustedes y yo somos hermanos por parte de hollywood, por parte de lista
superventas y por parte de televisión líder de audiencia. Este último es, de
los tres, el que señalan como más fascinante, por su realimentación con el
público. Las películas y los discos tienen un retraso con respecto de la
aceptación del público sobre esta o aquella tendencia, pero en las
televisiones, nos repiten concienzudamente los teóricos, esa realimentación
se produce a diario. Tanto es así que muchos dicen que la televisión es
decidida por los espectadores, o dicho de otra manera, que cada pueblo tiene
la televisión que se merece. Tal vez ustedes piensen que esa frase es
cierta. Yo no. No creo que sea el público televidente -ustedes y yo, delante
del monitor- quien determine la programación. Y para ello, voy a colocar un
par de cargas en lo que considero la línea de flotación.
Actualmente la eliminación de los programas se determina según un baremo
llamado audiencia. La audiencia, al parecer, se construye a partir de las
señales enviadas desde unos aparatos que se encuentran junto a las
televisiones de unas cuantas familias que los estadísticos consideran
representativas. Los aparatos de medición de audiencias están rodeados de
esa mística especial que rodea todo lo que decide los destinos de la
mayoría, como el lugar de caída de los rayos, el uso de los impuestos o la
llegada de la muerte. Recuerdo que a principios de los noventa, el programa
de radio “Arús con Leche” hizo un llamamiento, que se prolongó durante un
buen número de emisiones, pidiendo que llamase a la emisora un oyente que o
bien tuviese un aparato medidor de audiencia o bien conociese a alguien con
él instalado. No recuerdo que nadie contestase al llamamiento, y vistas las
horas que invirtieron en la búsqueda conmigo al otro lado del transistor,
cabe pensar que las familias representativas de las que hablamos, además de
ser tremendamente secretistas, no tienen amigos. Digo yo que entonces muy
representativas no serán.
El aparato de los hogares representativos, según la mitología que lo rodea,
no puede apagarse en ningún momento, e igualmente no puede hacerlo el
televisor al que está conectado. En otras palabras, los usufructuarios
pueden estar durmiendo, aliviándose en el baño, comprando en el supermercado
de la esquina o eligiendo el mobiliario de la habitación de los pequeños, y
su aparato seguirá enviando señal a la central confirmando que los miles de
personas a los que representa nuestra familia tipo están enganchadísimos
viendo el canal que en la casa han dejado enchufado cuando se han ido a
hacer cualquier otra cosa.
Quizás a muchos les parecerá muy hipócrita decir que las audiencias en
realidad no significan nada excepto números para que los comerciales vendan
más caros los anuncios. Pero el argumento que presento ante el tribunal, un
testimonio que fue conocido a lo largo y ancho de este país, borrará
definitivamente sus recelos: el caso del perro Ricky. Los que se sepan la
historia se pueden saltar el párrafo siguiente; el resto, acompáñenme
mientras me aclaro la garganta.
Hace un tiempo, el programa “sorpresa, sorpresa” era bendecido por las
cifras de audiencia como el mayor éxito de la franja de máximo seguimiento
entre la población, con un número astronómico de televidentes. Era un
programa en el que las personas, siempre en directo, bien se reencontraban
con familiares lejanos, bien conocían personalmente a sus ídolos, encantados
de comer plano, demostrar que la gente llora al verlos y quedar como
magnánimos seres de otra galaxia. Un día una persona llamó a un programa de
radio para protestar por el lamentable espectáculo que había podido
contemplar en el mencionado programa con una fan del cantante Ricky Martin.
Al parecer, la escena se había preparado con un Ricky Martin escondido en un
mueble empotrado que iba a dar una tremenda sorpresa a su seguidora, según
entraba en su habitación, saliendo repentinamente -no hagan chistes- del
armario. Los planes no salieron bien, porque la seguidora, a la que hay que
dar unos cuantos segundos de pantalla antes de dar la sorpresa para aumentar
la efectividad del proceso, entró en plano con su juguetón perro Ricky,
bautizado en honor a la estrella que se mantenía oculta a escasos metros de
ellos. Inmediatamente se desnudó de cintura para abajo, se untó los
genitales con una sustancia indeterminada -mermelada según unas versiones,
foie-gras según otras, hay más donde elegir- y llamó a su perrito Ricky, que
acudió sumiso a limpiar a su ama ante la atónita mirada de las cámaras y la
de la estrella de sus sueños. Toda esta aventura corrió rápidamente de
teléfono en teléfono y de café en café, y en poco tiempo varias
organizaciones levantaron firmes protestas contra el programa por los hechos
citados. Los hechos, finalmente, resultaron ser falsos.
¿Cómo entonces pudo correr el rumor, si el programa era el más seguido de
todos los que existían? Llamas a alguien para contar la anécdota y la otra
persona, perteneciente a los millones y millones que, según las cifras,
estaban atentos a la emisión, te dice que, hombre de dios, que yo vi el
programa y no hubo nada de eso, qué cosas tienes. Dada la extensión de la
falsa noticia, que llevó a la productora a hacer nada menos que un
comunicado público, la conclusión es evidente: el programa de máxima
audiencia era un programa que no veía casi nadie. El programa de máxima
audiencia era, en realidad, esa cosa que suena de fondo en las casas de las
familias representativas donde el aparato medidor lanza señales sin ningún
espectador atento. El ruido de fondo de los demás.
De modo que los programas de mayor audiencia son, efectivamente, los de
mayor audiencia, los que más se oyen, los que son menos ofensivos cuando
suenan como rumor de fondo.
Cuando las señales sean medidores de atención, tal vez el pueblo tendrá la
televisión que merece.
***
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 43 – La bala y la fotocopia
La frase «cada pueblo tiene la televisión que merece» puede tener dos
sentidos: o que cada pueblo tiene lo que le interesa, o que tiene lo que
tolera. Y cabe preguntarse si, dado que la televisión es un reflejo del
pueblo, los equis millones de personas que ven un concurso de parejas que
superan pruebas, harían ese mismo concurso, siquiera en espíritu, si
tuvieran que inventarlo desde cero. Dirán ustedes que esa pregunta no tiene
interés dado que esos equis millones no se dedican profesionalmente al tema.
Así que quizá sea conveniente echar un ojo a los trabajadores del medio. Lo
que no es muy difícil porque la mayoría de ustedes tienen un aparato para
hacerlo, y el resto saben donde encontrar uno mientras se toman un café.
Como las situaciones se ven más claras cuando se llevan al extremo, he
compuesto para ustedes una teoría con un punto de partida algo brusco y que
espero no se tomen al pie de la letra. La llamo la teoría del tiro en la
frente. Consiste en coger el teleprograma, revisar uno por uno todos los
programas que aparecen en la parrilla e imaginar cómo sería el programa una
semana después de que al responsable le dispararan un tiro en la frente.
Nótese que he dicho el responsable, de modo que son ustedes los que deciden
aplicar el baremo a los presentadores o a los productores o a los
realizadores o a los guionistas o a los iluminadores si así lo desean. Yo
las perversiones las respeto todas.
Tras un repaso tanto detallado como superfluo, uno se da cuenta de que la
mayoría de ellos, en caso de desaparición del responsable, seguirían
exactamente iguales. Elijan sin miedo: informativos, programas culturales,
emisiones sobre vidas de famosos, magacines para féminas diligentes, shows
dedicados a la salud de los jubilados, galas con la inevitable combinación
guapos-cantantes-humoristas,… Estos son los programas que ya conocemos
cuando el responsable no se dedicaba al tema y que, cuando éste se marche,
van a continuar vergonzosamente idénticos. A veces hasta con el mismo
nombre.
Los menos, los programas que sí cambiarían si el responsable se
desentendiese de ellos, y espero que me acompañen aquí, son los buenos. Y no
es necesario que nos gusten como programas. De hecho, algunos de ellos un
programa de entrevistas nocturnas realizado por un viejo humorista con
ínfulas de dios sabe qué, una charla coloquio sobre el cine que hace un
señor con cuatro amiguetes en una actitud que, siendo benévolos,
calificaríamos como desagradable y masturbatoria,…- son profundamente
aborrecibles por el individuo medio. Pero, más allá de que le disgusten a
tres o treinta millones de personas, son los buenos. Son los que le gusta al
tío que hace el programa y a un número indeterminado de personas que han
encontrado una liberación de lo que ofrece la televisión actual por defecto:
una fotocopia de una fotocopia de una fotocopia de una fotocopia de algo que
en su origen fue totalmente original, estaba bien realizado y gustó mucho.
Ustedes ya saben qué sucede con las fotocopias de las fotocopias.
La teoría del tiro en la frente tiende a apreciar las cosas por encima del
gusto personal, que es un elemento donde la discusión no es posible: usted
cree que son más bonitas las naranjas, aquel piensa que son las fresas y yo
me inclino sólidamente por las peras limoneras. Este baremo no lleva a
ninguna parte. Pero el rasero del tedio es en realidad el rasero del
insulto. La omnipresencia de la copia es una agresión al individuo. Paso a
demostrarlo.
Por hacer una metáfora visible, piensen en un chiste contado por una persona
graciosa. La persona que lo oye disfruta y decide contarlo a otra gente. Se
dan entonces tres casos posibles. El primero es la persona sin gracia, del
que hay ejemplos. El segundo es la persona con gracia, que lo cuenta a su
manera y logra que el chiste, a base de aportaciones intransferibles, sea
otro tan bueno o mejor que el anterior. Y el tercero atentos al meollo- es
el que sistematiza los tics del gracioso y lo repite, llueva o haga calor,
apoyado en un diagrama que, según él, le permite ser igual de gracioso. Este
último caso, que en el gremio televisivo se conoce como «un presentador con
oficio» es sencillamente una vergüenza. Un contable que, para imponer
respeto en el taller, intenta a voces hacer ver que él también está
familiarizado con el metal. Las personas tildadas como «profesional con
oficio» es el horror del espectáculo que no se dejen engañar- es la
televisión: un triste intermediario que intenta emular a los buenos a base
de desguazarlos en un diagrama. Y eso es lo que encontramos en pantalla
veinte horas a la semana.
Con esta perspectiva, no se sorprendan de que el programa con mayor
audiencia sea el que más caras conocidas muestra: conocidas, claro está, de
anteriores cambios de canal breves y accidentales. En suma, la elección en
televisión no tiene nada que ver con el gusto. Es la televisión que se
tolera. La realización constante de la verdad popular de que «más vale malo
conocido que bueno por conocer». Más de lo mismo y un pueblo que decide no
pegar tiros en la frente para saber qué es lo que les gusta.
Ahora debería hacer una frase original y divertida y que sirva como cierre,
pero veo demasiada televisión.
Y vivieron felices y comieron perdices
***
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 44 – Cartas a redacción
Señor director,
Le escribo en relación al artículo publicado en el pasado número de su
publicación. El suyo es un medio con unos contenidos muy interesantes y que
sigo regularmente, así que vaya por delante mi felicitación, que espero
sirva para que usted piense que soy una persona educada. Le remarco que,
como lectora confesa, su puesto de trabajo depende de la satisfacción de
personas como yo, cuyas cartas siempre minuciosamente almacenadas- serán
utilizadas por sus superiores como motivo para despedirle.
El artículo publicado, como decía, me ha sorprendido muy desagradablemente.
La suya es una publicación que está frecuentemente en casa y lo que ustedes
muestran está, por tanto, al alcance del resto de personas de la casa, a las
cuales, como al resto de la población del planeta, considero mucho más
estúpidas que yo. Porque por supuesto su reportaje en mi caso no supuso
ninguna aportación que no existiese ya en mis vastos conocimientos, pero me
preocupo y muy seriamente de que los demás seres humanos tengan tantos
conocimientos básicos como yo. Esencialmente porque esa extensa cultura y
una lectura intensiva de las soluciones en las tarjetas me lleva a grandes
resultados en las partidas de trivial pursuit que, como toda persona
aburrida que se precie, considero el colmo de la diversión.
El tema que usted abordaba en el documento que nos ocupa mancha
irremediablemente una trayectoria llena de prestigio: los reportajes neutros
que procuran no molestar a nadie, los textos sobre sexo disimulados con un
falso maquillaje sociológico, los apuntes sobre la juventud con su necesario
toque de papá conservador y los informes sobre la situación nacional mucho
más benévolos que aquellos que se encargan de poner al desnudo las caras más
indignantes de esos países inferiores del extranjero. Que aprendan a hacer
las cosas bien, como aquí, que da gusto vernos. Que tomen ejemplo de sus
columnistas, que en sus textos sobre sus fabulosos viajes, sus amigos
famosetes, sus teorías sobre el amor y las relaciones humanas superficiales,
y en general con su visible falta de contenido, dan un resultado constante,
sólido, coherente y en su justo punto de tedio.
El transcribir las palabras de personas que tienen algo que decir no es,
desde luego lo que esperamos de su revista. Por no hablar de, por ejemplo,
la inclusión de las declaraciones del científico irresponsable que, sin
timidez alguna, decía que sus estudios demostraban que las cosas van en
dirección contraria a la que dicen los informativos del estado. Esta
desvergüenza ha llevado sin duda a la desesperación social a todos aquellos
individuos que, por no tener mi formación, no estaban al tanto del mundo
real. Recuerde que la mía no es una labor egoísta sino una labor humanitaria
hacia mis rivales de partida. Es conveniente dejar que las personas felices
sigan siendo felices. Lo importante, como usted comprenderá, es luchar por
el beneficio de la humanidad.
Tras este somero análisis de su texto -que ni era tan profundo, ni tocaba
temas tan conflictivos, ni era tan arriesgado como cabría colegir de esta
carta- debe usted entender que soy una persona con un exceso abrumador de
tiempo libre. Un tiempo libre que sólo sé invertir en escribir
incansablemente a las columnas del lector para proteger al resto de
individuos que no tienen la suerte de tener mi nivel tanto para la lectura
inteligente como para la escritura de cartas con la elegancia que distingue
a la que tiene usted en sus manos.
Así que vaya desde aquí mi llamamiento que usted recibe semana tras semana
en diversas cartas redactadas por personas atrapadas por el mismo espíritu
que ahora mismo me posee- para que su publicación retome la buena
trayectoria que conservaba hasta el momento de enviarle estas líneas, porque
los artículos hasta la fecha eran impecables para todos los lectores idiotas
a los que tengo la pasión de proteger.
Con el convencimiento de que usted querrá conservar su trabajo y retomará en
su publicación la dirección apropiada, se despide, por supuesto muy
educadamente,
un fiel lector responsable.
*****
Estoy seguro de que todos ustedes han leído esta carta antes en alguna
parte.
*****
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 45 – Los sinónimos opuestos
¿Cómo hacer lo correcto?
La semana pasada estuve en Oviedo hablando con un hombre extraordinario. Era
nada menos que Gustavo Bueno, a quien presentaría como un filósofo si él
mismo no me lo hubiese prohibido. «Usted es también un filósofo»-decía-. «Si
acaso puede usted decir que yo soy un filósofo estoico, siempre que a su vez
señale que usted es un filósofo epicúreo.» El término intelectual tampoco
llevaba a ninguna parte: «intelectual»-nos decía- «es el que firma
manifiestos». Don Gustavo nos dio una alternativa para describirle. «Ponga
usted “comedor de pan”». El término “comedor de pan”, explicaba, implica la
fabricación del pan, es decir, la sofisticación de la raza humana frente a
sus hermanos biológicos. El señor Bueno hablaba en el despacho de su
fundación y respondía con una media, no exagero, de treinta minutos por
pregunta. Justo cuando parecía que se perdía en anécdotas, retomaba el hilo
condensando todos aquellas situaciones y resolviendo nítidamente la cuestión
planteada ora la ética, ora la cultura, ora, disculpen la broma privada,
los enlaces covalentes entre las letras de los libros de química-.
Don Gustavo invirtió una buena parte del tiempo en aclararnos su teoría de
la ciencia y lo que ha llamado el cierre categorial, que es su tesis
fundamental sobre su teoría de la ciencia, y que enuncia, dicho bastamente,
que las ciencias necesariamente se autodefinen, de manera involuntaria, un
campo de actuación que es lo que hace que la termodinámica sea diferente de
la biología- porque, ojo aquí, las cosas están interrelacionadas, pero no
todas con todas, sino unos aspectos específicos con otros aspectos
específicos si una circunferencia da vueltas y describe una esfera, el
color de la esfera es indiferente, a menos que uno trabaje en la sección de
moda de una revista femenina-.
Cuando le planteé el tema de la participación humana en la ciencia,
apuntando si es aplicable la moral en la ciencia »o está por encima del
bien y del mal»- don Gustavo se ajustó en su silla, tomó aliento, y comenzó
por el principio: qué es ética y qué es moral. (La cantidad de
conversaciones dando vueltas sobre lo mismo que ha tenido que sufrir este
hombre para darse cuenta de que lo mejor es empezar por donde se debe y
dejar las cosas bien sentadas, para evitar discusiones tontas).
La cuestión es que, de golpe y porrazo ustedes ya me entienden- habíamos
pasado de la ciencia a, si me permiten la frivolidad, la teoría de la
actitud. Así que justo cuando retomaba el tema de la ciencia, le hice a don
Gustavo una pregunta que me pasaba desde hace mucho tiempo por la cabeza:
«¿cuáles son los parámetros que, en su opinión, debe tener en cuenta toda
persona para decidir cuál es la actitud ética o moralmente correcta?
La ética, nos había dicho Bueno, es lo referente al propio individuo; la
protección del propio individuo y, por supuesto, su beneficio- están dentro
del parámetro que él llama la fortaleza, la ayuda al individuo vecino es la
generosidad, etc. Todo ello referente a la propia persona. La moral es lo
referente al colectivo, al bien del grupo: lo moralmente correcto es aquello
que no rompe las estructuras del conjunto al que pertenecemos. Y en el
centro está la ley, que obliga al ethos individual a tener en cuenta al
grupo y que, a su vez, logra que el individuo no sea esclavo del conjunto
(«se necesitan barrenderos, así que todos los que tengan el numero de
identidad impar, a limpiar la calle»). La cuestión es que la ética y la
moral no son sólo dos conceptos diferentes sino, y esto es lo importante,
dos conceptos enfrentados. Don Gustavo lo ilustraba con el problema de la
inmigración: «desde el punto de vista de la ética, que vengan todos aquellos
que quieran; desde el punto de vista de la moral, la inmigración
indiscriminada es socialmente insostenible».
Avance rápido a unas horas después. Volvía en coche desde Oviedo
sintonizando uno de esos programas de tarde que da consejos de salud y
conducen a las personas indecisas por el camino políticamente correcto.
Escuchaba con horror cómo las directrices oscilaban entre la moral (los
jóvenes divirtiéndose en la calle) y la ética (el problema de los
inmigrantes), ya no como si fueran una misma cosa, sino como si fueran la
idéntica cara de un elemento universal, inalcanzable e inmutable, que solo
nos afecta al separar la basura orgánica de la inorgánica.
Ahora que sé que lo correcto no existe, que uno debe tomar sus decisiones
sopesando lo que es mejor para uno y los demás, y que el resto de individuos
deben hacer lo mismo, reconozco que uno necesita confiar de la serenidad de
la no-estupidez- del resto de los humanos. Justo lo contrario que el
programa de radio.
Y la verdad, cuando uno se acostumbra, tampoco es tan difícil.
***
si les pica la curiosidad , el libro de Gustavo Bueno «qué es la ciencia»
está disponible en el proyecto Filosofía en Español, en la dirección
http://www.filosofia.org/aut/gbm/1995qc.htm
***
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 46 – La fe del pie de página
Las páginas finales de los semanales y los catálogos de las grandes
superficies nos permiten ver un mundo alternativo. Marta sabemos que se
llama marta porque aparece en el pie de la página- está estupenda congelada
en el tiempo, en la mejor foto de los tres carretes que invirtieron en la
pose, con un giro que disimula la horrible arruga que el exceso de escote
dibuja en su falta de pecho y ocultando sensualmente los dos torpes
imperdibles que cierran el tejido para ajustarlo a sus caderas. Marta
«disfruta de la brisa del mar» y está divina porque lleva traje de chaqueta
de Versace, camisa de Dior, zapatos de Dolce & Gabanna y ha sido maquillada
concienzudamente primero por una profesional del gremio y después por un
artista digital que con su lápiz óptico y su programa de imagen sintética ha
eliminado cualquier impureza que aleje la imagen de la sutil pero
consensuada idea de la perfección. Carlos, «elegante a la vez que informal
en la oficina», usa paleta Wacom de puerto USB y software photoshop de
Adobe.
Lo cierto es que puedo entender, conocido el abanico de víctimas del timo
del tocomocho, que haya gente que se crea que puede alcanzar la divinidad si
añade a su armario ese traje de chaqueta, esa blusa y esos zapatos, e
igualar cuando no superar el porte que mostraba la revista, sin necesidad de
repetir carrete, de disolver los píxeles de las arrugas o de corregir el
color de la piel en la escala cromática.
Pero, con todo, me quedé descolocado al hojear el número de febrero de 2001
de la revista inglesa The Face. Esta revista es célebre por dos líneas
principales. La primera, por el excelente trabajo que realizó en su diseño
el tipógrafo Neville Brody. Brody, basta acudir a los quioscos y consultar
portadas e interiores, reinventó prácticamente la maquetación moderna de
revista, una disciplina que no recibía un seguimiento-plagio tan masivo
desde que Milton Glaser rediseñase en un tiempo récord el magazine
Paris-Match a principios de los setenta. Y la segunda, porque ha sido
elegida durante muchos años por los periodistas jóvenes para copiar los
artículos más enrollados. Se mire por donde se mire, una obra de referencia.
Estaba hojeando, decía, ese número de la revista cuando me asaltaron unas
páginas en las que, como en el caso que arrancaba este artículo, aparecían
personas que tienen el suficiente buen aspecto como para que las paguen por
ser fotografiadas, acompañadas por un texto pequeñito que daba los secretos
para mejorar el nuestro a su imagen y semejanza: los elementos necesarios
para conseguir la divinidad de la imagen congelada. El texto indicaba, en
suma, qué llevaba puesta esa persona.
«Ana lleva Hugo Woman.»
«Eva lleva Opium de YSL.»
«Sierra lleva Fragrance de Helmut Lang.»
Ana, Eva y Sierra no mostraban ninguna prenda, y sus rostros ocupaban la
totalidad de la página, eso sí, nunca mirando a cámara. Inalcanzables. Como
en los apartados de moda de los semanales y los catálogos de las grandes
superficies, nos mostraban en una esquina el secreto para obtener el mismo
aura. Pero nada iba a disimular o a realzar nuestro aspecto porque nada
realzaba el aspecto de las modelos. Ana lleva Hugo pero es imposible darlo
por cierto. El excelente aspecto de Sierra, en un blanco y negro
inalcanzable en el mundo tridimensional, es un puro acto de fe.
Y me di cuenta de que las páginas de moda Silvia-lleva-camiseta-de-Moschino
no son sugerencias para mejorar nuestro aspecto ante los ojos de los demás.
Los demás no entran en la ecuación. Las páginas de tendencias son evangelios
para acceder al concepto universal e inmutable del glamour, que está por
encima de las personas. Y el glamour está necesariamente comentado en una
esquina, congelado en el tiempo, y retocado para ensalzar la fe de los
creyentes.
Y no sé ustedes, pero eso de que uno se ponga guapo no para los demás, sino
para uno mismo o para un concepto etéreo, que indistinto- me ha supuesto
una tremenda sorpresa. Pueden ustedes pensar que soy una persona práctica,
que no concibe las decisiones sin objetivo, o un amante del caos
no-es-necesario-que-ahora-todos-llevemos-pantalones-de-campana.
Simplemente no me creo el concepto de glamour y soy un hereje de los pies de
foto congelada y retocada, un descreído de la equivalencia de los cuerpos. Y
terminaré en el infierno de los descuidados, los constantes, los tenaces y
los prácticos.
O sea, en una gran superficie. Curiosa contradicción
***
Fecha: dom jul 15, 2001 4:58 pm
Asunto: modem 047 – La liberación mediante el álgebra
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 47 – La liberación mediante el álgebra
Dos más dos. Este titular se destacaba en buena parte de la prensa
internacional. A veces los logros científicos se pueden condensar en
expresiones muy sencillas. En realidad el titular destacaba las
implicaciones del descubrimiento, pero el experimento de laboratorio no era
otra cosa que sumar y emparejar, y comprobar que funcionaba.
La acción se desarrollaba en un laboratorio de Biología en Melbourne, en el
Monash University Institute of Reproduction and Development. Exploraba el
mundo de la fecundación humana y partía del óvulo femenino como motor
evidente del proceso. La unión del óvulo y del espermatozoide logra formar
un ser humano a partir de una suma algebraica: cada uno de ellos aporta la
mitad de los genes de la cadena de ADN. Partiendo de que el óvulo es
imprescindible, ¿es posible que la otra mitad de la información sea
suministrada por un elemento que no sea un espermatozoide? Para saberlo, se
tomó una célula, se quitaron la mitad de los genes de su cadena y se
introdujo en el óvulo. Dos más dos.
Obvío decir que el proceso no es tan simple como suena y que uno no puede ir
quitando genes con una cuchilla y un bote de cola. Pero, basta mirar la
historia de la ciencia, los experimentos más útiles y celebrados han sido
los más sencillos, bien en concepto, bien en ejecución. En la ciencia lo
esencial ha sido siempre averiguar la pregunta adecuada al diseñar el
experimento; que la respuesta sea sencilla añade belleza al conjunto. Es el
retrato ideal dibujado en dos trazos, la falta de barroquismo, la navaja de
Occam, la reticencia de la naturaleza a ser hortera.
El laboratorio consiguió fecundar el óvulo sin espermatozoides y el logro
saltó a las primeras páginas no por la sutileza de la acción sino por sus
consecuencias inmediatas: el hombre, el ser humano con cariotipo XY, no es
necesario para conservar la raza humana. Se acabó la fantasía sexual «somos
la última pareja de la tierra». Al menos, si ella es bióloga.
Entreleía el artículo con mi pobre italiano me encontraba en Venecia,
recluido en la isla de San Giorgio- buscando el mínimo apunte científico en
el texto. Buscaba si su interés periodístico guardaba una mínima relación
con el proceso de laboratorio o si se limitaba a su utilidad en la guerra de
sexos, un gancho comercial de gran arraigo en las rotativas. Si habría
valoraciones morales sobre la gestación corta-y-pega del ser humano o si,
por el contrario, su peso como contraargumento de chistes tipo «¿cómo se
llama una mujer embarazada de una niña?» lograba superar las habituales
reticencias sobre la intervención artificial en la reproducción humana. En
ambas preguntas, la solución era la opción b, y dudo que ninguno de ustedes
haya gastado ningún comodín contestándolas.
Muy bien. Los varones no son necesarios para mantener la estirpe. Vistos los
costes de los hijos hoy en día me quita un peso de encima. Pero para
aquellos a los que les escandalice la idea, a los que les asuste que el
hombre ya haya sido apartado de la única misión que tiene encomendada, tengo
un mensaje conciliador: tranquilos, porque vais a ligar lo mismo, y la que
no quiera acostarse son vosotros va a seguir sin hacerlo.
Para los no escandalizados tengo otro mensaje: espero que no hayáis
invertido en bancos de semen.
Yo optaría por el pegamento.
***
Oh, por si no lo conocen, en los chistes machistas una mujer embarazada de
una niña es un kit de limpieza con recambio. Odio que haya alguien que se
quede con la duda
***
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 48 – La música tonal
Los textos sobre música son una especialidad que encuentro fascinante. Hay
una cantidad inmensa de tinta sobre el tema y la vacuidad de los textos es
sencillamente asombrosa. Es difícil encontrar un texto musical que tenga un
contenido de mínima relevancia si lo sacas de la sección discos de la planta
baja de un gran almacén. Los textos musicales abundan y abundan en palabras
que no llevan a ninguna parte, que dibujan círculos sobre si mismas. Por
poner un ejemplo, el especial «Dance de Lux» de la revista Rock de Lux
arrancaba con un pobladísimo árbol genealógico de estilos musicales que
cubría el periodo 1986-1996 de música electrónica. En el enorme diagrama,
que ocupaba el espacio equivalente a un lp de vinilo desplegado, aparecían
relacionados 98 estilos musicales, de los que ochenta eran propiamente
estilos de música electrónica. Ochenta términos para describir música
electrónica. Los lapones tienen un número parecido de palabras para
referirse al hielo, porque hablan del hielo todo el tiempo. Saquen sus
propias conclusiones.
Con todo, los libros son mucho más sinceros que las revistas, cualquiera que
esta sea. Ya no es que se sobrevaloren discos que solo se distribuyen en
Bélgica o que se hagan críticas de conciertos que no se han llegado a
celebrar no me invento nada-. Es que además las revistas tienen una
publicidad muy «cara». Para entendernos, conozco personas que han hecho
verdaderas cabriolas para satisfacer a la distribuidora cuando el disco
comentado era un peñazo insufrible. Porque una mala crítica es perder
publicidad, y eso a pesar de que el articulista rara vez cobra. Una cosa muy
rara. Pero estoy divagando.
Los libros de música moderna generalmente tocan el origen del rocanrol, que
nace de la música negra norteamericana, particularmente de una versión
urbana del blues que se denominó rythm and blues. El escaso éxito de los
artistas negros del género frente al seguimiento arrollador de Elvis Presley
o Bill Haley se suele explicar con el simple motivo del racismo. El público
con dinero era mayoritariamente blanco, y misterio resuelto.
A mi me da por considerar estas soluciones como simplonas, primero porque la
música dicen- está más allá de los colores de piel, y segundo porque por la
radio es complicado distinguir la raza del intérprete. Además he crecido
leyendo una cantidad ingente de tebeos, que no suelen incluir fotografías ni
biografías profundas de los autores, con lo que uno puede admirar la obra de
una persona sin conocer su sexo, su color, sus preferencias sexuales o su
perímetro craneal. Así que he intentado aplicar aquella situación a nuestros
días para dilucidar si es una excusa barata o un proceso recurrente. Y oh
sorpresa.
Supongo que todos han oído alguna canción de Estopa. Son dos hermanos de
Cornellá, un núcleo resistente de casticismo frente a la burguesía clasista
que se impone en Barcelona. En España la rumba canalla no ha sido una
expresión musical con lustre. Los Chichos, los Chunguitos, los Calis y otros
grupos que no comenzaban necesariamente con la letra c coincidieron en el
tiempo con un periodo de inseguridad ciudadana que, con la saga del
vaquilla, del «pinchazo o pellizco» y las bandas compuestas de primos
carnales, tuvo un referente de importancia en la raza calé. La rumba canalla
hablaba normalmente de la droga y de la cárcel, siempre con un trasfondo de
mi novia-mi familia que hacía la historia trágica, en la tradición de la
copla española. La población paya la no gitana- veía desde la barrera el
espíritu gitano de la familia y del enfrentamiento albaceteño. La rumba
canalla desaparecía de los stands de las gasolineras, pero era muy poco
vendida en la planta joven del corte inglés.
Y curiosamente con los Estopa se ha recorrido el camino inverso. Mi primera
noticia del dúo me vino de labios de Sergio Algora, cantante de «Muy poca
gente» y de los extintos «El niño gusano». Algora tiene un gran olfato para
las cosas extrañas y un gusto excelso para el grueso de las expresiones
artísticas, y apareció un día diciendo que en un estudio de grabación de
Madrid había coincidido con unos chavales que tenían una canción que decía
«se me ha aparecido en sueños el de enmedio de los chichos». Dicho ahora
parece de perogrullo, pero en su momento nos pusimos manos a la obra y
conseguimos, por otros canales, un CD de promoción estampado pero sin
carátula- al que nos enganchamos de inmediato.
Hago un fast forward y avanzo dieciocho meses. Me encuentro en la sección
lácteos de una gran superficie cuando por el hilo musical suena el grupo en
cuestión, con dos características muy reveladoras. La primera, que la
canción que suena es una maqueta. Yo en mi vida había escuchado una maqueta
en un gran almacén. La segunda es que las canciones que sonaron fueron «El
de en medio de los chichos» y pásmense- «follarte». De manera que tenía ante
mis ojos a las muy respetables amas de casa con sus niños entre siete y
trece años mientras los altavoces coreaban «quiero follarte/metértela hasta
la frente/hasta que te chirríen los dientes(…)/que yo ya estoy latente/y tú
eres mi lactante». Para nuestra tesis la importante es la primera, pues la
versión maqueta de «el de en medio de los Chichos», lejos de la versión
normalizada que se ha impreso en el CD comercial, toca los temas duros del
canallismo radical: «Me ha dicho que en la otra vida/ las está pasando
canutas/ porque no encuentra heroína/ Me ha dicho que está muy solo/ con el
mono to”s los días(…)/ Me ha pedido dos favores/ una rumba pa” cantarla/ y
un caballo de colores/ me ha dicho que me lo chute/ pa quitarle los
dolores».
Así que de golpe y porrazo ahora es lícito hablar de meterse caballo de
colores, eso sí-entre la sección de salsas y la de congelados. Se suavizan
las letras para que la gente las haga suyas porque igual las originales son
muy duras, y en cuanto te das la vuelta el personal se dedica a buscar las
canciones comprometidas que nos cuentan historias de la peña dándole a la
jeringa y circulando por las comisarías.
Es de suponer que uno de los ingredientes básicos para conseguirlo -¡una
maqueta en una gran superficie!- ha sido esa segregación étnica, intratable
ahora -porque a ver quién le dice a los seguidores mayoritarios de los
estopa que son racistas-, pero que ya se verá si aparece en tinta dentro de
unos años.
En el interín, me pregunto quién será el que aproveche el estilo de Camela,
esa mezcla espuria de la rumba canalla con el tecno de los ochenta, que es
ninguneado a fecha de hoy de la misma manera en que lo fueron los chichos en
su época. No sé qué nombre tendrá el que recoja su estilo y llene pabellones
de deportes en los conciertos.
Pero algo me hace intuir que será payo.
Igual tienen razón los que dicen que Elvis sigue vivo.
***
Fecha: mar jul 31, 2001 11:01 am
Asunto: modem 049 – Todo al 50%
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 49 – Todo al 50%
En el libro «Humo y espejos» de Neil Gaiman hay un relato titulado «se lo
podemos hacer al por mayor» que narra la historia de un señor que quiere
contratar a un asesino para matar a un ser cercano. El precio es elevado,
pero, ahora que ha contactado directamente con la empresa sin
intermediarios, le dicen que existen ofertas. Si usted encarga más muertes,
nosotros bajamos el precio por cadáver. Exactamente igual que con los bollos
o con los adhesivos, es mucho más barato asesinar al por mayor. Matar a la
mitad del mundo, una vez calculada la progresión de rebaja de precio, venía
a costar unas veinte pesetas por persona. Matar a todo el mundo era
prácticamente gratis. Usted y yo incluidos.
Al escribir estas líneas, me encuentro en la sección «asientos para novios
abandonados» de una tienda de ropa femenina. Mi acompañante muda de piel
contra el reloj tras un telón corredizo y todos los objetos que me rodean
prendas, bolsos, zapatos y complementos- tienen una etiqueta que los
distingue como rebajados. Un cartel al otro lado de la tienda resume la
situación: «todo al 50%». La palabra “todo” me inquieta un poco.
Desde mi asiento veo en un bucle sin fin cómo mano tras mano un vestido es
descolgado, agitado, colocado sobre un torso nuevo, acercado al espejo de
siempre, girado a ambos lados y devuelto a su lugar de origen, cada momento
igual al siguiente igual al siguiente, me ha venido a la cabeza el relato de
Gaiman, que trata de cómo la rebaja es más importante que el objeto. Una
cosa es el producto, léase la amalgama de moléculas que nos vamos a llevar a
casa, y otra es el mecanismo según el cual hay que comprarlo ahora-o-nunca,
que se compone, en la escena sin fin que contemplo, de una resta entre la
cantidad que antes era necesaria para adjudicarlo y el importe, más
reducido, que se requiere ahora para que uno pueda llevárselo sin que ello
pueda ser judicialmente estipulado como robo.
En el relato de Gaiman el beneficio que se saca con la rebaja está por
encima del valor del producto la vida humana o la eliminación de ésta-. La
rebaja es un valor en si misma, una propiedad del objeto como pueda serlo
su grosor o el remate de las costuras. Y es una propiedad capaz de convertir
un objeto a priori innecesario en un candidato de primera ronda para la
bolsa de vuelta.
Valorar el objeto con el mayor descuento es repetir el curioso cálculo que
hacen las empresas que fabrican combustible. Empresas con cincuenta billones
de beneficio que, cuando al año siguiente consiguen un beneficio de cuarenta
y nueve billones, dicen que han tenido un billón de pérdidas. Cuando es
evidente que no pierden nada y de hecho están lejos de tener visos de perder
una minucia. Igual que la pérdida la venden como una disminución de
beneficios no imprescindibles para la buena marcha de la empresa, que es
supuestamente sostenible con beneficio cero, incluidos los salarios-, otros
valoran el beneficio como una disminución de los gastos, cuando esos gastos
no eran siquiera necesarios en un principio.
Me preguntaba cuántas de las personas que tiran de las perchas hubiesen
comprado esos zapatos en caso de que todos lo otros estuviesen rotos, y
cuántas esa camisa en caso de que todo el armario hubiese sido pasto de las
llamas. Y mientras me lo preguntaba, mi acompañante apareció de detrás del
telón y se puso a comprobarse delante del espejo, que se encontraba
sutilmente inclinado para que las clientas se vean más altas y más esbeltas.
La prenda, por unanimidad, estaba muy bien para ese precio.
Y diciendo eso, que estaba bien para su precio, me encontré de sopetón en el
lugar del relato de Gaiman, en el que unos parámetros de fabricante de
combustible lograba la muerte del mundo entero. Y sentí una confusión muy
profunda, un problema moral que parecía muy profundo, que olvidé dos minutos
más tarde, con una falda de cuadros y un pantalón de lycra.
Y luego me compré una camisa. Muy bien de precio.
***
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 50 – Así en la tierra como en el cielo
Supongan que conocen ustedes a una viejecita que les cuenta que cada día le
roba una persona distinta. Supongan que se han filmado todos los atracos en
una cámara de vigilancia y que, tras ver unos cuantos de ellos, se hace
evidente que el atracador ha sido el mismo todo el tiempo, y que lo único
que hacía era cambiar el modelo de su chaqueta. Los parámetros de la
viejecita las cazadoras- le llevaban a tener una idea equivocada de lo que
estaba ocurriendo, porque en ese caso había que fijarse en otros elementos
como podrían ser la cara del atracador, su complexión física, o el hecho de
que tenía una pierna ortopédica.
El ejemplo que les he puesto les puede parecer descabellado cómo no notar
que todos tienen una pierna ortopédica-, pero sucede en todas partes. Sucede
en las rotativas de los periódicos y en los almuerzos y en las instalaciones
eléctricas. Los ordenadores son un ejemplo muy visual. Todos conocemos a
alguien que nos ha pedido ayuda porque su ordenador no funciona
correctamente, o para entendernos, que tiene un problema «que nunca había
ocurrido antes», cuando en realidad es el de antes quién sabe si el de
siempre- que aparece en pantalla con una ventana diferente. Igual que en los
ordenadores hay que ir un poco más allá de la pantalla que avisa del error,
también en los periódicos hay que mirar más allá de la tinta y en los
anuncios bancarios más allá del asterisco que está sospechosamente colocado
junto al interés que prometen. Es importante el separar los problemas del
aspecto que presentan, porque en caso contrario crees que siempre te están
fastidiando cosas nuevas y sorprendentes. Y el mundo y nuestros congéneres
no son tan imaginativos.
En suma, y por ponerlo de una forma gráfica, estamos rodeados de simetrías y
de modelos a escala. Los amigos de la brujería tienen una directriz que
respetan mucho: «así en la tierra como en el cielo», o lo que es lo
mismo “así en lo grande como en lo pequeño». Lo que reflejan con ello, lo que
quieren mantener en sus mentes durante sus conjuros, es que los procesos se
repiten a todas las escalas. Los mismos mecanismos resuenan en lo grande y
en lo pequeño. Del mismo modo que los cuchillos de mesa son redondos porque
Richelieu no soportaba ver a los comensales hurgarse los dientes con los
cubiertos, una libreta de cuadros puede reflejar las relaciones diplomáticas
entre Birmania y Finlandia.
Y me ha dado cuenta de que esta columna que tienen ustedes entre manos va
tornándose más y más en un esfuerzo por identificar esas relaciones de
escala, y de encajar piezas grandes a partir de colocar piezas pequeñas. Una
especie de improvisación jazzística sobre las bases rítmicas que ofrecen los
periódicos, las calles asfaltadas y el mundo que usted y yo diferentes pero
tan iguales- frecuentamos cuando bajamos a comprar el pan.
De modo que cabría pensar que esta columna íntegramente pueda ser un conjuro
mágico que se ejecuta en este teclado y en sus ojos, que habla de lo grande
incidiendo en lo pequeño y que quizá actúa en lo grande moviendo lo pequeño.
En la brujería nueva no se necesitan pociones ni piedras candentes, sino que
se puede realizar con teléfonos móviles y ordenadores portátiles.
Y cabe plantearse de qué es eco cada tecla que estoy presionando, la
elección de los verbos y los sustantivos. Qué es lo que está moviendo todo
esto.
No creo en los planes divinos, pero sí en las consecuencias y, por guardar
la metáfora, en las resonancias. Uno no es origen de nada ni final de nada;
todos llegamos en mitad de la película.
Una película igual a si misma, recurrente a todas las escalas.
***
NUMEROS REDONDOS Y VACACIONES
Ya les conté que en los números redondos procuraría hacer vuelapluma y
hablar de cosas veredes, cuando no de la propia columna.
Modem se cierra por vacaciones y volverá en septiembre.
Les espero entonces con la congelación del mal. Y otras historias.
***
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Mensaje 59 de 92 | Anterior | Siguiente [ Subir nivel ] Indice de mensajes Mensaje no.
De: Raúl Minchinela
Fecha: lun oct 1, 2001 1:32 pm
Asunto: disculpas sobre el retraso
Hola!
A poco que hayan visto la televisión o los periódicos, ya habrán visto
ustedes de que el verano ha sido fructuoso y que la pausa ha sido abundante
en noticias.
De modo que el retraso del modem no se ha debido a la falta de temas, sino a
la simple y pura pereza.
Me ha sorprendido ver que a mi buzón no llegó el modem 49 y sí el modem 50.
Supongo que no he sido el único, de modo que reenvío los modems 49 y 50.
Supongo que la molestia de tirarlos a la papelera será mínima. Gracias por
su comprensión.
Evidentemente les incluyo el modem 51, el primero de la nueva etapa, sobre
un tema que seguro ya se esperaban.
El atentado de nueva york del 11 de septiembre es un tema del que
probablemente ya estén ustedes hartos, pero me he sentido en la obligación
de dar mi visión sobre el tema. Dicha opinión la he desglosado en tres
artículos que, para no alargar el tema innecesariamente durante tres
semanas, les voy a remitir en los días siguientes.
Así que dentro de dos días tendrán el segundo artículo, dentro de cuatro el
tercero y regresaremos después a la cadencia habitual, que quiere ser
semanal pero nunca lo consigue del todo.
Muchas gracias por continuar al otro lado.
***
Fecha: lun oct 1, 2001 1:39 pm
Asunto: modem 051 – NY901 1: La comunión en lo inconveniente
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 51 – La comunión en lo inconveniente
Conectamos en directo.
Recuerdo una página web, ya desaparecida, diseñada por mi admirado Dave
McKean que lucía un eslogan optimista: «la revolución será digitalizada». La
frase que servía de arranque de artemisia.com aparecía como respuesta de los
teóricos de la comunicación de masas, que condensaban en la máxima «la
revolución será televisada» su visión del futuro cercano.
El uso de la televisión como desencadenante de un replanteamiento mundial de
las estructuras sociales había sido, a estas alturas, completamente
descartado. Los grandes intereses económicos se habían asegurado de que los
medios de comunicación gratuita e instantánea las radios, las
televisiones,…- existieran en un número limitado y gestionado por los
legisladores. De este modo, en caso de aparecer una emisora descontrolada,
podría ser inmediatamente desmantelada por ilegal. Las cadenas
contestatarias que, aun con todo, lograban introducirse en los medios de
forma legal a base de insistencia no les iban a dejar entrar a la primera y
de bonitas- eran sistemáticamente compradas. La inversión es fuerte, pero
las emisoras, subráyese esto, son escasas. Y en el improbabilísimo caso de
que sea incómoda, legal e incomprable, siempre se pueden ajustar las leyes
para declararla ilegal. Está todo controlado. Y la verdad es que tampoco nos
importa.
El uso de internet nos ha revelado mucho de la posición del receptor. Ahora
que el usuario tiene acceso a todo tipo de información, insiste en recurrir
a la televisión. El vinculo de unión, la comunión, y sobre todo el
conocimiento y dominio de las ideas oficiales que no enfaden a nuestros
convecinos convierten las ondas catódicas en el alimento básico de la
sociedad contemporánea. Las informaciones tangenciales, las no comunales,
son muy poco bienvenidas. El vehículo básico de integración social es el
mínimo común múltiplo. Tanto mejor cuanto menor.
Esta estructura condujo a situaciones límite, como el caso del
norteamericano Theodore «Unabomber» Kaczynski, que cometió un atentado y
segó un buen número de vidas para conseguir que su manifiesto «la sociedad
industrial y su futuro» fuera retransmitido. La cuestión es que la asesina
campaña de marketing, innecesaria sin la actual estructura de medios,
alcanzó los objetivos que perseguía. El caso de Unabomber reveló que la
única forma de penetrar en la red de la comunicación global con un mensaje
alejado del pensamiento único algo que ni siquiera el dinero te permite-
era por medio del desastre. Porque el público general, de otro modo, no
despierta el más mínimo interés.
El segundo aspecto a tener en cuenta es el ámbito de actuación. Es diferente
si nuestro objetivo tiene un nivel local, regional, nacional o
internacional. En este segundo aspecto ha sido crucial la desaparición del
periodismo de investigación como actividad diaria. Durante los últimos años,
la gran mayoría de las noticias internacionales se han emitido conservando
las imágenes y el montaje de la agencia norteamericana contratada. Y en
muchas ocasiones, el comentario era una cómoda traducción del comentarista
norteamericano original. Esta situación lleva a una dependencia tremenda con
respecto a las agencias de noticias y a los canales de gran distribución. El
caso que se dio en la norteamérica de los ochenta, cuando una huelga de
prensa tenía como consecuencia que los periodistas televisivos no sabían qué
noticias eran de mayor importancia que otras, se produce hoy en sentido
contrario. La televisión informativa está por encima de la prensa, y el
periodismo impreso generalmente de mayor incisión- se ve forzado a seguir
el tirón de las televisiones a petición de la clientela. De lo que vemos en
pantalla es de lo que queremos informarnos. El resto, no nos puede importar
menos.
Puestos estos parámetros, las acciones del 11 de septiembre de 2001, cuya
motivación real aún no ha sido revelada y que ha llevado a lecturas
contradictorias, confusas, apresuradas y a menudo descabelladas, son un
sanguinolento pero lustroso ejemplo de las consecuencias que conlleva la
desigualdad de la distribución, pero por otra parte ha sido la confirmación
de los teóricos mediáticos. Ha habido una emisión que, en contra de la
voluntad de los poderes fácticos que en cuanto salieron de la sorpresa han
puesto gran impulso en minimizar el mensaje ajeno y promulgar el propio- ha
obligado a la comunidad internacional a replantearse los sistemas
socioeconómicos. No digo que cuando se calmen las aguas la situación no vaya
a volver al cómodo y provechoso punto inicial. Pero si que pienso que el
momento actual ha logrado un cierto cambio de pensamiento, un convencimiento
de que la inestabilidad en un rincón del globo puede traer consecuencias
funestas en el otro. Una mayor conciencia de acciones sobre las que
generalmente preferimos mirar a otro lado.
La revolución ha sido televisada. Y, no podía ser de otra forma, en directo.
Miles de millones de telespectadores han recibido un estímulo simultáneo que
camina en sentido contrario de las directrices definidas hasta ahora. En
contra de nuestra voluntad, todos relacionados, todos interconectados.
Conectados en directo.
***
Fecha: mié oct 3, 2001 3:12 pm
Asunto: modem 052 – NY901 2: El suicidio desde el estado del bienestar
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 52 – El suicidio desde el estado del bienestar
De toda la tinta que ha corrido a partir del atentado de nueva york,
probablemente lo que más me ha sorprendido ha sido el afloramiento de la
ingenuidad moderna y la caída de la ingenuidad pasada. Sé que la frase no es
muy reveladora, así que permítanme que les explique.
Me han llegado vía e-mail una cantidad considerable de mensajes acerca de
los eventos de Nueva York, lo que me ha venido muy bien porque los analistas
que tenía más interés en leer (Noam Chomsky, Gustavo Bueno,…) no los he
encontrado en los periódicos y sí en mi buzón. Entre el marasmo de mensajes
había unos cuantos que insistían en dar por falsas las informaciones que
ofrecían los medios. Uno de los más sorprendentes decía que era imposible
que los supuestos autores del atentado, alumnos de aviación procedentes de
países islámicos, fueran islamistas radicales, porque varios testimonios
daban fe de que se les había visto tomando el sol y bebiendo cantidades
considerables de vodka. Cómo puede un creyente al pie de la letra violar de
tal manera las directrices de su fe.
Este razonamiento ha aparecido de muy diversas formas hasta completar un
espectro cuyo extremo final es el artículo del escritor y guionista Grant
Morrison. Morrison cerraba su artículo sobre el tema que, dicho sea de
paso, lanzaba un par de propuestas muy interesantes- con lo que llamaba la
aproximación Playboy para eliminar al enemigo. La propuesta consistía en,
una vez atrapado el principal sospechoso radical islámico, encerrarlo no en
una prisión convencional sino en la mansión Playboy, y permitirle lanzar
comunicados a su pueblo, eso sí, rodeado de bellezas en bikini sirviéndole
apetitosos cocktails. La visión de la imagen del líder sometido a los
grandes placeres del consumismo y de la carne debería, en su opinión, ser
suficiente para que el movimiento radical perdiese toda fe en el que era su
guía espiritual hacia la batalla.
La base que respira todo ello es una sólida fe en el islamismo radical,
concebido como el convencimiento absoluto de un individuo irreductible.
Porque desde el lado del estado del bienestar no se concibe el suicidio, y
mucho menos como vehículo de una idea. Las inmolaciones del Nepal y el
«morir matando» de la yihad sigue necesitando, desde el punto de vista de
las personas que comen tres veces al día, una concienciación completa,
cuando no un lavado de cerebro. El hecho de que los pilotos lleven a cabo su
misión tras disfrutar de los trajes de baño y del alcohol se nos hace
incomprensible. Nosotros somos débiles, pero confiamos en la fortaleza
absoluta del ser humano como ideal.
Los aspectos difíciles de creer se establecen en dos: el primero, cómo puede
romper las imposiciones de su religión en la que cree de forma
inquebrantable, y el segundo, cómo después de romperlos puede retornar al
estado inicial.
El primer aspecto atiende a una de las directrices de la guerra santa: irás
al cielo. O lo que es lo mismo, serán perdonados todos tus pecados. Cuando
tienes el convencimiento de que todas tus acciones prohibidas van a ser
perdonadas, es el momento de transgredir todas las normas. Lo normal es que
cuando tenemos carta blanca nos ocupemos de llevar a cabo todo aquello que
hemos anhelado o todo lo que nos han prohibido. Recuerden las historias
acerca de barcos que se hunden y personas que confiesan cosas que siempre
habían querido decir o se abandonan a práctica sexuales sabedores de que la
muerte les libra de las consecuencias. La promesa de salvación que da la
muerte santa equivale a esa carta blanca. Es la propia fe la que emite el
perdón. El pecado santo se limpia con la muerte santa. No se viola la
religión cuando acepta una bula.
La segunda parte corresponde a las circunstancias en las que se ha formado
la persona. Puedes disfrutar de los lujos, pero, si te has formado en un
ambiente de miseria, el resquemor suena por detrás. Cuando se vive en un
ambiente en las que la muerte está tan presente que se tiene el
convencimiento de que uno va a morir, se busca que la propia muerte al menos
sea útil. Y por muchos vodkas que tomes y muchos bikinis que frecuentes, la
parte de atrás de la cabeza no puede olvidar cómo son las cosas en el lugar
donde peor lo pasa la gente. Art Spiegelman, en su monumental obra Maus,
cuenta como su padre, un superviviente del holocausto que vivía en la
norteamérica del consumismo, guardaba una infinidad de tics de los tiempos
duros. Si hubiera tenido una manera de librar a su gente del holocausto
habría hecho cualquier cosa. Incluso subirse a un avión y estamparlo contra
un rascacielos.
De este modo, la primera parte atiende al individuo, al disfrute personal, y
la segunda a su responsabilidad con los que le rodean, incrementadas por la
situación límite en la que éstas se producen. Desde el punto de vista
occidental, sólo entendemos la primera, lo cual no es de extrañar.
El otro aspecto al que me refería al principio, la caída de la ingenuidad
pasada, se refiere a la reacción en estados unidos. Todos los cabezas de
familia que hace nada reconstruían el concierto de Woodstock y que en su
época se autoproclamaron como la generación del amor, han enfebrecido
enarbolando banderas y reclamando guerra, odio y muerte por el resto del
planeta, no vaya a ser que caiga algún muerto en su país que no sea
disparado por las millones de armas que tienen en manos de cualquiera.
La generación de la paz y el amor, con sus gritos, y los pilotos suicidas,
con sus pecados de hoja caduca, demuestran que somos todos iguales:
egoístas, revanchistas, y apocados hasta que conocemos el dolor en primera
persona.
Y si alguien de verdad cree que el mejor camino es una guerra, que lea Maus
y se vea dentro de cuarenta años. Si sobrevive.
***
Fecha: vie oct 5, 2001 12:30 pm
Asunto: modem 052 – NY901 3: Cómo atacar la fe de los incrédulos
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 53 – Cómo atacar la fe de los incrédulos
¿Y si no hubiesen atacado el pentágono?
No sé si coinciden conmigo, pero estoy convencido de que si en el atentado
del 21 de septiembre sólo hubiesen atacado las torres, a estas alturas no
nos hubiésemos enterado de nada. El Centro Mundial del Comercio, a base de
sobresalir en el perfil de la ciudad y de aparecer colgado en las paredes de
los que miran la gran manzana como el ideal insuperable olvidando los
atascos y los guettos, nos había proyectado una imagen que superaba su
realidad. Igual que el árbol no nos deja ver el bosque, la cuatricromía y
los atardeceres nos impedían ver la realidad de esas moles prismáticas, su
función y su objetivo. Tanto es así que El Mundo publicaba un artículo de
Javier Echeverría que decía que los terroristas en el fondo eran
norteamericanos, porque atacaban los símbolos que ese país había logrado
venderles.
Mentes menos lúcidas, partiendo de una idea no muy lejana a la anterior,
publicaron despropósitos extremos, como decir que la caída de las torres
vendría a equivaler (suenan carcajadas de telecomedia) al derribo de la
Torre Eiffel de París o del Big Ben de Londres. Es lo que pasa con los
elementos que son más reales que lo real, los que transmiten una imagen
global controlada y diferente de lo que realmente son. Lo tangible es menos
seductor que el símbolo, y la realidad se convierte en opaca.
De modo que fue el ataque al pentágono una instalación que transmite
exactamente lo que siente- la que reveló, por extensión, la importancia de
las torres.
El papel de las torres se mostró al día siguiente, cuando por fin los
analistas se preocupaban de la preocupación inmediata, más próxima que los
cadáveres y que la nube de amianto. El ataque, acompáñenme aquí, golpeó en
el núcleo mismo de los atacantes.
Pongámonos en lugar de los presuntos agresores, es decir, en la posición de
un fanático religioso. Nuestro hombre tiene construida su vida alrededor de
su religión: rige sus relaciones sociales, las épocas en las que no puede
comer, e incluso obedece sus indicaciones en lo referente a la evacuaciones
corporales. Su religión está constantemente presente, de manera que lo que
nuestro hombre percibe como mayor agresión son las ofensas hacia su
creencia. Que son los ataques contra su vida.
En la «internacional religiosa» (ustedes ya me entienden), las agresiones
más potentes no han sido ataques sobre los pilares de la fe, un tema que a
los creyentes por científicos que sean les deja bastante indiferente, sino
sobre los lugares religiosos. Para entendernos, no hay ataque que un
religioso entienda mejor que el asalto y derribo de una iglesia, tanto más
si es una catedral. Ahora bien, dado el descrédito de la Iglesia católica en
todas sus ramas, coincidirán conmigo en decir que a efectos de consternación
mundial, da igual derrumbar el Vaticano que la Catedral de Canterbury que la
Basílica del Pilar. El mundo occidental cubre esos tramos con la pátina de
la cultura: todo iba a quedar detrás de la «perdida cultural» y de los
«destrozos analfabetos». Es decir, la misma consternación social que
produciría prenderle fuego a Las Meninas. Un grado de acongojo completamente
nulo.
La pregunta es, pues, qué templo puede considerar el mundo occidental como
un ataque personal. Qué religión es la que comparten todos, qué fe es la que
se toman radicalmente en serio.
Suena una caja registradora. Caen las torres y las bolsas de todo el mundo,
huérfanas de Wall Street, se pierden en la confusión. Cambio de plano.
Las máquinas de refrescos, de bocadillos, de café, de chocolatinas, sólo
creen en ciertos tipos de moneda. Pueden tener ustedes un billete de mayor
valor, pero la máquina no les servirá absolutamente nada. Yo he estado
encerrado en lugares donde todo el suministro alimenticio pasaba por
máquinas de vending y me he dado cuenta de que, en esas condiciones, no hay
nadie más pobre que un tipo con un montón de billetes grandes. Y estaría por
ver si, antes de morir de inanición, uno se comería los billetes del mismo
modo que los sobrinitos de Donald quemaban los diamantes para calentarse en
las historietas de Don Miki.
Esta situación es extrapolable a muchos niveles. Hay monedas que, por
inconveniencias del gobierno que las auspicia, dejan de ser aceptadas por
los bancos extranjeros. De pronto los papeles o las tarjetas de plástico que
te proveían de pan, carne y sal se convierten, por magia a la inversa, en
papeles o en tarjetas de plástico. El dinero, amigos míos, es una cuestión
de fe. Y el día que los panaderos, los horticultores, los ganaderos y los
pescadores dejen de creer en él volveremos a velocidad luz a los tiempos del
trueque. Dos hogazas a cambio de una gallina. «Yo ordeno archivos por orden
alfabético y números de serie»; «pues se muere usted de hambre, amigo mío;
¡siguiente!» «Yo soy broker de bolsa» «¡Siguiente!».
Pero, eso sí amigos, el mundo occidental cree devotamente en el dinero. Y el
acto terrorista estuvo milimétricamente medido para producir una crisis de
fe porque no sólo se derribó la parte ostentosa del núcleo de la economía
mundial, sino que, por si fuera poco, las tarjetas de crédito, el mayor
símbolo del poder absoluto de la sección económica, dejó de funcionar en la
ciudad del dinero: el sueño de los situacionistas europeos en sangrienta y
catódica realidad.
Yo pienso que el dinero es a fecha de hoy una religión real, con un elemento
etéreo en el que se cree y que realiza milagros constantes -una cena opípara
y profesionales del masaje sólo enseñando nuestro distintivo de plástico- y
que, por definición, ha permitido sacralizar a aquellos que han ascendido
más en los escalafones económicos pese a sus ataques a la moral del
colectivo. Los radicales islámicos abandonan a sus familias y dedican su
vida completa a su religión, cierto. Pero la corriente actual que nos hace
elegir la carrera universitaria, el puesto de trabajo y el sacrificio de las
amistades en virtud de unos mejores ingresos o una posición social inflada
no deja de ser un radicalismo económico.
Coincidirán entonces conmigo: lo que cayó con las torres gemelas fue el
templo del dinero.
Puede ser que en el futuro, trasparentando la importancia del Centro Mundial
del Comercio que esa era la función de las torres- como templo económico,
se considere únicamente las muertes que acontecieron en ella. Eso estaría
muy bien para aprender a escalar las cosas, porque de este modo podríamos
empezar a medir los abusos, contando como referencia los cinco mil muertos
de las torres. Contaríamos los bombardeos de Laos como el equivalente de 40
atentados de Nueva York, veríamos Guatemala y Nicaragua como un desastre de
valor 32 en la escala Nueva York, por poner dos sangrientos ejemplos.
A lo mejor de esta manera los que se echan las manos a la cabeza por lo
visible, lo televisible, lo real y lo hiperreal de las muertes de la torres,
empezarían a aprender cuándo pedir justicia con el argumento de la sangre.
Y no elegir sólo aquella que mancha los billetes.
O veremos sólo los caídos fieles a nuestra religión verde.
***
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 54 – La inocencia de las torres nucleares
Desde hace mucho tiempo me he sentido atraído por las máscaras de gas.
Cabría pensar que se debe a motivos estéticos, pero siempre lo he intentado
enfocar desde un punto de vista que, lejos del subjetivo
cuanto-me-gustan-las-naranjas, se pudiera aplicar con una cierta coherencia
al plano general. Y viendo los telediarios a fecha de hoy, da la impresión
de que uno no iba muy descaminado.
Los responsables de la información emiten mientras escribo estas líneas una
insistente preocupación por la guerra bacteriológica. La palabra más citada
es «Anthrax»: una palabra que hay ya quien ha españolizado poniendo una
tilde al principio y borrando la hache, a pesar de que lleva tiempo
bautizada en nuestro idioma como carbunco. Antrax tiene, desde luego, nombre
de villano de Superman, lo que lo hace mucho más comercial cuando los
informativos pelean por enganchar a la audiencia. Pero se filtra en paralelo
la recia costumbre española que reflejaba un anuncio de principios del siglo
XX que anunciaba el farmacéutico Rhodine, ideal para la «epidemia reinante»,
que llamaban «Grippe» y sobre la que inmediatamente añadían entre
paréntesis: «Mal de moda». El equilibrio nacional entre el humor negro y el
gusto por las desgracias no termina cuando ponemos a nuestras hijas nombres
como Dolores o Angustias.
En el canal que tengo sintonizado aparecen máscaras de gas al por mayor: en
almacenes donde las existencias se agotan, en funcionarios que examinan
cartas empolvadas con harina y en demostraciones de seguridad para oficinas
de alto copete. Yo que durante años estuve indagando y guardando fotos de
«vida normal con máscaras», que incluía modelos en bikini posando con su
antigás o reuniones de empresa en la que la mesa enmascarada posaba para
cámara, veo ahora una sobrecarga de imágenes, menos sonrientes y coloristas,
pero con el icono omnipresente. Y aunque se deba al «mal de moda», creo que
es un justo reflejo de lo que vivimos a fecha de hoy. Es una marca de
nuestro tiempo, un zeitgeist elástico y con filtro que, como las superficies
pulidas, refleja inocentemente lo que tiene delante.
Las máscaras de gas son fascinantes porque son totalmente inofensivas. Es
difícil hacer verdadero daño utilizando una. Toda la fuerza de la máscara de
gas existe cuando la miras: la aparición de la máscara de gas indica que hay
algo invisible que puede atacarte, pero es una asociación que realizas
individualmente. Es tu propio pánico hacia lo que crees que está el que te
pone nervioso. Pero el que haya máscaras de gas no implica que haya gases
nocivos: en la habitación donde escribo hay dos máscaras de gas colgadas en
la pared. También hay una carta de ajuste de doce metros cuadrados. No me
invento nada.
Hacia las máscaras de gas se ha desarrollado un proceso muy similar a la
percepción de las torres de refrigeración de las torres nucleares, esos
colosales cilindros de ladrillo ajustados por la cintura. La terrible
columna que sale de las torres nucleares de refrigeración es puro e inocuo
vapor de agua, pero es el único indicio de la actividad y del peligro que se
esconde en las instalaciones. Tomamos por culpable a lo que se mueve, a lo
que se ve, a lo que tenemos delante de nuestras narices, aunque sea
precisamente el único que va en nuestro beneficio.
El miedo a lo invisible es en realidad lo que se ha disparado a partir del
terrorismo y de la antiglobalización: la conciencia de que el enemigo está
en el interior, rodeándonos, comprando el pan junto a nosotros,
completamente invisible. Ahora que el mundo occidental está de acuerdo en
que el capitalismo funciona a pleno rendimiento y que no es plan ir
invadiéndonos los unos a los otros, la necesidad de tener enemigos los ha
generado en el lado opuesto al habitual. Hasta ahora el adversario siempre
estaba en el grupo opuesto: los del país de al lado, los de la raza
diferente, los de la fe distinta. Ahora el enemigo está aquí, invisible e
indetectable, y sólo se le conoce por indicios que poco o nada tienen que
ver con él. Y en esas es cuando, por pánico personal, nos da por matar al
mensajero.
La máscara de gas produce el salto que diferencia los animales cucos de los
hostiles. Un león o un elefante son animales mucho más peligrosos que un
centollo, pero nos sentimos mucho más próximos, no tanto porque tengan el
iris de los ojos rodeado de blanco como porque tienen el esqueleto por
dentro. El exoesqueleto una palabra que he aprendido en los viejos tebeos
de los Vengadores- es una barrera difícilmente franqueable para el cariño
humano. Se ven peceras en las casas, pero difícilmente se ven bañeras
domésticas con cangrejos. Hay personas que repugnan de la matancía del cerdo
y que salivan deseosos cuando se les prepara una langosta a la sal y
pimienta.
La afloración del esqueleto a la superficie, la colocación de la máscara de
gas, convierte al humano en un ser lejano no se proyecta cariño- del que
nos sentimos en polos opuestos. El humano con máscara de gas, mucho más que
la armadura medieval, se convierte en la viva imagen de lo que quiere
ocultar, pero también en la viva imagen de lo que realiza día a día.
Con la inocente máscara de gas desplazamos al enemigo lejos de nosotros,
pero está en realidad en nosotros mismos. Y realizamos los que más nos
gusta: Colocar la proyección del mal donde no está. Colocar la imagen del
enemigo donde no se encuentra. Tanto en el espacio como en el tiempo.
Congelando el mal donde nos afecte a todos pero no lo sintamos como parte de
nosotros
***
En próximos modems procuraré desarrollar mi teoría de la congelación del
mal, porque es un modelo que he encontrado muy útil para explicarme la
estructura social que se refleja en la vida española y en el establishment
norteamericano, por poner dos ejemplos con los que somos familiares.
Permanezcan en sintonía.
***
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 55 – El mal y la no pertenencia
¿Es usted miembro?
Supongamos que ustedes son miembros de un club privado, que es un grupo de
gente que elige a sus compañeros según unos ciertos requisitos. Cuando
ustedes se acercan a la puerta del club, les atiende un señor en la puerta
que les pide un distintivo que les identifique como miembro. Ahora bien,
ustedes se acercan al club de la siguiente manzana y el señor de la puerta
les pide, para acceder al local, que demuestren que no pertenecen al primer
club. No sé ustedes, pero yo veo con cierta complicación el demostrar que no
pertenezco a un grupo. No basta con la carencia de distintivos: uno tiene
forzosamente que adoptar los distintivos de aquellos que no lo son. Y no
estamos hablando precisamente de carnés.
Para intentar aclarar el tema desde el principio, he decidido recurrir a las
matemáticas, que como decía el maestro Perich, son unas ciencias exactas en
las que es facilísimo equivocarse. La matemática tiene como imagen publica
el proceso de la igualdad (esta cosa es igual a aquella otra) o el
establecimiento de relaciones positivas (este elemento es componente de este
otro, esta ecuación es la transformada de esta otra). Sin embargo, a efectos
de este texto, nos interesa una parte igualmente valiosa del pensamiento
matemático que consiste en mostrar que no. Que no se puede cuadrar el
círculo, que las ecuaciones de quinto grado no se pueden resolver en función
de radicales, que el cuatro no pertenece al conjunto de los números impares.
Por algún motivo, la matemática del «no» la tengo asociada injustamente- al
noruego Niels Henrik Abel, un señor que se murió de tuberculosis con
veintiséis años, ninguneado en su época y del que Hermite comentó que había
dejado a los matemáticos «lo bastante para mantenerlos ocupados durante 500
años». Supongo que además de sus demostraciones de «no», también sufrió el
«no» en propia carne.
Para utilizarla vamos a aproximarnos a la teoría de conjuntos, que tiene su
plasmación gráfica más brillante en los diagramas de Venn. A ello: tomen un
bolígrafo. Dibujen un círculo en el lado derecho y pongan una serie de
puntos en el interior. Hagan lo mismo con otro circulo en el lado izquierdo.
Los puntos del lado derecho no pertenecen al conjunto de los puntos
encerrados en el lado izquierdo. Si los círculos tienen una zona común, los
puntos que se encuentren en esa zona pertenecen a los dos conjuntos. Seguro
que todo esto les suena.
Los conjuntos no sólo se definen dibujando líneas alrededor. Lo normal es
definir propiedades. Las personas que superan los dos metros de altura no
pertenecen al grupo de los que miden metro y medio. Las personas con
dioptrías son diferentes de los que tienen la visión intacta. Odio frenar a
los impulsivos, pero no intenten rodear mediante trazo estos dos conjuntos.
O háganlo lejos de las fuerzas del orden.
Definir los conjuntos es, por tanto, una cuestión de determinar propiedades.
La estatura y las dioptrías son dos elementos independientes, pero me han
servido para separar a unos individuos de otros. Aquí los altos. Aquí los
que ven bien. A los bajitos y miopes, no nos llamen, ya les llamaremos.
Esta cuestión de los conjuntos nos rodea perdón- permanentemente. Y es
mucho más útil de lo que parece, sobre todo para la satisfacción colectiva.
El método actual para ubicarse como buena persona es establecer claramente
el conjunto de los malos y demostrar que no se pertenece a ese conjunto. O
sea, que estamos permanentemente en el caso de los porteros con el que
empezaba.
Y la cosa tiene su gracia, porque todos tenemos un número de personas que
consideramos cercanas y otro grupo que enviaríamos con gusto al otro lado de
la vía láctea, no necesariamente con atmósfera respirable. El criterio que
utilizamos para ello es personal y puede modificarse en el nivel uno:
tenemos amigos que son amigos de personas que consideramos insoportables.
Creo que no soy el único.
Ahora bien, lo interesante viene cuando trascendemos el plano personal. Es
decir, cuando se definen conjuntos de manera global. Para entendernos, si
nuestros parámetros personales se difuminan en nivel uno, ¿cómo puede
hacerse efectiva la definición del malo de manera global? O mejor todavía,
¿cómo conseguir que pasado mañana tenga la misma validez? Porque tenemos que
tener en consideración la más importante de las reglas: los malos nunca son
uno mismo; los malos son los demás.
Contaba Luis Carandell que en el entierro de un persona poco apreciada entre
sus cercanos, el sacerdote dio pie a que los asistentes que lo deseasen
ocuparan el atril e hiciesen una glosa de su vida, estas cosas que se hacen
para exaltar las veleidades del finado. La cosa llevó a una de estas
situaciones tensas donde nadie sabe qué hacer ni qué decir, hasta que
finalmente subió al estrado un señor que, como único argumento a favor que
le venía a la cabeza, dijo: «su hermano era peor».
Piensen por qué no les va a pasar a ustedes. Habrán recorrido entonces la
mitad del camino.
****
PEQUEÑAS SEÑALES DE VIDA EN PANTALLA GRANDE
No se si han visto ustedes la película Amelie, de Jeunet. Supongo que, si
tienen una cierta memoria de lo que acontece en esta columna -que eso
espero- la historia de una persona que roba un enano de jardín, se lo lleva
por el mundo y envía fotografías a sus antiguos dueños mostrando el enano en
tierras lejanas no les es nueva. Por si acaso lo han olvidado, el texto
«Pequeñas señales de vida», correspondiente a la entrega 13 del modem, esta
todavía esta disponible en
http://es.groups.yahoo.com/group/modem/message/15
y mi foto con el enano (mi tocayo Roel, el de verdad) la pueden encontrar en
http://attach6.groups.yahoo.com/v1/ICXoO5hDFPJZSmxLcPZlpqaMzRdw46nBiDy3t6GJK
ME9FcBUj35HAN-d8IUXh5jiHJ-Z1zKFPlslZINKywkVcYTizJ8/raulroel.jpg
que esta enlazada desde el mensaje
http://es.groups.yahoo.com/group/modem/message/38
Las peripecias integras de Roel las pueden ver en la dirección
http://www.geocities.com/oomroel/roeleng.html
Recuerden amigos: lo leyeron aquí primero. Y además conocen la historia
real. Aprovechen para jactarse con las amistades.
***
Fecha: jue nov 15, 2001 6:46 pm
Asunto: modem 056 – Malas respuestas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 56 – Malas respuestas
Buenas tardes.
¿Se consideran malas personas?¿Creen que pueden llegar a ser malas personas?
¿Creen que en el mundo todos son buenas personas?
Este es un cuestionario que espero todos puedan responder. Es una cuestión
puramente individual: den sus respuestas y guárdenlas para sí mismos. Pero,
por una vez, tengan en cuenta a sus vecinos.
Y quien dice los vecinos dice los amigos, los hijos y los electricistas. Y
los hijos de los electricistas. Si nuestros amigos tienen entre sus
amistades a personas que no soportamos, ¿a cuáles odiamos todos? ¿Qué es una
mala persona? ¿Existen las malas personas?
Por supuesto: existen las personas inseguras y existen los ingenuos, que son
los que sobrevaloran y los que infravaloran respectivamente- a las malas
personas. Pero ¿cuáles de ellas personas seguirán como malas a ojos de
nuestros nietos? Porque ese es el significado que queremos darle a la
palabra «malo» en el cuestionario.
Así que con ese malo absoluto, háganse esas tres preguntas: ¿Se consideran
malas personas?¿Creen que pueden llegar a ser malas personas? ¿Creen que en
el mundo todos son buenas personas?
Acompáñenme ahora para ver por qué me interesan estas tres.
Partimos de la hipótesis de que el mal universal no existe. En otras
palabras, un único ser sin conciencia de ser parte de nada, no es malo. Hace
sus cosas, según su capricho, sin ningún tipo de relación con ni necesidad
de excusa hacia- nada en particular. Podría poner como ejemplo las
bacterias, pero uno no puede afirmar categóricamente que las bacterias no
hacen reuniones de vecinos.
El malvado, entonces, lo hacen los demás. Es el grupo que te rodea, y en el
que estás involucrado, el que te tilda como malo, durante generaciones si es
necesario. Así que la primera pregunta del cuestionario habla del grupo o
grupos de los que ustedes se sienten parte: la familia, su ciudad, su país,
sus compañeros de fe, sus compañeros de falta de fe. Porque cuando usted se
plantea si es malo, se plantea necesariamente a los ojos de quién va a ser
usted malvado. La primera es la del grupo.
Pero, claro, cuando decimos que los demás nos pueden juzgar como malvados es
porque conocemos o sospechamos no está muy lejana una cosa de la otra- qué
tipo de acciones, reacciones o circunstancias llevan al grupo en cuestión a
cerrar el veredicto. En otras palabras, la segunda pregunta habla del
conocimiento de las características de la persona mala. Qué propiedades le
requerimos a una persona malvada para efectivamente afirmar sin paliativos
que se encuentra en el conjunto de los malos. Para encerrarlo en el diagrama
de Venn. Porque si conozco las coordenadas puedo colocarme en ellas: si
conozco las propiedades puedo cumplirlas. La segunda es la de las
características.
La tercera sopesa la naturaleza humana y la sinceridad, vaya-. Ahora que
tenemos más claro a los ojos de quién podemos ser juzgados personas malas, y
qué cualidades le pedimos a esa persona, es hora de plantearse hasta qué
punto es sostenible el proceso contrario. Dicho de otra manera, plantearse
si, vista la naturaleza humana, es inevitable que haya personas malas
empezando, por qué no, por uno mismo-. Si es inevitable, habrá que
plantearse la definición de las personas malvadas el conjunto de
propiedades establecido-, y si es evitable, habrá que plantearse si las
personas se obligan voluntariamente para ser mártires salvadores de los
demás. Yo personalmente descarto el segundo caso y sospecho que los mártires
que se plantan como salvadores de los demás son los que valoramos y se
valoran: porque conocemos las normas- como buenos. Pero eso significaría que
el malo es el natural, el espontáneo, el necesario: el malo no sería el caso
excepcional. En otras palabras, se derrumbaría el concepto del malo ¿no es
cierto?
Pues no, amigos míos; el concepto de malo, de maldad, de malvado, es útil.
No hay que justificarlo: su persistencia a lo largo de siglos y
civilizaciones lo legitiman por si mismo.
Así que la pregunta es: si lo malvado está definido y está dentro de
nosotros, ¿cómo logramos vivir colocando el mal lejos de nosotros? ¿Y cómo
conseguimos que siga lejos sin afectarnos?
Mi teoría personal es que, como los compradores de fin de semana, hemos
identificado el lugar donde lo distribuían al por mayor y lo hemos guardado
para tenerlo como guarnición-complemento o para usarlo cuando tengamos la
necesidad. Como los platos preparados y las verduras troceadas.
Hemos congelado el mal.
Igual va siendo hora de preguntarse qué hay en la nevera.
***
Fecha: mié nov 21, 2001 10:39 am
Asunto: modem 057 – Cualquier tiempo pasado
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 57 – Cualquier tiempo pasado
El futuro ya está aquí.
Supongo que ustedes, igual que yo, habrán escuchado en la publicidad esta
frase hasta saciarse. Preparando el futuro, disfrutando el futuro, logrando
que el futuro llegue antes de lo que debería, doblando el tiempo, jugando a
dioses que aprietan el botón de avance rápido para llegar a la parte de la
película que más les interesa.
O evitando la parte que quieren pasar por alto.
Cuando decimos que todos somos gremiales, que todos defendemos
implícitamente el grupo en el que estamos involucrados, hemos de ver que esa
es una cualidad se repite en todas las escalas, que redunda en todas las
propiedades con las que definimos un grupo. La tonalidad de la piel, la
creencia religiosa, el sexo, los ingresos medios por año, elijan ustedes.
Una forma que nos ha servido durante mucho tiempo ha sido utilizar las
fronteras del mapa político: a fecha de hoy lo identificaríamos
inmediatamente con el patriotismo, pero vamos a intentar desglosarlo un poco
para ver las similitudes con la situación actual.
El primer punto a favor para integrarse fluidamente con el grupo que definen
las fronteras es la proximidad -el trayecto Madrid-Barcelona hasta hace
pocas décadas requería prácticamente una semana; como para volver a casa por
navidad-; el segundo es el idioma, que coincide casualmente con el que nos
rodea desde pequeñitos; y el tercero es la comodidad: eso de esforzarse en
hacer el camino, aprender otro idioma y familiarizarse con el terreno vecino
pero hostil no ha sido plato de buen gusto durante mucho tiempo. La
reducción del tiempo en los desplazamientos, el menor coste y esfuerzo para
realizarlas y sobre todo las telecomunicaciones mediante operadora,
generalmente- redujeron el mundo y ayudaron a crear el concepto positivo de
la globalización: que la gente de las antípodas no son necesariamente
enemigos. Pese a la insistencia del agua de sus lavabos en girar en sentido
contrario al reloj.
La exclusión espacial ha quedado en buena medida suavizada: no tenemos
recelos de un individuo según las coordenadas espaciales en las que se ha
desarrollado su organismo. Hay un sentimiento de «globalidad»: de que toda
la gente del planeta contenido en una esfera, rodeable con líneas de Venn-
puede ser definida como un grupo del que somos parte. ¿Queda alguien fuera
de ese grupo?
La gente del pasado.
Ahora que no excluimos en el espacio, excluimos en el tiempo.
En la obsesión colectiva de llegar al futuro se refleja nuestro interés por
desarrollar nuevas prótesis: vehículos, telecomunicaciones,
superconductores,… pero no porque con ellas logremos ser mejores personas.
Lo que queremos con nuestros aparatos milagrosos, nuestros tejidos de última
generación y nuestros programas para fabricar efectos especiales, es afirmar
categóricamente que no somos hombres del pasado. Queremos demostrar espero
que recuerden la metáfora- que no somos miembros del club de los que pisaron
el planeta hace prácticamente nada.
El futuro ya está aquí. La gente que ha vivido anteriormente en el planeta,
en nuestro territorio, eran todos unos lerdos paletos asesinos en cuyos
errores no vamos a caer. Somos dioses con el botón de avance rápido para
huir cuanto antes del pasado.
A fecha de hoy requiere un trabajo supremo ver hasta qué punto somos iguales
que la gente del pasado, ver cuántos de los convencimientos de los
individuos de hace cien años y más- siguen a fecha de hoy plenamente
vigentes, con trajes diferentes y peinados a la moda. Igual que con las
fronteras del patriotismo, hay una incomunicación consistente en reconocer
esos trajes y peinados- y una gran dificultad para viajar a donde se
encuentran los excluidos de nuestro grupo -no creo que nadie tenga una
máquina del tiempo perdida en el trastero-.
Además de la comodidad y la autosatisfacción gremial que nos da el sabernos
superiores a la gente del pasado, cualquiera que este sea.
Supongo que todos han oído la frase «cómo es posible que sucedan estas
cosas, en pleno año —-«. Qué autocomplacientes sonamos. Qué pagados
estamos de nosotros mismos.
Nos hemos encargado de dejar toda la escoria en el lugar al que nadie puede
viajar.
****
Notas a pie de página
El artículo de esta semana me ha sido especialmente satisfactorio. Primero,
porque creo que explica de forma solvente una idea que he sido incapaz de
comunicar con las amistades de forma oral. Segundo, porque no ha sido un
parto difícil. Y tercero, porque entronca la historia de los modems
juveniles de una manera sorprendente.
Cuando elegí el nombre genérico de esta columna (enamorado de mi modem
juvenil), estaba desde luego pensando en la canción de radio futura titulada
«enamorado de la moda juvenil», por motivos verdaderamente difusos.
Sé que tenía mucho que ver con las tres primeras líneas de la canción:
«Si tú me quisieras escuchar
me prestaras atención
te diría lo que ocurrió
al pasar por la Puerta del Sol. »
Pero el resto de la canción, a la vista de el contenido de la presente
columna (nótese la frase con la que arranca) también tiene mucho que ver
precisamente con la estrofa que sigue a la anterior
«Yo vi a la gente joven andar
corta el aire de seguridad
en un momento comprendí
que el futuro ya está aquí.
Y yo caí enamorado de la moda juvenil»
Esta es una de esas cosas que te hacen intuir que las casualidades las de
decisión propia, no coincidir en trayectoria con un vagón descarrilado- en
la mayoría de las ocasiones no lo son tanto.
Habrá que ver si la canción y la temática seguirá ajustándose en el futuro.
La verdad es que, mirando el resto de la letra, hay verdaderamente pocas
esperanzas.
Claro que eso mismo pensaba yo antes de teclear la presente.
***
Fecha: dom dic 23, 2001 1:33 pm
Asunto: felices fiestas
Hola!!
Gracias por seguir ahí.
La columna ha cogido peso y se ha obligado a tomarse en serio a si misma.
Empezó como una cosa que lo mismo podría tener diez líneas que doscientas,
pero ahora se auto-necesita de contenido decente. La falta de tiempo para
dedicarle en pleno ha resultado en un retraso que espero no les defraude en
exceso.
Así que mando estas líneas para disculparme, para desearles felices fiestas
y para avisarles de que el modem volverá en el 2002, que de seguro será un
año muy feliz para todos ustedes.
Un gran abrazo,
***
Fecha: mar ene 29, 2002 8:50 pm
Asunto: de nuevo a la carga
Hola!
Gracias por seguir ahí. Estoy asombrado porque aumentan las suscripciones
incluso cuando la columna está en punto muerto.
El retraso de este regreso se debe, además de mi pereza habitual y de que
hay un par de líos de los que les tendré informados cuando cuajen, a que sin
quererlo me he tomado esta columna demasiado en serio y me ha entrado miedo
escénico. Con el tiempo me he dado cuenta de que es mejor rebajar las cosas:
no hay ninguna necesidad de rigurosidad académica, y si que la hay de
intentar dibujar un ámbito en el que ustedes puedan comprender lo que me
ronda la cabeza.
El retraso es tanto que unas líneas que hay unas líneas del autor y
dramaturgo Mauro Entrialgo, en respuesta a la última columna -a su nota
final, en realidad-, que quería compartir con ustedes:
***
Yo recuerdo esa estrofa así:
» Yo vi a la gente joven andar
con tal aire de seguridad
que en un momento comprendí
que el futuro ya está aquí.»
No te aseguro que sea la versión correcta (aunque yo tengo una
memoria para las canciones bastante fiable), pero hace que la frase
entera tenga más sentido y, encima, conecta aun más con la idea de tu
artículo, ya que introduce un punto de distanciamiento del emisor. Lo
de «tal aire de seguridad» supone que el que canta duda que esa
seguridad sea algo más que una sensación con poca base real.
***
Una vez solventada esta deuda, les dejo con la siguiente etapa del Modem.
Cruzo los dedos para que sea de su interés.
Siempre a su disposición,
***
Fecha: mar ene 29, 2002 9:03 pm
Asunto: modem 058 – Nuevo-ultra-progresista
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 58 – Nuevo-ultra-progresista
Están ustedes en un supermercado. Recorren la estantería de productos de
limpieza pasando el dedo por las etiquetas. Lean conmigo. Nuevo. Acción
inmediata. Eficacia probada. Más blanco. Ultra. Mega. Plus. Anuncian por
megafonía que van a cerrar el establecimiento. Hay que decidir cuál se van a
llevar a casa.
No es una elección entre los tensioactivos aniónicos y los policarboxilatos:
es una decisión entre «blancura total» y «doble acción». Esos son los
argumentos. No consideramos pertinente incidir en los procesos de química
orgánica que suceden bajo nuestra bayeta, de modo que reducimos los
parámetros a lo puramente conceptual. Obviando las reacciones de los
radicales libres, me limito a decidir si super es mejor que ultra.
Los reclamos aparecen en las cajas porque funcionan. Un nuevo muy grande es
mejor que uno mediano, a menos que éste tenga a su vez unas líneas
dispuestas radialmente. Cabría pensar que podrían vendernos un bloque de
barro barnizado como un jabón «mega activo con macropartículas». Nuestro
asidero de seguridad es la cadena de producción: hay miles de bloques de
barro y se pueden vender todos mintiendo sobre sus propiedades. Además del
«probado científicamente», también optamos por el jabón que nos recomiendan
nuestros amigos. Ahora bien, supongamos que el producto sólo hay que
venderlo una vez. Pongan muchas líneas, muchas exclamaciones, muchas
estrellas semitransparentes con contornos brillantes. Llámenlo hiper plus.
Pongan delante a personas que solventan sus decisiones por las frases
promocionales, obviando el producto en sí mismo.
Mi forma de identificar las propuestas políticas léase las relativas a la
organización humana en la polis- ha sido tradicionalmente esta misma. Lejos
de plantearme su aplicación real, me guiaba por las frases promocionales:
«de izquierdas», «progresista», «ultraconservador». Antes de plantearme para
qué sirve la reconversión industrial de los altos hornos, me fijaba en la
identificación del envoltorio, que desde luego me sosegaba tremendamente.
Puede ser que todo este párrafo les parezca una justificación de una persona
de izquierdas que se está pasando progresivamente hacia la derecha, pero eso
es sólo si ustedes se creen las frases promocionales y las consideran
verdades absolutas. La frase «yo soy de izquierdas de toda la vida» (pongan
derechas, centro o un-poquito-hacia-el-noroeste) no tiene a mis ojos ningún
sentido. ¿Cuándo una idea es de derechas? ¿Quién determina si una idea es
izquierdista? ¿Qué es eso de asumir que izquierdismo y progresismo son
sinónimos? Me gustaría afrontar todo esto desde la teoría de no pertenencia.
Igual porque me siento cada vez menos miembro de todos esos clubes.
Primero hay que identificar el club al que «no se debe pertenecer». Esta
estructura nos permitirá una pátina de bondad inmediata. El mal lo hemos
congelado y será suficiente con demostrar que no estamos vinculados a él
para que se nos identifique como bueno o, al menos, como «no tan malo». En
el mundo occidental se ha congelado el mal en la figura de Adolf Hitler; en
España en particular hemos congelado el mal en la figura de Francisco
Franco. Va a ser muy importante eso de asociar el mal con una cara para
tranquilizarnos a todos y encerrarnos en la prisión del simplismo. Como
regalo caído del cielo, tenemos una grabación audiovisual de Franco y Hitler
en Hendaya tratándose cordialmente. Nuestra ideología no sólo es sólida
mundialmente -véanse las películas de hollywood- sino que además es
demostrable. Y lo contentos que estamos, oiga.
Así que, muy bien, nos dicen: esta idea es fascista, esta idea es de
derechas, esta idea es de izquierdas, esta es de centro. ¿Está claro? No:
hace unas cuantas semanas recuerdo a un joven de pelo rapado con una
estética que tengo asociada a los simpatizantes de extrema derecha que
tildaba, con los ojos llenos de rabia, de fascista a un dirigente de un
partido independentista, autoproclamado de izquierdas y progresista, que
proponía, como buen izquierdista, que los extranjeros debían ser o
expulsados o obligados a memorizar las características «diferenciales» de la
tierra o sea, lavarles el cerebro-.
Aquella escena me hizo ver que fascista es solo un reclamo publicitario a la
inversa. Es la marca de lo que el cliente está convencido de que no puede
comprar. Una vez que uno se desmarca de ese eslogan, puede expulsar,
encerrar o reconducir a quien considere conveniente.
Esta es la congelación del mal.
***
Fecha: lun feb 18, 2002 11:50 pm
Asunto: modem 058 – Todos maquineros
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 58 – Todos maquineros
La congelación del mal en España se nota particularmente en las películas
documentales. Cuando se habla de la España de los años sesenta, las imágenes
que aparecen en pantalla son siempre juguetones jóvenes moviendo el
esqueleto en las discotecas. Nada de personas trajeadas paseando por la gran
vía, con la camisa que obligatoriamente no me pregunten por qué- debían
tener un bolsillo en el pecho. Nada de operarios acudiendo a los polígonos
industriales. La sociedad española de los sesenta son jóvenes coloristas
moviendo la cabeza tanto o más que la cadera. Es como si a fecha de hoy
fuéramos todos maquineros que recorren la ruta del bacalao y las catedrales
del di-llei-resident.
Curiosamente, este año se ha roto la tendencia y la televisión nacional está
emitiendo una serie de ficción sobre una familia en tiempos de Franco. La
sola emisión de la serie fue considerada en diversos medios como retrógrada
y franquista, probablemente porque no sólo aparecen chicas en minifalda con
luces de colores. Porque está claro que durante la dictadura la gente no era
completamente libre ni completamente abierta, pero tampoco se encontraban
como los trabajadores de 1984. Y mostrar que no se sufría veinticuatro horas
al día es mermar la imagen del mal absoluto en el que yo, personalmente, me
he criado socialmente hablando. Cuando mis padres decían que con Franco no
se estaba tan mal, los miraba como fieles recién salidos de una secta con el
cerebro aún tocado por la experiencia. Porque la televisión mucho más sabia
a mis ojos juveniles- insistía en mostrar justo lo contrario. Lo que he
tardado mucho tiempo en entender es la importancia de la palabra «tan» en la
frase. ¿Tan malo como qué? Como lo que tenía en la cabeza un chaval que no
conoció la dictadura. Tan malo como se transmitía en los medios. Tan malo el
león como lo pintan.
Y muchos años después lo siguen pintando igual. Entre la guerra civil y los
jóvenes bailarines, España, para mi generación, es un vacío. Y oh sorpresa,
un vacío de lo más lógico y normal.
La congelación del mal es una decisión voluntaria. Es la conservación de un
pilar necesario para sustentar el barrizal que nosotros mismos hemos
organizado. Porque esa es otra. Los estudiantes melenudos fuimos nosotros,
pero también fuimos los policías vestidos de gris que corrían detrás. Los
funcionarios franquistas y los asistentes a las demostraciones nacionales no
llegaron del espacio exterior. Los comunistas escondidos y los defensores de
la integridad católica éramos nosotros. Y fuimos nosotros quienes decidimos
organizar una estructura que sólo funcionaba por oposición. Cualquier
decisión franquista era intrínsecamente obra del diablo, y en consecuencia
cualquier decisión contraria era una iluminación racionalista. Daba igual la
propiedad de la acción. La frase promocional no franquista- es mucho más
potente.
En particular durante la época franquista la unión soviética era la panacea
de todos los males, una especie de lugar paradisíaco con ríos de miel. Me
han contado marinos de la época que se llevaron una desilusión tremenda
cuando por fin pusieron pie en aquellas tierras. Pero me han contado otra
cosa aún más reveladora: que cuando relataban sus experiencias allí- con un
comisario acompañándote forzosamente durante toda la visita y con un
panorama bastante lejos de la utopía-, sus amigos de aquí no les creían. La
imagen es más importante que el objeto, el eslogan más crucial que el
producto.
Años después, cuando por fin llegó la izquierda al poder, España fue
incluida en una alianza militar en contra de los avisos electorales del
propio partido, que fue reelegido otras dos legislaturas. Las promesas
electorales dejaron de existir en un suspiro. Y lo que es más importante,
los programas electorales son, a ojos de todo el mundo, un elemento
innecesario que solo sirve para el humor. No se elige al candidato por lo
que propone, sino por la campaña que lo apoya. Tanto es así que en la
televisión española había un chiste que se repetía en los informativos y en
los programas de variedades cada vez que se mencionaba el nombre de cierto
político cuya consigna poco trabajada, pero ilustrativa- era «programa,
programa, programa». Anguita, que era el político en cuestión, era tratado
sistemáticamente como un loco idealista. Un no creyente de la estructura del
eslogan. Una persona preocupada de que se eligiese el detergente por su
acción y no por su envase.
Ahora estamos felices y contentos porque nuestro eslogan es el que nos
calma, y hemos creado estructuras que sólo se sustentan si se apoyan frente
a la idea del mal. Como una cartulina apoyada contra una pared.
Quita la pared y la cartulina caerá por sí sola.
Hay que sostener la pared a cualquier coste.
***
Fecha: mar feb 26, 2002 4:47 pm
Asunto: modem 059 – El motor de los nobles sin título
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 59 – El motor de los nobles sin título
El aspecto en el que veo más presente la congelación del mal es en la
presencia de los nacionalismos en España. Los regionalismos toman su fuerza,
aparte de por ser antifranquistas y por tanto opuestos al mal congelado, en
el convencimiento que tenemos todos de que nosotros somos estupendos,
nuestros vecinos contiguos son idiotas, y nuestros conciudadanos
suficientemente alejados como para no convivir diariamente son mucho mejores
que nuestros vecinos que también es mala suerte-. Todo ello se condensa en
una pintada que Valle-Inclán vio en una pancarta que daba entrada a las
fiestas de Haro y que decía lo siguiente: «bienvenidos todos los forasteros
menos los de Logroño». A fecha de hoy, los ejemplos son, si cabe, más
transparentes. En Tárrega, población catalana, pueden ustedes encontrar la
«Plaza de las naciones sin estado», que trasladado a un ejemplo paralelo se
podría traducir como «plaza de los que se creen marqueses pero no tienen
título nobiliario». Sólo es la punta del iceberg, pero es representativo del
combustible que mueve la máquina.
Curiosamente, en el momento en el que escribo estas líneas, los
regionalismos están directamente asociados con el antifranquismo. De modo
que imaginen mi sorpresa cuando, en la lectura del libro recopilatorio
«Democracia pero orgánica» me encuentro con el párrafo que transcribo a
continuación:
<
Varela, les cuento, pertenecía a la oposición conservadora que se oponía al
plan de asistencia siquiátrica que se pretendía implantar en el siquiátrico
de Conjo en La Coruña. Varela era el ultraconservador, el «anti-progre», y
utilizaba «demagogia regionalista» para atacar los avances médicos
propuestos. El párrafo, por añadidura, está extraído de la revista Triunfo,
adalid intelectual de la resistencia a la dictadura, y está firmado por Luis
Carandell, catalán afincado en Madrid.
Y miren por donde, ahora ha cambiado el bando que utiliza la «demagogia
regionalista».
A fecha de hoy hay zonas en España donde esta «demagogia regionalista»,
bendecida por un buen número de ‘expertos’ televisivos locales, se ha
convertido en pensamiento único. Cuando Mariscal, ya aceptada su mascota
para las olimpiadas, declaraba que Barcelona era un crisol de razas y
culturas a pesar de las acciones públicas, fue «sutilmente» inclinado a
retractarse. Nuestro público es uno, bueno, y viene de muy antiguo. Incluso
aunque tengamos que mentir sobre el tema. «La huella de los celtas en
Asturias es uno de los camelos más impresionantes que hay», decía Gustavo
Bueno a la Hoja del Lunes. También en Cataluña se venden como costumbres
milenarias actividades inventadas después de franco y se resucitan «deportes
tradicionales» que el propio pueblo catalán, tan sabio como cualquier otro,
había decidido hace doscientos años que eran un aburrimiento insoportable.
Los temarios de la selectividad, que las nuevas generaciones tienen que
memorizar para poder progresar en sus estudios, reflejan un ideario bien
concreto. Poder ver más allá de la maraña de prensa-actos-publicidad-
pagada-por-los-bolsillos-de-todos requiere un esfuerzo de investigación
considerable. Los ideólogos de la administración enuncian que los
extranjeros deben integrarse en las peculiaridades regionales lavados de
cerebro- o ser expulsados lavados de la tierra-. Los canales regionales
logran milagros como convertir un programa navideño de billar de exhibición
en una hora de exaltación nacionalista. La demagogia nacionalista, por muy
virtual y frágil que sea a poco ojo clínico con que se la mire, es el
engranaje hipervisible de funcionamiento. Un tema con el que todos estamos
identificados, particularmente si nos coloca en el extremo ancho del embudo.
Ahora bien, si la demagogia regional franquista funcionaba igual que la
demagogia regional de los progres, en el sentido de que tenía efectividad
como arma y motivación, habrá que plantearse si el nacionalismo existe como
tal, es decir, si ofrece un proyecto diferente y viable de estructuración
social, o si por el contrario es una consecuencia de lo popular que es la
diferenciación con el vecino. En otras palabras, dado que el regionalismo es
tan popular inherente, diría yo, a la condición humana, en la que los
idiotas son siempre los demás- los nacionalismos son un movimiento político
para ponerse en el lado donde hay más votos, de la misma manera que los
presidentes que quieren ser reelegidos se hacen fotografías con el equipo de
fútbol que se proclama campeón. Así, el nacionalismo no es consecuencia de
un plan o una necesidad social, sino que es la organización social la que
está presa del motor que les ha erigido en votados. No son los nacionalistas
sino el nacionalismo individual, la actitud hacia el vecino- el vehículo
que camina. No son los administradores sino los egos inflados de los
votantes.
¿Cómo, entonces, explicar la estabilidad de un sustento tan frágil? Porque
la alternativa al nacionalismo antifranquista es, por oposición lógica en la
definición blanco-negro de la propaganda, el mal. El mal congelado, pero el
mal al fin y al cabo. Quita a Franco y tendrás el sistema organizativo de
toda la vida: capitalismo católico-romano. No existe el proyecto
nacionalista más allá de, por un lado, el incremento del bolsillo
electoral, y por el otro, la creación de un paraíso fiscal que es, obvio es
decirlo, el horizonte del verdadero independentismo-.Los nacionalismos
necesitan a franco para aguantarse igual que una cartulina apoyada en la
pared necesita a la propia pared. El nacionalismo sólo tiene sentido
diferencial- como oposición, y no significa nada por sí mismo, o al menos
nada diferente.
Sólo es el mejor punto de venta para el fantasma del mal. Y el más rentable.
***
Fecha: mié mar 13, 2002 7:20 pm
Asunto: modem 060 – El martirio revelado
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 60 – El martirio revelado
El modelo de la congelación del mal se aplica fuera de España con una
simetría inquietante. Bajo su luz toman sentido muchos axiomas del
funcionamiento occidental: el que cree en la separación de las izquierdas y
las derechas, el que cree en la separación del bien y del mal, el que piensa
que el ying y el yang entrelazados no pasa de ser un bonito motivo para las
alfombras. Axiomas que revierten en la perspectiva del mundo desde la
civilización occidental léanse los telediarios y en consecuencia nosotros-
y finalmente en las zonas del planeta en las que mete mano occidente, que
aunque disfruten de independencia económica acaban sometidos/seducidos por
el poder de propaganda de este lado del mundo. Los nuevas guerras incluyen
planos de los labios perfectos.
Para aplicar nuestra teoría al ámbito internacional es necesario cambiar los
decorados y los nombres, pero los mecanismos son inquietantemente similares,
por no decir idénticos. El centro del sistema orbital, la figura de Franco
que tanto hemos mentado sobre la situación nacional, toma otra cara y otro
cuerpo, pero conserva todas sus propiedades. Adolf Hitler representa
igualmente la maldad suprema, perteneciente a un país extraño (nótense los
esfuerzos de los nacionalismos por poner a Franco “en tierra extraña”,
incluido el de su Galicia natal), y congelada en el lugar mejor dicho, en
un tiempo- al que no puede llegar nadie. Es curioso que las imágenes
icónicas de Hitler y Franco sean coincidentes en el tiempo (en términos
históricos; recuerden que Buda y Confucio son del siglo 4 antes de cristo y
veinticuatro antes de ustedes) y paralelas al desarrollo del potente mundo
audiovisual. Noten que Hitler representa, frente a Franco, una idea muy
superior del mal también dentro de nuestras fronteras, una más que posible
consecuencia de la seducción del mundo audiovisual. Y esa idea muy superior
se ha tornado mítica. La derrota de la armada alemana en la segunda guerra
mundial no es infinitamente superior del final de la primera gran guerra,
pero ha servido para dar a luz un nuevo testamento, del que en muchos casos
somos fieles integristas, cuyos mandamientos se resumen en uno: «honra
permanentemente a los que estuvieron presentes cuando el mal tomó carne».
La derrota de esa la maldad eterna e inmutable, a la luz de ese nuevo
catecismo, nos empuja en dos tramos principales. Por un lado nos fuerza a
agradecer también eterna e inmutablemente- a nuestros principales
salvadores. Y por otro nos obliga a compensar también eterna e
inmutablemente- a sus principales víctimas.
La primera parte los salvadores y el agradecimiento- es la más llamativa
para los aficionados a la mercadotecnia. Muchos de los que han analizado el
desarrollo de la segunda guerra mundial se empeñan en señalar a Rusia como
el principal agente de la derrota nazi, pero poco pueden hacer ante los
mecanismos de propaganda. Estados Unidos se ha forjado a base de directores
de fotografía un sólido prestigio como «el ángel frente al demonio nazi»,
pese a que los tuvo en sus filas en su abierta lucha contra el comunismo.
Oh, sí , claro, fue un gran escándalo cuando se descubrió que los
representantes europeos de la Liga Mundial Anticomunista eran antiguos
oficiales de la SS, pero quién se acuerda de eso. Lo que se repone en las
matinales de cine es el Desembarco de Normandía. Y en technicolor.
La segunda parte toma cuerpo en el legendario sufrimiento del pueblo judío.
Los hebreos no fueron los únicos que sufrieron la infame supremacía aria:
ahí estaban los lisiados y las diversas razas que los nazis encontraban en
los territorios ocupados. Pero, volvemos a la importancia de la historia
frente a las distribuidoras, es el que aparece y reaparece en los programas
dobles de media tarde. Santificados en su martirio en formato cinemascope,
tres pases por tarde.
Y si bien es justo hacer pagar a los culpables de la tragedia e indemnizar
dentro de lo posible- a las víctimas, es demencial indemnizarles a base del
sufrimiento de personas inocentes. Y aún lo es más que cualquier persona,
incluso generaciones después y lejano en vinculación familiar, se crea
merecedor de esa indemnización por el hecho de compartir creencia. Es el
poder de las reposiciones: uno puede cobrar una y otra vez la compensación
por el accidente laboral del primo del cuñado de su abuelo, con el
beneplácito general.
La figura del pueblo judío como víctima eterna de la maldad del mundo entero
que se ensaña contra ellos, y la vergüenza global que nos posee, desemboca
en la situación de Israel y Palestina, que sangra en el momento de escribir
estas líneas.
Lo que la sostiene, convirtiendo a los culpables en inocentes y a los
martirizadores en mártires es la imagen que compartimos y que mantenemos: la
imagen que muestra el, perdón, *EL* martirio revelado. Revelado y
positivado.
***
Fecha: mié abr 17, 2002 5:42 pm
Asunto: modem 061 – Cruces como neones
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 61 – Cruces como neones
Supongamos que leen ustedes este titular en la sección de sucesos:
El apuñalador de las esvásticas alega enajenación mental transitoria.
Mejor ubiquémosla en deportes.
El apuñalador de las esvásticas, tras su asesinato en las inmediaciones del
estadio, alega enajenación mental transitoria.
Seguro que en el primero de los casos no se creen la excusa, y en el segundo
la descartan definitivamente. El que los neonazis luzcan con orgullo
símbolos que de forma colectiva asociamos con el mal, lleva como
consecuencia que todo acto depravado que realicen ha sido necesariamente
voluntario. Diga usted en un bar en voz alta que a un neonazi se le pueden
cruzar los cables igual que al resto de los seres humanos recuerden la
España negra- y le tratarán a usted como a un completo idiota. Un neonazi
abarrotado de símbolos violentos lo lleva buscando desde el momento en que
se los compró, amigo. No me venga con historias.
Los neonazis, mirando más allá de la imaginería que lucen, me llaman mucho
la atención. Igual que lo hacen los satanistas que presumen de ello ante la
concurrencia.
Quiero decir, si una persona va a ejercer el mal, pero el mal de verdad, con
el parque de Doñana inundado de combustible o con cien familias aplastadas
por derrumbe a causa de la aluminosis o con la fabricación de bombas de
cincuenta megatones, se cuida mucho de no llevar en la espalda un neón
parpadeante con el mensaje «he hecho y seguiré haciendo barbaridades». En su
lugar se asegura de lucir un traje de marca en el que el cinturón haga juego
con los zapatos. No es necesario hacer ostentación del mal: no necesita
publicitarse. Llega gente suficiente sin necesidad de buzonear trípticos
informativos.
Y sin embargo, ahí están los neonazis, con una cruz gamada enhiesta que dice
«que malo soy» en letras luminosas.
En el lenguaje convencional, el término neonazi no está asociado como
cabría pensar tomando la palabra por si misma- a los seguidores de una
cierta tendencia contemporánea que modifica los principios fundamentales del
nacionalsocialismo; está asociado de manera prácticamente específica a las
personas que despliegan ostentosamente símbolos nacionalsocialistas. Una
persona es calificada de nazi por su ideología, pero la palabra neonazi, en
lugar de alumbrar una cuestión ideológica, apoya sus cimientos en los
símbolos.
(Incluso se sobreentiende que el neonazi es una persona con un nulo
conocimiento acerca de la ideología a la que se le asocia y, por supuesto,
acerca de todas las demás. Es como si los convencimientos de los neonazis
fueran una especie de lógica básica, de mecanismo mental esencial que
compartimos los humanos. Es como decir que razonan su existencia -noten la
contradicción- alrededor del sentido común).
De modo que tiendo a pensar que los neonazis son una especie de ONG que se
encarga de recordarnos que el mal existe. Nuestra obsesión por dejar el mal
fuera de vista, o más aún, por convertirlo en transparente, en invisible,
tiene un escollo importante en estas personas que insisten en lucir
ostentosos carteles que nos confirman que el mal existe.
No digo que lo hagan voluntariamente, por supuesto, pero los mecanismos son
lo suficientemente inquietantes como para llamar la atención. No sólo
enarbolan los símbolos sino que además se encargan, de una manera
espontánea, de la salvaguarde de esos símbolos. Hace poco vi una maqueta de
spot -que no aprobó la compañía- en la que Hitler caía al suelo porque una
de las personas que se cuadraba brazo en alto no había utilizado el
desodorante en cuestión. Imagino a los neonazis destruyendo en el suelo
cajas y cajas del producto por mofarse del Führer. Son los sacerdotes
integristas del código estético del mal. Volver a conseguir otra
imagen-fuerza, de representación global, que siga representando el mal, es
tan difícil que el esfuerzo se debe concentrar en conservar las que tenemos.
Los símbolos sólo representan ideas-fuerza si infunden respeto.
Además, las técnicas del marketing de un producto con escaso beneficio
social, recuerden el neón- aparecen de una manera patente. Se encargan de
estar presentes, aireando enormes telas con símbolos del terror en lugares
de acceso público, con gran aforo y donde las cámaras cubran un buen número
de ángulos. Igual que en las telecomedias los cereales y el cacao del
desayuno aparecen de fondo publicitándose; ahí están durante el telediario,
tres emisiones por día y canal, junto a la portería que es donde se centra
la atención-, en una esquina de la imagen. Los angloparlantes lo llaman
product placement. No hay grupos ultraderechistas en las eliminatorias de
waterpolo ni en las semifinales de bádminton. No les dedican suficiente
metraje; no hay forma de colar el producto.
El exhibicionismo de la iconografía de la mal, la manía de autoseñalarse
como la persona que va a cometer el próximo delito, sólo puedo comprenderla
a partir del principio que enuncia que «la naturaleza siempre llena el
vacío». En este caso, el vacío que nuestra auto santidad ha creado. La falta
del maldad es falsa y es llenada de forma instintiva. Si no hubiese
neonazis, los estadios se llenarían de satanistas. O cualquier otra cosa. El
vacío se llenaría naturalmente. Y los neones serían igualmente luminosos.
Claro que no tengo el valor de decirles a estos chicos todo esto. Primero,
porque eso de la ultraderecha es una cosa como muy yo-no-soy-como-los-demás,
y el enterarse de que realizan una labor de servicio al colectivo podría ser
contraproducente.
Y segundo, porque nunca se sabe cuándo te puedes encontrar con una
enajenación mental transitoria.
***
No hay excusas para el retraso, pero sepan ustedes que no es de mi gusto. En
breve, terminamos este «arco argumental» de la congelación del mal. Para
alivio de buen numero de ustedes.
Y en un poquito más de tiempo, les contaré algo sobre el arte contemporáneo
y los espacios vacíos.
Permanezcan en sintonía
***
Hola!
Junto a esta carta debería estar incluido un archivo con formato PDF, pero las conexiones por modem y la agilidad de los buzones de correos podrían alinearse para que se acordase usted de mi familia.
De modo que lo he colgado en la dirección
http://prensatransversal.20m.com
que aparece listada junto con otras webs de interés al final de este correo.
Así todo irá más fluido.
Descárguelo y atienda especialmente al capítulo «la propuesta en breve».
Un saludo y un ‘siempre a su disposición’
***
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 62 – Off-on Hiel
Pongámonos melodramáticos.
Ubíquense en el Lantaren/Venster, un recinto que habitualmente cumple las
funciones de filmoteca de Rotterdam. Esta noche el espectáculo es un
concierto para voces, orquesta y música electrónica pregrabada. La pieza se
titula «Ofaniel (ángel de la luna)» y está compuesta por Felipe Pérez
Santiago, compositor mejicano afincado en Holanda. Trata de una chica que
persigue el sueño de sobrevolar de noche una gran ciudad; para ello,
amparada por el ángel cuyo nombre da título a la obra, utiliza la tecnología
para fabricarse unas alas con las que sobrevuela la metrópolis junto a
Ofaniel, hasta que la sobrecarga de información acaba malhiriéndola. Nos
encontramos en el sexto movimiento, que se titula La Muerte. Nuestra
protagonista, tumbada y entubada en la pantalla proyectada tras la orquesta,
es acompañada por un pitido que responde a sus latidos y por la respiración
ronca de un pulmón artificial. La orquesta, sobre estos ritmos vitales que
marcan el tempo del movimiento, ya ha construido un crescendo lleno de
sentimiento y ha vuelto a descender, igual que descendían las constantes
vitales, suavizando el sonido polifónico hasta dejar la música de un único
oboe. Las lentas notas del único instrumento señalan, bajo la tensa mirada
de Ofaniel, el inminente apagado y cierre de la existencia de la
protagonista.
No se si ustedes han sintonizado con la situación: una chica-ángel moderno
(que ya conocemos de cinco movimientos y un programa de mano), bajo a atenta
mirada de un ángel clásico, muere poco a poco, con la respiración mínima de
un oboe…
…y entonces suena un teléfono móvil.
Una ola de asombro y de absoluta indignación recorre el auditorio mientras
las cabezas giran hacia la butaca de donde proviene el sonido. ¡La muy
idiota ha olvidado apagar su móvil! Más allá del respeto hacia los músicos o
los asistentes: ¡tenía que ser precisamente ahora! ¡En el momento de la
muerte! ¡Interrumpiendo nada menos que la catarsis!
Pónganse en su lugar: la catarsis, el proceso en el cual el espectador
descubre que la narración que tiene delante -una obra de teatro, una novela,
una ópera como la que nos ocupa- no es la historia ficticia de un personaje
imaginario, sino que a través del personaje están hablando de él, del
espectador, nada menos. Esa catarsis de la muerte alcanzada después de un
esfuerzo sobrehumano por conseguir un sueño inalcanzable es lo que desea la
audiencia. Ellos también están tras algo grande que los derrota todo el
tiempo. Es ese momento de elevación, de bendición al esfuerzo íntimo de cada
asistente, ha venido esta… interrupción… ¡que no deja de sonar! ¡La muy
torpe no lo coge! ¿Se habrá quedado paralizada por los ojos que la observan
y que siguen aumentando en número? Ah, ya lo tiene en la mano cuando desde
varias filas más atrás …se dispara otro teléfono.
Parece imposible. La vergüenza que flota en el aire se te pega a la ropa. La
orquesta sigue en su interpretación, ese fagot de sufrimiento eterno,
mientras están sonando dos…
…tres… cuatro… una nube de sonidos de teléfono móvil viene desde los
altavoces que emiten el sonido electrónico pregrabado, como una
avalancha,…
…y entonces llega la catarsis.
Todas aquellas personas que habían desconectado su móvil y notaban su
presencia como la de su reloj de pulsera reconocen la historia de la
protagonista: la muerte por sobrecarga de información vehiculada mediante la
tecnología; el pago justo por la necesidad incontrolable de sobrecargarse
permanentemente de estímulos, de electricidad, de anuncios, de voces
congeladas en buzones de voz . Eran sus historias. Una historia que habían
dejado en pausa brevemente para la actuación, y que retornaría en la puerta
al teclear la clave de acceso.
La gracia de todo esto estaba en que precisamente era esa rotura la que
había conseguido que la audiencia supiese que habían hablado de ellos. En
que habían recibido tanta culpa como la que habían emitido cuando sonó el
primer teléfono. Cada uno recibía exactamente el mismo número de insultos
que los que había dicho. Cada uno recibía la misma cantidad de culpa que
había intentado transmitir. La definición misma de justicia poética, algo
que debería ejecutarse con los exfumadores y los cristianos de pecado venial
y los partidarios de que el derecho de admisión sea *muy* reservado, entre
otros muchos. Ahora estás en el grupo que tanto te gusta marcar. No haber
cogido el lápiz.
Ahora, los que se sentían observados no eran los músicos que habían
disparado sus móviles desde butacas estratégicamente reservadas. Ahora las
miradas de todos evitaban las de los demás y se concentraban en el escenario
de forma vaga, sólo para ver cómo, para su vergüenza interna, terminaba el
movimiento.
Algunos minutos más tarde, marcando el final de la obra, oirían, después del
último sonido analógico y antes de consultar sus teléfonos, una última frase
pregrabada en una voz conocida. «Er zijn geen nieuwe berichten».
«No tiene mensajes nuevos.»
***
Fecha: sáb sep 21, 2002 7:26 pm
Asunto: modem 063 – Camino de santidad
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 63 – Camino de santidad
Terminabas haciéndolo a propósito. Entrabas en las iglesias a cualquier hora
entre las once y las ocho y estaban oficiando. Siempre estaban oficiando.
Siempre había misas y gente de rodillas en los pasillos, como buscando una
revelación mediante el trabajo en horas extras. Era como estar viendo un
curso intensivo de cristianismo, donde se quisiera alcanzar un cupo de
oraciones completadas antes de la fecha de entrega. Como el repaso
exhaustivo la semana antes del examen final, reproducido con la opción de
avance rápido. En todas partes, a todas horas.
Eso era Cracovia a mediados de agosto de 2002, días antes de la visita del
papa Wojtyla. Juan Pablo segundo nació en Wadowice, un pueblo cercano a
Cracovia, y ejerció como obispo en la ciudad misma entre 1958 y 1967. Desde
esa perspectiva se comprende la locura: su foto está en todas partes; en los
escaparates de las zapaterías, de las papelerías, de los multicopistas.
Varias versiones de una misma imagen homologada del papa: difuminado hacia
los extremos, acompañado por dos pequeños ángeles, radiando tras de sí
franjas de tinta amarilla. Una variante muestra a Juan Pablo segundo
poniéndose en los ojos dos lentes construidas al unir los índices y los
pulgares, y luce muy apropiadamente en el escaparate de una óptica. Una
combinación asombrosa muestra al Papa rodeado de docenas de sostenes en el
escaparate de una lencería.
Karol Wojtyla está congelado en sus imágenes de los ochenta y tiene un
aspecto sano y vigoroso de hace exactamente veinte años. En el lugar se
masca una sensación de solución final: es como si volviera a casa para
despedirse -tiene prevista una comida con sus compañeros del colegio, los
que todavía viven-, o para no irse nunca. Hay algunos que optan
concienzudamente por la inmortalidad de Wojtyla. No morirá nunca. Esa muerte
es la que potencia todas las oraciones. Sea para venir o para no venir, está
la oración, permanente, antes de la gran misa final.
En la plaza del ayuntamiento, mientras se instala una efigie del papa que
cubre buena parte de la fachada de la catedral, suena el cumbayá con su
acompañamiento de guitarra y su coro de personas satisfechas de conocer la
letras. Ves monjas, monjes, laicos, mochileros creyentes, y muchos, muchos
boy scouts que han sido aleccionados para servir de ayudantes a los
visitantes. Llevan mucho tiempo entrenándose para estos días. Siempre tienen
una sonrisa en la boca, un pañuelo en el cuello y un brazalete en el
antebrazo. La imagen que más debería tranquilizar a los visitantes es la que
los deja más inquietos.
La purificación va más allá. En Cracovia ha quedado prohibido el alcohol
hasta que termine el domingo y el papa haya abandonado la ciudad. Durante
cuatro días no se pueden servir bebidas alcohólicas. En restaurantes de
nivel no hay refrescos, así que puedes optar por el agua, leche agria con
unas extrañas hierbas flotando o un líquido similar al almíbar de conserva
pero rebajado con agua. Los policías, para nuestra sorpresa, hacen presencia
en los supermercados. Los locales se toman todo sorprendentemente bien.
La prohibición cayó como una sorpresa. Estaba hablando con Anja, en un bar
céntrico, en una primera planta, tomando un licor que sabía a miel
fermentada, servido muy caliente. La madre de Anja había sido miembro del
movimiento Solidaridad cuando estaba prohibido en el país, y contaba con la
distancia que da el tiempo aquellos paquetes que en navidad le enviaba un
profesor alemán de básica, que tenía, para alegría de todos, jabón en polvo
y comida y chocolate. Alguna de la narración me recordaba las narraciones
familiares sobre la posguerra, con detalles muy significativos. En Cracovia,
al parecer sólo había dos modelos de jersey. La mitad de la ciudad llevaba
uno, y la otra mitad, el otro. Había que hacer cola para todo, y había
personas que se ganaban la vida haciendo cola para otros, noche y día,
turnándose con miembros de la familia, hasta que llegaba tu turno y podías
obtener una estantería, una puerta, una radio. La conversación fue
interrumpida por un aviso. Ultimas copas. Dos minutos para las doce.
Empezaba el periodo de corrección. Como si las misas se oficiaran con
gaseosa, como si las bodas de Canaan se hubieran celebrado con gaseosa de
sobre.
Poco antes de abandonar el bar nos contaban que entre la gente de cierta
edad había un buen número que todavía miraban el comunismo como “los buenos
tiempos”. Cualquier tiempo pasado. El argumento que nos enarbolaban era que
en la época todo lo que había lo podías conseguir: era cuestión de hacer
cola, digamos. Ahora veían cruceros en los que jamás podrían subirse, Ropa
que jamás podrían comprar, masajes que nunca recibirían, y que eso llevaba a
la depresión. El poder tener todo lo que ves te permite no sentirte
fracasado, que no te vean los demás como un tipo inferior.
Por un momento pensé en la práctica cristiana de la misma manera que
comentaban los tiempos comunistas de Polonia: ese lugar donde, sin importar
tu forma o condición, te ponías a la cola para conseguir tus peticiones.
Donde no había atajos ni elementos inalcanzables; una cuestión de sufrir
(porque a este mundo se viene a sufrir, gran invento el del pecado original)
y de insistir por tu turno por el método establecido (en las estaciones de
tren mediante la presencia física, en las iglesias mediante ruegos y
preguntas).
Y de alguna manera veía como el exceso le daba la vuelta a los valores: el
espectáculo de los sostenes era un pecado venial, mientras que el beber
alcohol era un pecado intolerable.
La multitudinaria misa del domingo se ofició, obvío decirlo, con vino. Ahí
tenían a la gran celebridad, haciendo ostentosamente lo que se había
prohibido a todos los ciudadanos, con vaso de lujo y mostrándolo bien alto
para las cámaras.
Para entonces yo ya había huido y estaba participando en una performance en
Graz con una Barbie de metro y medio. Creo que ustedes habrían hecho lo
mismo.
***
Fecha: mié oct 2, 2002 11:58 am
Asunto: modem 064 – La c del legado respetable
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 64 – La c del legado respetable
Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Esta es la receta que la
cultura popular aconseja para dejar un legado satisfactorio en el planeta
una vez que nuestros cuerpos tomen la textura del estiércol. Lo que queda de
nosotros en el mundo, la imagen que los demás tienen de nosotros cuando ya
no podemos levantar la voz para contestar, se sustenta, según este dicho, en
la vida que hemos generado, en el relevo de los hijos y en las palabras e
ideas que uno deja para la posteridad. Estos mecanismos de transmisión, sin
embargo, son bastante limitados: el numero de gente que conoce al hijo de
uno es reducido, dudo que conozcan a nadie que viaje por el mundo visitando
“el árbol plantado por”, y la autobiografía, mal que nos pese, es poco leída
después de que uno ya no está.
¿Está nuestro legado, la imagen que proyectamos para la posteridad,
suficientemente protegida con los árboles, los niños y la bibliografía? En
mi opinión, y en detrimento de los tres pasos con los que arrancaba el
artículo, hay un único factor que nos puede asegurar un recuerdo digno, y es
uno que aparece en las latas de refresco. Acompáñenme en el razonamiento.
Una recopilación reciente de grandes éxitos de la llamada edad de oro del
pop español (no se cuantas veces han vendido el mismo producto, y las que
quedan) llamaba poderosamente la atención por la portada. En ella, una
fotografía modificada “á la warhol” del dictador español Francisco Franco
lucía una peluca rubia rizada, los párpados pintados y los labios con un
lustroso rojo pasión. Me pareció bastante extraño que fuese la cubierta de
ese producto específico, porque todas las grabaciones contenidas se
realizaron años después del empacho de champán que supuso la muerte del
Generalísimo.
En la página de internet de «Ultrasónica/Campus Galicia» se podía leer este
comentario acerca de la portada elegida por el sello discográfico DRO: «Lo
de la portada, con ese Franco travestido, suponemos que es el símbolo
definitivo de que, sí, vivimos en democracia.» ¿Coinciden con este punto de
vista? Cambiemos a otro ejemplo.
Los partidarios en Gran Bretaña de la existencia de la libra frente al uso
del euro deciden producir y emitir un anuncio televisivo en el que el
humorista Rik Mayall imita a Hitler de manera poco respetuosa. El anuncio
fue polémico, no porque fuera ofensivo para los herederos del dictador, sino
porque era considerado «un insulto a las víctimas del Holocausto». La
valoración es curiosa, sobre todo recordando otros ejemplos, como ciertos
planos de la filmografía de Russ Meyer, en los que el Führer era sodomizado
para disfrute de la audiencia.
Dado que estos dos ejemplos corresponden a dos jefes de estado es decir,
gente con mayor solvencia social que usted y que yo, gente que ahora aparece
en los estirados libros de historia- cabe preguntarse cuando uno piensa en
su propio recuerdo: ¿tenemos carta blanca para meter mano a la imagen-legado
de cualquier individuo que haya pisado la tierra? ¿La tendremos para tocar
la de usted cuando ya no esté presente? Hay una manera de que usted proteja
su buena imagen después de muerto. Veamos un caso práctico.
En un spot publicitario español, un avión repleto de niños despliega filas
de monitores en los que aparece una señora con un peinado que quiere hacerla
similar a Marilyn Monroe. La actriz canta «feliz cumpleaños» en inglés, y
pone una entonación muy similar a la que Marilyn utilizó felicitando a John
Kennedy, sustituyendo la palabra «president» por el equivalente inglés de
«pasajero». Una frase sobreimpresionada en la parte inferior muestra que ese
anuncio se ha podido realizar gracias a que se han pagado derechos de
emisión a los defensores legales de la imagen de Marilyn. Pero Marilyn ¡no
está!.
Fíjense en esto: los derechos de reproducción de la canción «Happy birthday»
pertenecen (según bronzepig.com)al ex-beatle Paul McCartney; los derechos
del peinado de Marilyn no parecen en mi consulta cibernética (¿alguien ha
visto a un peluquero diciendo «este peinado no lo hacemos aquí, porque los
derechos son muy caros»?) y me temo que en el registro de la propiedad
intelectual no permiten reservar formas de pronunciación (el juicio de
Chiquito de la Calzada contra Pepe Navarro aludía a las palabras utilizadas,
no al modo de recitarlas).
Pero, al parecer, el anuncio «recordaba» a Marilyn; jugaba con el
“arquetipo” de Marilyn. De modo que eran los protectores de imagen de
Marilyn (según su website, la empresa CMG wordwide, también gestores de
James Dean, Bettie Page, Oscar Wilde y el Musculoso Charles Atlas) los que
aparecían reflejados en pantalla.
En principio se podría haber realizado ese anuncio sólo pagando derechos por
cumpleaños feliz (una canción que, según cálculos, genera unos beneficios de
un millón de dólares al año). Pero valía más la pena pagar a la persona
imitada que correr el riesgo de un juicio por uso ilegal.
La cosa va más lejos. En un programa de televisión, un publicista aireó
algunos spots que nunca se emitieron porque el anunciante se echó atrás en
el último momento. El que nos interesa es un anuncio descartado de Danone.
En él, la abuela de superman nutre a su nieto con yogur de cereales y este
crece para hacer el bien a la humanidad. Cabría pensar que para realizarlo
bastaba con pagar a la DC comics los derechos por usar al personaje. Pues
no; los estudios de cine que realizaron la película Superman también querían
cobrar derechos porque ¡¡el actor se parecía mucho a Christopher Reeve!!. El
anuncio no se realizó porque había que pagar dos veces por los mismos
derechos, y por el miedo a las represalias legales… ¡¡a causa de las leyes
de la genética!!
Retomemos ahora aquel «símbolo definitivo de que vivimos en democracia».
¿Podemos poner en un anuncio a alguien que recuerde a Marilyn Monroe
metiéndose algo grande en la boca? Sólo si lo permiten sus protectores
legales. Si lo hacemos a sus espaldas, sabemos que tendremos tras nuestras
cabezas a los representantes legales del ente etéreo “Marilyn”. Pero si lo
hacemos con Hitler… ¿Tiene alguien registrado a Hitler? ¿Tiene alguien
registrados los derechos de imagen de Francisco Franco? En otras palabras,
¿travestir la imagen de franco es…?:
1) ¿”un símbolo definitivo de que estamos en democracia”? (¿ Es realmente
éste el deseo del pueblo? ¿Es verdaderamente el deseo de la ciudadanía
maquillar a antiguos jefes de estado, o es tener una sanidad buena y
competente? Solución: su deseo es que un equipo deportivo del país gane una
competición internacional).
¿O bien, 2) un claro indicativo de que un bufete de abogados no te va a
someter a la rotunda ley de propiedades?
Yo, particularmente, me inclino por lo segundo.
Así que si quieren que su prestigio, su imagen y su dignidad se mantengan
cuando ustedes ya no estén aquí, pónganlo en manos de los abogados. Tengan
un hijo que conocerá poca gente, planten un árbol que no habrá quien
encuentre, escriban un libro que termine en el montón del reciclaje y esto
sí es importante- registren su imagen. Pónganse un copyright, como las latas
de refresco.
De acuerdo, nadie leerá tu biografía, pero al menos nadie te pintará
morritos después de muerto y sacará beneficio con la broma.
***
Fecha: mié oct 23, 2002 5:56 pm
Asunto: modem 065 – Tensión superficial
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 65 – Tensión superficial
Ubíquense en una fiesta. La organiza un amigo de ustedes, pero su catálogo
de relaciones termina exactamente ahí. No conocen a prácticamente nadie.
Ustedes están cerca de la mesa de las botellas, que enseña el mantel en el
poco espacio que filtran los trozos de patatas fritas. Hay un buen número de
vasos medio llenos que nadie volverá a tocar hasta que mister proper decida
convertir la termodinámica festiva en un proceso reversible. Ustedes están
cerca de esa mesa porque te da algo que hacer mientras no hablas con nadie.
Si son ustedes aventureros igual están en la parte opuesta de la habitación,
haciendo tiempo con los cigarrillos, inquietos por el siguiente paseo hacia
el hielo, que les hará cruzarse con perfectos desconocidos. Por algún
extraño maleficio, todos sonríen. Nosotros también podríamos sonreír pero da
tanta pereza conocer gente. Ahh. Da tanta, tanta pereza.
Si ustedes estuvieran ahora mismo siendo enchufados por la antorcha de una
cámara conectada en directo a una emisora de televisión dirían que no, que
conocer a otra persona es un proceso apasionante y enriquecedor. Pero ahora
mismo están ustedes solos, en una esquina, a dos tragos de una copa nueva. Y
conocer gente nueva es tan apasionante que ante un buen numero de almas
inexploradas ustedes solo piensan en que va siendo hora de matar la
consumición y olvidar eso que dicen sobre lo malo que es mezclar.
Esta imagen me viene a la cabeza porque en un tramo verdaderamente corto de
tiempo media docena de personas han dicho, tras aclararse la voz como en las
grandes revelaciones, que la sociedad actual algo así como todos menos
ellos- se está haciendo más y más superficial. Llaman superficial a juzgar a
alguien por su aspecto.
La palabra juzgar puede ser engañosa. Hay gente que juzga, que pone una
sentencia e intenta que sea permanente, gente que años después sigue
sonriendo con sorna mientras señala descaradamente al que eligió el polo con
rombos cuando hacía dos meses que aparecía en las listas de “lo más out”.
Los que realizan juicios inmediatos permanentes son idiotas. Y ustedes son
personas razonables. De pie y con un vaso, pero razonables.
Quizá la palabra correcta es sopesar. La superficie nos lleva a sopesar las
personas, y lo hacemos todo el tiempo. Es necesario, primero porque también
sopesamos la altura de los escalones cuando los subimos y segundo porque
reconocer de oído a las personas es, y así me lo demuestra la experiencia,
complicado para saber si alguien ayuda a las viejecitas a cruzar la acera.
En las frases de los especialistas hertzianos el término superficial aparece
por oposición, para subrayar la profundidad detrás de la camiseta. Y tiene
su gracia, porque en general todo cristo y esos especialistas los
primeros- piensa que él mismo es un pozo insondable. Quién no ha tenido que
soportar disertaciones que se resumen en “tu no me conoces”, “tengo vida
interior” , de gran utilidad para que esa persona no se muestre como es
nunca hasta que coja una cogorza excepcional, que es cuando dicen que eres
más tú que tú mismo.
Y ustedes están con ese vaso y no hacen ningún esfuerzo por entrarle a
nadie, pero nadie tampoco hace ningún movimiento hacia ustedes, excepto el
anfitrión, que se siente en a obligación de que todo el mundo se sienta
cómodo, en el intervalo que el resto de aislados le permiten. Nadie se
mueve. Estas emitiendo un mensaje con mucho ruido. Eres un escalón de altura
indefinida, y estás rodeado de paredes parecidas.
Quitémosle ruido al mensaje, pongámoslo evidente. Hagamos una prueba.
Miren hacia el televisor y observen el videoclip que se emite. Es un
videoclip generado enteramente por ordenador. La canción que ilustra, un
tema titulado “The Child” interpretado por Alex Gopher, les deja bastante
indiferentes. La imagen es mucho más llamativa.
En el video de the child no hay ni un solo objeto. En lugar del objeto en sí
mismo, aparece una palabra o un grupo de palabras contenidas en el contorno
de lo que debería ser un objeto. Al comienzo del clip, en lugar de llegar a
la ciudad a través delas nubes, nos hacemos paso a través de muchas copias
esponjosas de la palabra “nube”. La ciudad son inmensas columnas que
conforman múltiples veces la palabra “edificio”. Traspasamos la palabra
“ventana” para ver a los protagonistas: uno es el conjunto de palabras “pelo
castaño / bonita cara / mujer / embarazada / vestido rojo”, el otro es el
grupo “pelo moreno / grandes gafas / cara ansiosa / marido”.
Ahora coloquen esta fiesta dentro del video clip. Mesa es mesa, vaso es
vaso, el sofá es “sofá / blando / manchas / estampado con cuadros”. Hielo
derretido es agua.
Ahora elijan las de ustedes.
No es suficiente quejarse porque “pelo moreno / barba de tres días / hombre
/ jersey a rayas / con novia” sea un juicio muy superficial, muy poco
profundo. Pueden elegir las que quieran.
En serio. Pónganse un rato y elíjanlas cuidadosamente.
Complicado, ¿verdad?
Tienen todo un diccionario para elegir, pero cuatro palabras no son
suficientes. Somos mucho más profundos. Qué barbaridad de profundos.
No nos cabe el karma de grande que lo tenemos.
La incapacidad de elegir esas cuatro palabras es lo que nos abandona junto a
la cubitera. La necesidad de transmitir en tres palabras lo profundos, lo
brillantes y lo lúcidos que somos. Porque conocer a una persona es muy
costoso qué pereza- y que nos conozcan, uy, que nos conozcan es imposible.
Mira mi aura. Insuperable.
Admírala mientras me relleno el vaso. Qué estilo.
****
Fecha: jue nov 7, 2002 7:36 pm
Asunto: modem 066 – Idealistas mediante oposición
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 66 – Idealistas mediante oposición
No sé si recuerdan aquello de la Generación X. Yo estaba encantado cuando a
principios de los noventa se decía que la camada a la que creía pertenecer
era tan confusa que sólo se le podía describir con la incógnita de las
matemáticas. Pero encantado. Una cosa era descolocar a papá con la ropa y el
pelo y la música bien alta, y otra era descolocar a todos los padres,
sicólogos incluidos. Qué tremendo potencial. Hay ecuaciones en las que equis
llega a valer infinito.
Un poco más tarde nos hemos dado cuenta de que la generación que me incluye
parecía tan poco resuelta porque todavía no sabía cómo conseguir el temario
de las oposiciones. En cuanto lo han averiguado, la equis ha pasado de ser
un posible valor estratosférico a ser la forma de rellenar el examen tipo
Tes. La mía es la generación cuyo objetivo en la vida es ser funcionario.
Y en ese aspecto, las cosas pintan bien. Hay un florecimiento de
funcionarios digno de consideración, unos reflotando juegos regionales que
hace siglos que cayeron en desuso por aburridos, otros confeccionando
encuestas que se publican según convenga al que las ha encargado, la mayoría
multicopiando cosas que serán multicopiadas para personas que las
multicopiarán hasta que, más por ubicuidad que por eficacia, llegue a la
persona que mueva el tema definitivamente. Bueno, pasa con todo. Un
histórico de una empresa automovilística me contaba: «esta factoría la
montamos doce y ahora somos ciento y pico. En lugar de una fábrica de
coches, esto parece una fábrica de papel». El multipapel permite las dos
funciones básicas de los funcionarios: echar las culpas a otro y cobrar tu
pum-púm a fin de mes.
Y lo curioso es que esto me ha venido por la tan traída ilegalización de
Batasuna, el brazo político de la banda terrorista ETA. Quietos, quietos.
Guarden las piedras para el final.
La respuesta a la ilegalización de Batasuna me ha descolocado más que la
ilegalización en sí misma. Quiero decir, la clandestinidad en cierto tipo de
prácticas ha sido tradicional a lo largo de la historia. Y en muchos casos,
esa clandestinidad ha dado un halo de misticismo que ha servido para
aumentar el prestigio y el número de miembros. El gobierno, esa cosa que nos
cierra los bares a horas intempestivas a menos que paguemos para encerrarnos
en lugares donde la consumición cuesta una semana de supervivencia en
Somalia, no ha tenido tradicionalmente una buena imagen entre la juventud.
Pero ahora la juventud quiere alcanzar el funcionariado antes que la vacuna
contra el cáncer. Y el gobierno, desde ese punto de vista, mejora que da
gusto verlo.
La respuesta a la ilegalización de Batasuna parece afirmar que la
clandestinidad, que es el campo donde se ha gestado la organización hasta
convertirse en «el problema de España», puede ser un problema importante
para su actividad, o sea, su supervivencia. El grupo que se hizo fuerte
siendo clandestino puede morir por ser clandestino. Resolvamos la paradoja.
Pensemos un momento por qué la clandestinidad puede ser mortal para ETA y
Batasuna.
Pónganse en la piel de un miembro actual de la organización. Me entristece
decirles que se olviden de los tiempos anteriores a cuando Txomin se abrió
la cabeza haciéndose una casa en Argel. Que se olviden de tiempos en los que
los etarras corrían a desconectar las bombas cuando se enteraban de que el
portero, un compañero en la lucha de clases, aún estaba en el edificio.
Olvídense de los idealistas, de los que se empollaban el marxismo-leninismo,
de los que se planteaban la política como intervención del pueblo.
Tienen que ceñirse al momento actual. A la generación que ha madurado viendo
a los hermanos del Vicejefazo con despacho, a los hijos del jefe local con
encargos multimillonarios, a los amigos del Jefazo forrándose con empresas
públicas pagadas por todos. Pónganse en la piel de estas personas y
plantéense si es posible un idealista a fecha de hoy.
No caigan, como la reciente película «800 balas», en el error de dibujar al
espíritu de Baracaldo resistiendo a las fuerzas de seguridad dispuesto a
asumir la muerte por sus actos. (Idealistas políticos íntegros. Hey, es una
película de risa). En el estado del bienestar, mi generación no asume la
muerte en estos términos: no la asume y punto. Y antes que volver a salvar
inocentes, se dedica a crear innovaciones como el triciclo bomba. Mi
generación está mejor reflejada en la parte del alien en la película Smoking
Room: «si este tío recoge firmas en la empresa (o la sociedad a la que
pertenezco) lo que busca no es un cuarto para fumar, sino más pasta».
Bajo esta perspectiva, ¿qué objetivo hace que los que conocen la política
como un gran negocio lucrativo se afilien a una organización con objetivos
políticos? El despacho, el encargo, la empresa. El pum-púm a final de mes.
Pónganse en el lugar de un joven sin formación ni ganas de coger un libro.
¿Cómo hacerse una carrera? Prosperas en ETA, pasas a Batasuna y terminas
como concejal en tu pueblo. Te trabajas un puesto en el grupo y después a
obtener un sueldo a costa de los demás. No es muy solidario, pero (póngase
un suspiro de sacrificio) alguien tiene que hacerlo.
Esta perspectiva encaja curiosamente con la respuesta del partido político a
cargo del gobierno vasco, que en lugar de asumir sonriendo los votantes que
les han caído del cielo, se ha enfrentado con el gobierno español en una
postura que puede entenderse como «no os dejarán ser funcionarios suyos,
pero sí podréis ser funcionarios nuestros». «Podréis hacer igualmente
vuestras multicopias y cobraréis vuestro pum-púm a fin de mes».
Ellos también ven aquí un duro golpe para que haya nuevos miembros de la
organización. Se puede acabar el conseguir el pum-púm por medio de hacer
pum-púm en la nuca de los demás.
Ahora es el momento de sacar las piedras que les he pedido que guardasen.
Según cómo y cuándo la tiren, pueden ustedes alcanzar un sueldo fijo.
Mediante oposición.
***
Fecha: jue nov 28, 2002 6:28 pm
Asunto: modem 067 – Lo avanzado de las buenas ideas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 67 – Lo avanzado de las buenas ideas
Piensen en un sensor de vibraciones. Piensen en uno que soporte temperaturas
extremas, que pueda aguantar la falta de corriente eléctrica, que sea simple
y barato.
Un aerogenerador -seguro que han visto alguno- es un ventilador enorme cuya
función es sacarle electricidad al viento. Suele sostenerse con una columna
alta, que mantiene las aspas a una altura en la que el aire no sufre la
fricción con el suelo. Desde abajo no lo parece, pero la parte superior de
la columna oscila por la acción del viento y el generador -la “cabeza” de la
estructura- , da unos bandazos considerables de lado a lado. Lo sé porque he
estado ahí arriba.
Estas oscilaciones pueden dañar el aparato, de modo que se hace necesario un
sensor de vibraciones: un mecanismo para detener el rotor en caso de que la
flexión de la columna supere los márgenes de confianza. Yo, por deformación
de la experiencia, me lo imaginaba muy complicado: he realizado experimentos
sobre vibración de lavadoras, con acelerómetros instalados en buena parte
del tambor y del chasis, todos conectados a un ordenador que registra las
señales. Huelga decir que todo este montaje no es factible en una estructura
que se mueve tanto, en la que hace tanto frío y en la que la estabilidad de
la corriente no es precisamente ejemplar. De modo que cuando vi el verdadero
sensor de un aerogenerador me que dé sorprendido y petrificado a partes
iguales.
El sensor de vibraciones es una cadena con una bola de acero apoyada en un
tubo hueco. Si vibra en exceso, la bola se cae, tira de la cadena, y para el
generador.
Desde mi humilde punto de vista, eso es ingeniería. Un elemento fiable con
mantenimiento cero cuya fuente de energía sólo deja de actuar en gravedad
cero. Que también tiene su gracia, porque en gravedad cero no hay
convección, y por tanto, no hay viento.
Esta experiencia me hizo ver que yo también había caído en la trampa de la
falsa gran innovación: esa visión general según la cual las buenas ideas de
nuestro tiempo tienen necesariamente que tener una pantalla líquida, acceso
a internet, conexión con el teléfono móvil y muchas lucecitas que den el
aspecto futurista que proyectaban las películas de los cincuenta. A veces no
es fácil diferenciar una buena idea de lo que pensamos que es una buena
idea. En ocasiones no es que el árbol no nos deje ver el bosque, sino que
nos empeñamos en que, hasta que no tengamos el árbol delante de las narices,
eso ni es bosque ni es nada.
Desde este punto de vista, entenderán que vea con una sonrisa las diferentes
encarnaciones de lo que llaman continuamente la “cocina del futuro”, un
grupo de electrodomésticos interconectados y manejados mediante una pantalla
de cajero o lo han adivinado- mediante el móvil. Se puede uno conectar a
internet, enviar fotos a las amistades, saber si los yogures están a punto
de caducar. Puede programar la casa para encender la calefacción a la hora
deseada o grabar el programa de televisión de nuestro deseo o calentar en el
microondas los platos preparados que sabiamente hemos dejado en su interior.
Pónganse en situación: lo de programar el vídeo es ya un clásico; la
calefacción con temporizador ya lo anunciaba el actor Juanjo Menéndez cuando
la televisión se emitía en blanco y negro; sustituir el ordenador por la
nevera para navegar es llevar el miedo a los virus hasta el ridículo. Pero
lo que más gracia me hace es lo de los yogures: una persona lo
suficientemente maniática (u ordenada, ustedes eligen) para clasificar los
yogures por fecha no necesita ninguna ayuda digital para llevarlo a cabo.
La gracia estaría en tener ventajas para las personas desordenadas. Todos
los ordenadores tienen una función de búsqueda, porque los desordenados (o
naturales, ustedes eligen) ponen los ficheros donde mejor les viene. Si la
entropía de Kelvin demostró que el universo tiende naturalmente hacia el
caos, y que el orden (prueben con sus mesas) requiere trabajo, una máquina
que te da ordenado lo que le metes ordenado, no es siquiera una mejora. Una
persona que se olvida de que tiene yogures, créanme, no los mete en la base
de datos «el segundo piso de mi nevera». En suma: la “cocina del futuro” es
la de ahora, con opciones que hemos decidido no realizar y que de hecho no
haremos por muy fáciles que las pongan.
La “cocina del futuro” es la versión línea blanca de los aparatos de cocina
que se anuncian a altas horas de la madrugada, que sustituyen las funciones
de media docena de aparatos que no tienes y que, digámoslo ya, tampoco
necesitas. Pero a diferencia de estos, contiene las palabras internet y
móvil.
En mi exposición Transversal, hubo una pieza que no llegué a realizar porque
se me ocurrió durante el montaje, en directa inspiración por las reflexiones
de un artista de «nuevas tecnologías». La pieza consistía en una superficie
de circuitos impresos, placas madre, ventiladores y discos duros, encima de
la cual aparecía un largo cable del tipo que transmite los datos desde los
lectores de cd. El cable estaría colocado trazando el conocido dibujo de
«con un seis y un cuatro pinto tu retrato». La misma canción de siempre,
pero -eso sí- utilizando nuevas tecnologías.
Con el tiempo he agradecido no incluirla. Le faltaba la pantalla, y el
acceso remoto, y era barato de mantener. No era una buena idea.
***
Fecha: lun ene 13, 2003 7:58 pm
Asunto: modem 068 – Emisión en pruebas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 68 – Emisión en pruebas
¿Qué pondría usted en la televisión?
Hace poco le realizaron esta pregunta a un articulista que cobra por ver la
televisión, o mejor dicho, por escribir artículos sobre la televisión, a
diario, en un periódico de distribución nacional. El crítico televisivo es
una figura que tiene poco peso; así como en los premios cinematográficos, en
los literarios o en los pictóricos hay ganadores que son elegidos por
especialistas a espaldas del éxito de público, no es habitual o al menos yo
nunca lo he visto- premiar un programa de televisión, por bueno que sea, que
haya desaparecido por falta de audiencia. La calidad en la televisión es la
capacidad de tener potenciales clientes a los que colocarles anuncios antes
de que alcancen el mando a distancia. De hecho, dada la costumbre de poner
la tele para que su sonido haga compañía, se puede decir que el mejor
programa es el que menos molesta, el que permite colar más cuñas
publicitarias. La calidad formal en televisión es un ente etéreo, no
definible, en el que las normas de la cinematografía no se aplican, en el
que hay parte de normas de mercadotecnia, parte de tratado de buenas maneras
y parte de tolerancia al aburrimiento.
Aquí teníamos a un crítico televisivo en una entrevista televisada, en el
momento en el que el presentador le formula la pregunta, amparándose en las
horas de vuelo o mejor dicho, de recepción- de su invitado, pero
probablemente con intención de sonsacarle alguna idea. La idea en televisión
es otro término no definible, porque lo que importa de las ideas no es su
existencia y planteamiento, sino la reacción del público y su permeabilidad
a los consejos publicitarios. Pese a todo, el especialista -tras fruncir el
ceño en un gesto de revelación- propuso su modelo idóneo de programa.
Oh, sorpresa: lo que el especialista proponía era un montaje consecutivo de
imágenes de riqueza y de miseria: primero un plano del presidente del país
en una cena del partido, luego unos indigentes siendo disueltos por las
fuerzas del orden, después las grandes mansiones de los presidentes de
empresas petroleras, más tarde un mar cubierto de combustible… creo que
pueden seguir por ustedes mismos. El especialista añadía que las fotos se
debían emitir sin comentarios, solo con una música que les diese unidad. En
eso consistía todo el programa, y se entendía que, si le daban pábulo, toda
la emisión.
Huelga decir que este ladrillo, este documental progre sin principio ni
final, resulta insoportable consumido por sí mismo. Es televisión no
realizable, a menos que uno consiga convertirlo en algo tragable. ¿Es
imposible? ¿Está este crítico, en la tradición del teórico futurista e
idealista, planteando un horizonte utópico e inalcanzable?
Para salir de dudas basta consultar el libro «¡Viva el mal! ¡Viva el
capital!» de Santiago Alba Rico (Orates/Virus, 1992), que recopila 12 de los
160 guiones del programa «La Bola de Cristal», una singularidad difícilmente
repetible que se emitió entre 1984 y 1988. Resulta que, como atestiguan las
páginas de este volumen, la fórmula que propone este crítico ya se utilizaba
quince años atrás: ese tipo de montajes de riqueza frente a miseria sin
comentarios y con audio unificador ya se usaban como imágenes de apoyo para
el desarrollo del programa, mientras éste versionaba, interpretados por
muñecos electrificados, extractos de «El Capital» de Marx. Pero eran tramos
de apoyo, para ilustrar enseñanzas: el documental insoportable se convertía
ya no en digerible sino en memorable. Hay pocas personas que hayan asistido
a emisiones de la Bola y hayan olvidado la existencia del programa. Al menos
todos lo han ocultado de forma muy solvente.
Resumiendo los párrafos anteriores: un especialista en televisión, recién
entrado en el tercer milenio, defiende como horizonte utópico un formato 1)
antiguo, 2) que decide empeorar, 3) que viene de un programa juvenil y 4)
particularmente de un programa que se ha decidido tácitamente no volver a
emitir. (Este cuarto punto requiere aclaración: se han reemitido programas
de la Bola, pero pertenecientes a la época «blanda» del programa; es sabido
que los programas «duros», que recopila el libro, son ahora mismo material
reservado, si no desaparecido; se juzga que explica «El capital» demasiado
bien, que no es críptico, que se entiende, y eso de educar y enseñar está
mal visto: transmitir y emitir, al parecer, son términos opuestos).
A la luz de este planteamiento, explíquense que Lolo Rico, responsable de
ese formato ideal que supera las expectativas idóneas de este especialista,
esté alejada de las emisiones regulares de la empresa donde sigue trabajando
sigue contratada, porque es funcionaria de la televisión del estado- y
donde, si los rumores no son equivocados, la tienen localizando defectos en
la imagen de cintas de emisión, supongo que porque no pueden obligarla a
pintar paredes. Tenemos a la mente más vanguardista de la televisión
siempre según nuestro especialista- buscando drops entre fotogramas.
Como tengo una deuda con Lolo Rico y su «La Bola de Cristal» que me educó
de un modo que agradezco, no porque defienda particularmente «las
izquierdas», sino porque supuso un sanísimo contrapunto a las enseñanzas del
colegio: en clase tenía conservadurismo y orden, en la Bola tenía cambio y
caos- me he decidido a responder a la pregunta con la que arrancaba este
texto. Voy a intentar proponer una televisión irrealizable que, espero no
equivocarme, no se haya realizado mejorada el siglo pasado, probablemente
porque no soy un especialista.
Permanezcan en sintonía.
***
Fecha: mié ene 22, 2003 4:15 pm
Asunto: modem 069 – El telespectador en pantalla
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 69 – El telespectador en pantalla
Cuando se plantean nuevos modelos de televisión -una pregunta habitual
porque la ciencia-ficción nos gusta a todos- se propone, en la mayoría de
los casos, un cambio en los contenidos. Más dosis de esto, menos dosis de
aquello. Se habla del consumo televisivo como del gusto gastronómico, unos
diciendo que falta sal y otros que sobra pimienta. Y es una buena manera de
mandar al garete las propuestas, porque si al de al lado le encanta la sal,
la discusión se ha terminado. Sobre gustos no hay debate posible:
difícilmente convenceremos -racionalmente- a alguien a quien le den náuseas
las alcachofas para que las engulla. El convencer racionalmente sobre gustos
estéticos me parece la misma contradicción, y por eso me verán sonriendo
cuando consulto revistas de moda.
Igual que la pana es tan respetable como la lana o el tergal, la televisión
que tenemos ha de ser tan respetable o tan despreciable- como la que
tenemos en la cabeza. De modo que procuraremos desplazar el problema de la
televisión al comensal, a usted y a mí, evitando decir que tal o cual
cocinero es incorrecto. Lo que no es óbice para que, más adelante,
propongamos métodos que permitan cambiar de menú. Que ahí sí está el gusto.
De modo que nuestro objetivo es conseguir una programación que permita al
telespectador procesar lo que está viendo en pantalla, en lugar de obligar a
terceros a modificar propuestas que consideran viables. Curiosamente, si uno
comienza a hablar de formas de actuar sobre el espectador parece que esté
hablando de una ciencia-ficción aún más abstracta que la del cambio de
televisión. Es necesario poner ejemplos, y son en general modelos que han
llevado a cabo esa función de una manera oculta, cuando no inconsciente. Uno
de los casos más sorprendentes, por ser potencialmente más difícil de
conseguir, ha sido el del concurso «Confianza Ciega» (Antena 3, enero-abril
de 2002), que se hizo célebre por una concursante que cerraba todas sus
frases con la muletilla «tía», y que fue tachado como programa despreciable
por todas las personas consideradas “de buen gusto”.
Confianza ciega tenía como objetivo poner a prueba la confianza de tres
parejas en su mutua fidelidad. A tal efecto, se encerraba a los chicos en
una casa y a las chicas en otra diferente, y allí se les sometían a
tentaciones varias: chicas ligeritas de ropa y de cascos en la primera casa,
chicos musculosos y comprensivos en la segunda, que organizaban fiestas,
cenas, bailes y demás invitaciones al contacto físico. El desarrollo del
concurso tenía su centro de interés en el momento en que cada miembro de la
pareja veía en un monitor lo que sucedía en la otra casa, pero no en
directo, sino en un vídeo que resumía lo que allí había pasado. Los
televidentes estaban viendo a otra persona viendo la televisión, que no
peroraba sobre su contenido sino que intentaba procesarlo. La estructura
para «enseñar con el ejemplo» estaba dispuesta para desarrollar el temario.
En el vídeo aparecían las actividades lúdicas de la otra casa, se escuchaban
las conversaciones entre los concursantes y los «ganchos», y finalmente se
veía cómo del baile agarrado se había pasado a los abrazos, después a los
besos y después a movimientos poco definidos, detrás de unos matojos o unas
cortinas, que daban a entender un encuentro sexual. Basándose en ese vídeo,
el concursante decidía si su pareja le había sido infiel. El visionado se
realizaba delante de la conductora, una antigua presentadora de
informativos, que hacía saber a los concursantes que el vídeo podía ser
cierto o podía ser mentira.
No sé si me están siguiendo: los profesionales de la televisión estaban
mostrando en público que, sin trucos digitales ni actores dobles,
simplemente poniendo este segmento antes que este otro, insertando este
plano y cambiando de orden estos otros dos, podían engañar al telespectador.
Y lo decían en voz alta, en un programa de máxima audiencia.
Este programa despertó en mí grandes esperanzas: de pronto, todas esas
declaraciones que dicen que la televisión es partidista, selectiva,
condicionada e irreal iban a tener respuesta. Eso sí, en lugar de tener una
televisión que mostrase ese otro lado (igualmente partidista y condicionada,
no hay que olvidarlo), íbamos a tener una televisión en la que la audiencia
sabría que lo que aparece en pantalla no es necesariamente cierto. En lugar
de colocar un letrero en el que pusiera «esto puede ser mentira»(al modo de
los carteles «esto mata» que hay en los paquetes de tabaco»), tendríamos una
audiencia que vería las trampas habituales, las localizaría.
La mentira es parte del arte, de la expresión humana. El Quijote es mentira,
los relojes blandos de Dalí son mentira, el ratón Mickey es mentira. El
peligro de la mentira es carecer de argumentos para identificarla. Lo
primero que habremos de enseñar es educar al receptor a saber cuándo algo es
falso.
Los pasos iniciales para formar el telespectador que no cree ciegamente en
lo que aparece en pantalla, las clases de formación del escéptico sano, ya
se han comenzado a dar. Si, más que en la pizarra, se fijan ustedes en las
muletillas de los profesores, eso ya está fuera de temario. Tía.
***
Fecha: lun feb 3, 2003 6:42 pm
Asunto: modem 070 – Llamando a la cola de emisión
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 70 – Llamando a la cola de emisión
No es lo mismo «La Naranja Mecánica» que «2001» que «La Chaqueta Metálica». No es lo mismo «El Autoestopista Galáctico» que «Mañana No Estarán». No es lo mismo «El Sulfato Atómico» que «En Alemania» que «Mundial 78». El caso de las colecciones editoriales es especialmente revelador: no es lo mismo la entrega 326 de la colección Andanzas de la editorial Tusquets («Archipiélago GULAG», de Solzhenitsin) que la entrega 494 («El Arco Iris de la Gravedad», de Pynchon). Supongo que hasta aquí estamos todos de acuerdo.
En los programas de televisión no tenemos este punto de vista. Cuando recomendamos ver un programa, no estamos recomendando el próximo, porque no sabemos cómo es: estamos recomendando el pasado, el que ya hemos visionado. Para construir un criterio televisivo es necesario poder consultar las obras pasadas a voluntad, del mismo modo que podemos ir a una biblioteca o a una filmoteca o a un videoclub o a un museo o a una hemeroteca. En caso contrario, veremos «Dune» mientras pensamos que estamos viendo «El Hombre Elefante».
La mención del cine no es gratuita: el filósofo Gustavo Bueno enuncia que la televisión no es un objeto para ver lejos sino para ver a través de los objetos (es decir, que permite lo que tradicionalmente se llamaba «la clarividencia»), y afirma que, en consecuencia, la televisión sólo tiene sentido si es en directo. Una teleserie, al estar grabada, cae inmediatamente en la categoría de «cine». Un programa anterior pasa inmediatamente a ser cine.
Desde este punto de vista la cantidad de televisión que se emite por televisión o sea, la cantidad de horas que se emiten con contenidos en directo- es verdaderamente pequeña. Tras los informativos de la tarde, lo normal es la emisión, bien de películas comerciales, bien de series pregrabadas, bien de programas o concursos asimismo pregrabados. El límite se condensa en el concurso Operación Triunfo, un fenómeno mediático en el que la representación, en directo, ha sido cuidadosamente ensayada para que no aparezcan sorpresas, que son la sal del directo y la pesadilla de los políticamente correctos. Operación triunfo es todo lo pregrabado que puede ser un programa en directo.
Ahora bien, si los programas pasados son cine, las series pregrabadas son cine y los programas en diferido son cine, ¿qué impide la emisión de programas ya emitidos? Si nos dejamos de «conspiraciones en la sombra» que deciden ocultamente tal o cual cosa, y nos limitamos al aspecto comercial de la televisión, que sustenta la mayoría de sus arterias, la reemisión no da indicios de espectadores potenciales. No hay indicadores de audiencia. Así que hay que conseguir que sea la audiencia la que pida las reemisiones.
El mecanismo etéreo de medición de audiencias es, si se ponen en la piel de un programador o de sus jefe, muy conveniente: permite la supresión de programas con la excusa de falta de seguimiento aunque se intuyan otros motivos menos prosaicos. Incluso es impermeable a la pregunta evidente: ¿por qué en lugar de ser eliminado no se cambia su horario sustituyendo a otro programa con menor audiencia todavía?. Los indicadores de audiencia son en cierto sentido unilaterales: no sabemos lo que estamos decidiendo al ver o no ver, sino que algún señor, normalmente con dinero, decide amparándose en esas cifras. Operación Triunfo, un programa muy celebrado por esos programadores y por sus jefes, nos ofrece, sin embargo, una inteligente solución. Quién lo iba a decir, porque es un concurso donde se premia la menor resistencia a doblarse a los caprichos de sus profesores, y por extensión a los jefes de sus profesores, que serán sus futuros jefes propios. No da el perfil de generador de iniciativas individuales.
Fíjense: los concursos más seguidos en el momento de escribir estas líneas, Gran Hermano y Operación Triunfo, tienen un punto en común. En algún momento del programa final se enuncia la siguiente frase: «la audiencia ha decidido…». La decisión de la audiencia se realiza mediante llamadas de teléfono, es decir, mediante pago. Esa forma de decidir me gusta, porque en mi opinión si la gente pagase por lo que consume y no cogiera lo que sea solo porque es gratis, las cosas irían, creo, bastante mejor. Si supiese cuánto paga por un telediario, cuánto por un concurso veraniego con pueblos recortando vaquillas emboladas y cuánto por una gala de sábado con desfiles de ropa interior, igual el individuo podría decidir no dar ese dinero a esas actividades y en su lugar acudir al teatro o comprarse un libro decente. Igual han leído sobre sus respectivas «crisis».
Propongamos, pues, la decisión por teléfono: ¿y si, en lugar de elegir el concursante que se va, eligiésemos el programa que se va a emitir el día siguiente?
En lugar de etéreas mediciones de audiencia, tienen ahí sus votos. Y sustituyendo los telefilmes aburridos (1), que los publicistas detestan como «minutos de la basura», tendrán programas del gusto -y consumo, en todos los sentidos- del espectador. Y conservando la misma proporción cine-televisión (o, para entendernos, grabado-diferido) que tiene la televisión actual.
Pónganse en ese ideal: tienen un listado en internet con todos los programas que ha emitido, por ejemplo, Televisión Española. Eligen un par y ponen su dinero para proponer ese programa. Como deseamos que la televisión sea democrática -ese es el prestigio que nos venden con la audiencia-, y queremos que cada voto valga, bajamos a cero votos el contador de cada programa en el momento en que sale por antena. Así, los programas con menos votos se van emitiendo a medida que salen al aire los más votados. Y en un caso ideal, da tiempo a que se emitan todos, incluyendo aquella entrega de «No te rías que es peor» en el que salía su cuñado de usted.
Sólo tendrían poder de decisión las personas que pudiesen llamar, es decir, las personas con dinero: exactamente igual que ahora, pero con más individuos y más ideas locas- en la decisión: un solo voto garantiza que un programa esté en la cola de emisión. Si tanto se nos llena la boca con la democracia, apliquémosla.
Dejemos que el individuo medio diferencie la televisión como usted y yo diferenciamos los libros, las películas, los cómics, los cuadros. Permitiéndole que tenga acceso a las obras. El criterio mejora el medio.
Y el medio, olvidada la patraña de la televisión cultural, puede mejorar al espectador.
*
(1) Las películas se venden a las televisiones por paquetes, que incluyen un film famoso, dos mediocres y unos cuantos invendibles. Cuando ustedes compran un pack de libros de los cuáles sólo les interesan dos -el motivo de su compra- ¿se leen necesariamente los cuatro? Veamos, ¿por qué se emiten telefilme intragables? Porque tienen coste cero. ¡Pues también tiene coste cero la reemisión de programas propios!
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Fecha: mar jun 10, 2003 10:45 am
Asunto: modem 071 – Apartado cinco- Las bailarinas: no rellene las casillas marcadas
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
Desde la última vez que lancé estas líneas ha habido una guerra, una ocupación, una redefinición de los derechos humanos según quién echa mano de ellos y en general situaciones que me hacían pensar que hablar de la televisión y cerrar el ciclo que empecé era una fruslería bastante vergonzosa. La onda expansiva de la guerra de Irak todavía se desplaza y nos envuelve, pero en algún momento hay que terminar lo empezado. De hecho, la televisión no ha sido un elemento inocente en todo el proceso.
En capítulos anteriores hablábamos de un posible sistema para elegir lo que ve el televidente: un pay-per-view global. Sigamos tirando del hilo.
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nº 71 – Apartado cinco- Las bailarinas: no rellene las casillas marcadas
Pongamos a trabajar nuestros impuestos.
Los fondos de los ciudadanos se están empleando en mantener una televisión pública, varias autonómicas y más de una de menor alcance. Esos focos, esas grúas y esas salas de montaje son parte del erario público. Son valiosas y deben ser manejadas por personal cualificado realizando funciones precisas y familiares dentro del ámbito de cada especialidad, pero eso no debería ser impedimento para que usted haga televisión. Piensen en el horizonte teórico al alcance: dar a los ciudadanos la posibilidad hablar con sus congéneres televidentes sin intermediarios, sin la presión del departamento de ventas y sin la tensión de mantener un porcentaje de audiencia. Tocar y correr, y volver a esperar turno. Los impuestos al servicio del ciudadano. Al fin y al cabo, la televisión española se anuncia como “la de todos”. Pues a ello. Con dos narices.
Es necesario decir que las personas más reacias a este tipo de actividades, con novatos utilizando inconscientemente los minutos de emisión, no son los directivos, siempre abiertos a las posibilidades comerciales del reality-auto-show, sino los camaradas iluminadores, los camaradas realizadores y los cámara-camaradas, que se huelen tener que gastar su tiempo para pagar las clases del recién llegado. En el empleo de estado hay un manifiesto tácito inviolable: los ideales y las horas extras no se mezclan. Esta es la lección del funcionariado.
Pero en nuestro mundo ideal, los programas de novatos se pueden hacer sin impedir que los trabajadores arranquen a su hora el utilitario climatizado. No es necesario malgastar su precioso tiempo convenciéndoles de que esta o aquella combinación cae dentro de plano, de la posibilidad de que el escenario principal esté a la derecha y el de concursos esté fuera de tiro. Es irrelevante ser un novato. Ellos conocen perfectamente lo que tienen que hacer porque en nuestro mundo ideal lo tienen perfectamente estipulado. Ha bastado con rellenar el formulario.
En nuestro mundo ideal, para hacer un programa de televisión sólo se necesita comprar un papel timbrado en el estanco. El documento es una escaleta y se rellena según las instrucciones, en la arraigada tradición de los formularios. Una escaleta, para los que no conozcan el término, es una tabla que estipula en qué estado se encuentran los recursos técnicos y humanos del plató en un momento determinado de la grabación o emisión de un programa de televisión. Cada franja horizontal es un intervalo de tiempo (por ejemplo, los cinco primeros minutos) y cada franja vertical corresponde con uno de los recursos humanos o técnicos: iluminación, sonido, sección del decorado en uso, ubicación del ballet, actividad de las azafatas. De este modo el realizador sabe que, cuando se da paso al concurso, los micrófonos de solapa se desconectan, se abre el audio de la línea telefónica externa, se enciende la iluminación del sector cuatro. Y -principalmente- que llevamos mucho retraso con el horario previsto.
De modo que el ciudadano de a pie de nuestro mundo propuesto compra una escaleta oficial timbrada, consulta las instrucciones impresas en el reverso o en el anexo, y la rellena para hacer su programa. Los perfeccionistas dirán que no es posible rellenar la escaleta sin conocer la actividad real de la que se puede disponer. A ellos les recuerdo que también las posibilidades de compra, amortización e intercambio de objetos son innumerables, pero en el Plan General Contable no existe el apartado de “otros”.
Nuestro ciudadano toma la duración estipulada, meticulosamente dividida en tramos de un minuto rápidamente rellenables con “idem” y se hace un programa a su medida. Entrevista a su cuñado, reportaje de investigación sobre el sinvergüenza que siempre aparca en la puerta del garaje, informe sobre las fiestas de Valdeturo, mis vacaciones por Bélgica en simpáticas diapositivas. Las posibilidades, eliminado la presión de la audiencia, son infinitas.
¿Son ustedes capaces de soportar las vacaciones del vecino? ¿Su retahíla de una hora sobre las subidas de los precios? ¿Su incesante interés por los calendarios de gasolinera de los ochenta?
¿Son ustedes capaces de soportar una democracia?
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Fecha: mié jun 11, 2003 10:15 am
Asunto: modem 072 – La televisión democrática
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 72 – La televisión democrática
En la televisión ideal que estamos proponiendo, y supongo que ya lo habrán notado, hemos aplicado argumentos democráticos básicos: primero “un hombre, un voto” la elección de programas por sufragio popular- y después la “libertad de expresión individual” posibilidad de hacer programas propios sin obedecer al funcionamiento televisivo interno-. El numero de interesados en el primer apartado es mucho menor que el correspondiente al segundo, del mismo modo que hay más personas interesadas en leer revistas que en escribirlas. Les invito a que, usando el mismo método, apliquen el resto de ideales democráticos, y comprueben el escenario que les vamos a presentar.
Supongamos un número de personas que, por elección personal, propugnan la emisión de un estilo determinado de contenidos, una misma “línea editorial”. Puede ser la defensa de la fe cristiana, o el ataque al liberalismo económico, o la repulsa pública de los pantalones de campana. Puede ser el llamamiento a la revolución o la denuncia de vacíos legales. Elijan ustedes el que quieran; lo llamaremos en adelante opinión A. Un número de personas, mediante elecciones personales, logra que la presencia en antena de la opinión A sea relevante.
Conviene subrayar que lo de menos es si el programa ha sido asignado por tele-votación o por aprobación de formulario ordinario. Lo importante es que la opinión A es mostrada en antena, es decir, que tiene minutos de emisión. Naturalmente, si hay un gran número de ciudadanos con la opinión A, ésta aparecerá -de forma espontánea- en un porcentaje que un observador neutral ve desmesurado.
Como respuesta, las personas con opinión no-A (que pueden desglosar como opiniones B, C y sucesivos, si lo desean) hacen uso personal de sus herramientas para conseguir minutos de pantalla hacia su causa. Pero el desequilibrio numérico hace que la balanza de minutos se siga inclinando hacia el lado opuesto. Esta situación desemboca en la respuesta planificada: la agrupación de esfuerzos; la organización.
De modo que los individuos con opinión no-A deciden organizarse para superar de forma conjunta los movimientos desparejados del bando contrario. Si no lo consiguen, la situación se mantiene intacta, con un dominio claro de emisión de la opinión A; pero si lo logran, los partidarios del A, lógicamente, también se organizan. Votan, remiten formularios y reservan la emisión de un modo estudiado para minimizar la presencia de la acción no-A.
Con un poco de tiempo, la dinámica es identificada y, para ahorrar tiempo, se acude directamente a las asociaciones. De vez en cuando se recurre al ciudadano individual, pero es principalmente de cara a la galería. Atender a diez mil ciudadanos es diez mil veces más costoso que atender a un solo intermediario que los representa. Las asociaciones son las que cortan el bacalao. Las personas que quieren salir por televisión siguen enviando sus convocatorias, pero las que no quieren salir sea por timidez, por pereza o por desinterés- son las que, de forma pasiva y gestionadas por otros, colapsan la programación.
No sé si se han dado cuenta, pero esta es la televisión que tenemos hoy. Aplicando los ideales democráticos básicos terminamos naturalmente en la situación que tenemos ahora, al encender nuestro televisor. Y que a su vez es la misma que había hace veinte años: por mucho que se añore a Rico o a García Tola, los analistas del momento estaban ansiosos por la llegada de la televisión privada (¿a que, visto con perspectiva, es imposible no sonreír?).
En suma, la televisión es consecuencia del uso que hace el grueso de los ciudadanos con sus derechos democráticos. Más específicamente, con su indolencia hacia ellos. Con su desinterés en que sean usados por este o aquel colectivo para incrementar su supuesto número de apoyos. Con su propensión a venderlos ahí tienen aquello del autocar y el bocadillo en los mítines electorales, como venta propia, o lo del transfuguismo, como venta ajena- iniciando una dinámica en el que el grupo con más dinero es el que puede permitirse mayor número de participaciones. Con su neutralidad al elegir un grupo ”a alguien hay que votar, o luego no te podrás quejar”- en lugar de forzar una mecánica en la que sean necesarios nuevas organizaciones. En general, con su capacidad para sentarse en el sofá y quejarse de cómo está la vida.
Al iniciar esta serie de artículos les mentí diciendo que iba a proponer una televisión irrealizable. La trampa está en pensar que otra televisión es posible. Cambiarán los ingredientes de la programación (más opinión C y menos opinión H) pero responderá a los mismos mecanismos: a la gestión de su voluntad por manos de terceros. Creían que la emisión que reciben en su salón no les incumbía. Pero su grano de arena está en funcionamiento, mediante quien ustedes permiten.
La televisión ideal es la que tenemos delante. La televisión ideal es la que nos esforzamos en mantener. Yo estaría satisfecho, si no fuera porque todo el mundo dice que la televisión es un asco. La diferencia entre los espejos y los monitores (en particular los de seguridad) es que en las pantallas uno tarda más en darse cuenta de que quien aparece delante es uno mismo.
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Fecha: mié jun 25, 2003 6:19 pm
Asunto: modem 073 – El importe del rábano
ENAMORADO DE MI MODEM JUVENIL
por Raúl Minchinela
nº 73 – El importe del rábano
De entre las muchas sorpresas que nos deparan las vidas de santos, me gustaría subrayar un milagro atribuido a San José Oriol (1650-1702). El milagro que nos concierne sucedió en las siguientes circunstancias: terminada una cena en la que el santo estaba presente, resultó que ninguno de los comensales tenía dinero para pagar al mesonero. Viendo cómo se iba complicando la situación a medida que el dueño del local se resistía a aceptar el lavado de vajilla como forma de pago, San José tomó decididamente uno de los rábanos que había sobrado y se puso a cortarlo con un cuchillo. Las lonchas que iba cortando, dice la hagiografía, se convertían en monedas según caían a la mesa. Por si quedaba alguna duda, la narración nos aclara que «cortó tantas lonchas como monedas hacían falta para pagar la comida».
Esta historia es notable en muchos aspectos. Primero, una cena de grupo en la que nadie lleva dinero no es precisamente un conjunto de santos. Segundo, llama la atención lo prosaico del milagro, que en lugar de conceder una curación o un bien general se materializa en lo que -quizá desde lo de Judas Iscariote- se conoce como vil metal. Pero, personalmente, lo que encuentro más relevante es la última frase, que he citado textualmente: «cortó tantas lonchas como monedas hacían falta».
Tal vez alguno de ustedes recuerde una historieta de Mortadelo y Filemón titulada «el Gang del Chicharrón». En una escena, Mortadelo, Filemón y el superintendente Vicente acuden a la celda de la que se habían escapado los miembros del Chicharrón, que tiene una pared visiblemente agujereada. Filemón, viendo el panorama, comenta: «Sólo a esos borricos podría ocurrírseles semejante estupidez». «¿Cuál?», pregunta el súper. «Pues hacer diez agujeros» -aclara Filemón- «en lugar de escapar todos por el mismo». («Anda, pues es verdad. No se me había ocurrido», contesta el súper; «Ni a mí», añade Mortadelo).
La ‘performance’ monetaria de San José Oriol es oficial dentro de la iglesia católica. A efectos de los católicos apostólicos, fue la intervención divina la que convirtió cada loncha en una moneda. Ahora bien, ¿no bastaba con una moneda?
Es decir, ¿ha habido alguna vez en toda la historia una situación de acuñación en la que la moneda más grande fuera sólo una parte de una cena de grupo en un mesón? En épocas en la que los cheques no existían, que las tierras y las casas se pagaban al contado, ¿alguien concibe que la moneda más valiosa no cubriese una cena para seis? Incluso si este milagro se aplicase en nuestros días de dinero electrónico y monedas pequeñas, ¿no sería más normal que la loncha se convirtiera en un doblón de oro en perfecto estado, homologable por catálogo, en lugar de cortar una ristra interminable de monedas de, en el mejor de los casos, dos euros?
En suma, ¿qué hace que la intervención divina en el milagro de San José Oriol pueda ser valorada por Filemón como una estupidez que sólo se le puede ocurrir a Ese Borrico?
Quizá ayude a entenderlo la historia del matrimonio Mínguez de la Concha, una ficción incluida en el primer ejemplar del fanzine Dinero, la «revista de poética financiera e intercambio espiritual» que realiza Miguel Brieva para Ediciones Dobledosis. La historia de los Mínguez narra cómo, al sacar dinero en un cajero automático, les llegó un billete de valor infinito emitido por error en la fábrica de Moneda y Timbre. Cuando los Mínguez realizaban cualquier compra con ese billete, las tiendas les daban como cambio el propio billete. Asustados por la situación, decidieron ingresar el billete en un banco. «Mediante ese sencillo acto», dice el relato, «los Mínguez se hicieron propietarios de todas las riquezas del país», «y en cuestión de horas, de las de todo el mundo. El orden financiero colapsó, ya nadie poseía nada; todo pertenecía a los Mínguez como pago ínfimo y consolatorio de lo que la humanidad les adeudaba: infinito». Con esta frase termina la narración, pero hay un añadido al final de la página que dice así: «Feliz desenlace: El matrimonio Mínguez accedió, finamente, a destruir el billete a cambio de que la tierra fuera llamada Alberto M.».
A un lado, el estado puede imprimir un billete de valor infinito; a otro, las intervenciones divinas relativas al dinero están limitadas a la calderilla. Si las ficciones reflejan la situación del momento en que son creadas («nada nace de la nada»), vivimos un momento en el que Dios es menos potente que el dinero.
El dinero es una representación, un concepto abstracto: una civilización no se sorprende diciendo un día «mira, eso que cuelga lo llamaremos tomate» y otro diciendo «mira, eso que cae lo llamaremos dinero». La idea de Dios sólo afecta si eres creyente, pero la del dinero te afecta creas o no. Y a la primera la llamamos nada menos que todopoderosa.
Tiene cierta lírica. Atendiendo al milagro de San José Oriol, Dios, desde el dinero, es calderilla.