No ha debido comenzar así.
Es el camarógrafo. El nos habla.
Es una calle.
Es la noche.
No es el centro. Es un barrio rico.
Una metrópoli de occidente, cualquiera.
Es un bar.
Vienen. Es temprano. No importa de dónde. Son tres. Entran en el bar. Bien iluminado. Aún no es la hora de abrir, es temprano. Está vacío, son los preparativos de la noche, las botellas. Está limpio.
Es una mesera. Viene con ellos. La llamaremos "ella" o "la mesera". Es una flor. Parecen estudiantes, sí, son estudiantes. Ella también. Les ofrece ron, aceptan. Ella se cambia, es el uniforme, camiseta de algodón con el nombre del bar, en colores, vaqueros. Aprietan, insinúan. Es bella.
No pasa nada. Conversan, ríen. En la barra colocan la música. Ella es joven, muy joven. Coquetea con el diskjokey, es la costumbre, tal vez. Esperan a los clientes. Es viernes, habrá suficientes. En la mesa quedan dos. Lo vemos a él. No conversa, mira. Le llamaremos "él". Está con otra mujer, la amiga de la mesera. Ella está en la barra. Las dos se hacen guiños. El no lo nota. Dos mesas se llenan, apagan las luces. Vemos una luz oblicua, verde. Es el rostro de él. Es guapo, él no lo sabe. Beben. El le pide a la mesera cigarrillos. Ella los trae, distraída, está en su medio. Mira, la miran, lo disfruta.
Ha pasado una hora. El bar está lleno. Barremos el piso, vemos pies. Bailan. Subimos, giramos. Es la mesa, él no baila, conversa, es la amiga de la mesera. De cerca, vemos su rostro. La botella está vacía, ya. Planea. El no lo sabe. La música es fuerte, no oímos lo que dicen, ellos tampoco. No importa, los guiños continúan. Seguimos en la dirección del guiño, despacio, es un paneo. Es la mesera, sonríe, ilumina. Es pequeña, bien formada. Bajamos un poco, es él, mira sus senos, pequeños, la desea. El no lo sabe. Bajamos más, vemos sus nalgas, él también las mira. No es el único. Ya no puede escapar, él no lo sabe.
Afuera. Es una avenida importante. Concurrida, de frente, vemos los automóviles, son nuevos. Son caros, rápidos. Luces de mercurio, azuladas. Adelante, vemos unas figuras, bajo la luz, nos aproximamos. Se aproximan. Son altas, maquilladas, senos enormes, caderas, muchas caderas. Faldas cortas, piernas bien torneadas. Son deseables, muy deseables, son travestis. Los travestis. Los vemos desde arriba, son rubias, morenas, vemos el espacio entre sus pies y el andén. Sus pies. Eso es. No concuerdan. Son grandes, indelicados, casi torpes, delatores. Pocos lo notan, somos sagaces. Volvemos. Los rostros. Labios, son perfectos, ojos, grandes, inexpresivos. Anatomía configurada al uso. Una máquina perfecta, transformada a voluntad. Dos o tres aspectos indomables. Unas ligas, artilugios que ayudan a esconder, luego, al cliente ebrio no le importa o tal vez, así lo quiere. Pero los pies. No es posible esconderlos, no cuadran, no importa. Nos deslizamos desde ellos al andén. Giramos, es un auto. Se ha detenido. A través de los cristales los vemos. Son jóvenes, ricos, es un carro lujoso. Probablemente del padre de alguno de ellos. Tienen "clase", se lo creen. Dieciséis, diecisiete años, no más. Ella se acerca a la ventana. Es su voz, como los pies, no le va al rostro. Acuerdan un precio, sube al auto. Arrancan rápido, no quieren ser vistos. Vemos por la ventanilla, el travesti mira, el bar se aleja, dos personas beben fuera. Pasamos de largo. El auto nos deja atrás, le vemos alejarse, las luces encendidas, rojas, frena, gira, lo perdemos.
Volvemos al bar. Hay mucha gente fuera, vamos tras alguien. Vemos su nuca, el pelo corto al estilo militar, sólo en la nuca, desgreñado en la cabeza, largo. Conversa con el portero, paga la entrada, entra. Le seguimos. Vemos la barra, al frente, un micrófono. Es un animador, es gordo, grasoso, le hemos visto en la televisión, se cree célebre. Podría ser un chulo, pero no aquí, es un bar decente. Eso creemos. Todo pasa afuera, es lo mismo. Anima al público a que cante. Alguno sube, colocan una pista, canta, grita, el público aplaude, rechifla, goza. Seguimos tras del recién llegado, tiene prisa, pasa detrás del cantante, pisa al animador, no le importa. Le seguimos, clavados a su nuca, mira a lado y lado. Ve a la mesera, giramos con él, mira de arriba a abajo, se detiene en sus nalgas, pero su afán es otro. Sigue adelante, es el baño, cierra la puerta, nos cierra la puerta. Estamos fuera. En las narices. Negro.
Adentro. Estamos sobre él. Vemos el baño, común. Un lavamanos, el inodoro, el piso mojado. Su cabeza. Saca del bolsillo la billetera, un papel mantequilla, se sienta. Desenvuelve, es un polvo, blanco, sabemos lo que es. Una tarjeta de crédito, qué otra cosa mejor, con la esquina toma un poco del polvo. Lo lleva a su nariz, tapa una fosa, aspira, cambia de fosa, tapa la otra, aspira. Suerbe. Inclina la cabeza hacia atrás, le vemos el rostro, los ojos cerrados. Suspira. Abre los ojos, se levanta. Sale. Bajamos. De nuevo su nuca, le seguimos, mira a la derecha, es la mesa. Le dejamos ir.
Es la mesa la que nos importa. El, de nuevo. La amiga de la mesera lo mira, la mira, guiña, se guiñan, se aproxima, ella lo desea. El no sabe qué pasa. No sabe siquiera que algo está pasando, no le importa, sólo observa. La amiga se aproxima, más aún. Toma su rostro, lo besa. El abre la boca, se deja hacer. Su lengua responde al beso, sólo la lengua. El no piensa. Es normal, nada extraordinario, todo le parece igual. Así debe ser. La amiga se retira, ha cumplido su deseo, lo entrega tras un beso, ya no le interesa, sus planes son otros.
Un parque. Oscuro. Avanzamos, hay rocío sobre la hierba, hay un cuerpo. Le reconocemos de lejos, está semidesnudo. Nos acercamos a ras. Un brazo, vellos muy finos, rubios, la lejana luz de la acera permite ver gotas de rocío sobre ellos, o żes sudor?, acariciables, es el travesti, llora. El rimel rueda con las lágrimas por sus mejillas. Su boca, no es el labial. Gira, gime, le vemos más lejos. Es sangre. Es un guiñol, un bufón, gime, su voz, ahora es peor. Dos voces en una, femenina la dicción, masculino el timbre. Apaleado, quiere morir. Sus manos aprietan algo entre las piernas, vemos los muslos, finos también, algo que no quisiera tener, algo que siempre ha dolido, pero ahora el dolor es físico. Plano horizontal, vemos lejos, árboles, tres jóvenes, corren, se codean, ríen. Son cómplices. Un automóvil los espera, suben. El ruido es estridente, son las llantas, ahogan las risas, de nuevo, sólo luces rojas que se alejan, frenan, giran, ya no están, no hay risas. Silencio. El travesti ya no gime. Ya no está allí. Tal vez sueña, no sabemos. Retrocedemos, mirando al suelo, pasamos sobre la estola, rosada, como de peluche. Pisoteada.
En el bar. Vamos a la mesa. La mesera está sentada sobre las piernas de él. El la siente. Siente el calor sobre sus muslos, siente humedad. Está tenso, el deseo duele, trata de salir, se dobla. Es un primer plano. Toca su espalda, desliza la mano, la camiseta de algodón. Es sudor, todos sudan, hace calor. Baja la mano, toca la nalga. Aprieta, con fuerza, pretende abarcar todo con la palma, tensiona la mano, la relaja. Ella lo mira. El ve su boca, detalla los labios. Son hermosos, pequeños. Es una boca pequeña. Como todo en ella. Se acerca. La besa, no lo volverá a hacer en esta noche. Pero es suficiente. Muerde sus labios, los chupa, saborea su lengua. Chupa su lengua, sabe bien. Más tarde escribirá que sabe a leche. Ahora no identifica aquel sabor, es el mareo. Ella se estremece, responde al beso, enseña, aprende, abraza. El siente sus senos en su pecho, pequeños, y abraza, más fuerte. Gimen. Compiten. Saben. Supone que la humedad aumenta. Más tarde lo comprobará. Ahora no. La amiga observa, ríe, echa atrás su cabeza, ríe más. Supone que lo ha logrado. Así es. La mesera amaga con levantarse, se separan. Sigue sentada, él estira su cuello, muerde sus labios, como una tortuga al recibir comida. Se acerca rápido, muerde, se aleja. Adivinamos dos pulsos que estallan. Ella se levanta, sonríe. Está trabajando. El pide otra botella de ron, ella se aleja a la barra. El barman la ha visto, los ha visto. La tuvo, la ha perdido, ha perdido. Ella hace alarde, quiere ser vista. El barman la mira, se resigna, intuye que su hora ha terminado. Ella lo confirma, le ríe en la cara. El está agotado. Se echa atrás en su asiento, suda. Es la agitación. Gruñe el deseo insatisfecho. Bebe. Muerde un cigarro. Muerde incluso el aire. Morder es su manera de amar.
No hemos debido llegar aquí. Pero dijimos que esto no ha debido comenzar así y así lo hizo.
Es un apartamento.
Es de ella.
Es el centro.
Es un séptimo piso.
Los vemos abrir la puerta, todos ríen. Son los tres del principio: él, ella, la amiga. Entran. Es un lugar pequeño. Es nuevo. Vemos una salita. A la derecha, una cocina, abierta, con una barra que da a la sala. Es bonito. Un olor particular, a nuevo, a madera, a ella. En la sala. Un sillón, un sofá pequeño, una mesa de centro. Con vidrio, es de madera. A la izquierda, un baño, una puerta. Es la habitación. Están cansados. Eso creen. La amiga está satisfecha. Los ha llevado a los dos hasta aquí. Pide una cobija. Ella se la da. Se tumba en el sofá. Esta cansada, feliz. La observamos bien. Es gorda, con gafas. Es cómica. Se divierte. Está ebria. Es la ebriedad del triunfo. Duerme o eso aparenta. Quisiera oír lo que va a suceder en la habitación. Ya lo sabe. Quisiera oír. Ella entra al baño. Se lava los dientes, siempre lo hace así. Nunca después. El espera afuera, no sabe qué hacer. Sale, le toma de la mano. Entran en la habitación. Ella apaga la luz, cierra la puerta. No hay cortinas. La luz de la ciudad entra desnuda, pinta de azul toda la escena. Ellos se abrazan. Cerca a la puerta. Los dejamos, vamos a la ventana. Da al norte, observamos. Es la ciudad, se nos muestra cansada, cerca del amanecer. La luz es suficiente para observar lo que aquí va a acontecer. Es un choque. Volvemos, los vemos abrazados. El no se mueve. Ella introduce su mano bajo la camisa, la saca del pantalón, sube, la palma se desliza sobre el vientre, el pecho. Le quita la camisa. Bajamos, la vemos en el suelo. Subimos lentamente. Es la mano de ella. Es el cinturón de él, lo abre, suelta el botón, baja el cierre. El se agita, se estremece. Subimos. Ella le está besando el pecho. El es flaco, echa atrás la cabeza, pero adelanta el cuerpo. Ella está vestida aún. Chupa sus pezones. Baja la mano, entra. Lo toca, lo agarra, lo aprieta. El deseo pugna por salir, aún atrapado entre las ropas. Duele. Intenta un movimiento, torpe, atrapado. Ella lo sabe, mueve su mano, hay poco espacio. Saca la mano. Se ayuda. Con las dos baja el pantalón. El ya se ha quitado los zapatos. Se sale del pantalón. Ella intenta quitar la única prenda que le queda. El no se deja, ahora, es su turno. Toma la camiseta, la de las letras del bar, por abajo. Los costados. La sube. Ella levanta los brazos. Sabe lo que hace. Bota la camiseta. Vemos un sujetador. Es enterizo, ceñido, de niña. Es de algodón, estampado. Son flores, azules, muy claras, desteñidas. Es por las lavadas. Lo saca por arriba. Ella levanta los brazos de nuevo. No ríen. Gimen. Saben lo que hacen. Es el ajedrez. Es un asunto serio. Ahora él. No le permite bajar los brazos. Le lame los sobacos, depilados, los huele. Es el olor. No lo podemos ver pero se siente, es el sudor de la noche. A él le encanta. Lame de nuevo. Le sabe a sal. Ahora va lento. El sabe cómo la espera aumenta el deseo. Baja las manos. Ahora la imita, suelta el botón de los vaqueros. Baja el pantalón. Ella también se ha quitado los zapatos. Bajamos. Vemos la alfombra, las prendas, los pies descalzos. Subimos de nuevo. Semidesnudos. Ella sólo permanece con las bragas. El, con los calzoncillos. Observamos el bulto. El deseo, encerrado aún. Lo toma de la mano. Nos alejamos. Observamos la cama. Es cómoda. Tiene un cobertor, lo adivinamos pesado. Es cálido, acogedor. Hace frío. Se introducen en la cama. El la abraza, están de costado. Ella gime. El baja la mano, quita las bragas. Hace lo mismo consigo, se quita los calzoncillos. Ella nunca hace eso. Caen las dos prendas de la cama. El acaricia su cadera. La otra está contra la cama. Desliza la palma, fuerte, sobre el muslo, se entretiene. Sube, toca la nalga, desnuda, siente su piel. Áspera hacia la base, como de quien ha montado a caballo, tersa hacia arriba, hacia la espalda. Toca el ano, sigue hacia adelante, los vellos. Se adivinan gotas de sudor sobre ellos. Más adelante, toca el inicio de los labios. Se retira. Ella hace lo mismo, lo toca, lo envuelve con sus manos. El deseo es inaguantable. Ya. Duele más. Ella lo dirá después. Duele de insatisfacción. El vuelve por delante. Toca el ombligo, con un dedo, gira sobre él. Baja más. Se sorprende. El vello del pubis es corto, raspa, está afeitado. El nunca se había encontrado con algo así. Lo disfruta. Es algo nuevo. Baja más la mano, deja la palma sobre el vello. Abre los labios con un dedo. Ella está muy húmeda. Así la imaginó. Baja más, introduce el dedo. Lo mueve a un lado, al otro. Ella aprieta los muslos, sabe hacerlo. El contacto es mayor. El se entretiene. No tiene afán. Saca la mano. Besa los senos. Son pequeños. En unos meses, no lo serán más. Los chupa. Los muerde, mueve su lengua. Besa su cuello, posa su cabeza sobre el cuello. Es para que ella no lo vea. Sube la mano. Se huele el dedo. Le gusta. De nuevo no podemos ver. Pero es un olor muy tenue, él, más tarde, se quejará de esto. No besa su boca. Ya hemos dicho que no lo haría, esa noche. El teme enamorarse, pero es una artimaña inútil. Ella no resiste más. Ya sabemos que le duele, quiere ser poseída. Habla.
- żEstás bien?
- Sí.
El no lo sabe. Está bien. Ella quiere más, se gira, boca arriba. Abre las piernas. El entiende. La monta. Se sigue entreteniendo con sus pechos. Los besa, baja lamiendo. Al ombligo, lame el sudor. Baja, lame los vellos, le raspan la lengua, quiere bajar más, ella cierra las piernas. Se contenta con el olor difuso. Sube, coloca su cabeza al lado de la de ella. Oreja con oreja.
Y la penetra.
Lo demás, es lo de siempre. Los vemos desde encima. Cubiertos, es el mismo movimiento, los gemidos, el espasmo, el abrazo. Es el silencio. Es la quietud. Dejamos el lecho de los amantes. Vamos a la ventana. Se escucha la respiración, tranquila, ya no duele nada. El sol asoma. El se despierta. Ella permanece quieta. Le besa la mejilla. Tal vez murmura una despedida. Se viste. Ve las bragas en el piso. Las recoge. Las huele. Las guarda en el bolsillo. No las mira. Sale. No sabe si volverá. No sabe lo que ha pasado. La amiga, gorda, ronca.
Es el ascensor.
Muy nuevo.
Luz de neón.
Espejos.
El espera, se cierra la puerta. No oprime ningún botón. Saca las bragas. Las observa. Las huele de nuevo. Les vuelve el derecho del revés. Lo comprueba. Hay humedad seca. Mucha, mucosa. Estaban mojados desde el bar. Sonríe. Ahora sabe que fue cierto. Oprime el botón del primer piso. Siente, sin embargo, que esto no ha debido comenzar así. Para la ciudad, la noche ha terminado, la de él, recién comienza.
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