Por Raul Minchinela Este fue un relato de suspense seriado en el periódico universitario EL COAXIAL. Dado que aquel era el primer año de publicación y su supervivencia era más bien dudosa, se fue redactando sobre la marcha y con la conciencia de que se podía terminar en cualquier momento. Finalmente, los números proyectados se cumplieron, pero la aventura podría haberse solucionado en cualquier altura, de diferentes formas. A esto se añadía el escaso espacio disponible, con lo que en muy pocos caracteres debía recordarse la situación del capítulo anterior, se debía avanzar en la narración y alcanzar un final suficientemente atractivo como para esperar la continuación. La confusión, las revelaciones veladas y el ambiente cargante eran objetivos literarios de este experimento, que se saldaron, a ojos del autor, de forma satisfactoria -especialmente si se conocía el edificio que servía de escenario-.
El arte del detective es el de calcular sin conocer la ecuación. La afición de Diego a Conan Doyle o Ellery Queen se limitaba a seguir algunas noticias de los periódicos y establecer hipótesis al estilo Nero Wolfe de las que algunas resultaron ser ciertas. Suya era la hipocondria de los excesivamente vigilantes, de los que en las estaciones de autobuses se sospechan rodeados de fugitivos de la justicia, pero era una hipocondria que no compartía con nadie, ni siquiera con sus más intimos amigos.
Diego aún arrastraba tres asignaturas de primero de industriales -que conjugaba con dos de segundo- mientras se enamoraba de una chiquilla de pelo caoba de tercero eléctricos, único secreto propio. Ese era un detalle que había ocultado incluso a su casi confesor, Eduardo, un chico de segundo que se forraba las carpetas con portadas de la revista The Face, con el que Diego había sido compañero de asiento y prácticas durante el primer año de carrera.
Eduardo sí conocía la afición investigadora de Diego, pero se resguardaba con una norma que ambos respetaron siempre. Como Eduardo no tenía ni puñetera idea sobre Maigret y Diego desconocía los vinilos de Sonic Youth, sus conversaciones trataban sobre cualquier cosa y no mezclaban sus mundos a menos que sucediera una emergencia. Hasta ahora las alarmas habían caido todas del lado de Eduardo: la disolución de Surfin' Bichos, la muerte de Kurt Cobain, cosas verdaderamente importantes. No había lugar para las banalidades cuando se pisaba terreno no neutro. Por eso, el hecho de que alguna pudiera caer del lado de Diego le preocupaba sobremanera.
La tarde de aquel jueves, Diego y Eduardo tenían prácticas de termodinámica. A media mañana, en cafetería, Diego le hizo saber a Eduardo lo que había descubierto. Algo sucedía en la escuela y Diego por fin podía usar la regla.
- Tengo algo que contarte a las dos.
Y Eduardo sintió un escalofrío mientras Diego sonreía con la sonrisa de los tigres.
El timbre de las dos no había curado su ronquera en el aula diecisiete. En el resto del pasillo las puertas se iban abriendo dando a luz gente precipitada. Ese sonido, madera contra ladrillo, goma sobre baldosa pulida, en la última hora de un jueves, frustraba a los alumnos nada interesados en el trazado de las evolventes. El profesor alargó la clase hasta que las gomas de las carpetas y las bisagras de los asientos fueron el auténtico timbre. Para entonces Eduardo había agarrado su carpeta por David Lynch y Trent Reznor y se abalanzaba sobre un Diego apoyado contra las franjas verdes que protegían del abismo.
- Qué pasa - inició Diego.
- Déjate de tonterías y cuéntame eso de lo que tenías que hablarme.
- Vamos a los sofás de secretaría que allí estaremos cómodos.
Estrategias de perro viejo, esperar hasta las dos y media para evitar la cola de las dos y cinco en el comedor. La imitación de cuero descolorida recibió el peso de los dos cuerpos con un gruñido de sillón barato. No hubo tiempo para acomodarse.
- Yo en tu lugar respiraría hondo. Esto de aquí es increíblemente raro.
En el diccionario de Diego las palabras raro y curioso no tenían ningún parecido: cuando utilizaba raro quería decir serio. Y serio significaba preocupante.
De la carpeta de Diego comenzaron a salir planos croquizados a mano de la escuela de ingenieros y hojas que contenían anotaciones de cifras y de letras sin sentido aparente que tenían fechas asociadas. Las fechas, aclaró Diego, corresponden al día en las que las encontré. Un buen número de ellas tenían asociado un término: B5.
- ¿Qué es B5?
- B5 es un quién.
La decodificación es la exégesis del siglo veinte: textos sagrados a través de rotuladores anónimos. El secreto en los grafitis de un retrete. Tercer misterio. Eduardo era incapaz de ver más allá de las letras y los números en las hojas que agitaba. Sólo trazos sin sentido donde Diego, el sumo sacerdote, había arrancado lugares, fechas, personas. Ni siquiera preguntó su procedencia.
- ¿Cómo has logrado traducir todo esto?
- No he dicho que lo haya logrado. Quizás necesito tu ayuda.
- Sí, claro. Cómo.
- Cometieron un error.
Diego tomó las hojas con las notas y los planos abocetados.
- Todas estas primeras son de los servicios, tanto de los de aulas como de los de departamentos. Los descubrí por casualidad, y no les dí importancia hasta que encontré el tercero de la lista. Demasiada casualidad. Pero sigo sin entender por qué- trazó una raya sobre las anotaciones-. Si quisiera dejar un mensaje, lo escribiría en un lugar discreto, ya sabes, el reverso del quinto asiento de la cuarta fila del aula 12. ¿Por qué dejarlos a la vista de todo el mundo, por muy disimulados que estuvieran?
Diego rebuscó en su carpeta y sacó un folio mecanografiado antes de continuar.
-Hice una lista de posibles lugares en los que dos personas se pudieran comunicar sin encontrarse. Los corchos no valían, ¡cómo dejar un mensaje donde se espera que haya mensajes! Eso les dejaba las salas de ordenadores para usuarios, las mesas de las aulas, las de la bilioteca y anotaciones en los márgenes de los libros de préstamo, aparte de los ya sabidos retretes. Eso contando con que no fueran escribiendo con un carioca por cualquier pared escondida. Las que estan en esa hoja -señaló- son de puertas de retrete y de archivos de texto en ordenador, excepto una de mesa de biblioteca. Debe haber más pero pueden estar practicamente en cualquier rincón.
- El error. Has dicho que cometieron un error.
- En la sala de usuarios de la biblioteca apareció un archivo de texto que anulaba una nota anterior, y decía en clave dónde estaba. Revisé todas las que había encontrado y... premio. Una estaba tachada y daba la situación de la buena. Ya tenía dos lugares en clave. Los demás vinieron rodados. Pero sólo los de las notas. No he podido localizar su lugar de reunión.
- ¿Hay lugar de reunión?
- Eso lo sabremos esta tarde. He preparado algo. Todo estallará a las tres.
Diego necesitaba a Eduardo. A las tres todo se iba a precipitar y era imprescindible un as en la manga. Le contó lo que había sucedido los dos días anteriores: la nota que había dejado bajo el nombre clave de B7, que no había encontrado pero que había deducido que debía existir, reclamando una cita de urgencia; la contestación que le emplazaba en el hall de la escuela, junto a la columna de corcho de la comisión de cultura; la noche boca arriba repasando el estucado porque habían sido los nervios y el insomnio los que le habían obligado a tomar esa decisión temeraria y tal vez suicida. Eduardo le preguntó cuanto sabía de esa presunta asociación con la que iba a contactar.
- Nada- señalaba Diego con un cansancio que ahora se hacía más evidente según sus ojos se tornaban rosa de arterias-. Pero no puedo seguir así.
Para Eduardo, en dos latidos, el Diego de la lógica analítica se había convertido en un Diego desesperado de ojos vidriosos e ideas embotadas por la falta de sueño. Respeto y Lástima. La perspectiva es la ciencia que nos convierte en genios y a los demás en imbéciles, o viceversa.
- Vamos a comer- invitó Eduardo.
La comida no dio lugar a ninguna conversación. Borraron las espirales de canela vigilando el reloj y dejaron los restos en el contenedor vertebrado. En el pasillo, junto a las cocinas, Diego tomó a Eduardo del brazo.
- Quiero que me vigiles. Quédate en un banco junto a delegación. Te necesito detrás por si algo malo pasa.
- No te entiendo.
- Si me marcho, ven detrás. No me pierdas de vista.
Diego abandonó el pasillo y bajó las escaleras antes de que lo hiciera un Eduardo que se sentía perplejo y un poco traicionado. Diego se apoyó en el muro del despacho de I.S.C. y se ignoraron mutuamente cuando Eduardo se sentó en un banco desde donde podía verle. Durante unos minutos, Diego disparó sus pulsaciones y Eduardo hojeó su carpeta mientras lanzaba miradas de reojo. En algún momento una chica con cazadora negra dejó en el corcho un papel en el que sólo había dos manchas. B7. Diego se acercó y lo cogió.
- Sígueme- dijo ella.
Para cuando Eduardo levantó la vista de su carpeta el contacto ya se había realizado y Diego, que le arqueaba las cejas desde hacía segundos, se encaminaba acompañando a la chica que le servía de anfitriona. Se dirigieron hacia la puerta de emergencia a la derecha de cafetería y en lugar de salir del edificio bajaron la escalera que lleva a los laboratorios de señal y comunicaciones. Eduardo, para entonces, se había puesto en pie con falsa despreocupación y los seguía con la posible coartada de los vestuarios de la planta inferior.
La cazadora negra de la chica, pudo ver Eduardo al bajar el último escalón, se introdujo en el pasillo que llevaba a las calderas inmediatamente seguida por el anorak de Diego. El pasillo era muy largo, y Eduardo debía esperar a que lo cruzasen del todo para no levantar sospechas. No es que ello fuera ningún peligro para él, al menos eso creía, pero sí para el plan de Diego de tener un as en la chistera en caso de necesidad. Mientras se asomaba según pasaba de largo por la puerta, reflexionó que si Diego le había contado todo aquello no había sido por arrogancia sino por la necesidad de respaldo. Si le fallaba, no había nadie ni nada entre Diego y lo que fuera que representase esa chica.
Eduardo entró en el pasillo un par de segundos después de que desaparecieran de cuadro. Los tubos gorjeban trinos roncos de burbujas y guardaban todo el calor bajo sus fundas. El trueno de los propios pasos. La puerta roja y metálica que llevaba al sistema gasógeno estaba abierta y dejaba escuchar voces distorsionadas por el eco de túnel, pero no habían tomado ese camino. Al final del pasillo había un osario de bancos y tablas viejas y puertas no instaladas y mesas por montar. Cadáveres exhumados. Ebanistería.
Se detuvo a escuchar. No se oían pasos. Sólo el rumor grave de las voces dejadas atrás. Junto a las maderas había un papel doblado. El de la chica. Desde ese punto, sólo cabía subir las escaleras de salida, así que las subió agudizando el oído y los ojos. Tramo tras tramo, se sucedieron una puerta de cristal, dos pasillos a departamentos y una puerta de despacho. Eduardo entró en lo que luego sabría que llamaban El Palomar, hogar de Superlópez. Le preguntaron a quién buscaba. Eduardo no supo responder y se marchó disculpándose. Volvió sobre sus pasos, regresando al osario, asomándose a los pasillos, pero lo único que vio moverse fue un abrigo de napa vieja que se dirigía al departamento de mecánica.
Le había fallado. Ahora Diego jugaba sólo.
Eduardo se sentó en un banco frente al aula de informática. Seguía mirando la escalera en la que había perdido el rastro de Diego y de la chica que le había servido de contacto. Tanteó su bolsillo y sacó la hoja que había encontrado junto a las calderas. Sólo había escritos dos dígitos: B7. El nombre clave que Diego había tomado prestado y que le había servido de salvoconducto. Se quedaría sentado en ese banco hasta que Diego apareciese o comenzaran las prácticas de termodinámica. Pero algo le hacía temer que sería por lo segundo.
Las puertas y los pasillos se retorcían y multiplicaban con la confusión del primer contacto. Diego apenas había pisado los laboratorios que ahora se filtraban por las puertas entreabiertas. La chica caminaba con seguridad y cierta prisa, tal vez para diluir aún más la ubicación de un Diego al que las venas se le ensanchaban y cuya vejiga daba las primeras señas de nerviosismo. En medio de la marea de pomos, la chica tomó uno de ellos y lo giró. Diego la siguió dentro. Fue entonces cuando vio que la habitación no estaba vacía.
Diego repasó los rostros de los otros seis individuos que había en la habitación; a su espalda la chica cerró la puerta y se oyó un sonido metálico que podría ser el seguro. Dos de ellos eran muy corpulentos. Uno apenas llegaba al metro setenta. Había una chica con exceso de peso y de maquillaje, con un chaqueta roja y una expresión inconfundiblemente hostil. El sexto llevaba el pelo engominado y llevaba un jersey de rombos y mocasines y vaqueros por encima de los tobillos y caminaba con la soberbia de los que van armados. Recorrió un semicírculo alrededor de Diego obligándole a girarse y dar la espalda a los gorilas. Se colocó junto a la chica que había llevado a Diego hasta allí e interrogó de forma altanera.
- ¿Escribiste tú esto?
Diego recibió un papel. El texto era el suyo. A su izquierda, fuera de su vista, el bajito rebuscaba algo entre los cables tras un disco duro. La moza de la chaqueta abrió el bolso sin dejar de mirar a Diego.
- Sí, es mío.
La chica de la cazadora negra se adelantó al engominado mientras los gorilas se levantaban de las mesas donde estaban apoyados, sonido inconfundible, y se iban acercando sin prisa. Por entre su melena pelirroja sus ojos parecían inyectados. Se lo hizo saber casi con compasión. No hay salida.
- Yo soy B7.
La velocidad del pensamiento: sinapsis. Diego estaba rodeado por seis individuos hostiles y su cerebro funcionaba acelerado, mirando posibles formas de romper el cerco, de conseguir una posición más ventajosa. Tal vez su cuerpo no pudiera responder tal como él quería, pero era un riesgo inevitable. En apenas décimas, de todas las elecciones que le vinieron a la cabeza, optó por la de apartar al canijo y lanzarse hacia la mesa junto a la pared, con la posibilidad de coger uno de esos monitores a los que el señor MacIntosh había añadido sabiamente una agarradera. Una buena opción de arma contundente. Fuerte para un cráneo. Tal vez problema con los cables, cuestión de tirar y de confianza. Podría lanzarse contra la puerta y jugarse la opción del pestillo, que podría no estar echado, pero era darles la espalda: error fatal. Sería la pared. Pero aún no había necesidad de todo eso. La pelirroja, que ahora se mostraba como líder del grupo, no había desligado su mirada desde su última intervención, hace apenas dos segundos. Volvió a abrir la boca y dejó salir una única sílaba, probablemente el nombre del grandullón a espaldas de Diego, con un deje de orden militar.
- Luis.
Cuando Diego sintió el contacto de una mano en su hombro, se zafó y cargó contra el bajito, que se apartó. Los seis se quedaron inmóviles, sorprendidos por la improbable agilidad, mientras Diego ganaba una de las esquinas y deslizaba la mano buscando el asa del Mac. En esa calma se oyó el sonido de metal contra metal, en el pomo. Había dado antes un par de sacudidas y ahora gemía rozaduras de alambre. Alguien al otro lado. No podía ser un profesor: los profesores o tienen llave y abren o se marchan. Lo mismo para los de servicios. Hacia la puerta se giraron todos los rostros menos el del pequeñajo, que seguía fijo en un Diego que miraba la puerta con aún mayor tensión. Sólo el sonido del cable y de respiraciones hasta que saltó súbitamente el gatillo con un golpe seco. El pomo giró al instante y la puerta mostró un abrigo de napa vieja sobre unos hombros tímidamente corpulentos. La pelirroja le conocía y le llamó por su nombre.
- Noma.
Y a pesar de la actitud defensiva del grupo, Diego ahora contaba siete, y apretaba con mayor fuerza el monitor.
Noma no era el verdadero nombre de Noma. Pero Diego no lo sabía. Nadie sabía mucho de Noma. Esa era su gran arma y su mayor dolor. Precisamente su sobrenombre se debía a la crueldad de la amnesia.
Noma era una mezcla de James Bond, John Constantine y Annibal Lecter. Las mujeres no lo encontraban atractivo y los hombres le miraban con un recelo casi genético, como un cromagnon rechazaría a un sapiens. A su alrededor, a sus espaldas, las historias le relacionaban con la magia y la subversión en relatos que eran lo suficientemente ciertos como para marear a los más osados. Se sabe que se casó a los veintidos años, dos otoños atrás, porque invitó a licor amargo a sus amigos, con cierto dolor de corazón. Fue en Ayacucho, con una nativa peruana que murió poco después, al parecer por una enfermedad que él le causó. La gente olvidó que murió de noma, una enfermedad que perfora la piel por causa del hambre, y conservaron el nombre de la enfermedad, asignándoselo como mote. Cada vez que le llamaban Noma le recordaban a su fallecida esposa, cuyo último deseo fue precisamente su boda. Besar a su verdugo involuntario. Cómo decir que no.
De todos los secretos que había en el C.P.S., Noma sabía los que le habían revelado y los que había necesitado saber. No necesitaba la curiosidad. Jamás formó parte de Delegación ni de ninguna comisión, pero los miembros de todas ellas sabían de él, y le saludaban con una sonrisa que se tornaba agria tres metros después. Y hasta eso lo sabía.
Para Diego, acorralado en una habitación por siete desconocidos, Noma era uno más de ellos. Para los otros seis, que tomaban una pose amenazadora a pesar de la evidente palidez de los rostros, Noma era poco menos que un bote arrojado lleno de trinitrotolueno.
Y entonces Diego escuchó hablar a Noma.
- Vengo a llevarme al chico.
La voz de Noma tenía algo de amenazador. El canijo le habló con desprecio, tal vez porque no le conocía.
- A éste no te lo llevas. Tengo que hablar con él un rato.
- No estoy hablando contigo, medio litro. Espero- se dirigió a la pelirroja- que sea por las buenas.
- No lo vamos a soltar por tu cara bonita -la pelirroja le enfrentaba con rodillas débiles pero firmeza en las pestañas-.
Ya sabes lo que quiero decir.
- Me lo puedo llevar por las malas.
- Los dos sabemos que no quieres eso. Dame lo que deseo y llévatelo si te apetece. No antes.
Noma metió la mano en su abrigo. El gorila de la derecha, el que había intentado agarrar a Diego, aceleraba su corazón de un modo excesivo, y se notaba en su sudoración. Casi se podía notar la presion de la sangre en la vena del cuello. Noma sacó un disquete. La pelirroja lo tomó sabiendo que no estaba vacío.
- El código está en la etiqueta- añadió Noma.
La sangre del gorila aumentaba y aumentaba su presión hasta que una pequeña arteria del interior de la nariz reventó y comenzó a manar sangre con cierta lentitud. Todo perfectamente natural.
- Has soltado esto muy rápido. Tal vez el chaval merezca un poco más como rescate.
Noma dirigió sus ojos a la nariz ensangrentada del gorila, cuyo hilo rojo ya había alcanzado el labio superior. Todos miraron con asombro. Para ellos no todo era perfectamente natural.
- Creo que no -dijo Noma, y se acercó hacia Diego, dándole la carpeta que había olvidado en la ventana de I.S.C., en el primer contacto-. Toma, nos vamos.
Diego soltó el Mac y obedeció por inercia y por el asombro que le habían contagiado; se adelantó para salir, por instinto de supervivencia. Noma se despidió con un neutro "buenas tardes", se asomó un momento al cuarto donde se encuentra el Quadra y acompañó a Diego a la puerta del departamento de Mecánica.
- Y ahora- dijo Noma- tú y yo tenemos que hablar.
- Felicidades - dijo Noma, con la primera sonrisa que Diego le había visto-; has sido la única persona de esta escuela capaz de ver lo que tenía delante de las narices.
- Aparte de tí, claro.
- Lo mío no tiene mérito. Ahora es el paso importante. Puedes largarte y salir limpio o puedes pringarte del todo y enterarte de qué va de veras esta movida. Tú decides.
Diego se remangó el brazo que sostenía la carpeta.
- Eso lo decidí hace bastante tiempo.
- Entonces bienvenido.
Noma se giró y se dirigió al departamento de Ingeniería Electrónica, en la otra orilla del pasillo. Invitó a Diego a preguntar lo que quisiera.
- ¿Quién demonios es el tipo de la gomina?
- Ese tío es un pintamonas. Se llama Belmonte y está obsesionado con la cirugía estética. Dice muy a menudo que la belleza está a la distancia de un bisturí. Se cree alguien y piensa que viste bien porque viste como sus amiguitos. Le llamamos Lipo.
- ¿Lipo de liposucción?
- No, Lipo de gilipollas.
Diego filtró una risilla breve mientras Noma continuaba.
- A la que hay que tener en cuenta es a Yolanda. Es la pelirroja que te ha bajado a buscar. Viene a ser un poco la jefa de los que has visto: nadie la ha nombrado como tal, pero tiene más coraje que todos los demás juntos. Espera.
Noma se asomó a una habitación después de pasar por dos laboratorios. Diego se fijó en el brazo robot que enfrentaba la puerta con ojos parpadeantes de curiosidad. Noma retiró la cabeza y reveló la situación.
- Estoy buscando un Mac conectado a red donde podamos estar solos. El quadra de Mecánica está ocupado; éste está vacío pero hay dos personas más en la sala. Podríamos probar en fluidos a ver si... un momento.
La habitación de al lado tenía un cartel que avisaba sobre acceso restringido. Noma la abrió y la encontró vacía. El Mac, oculto por la primera mesa, tenía conexión a red.
- Pasa, rápido. ¿Llevas un disquete?.
- No.
- Vaya por dios.
Noma sacó un disquete propio. Arrancó la lengüeta metálica con los dientes, dejando un muelle a la vista, y la incrustó en una de las bisagras de la puerta. Se sentó en el ordenador, se conectó a Superlópez y llamó a un archivo gráfico. Mientras el dibujo se cargaba, Noma, tras un silencio de brazos cruzados, le preguntó a Diego.
- ¿Sabes cómo marcan los gatos su territorio?
- ¿Qué?
El ordenador cargaba la información del gráfico quejándose con protestas que sonaban como los viejos teclados de Brian Eno. Diego respondió la pregunta de Noma.
- No. No sé cómo marcan los gatos su territorio.
- Nadie lo sabe -contestó Noma-. Los osos frotan la espalda contra un arbol, la mayoría de los animales lo hacen colocando excrementos como frontera olfativa, pero nadie sabe cómo lo marcan los gatos. Y los gatos tienen su territorio, y cuando lo violas, que siempre lo haces por accidente, te sientes en peligro constante y no puedes alejar la sensación cada vez que vuelves al lugar.
- Mañana -continuó Noma-, cuando llegues a la escuela, habrá cambiado todo para tí. Tus amigos seguirán viendo aulas, y una cafetería, y pasillos a departamentos, pero tú mirarás las paredes, y revisarás los retreres, y estarás en alerta constante porque has entrado en el juego, porque conoces si no las reglas sí el tablero. Porque has entrado en el territorio de los gatos.
- Esta gente- comentó Diego señalando la dirección en la que había conocido a los amigos de la pelirroja-... cómo decirlo... ¿vas en contra de ellos?
- Voy en contra de todo lo que haga peligrar la inseguridad de esta escuela.
El reloj se convirtió en flecha que se movía al deslizar el ratón. La pantalla generó un gráfico aburrido que constaba de lineas en forma de corazón atravesado sobre un rectángulo gris que abarcaba casi toda la pantalla.
- Estas son las instruccciones que tanto llevas buscando.
- ¿Esto? ¿Un corazón? ¿Así es como se comunican?
- Eso es lo que ve todo el mundo. Qué mejor sitio para guardar algo importante que tras la basura. Mira.
Noma seleccionó el corazón y el rectángulo, y los borró. Detrás, oculto tras los elementos borrados, apareció un texto en el que se daban instrucciones precisas a nombres clave. Diego comenzó a leerlos tras librarse de su asombro. Apenas había leído un par de lineas cuando sonó un chasquido. La lengüeta de disquete que Noma había puesto en la puerta se quejó antes de reventar. La puerta giró con impaciencia.
Tenían visita.
La lengüeta rota sonó como una moneda sin valor, aguda y desagradable. La amenaza obligó a Noma a lanzar su mano tras el disco duro y apretar el interruptor, mientras echaba mano a la conexión a red. El monitor dió un fogonazo inverso y quedó negro mate. La puerta, asustada por el ruido del metal partido, se abría con timidez y lentitud, temerosa de más metal. Para entonces, ambos miraban la abertura creciente por la que apareció un señor con gafas.
- Hola, ¿qué ha sido eso?
- Un trozo de puerta. Deberías cuidar más esa fuerza. ¿Buscas a alguien?
- No, Venía a trabajar.
Encendió el ordenador más cercano y tomó el asiento con la tranquilidad de la costumbre. Noma le hizo una señal a Diego y se levantó acompañado. Cerraron la puerta con cierto desencanto mientras Diego repasaba lo que había visto: instrucciones camufladas en un archivo gráfico. De pronto miraba alrededor y todo era relevante y en las instrucciones de uso de una sala estaba aquello que le aterraba detrás de un corazón y de un rectángulo. La decodificación es la exég.
- De todos modos, sigo sin comprenderlo - dijo Diego-. ¿Por qué mostrarlo? Tienen los ordenadores, tienen acceso a habitaciones, están organizados y saben qué estan haciendo. ¿Por qué escribir en puertas de retrete? ¿Por qué dejarse ver?
- No te engañes- mostraba Noma una inhabitual sonrisa de padre comprensivo- No estan tan bien organizados. Es el riesgo de las asociaciones secretas, aparte de ser ilegales, claro está. Los "militantes de base" no tienen acceso a un ordenador. Por eso los mensajes. No puede aparecer una persona a un ordenador continuamente a ver si tiene algún mensaje. Pero las puertas tienen ese inconveniente. Hay que retirarlas de vez en cuando. Y eso es un agujero más gordo de lo que parece. Necesitas a más gente.
- ¿Qué gente?
- Gente que te la limpie.
- No sé a dónde quieres llegar con todo esto- Diego hablaba con cierta ansiedad-.
- Piensa: en lugar de reunirse y hablar y darse instrucciones, se comunican por red, como si estuvieran en Dinamarca o en Australia, aunque sólo estén a cien metros. No pueden coincidir en la misma habitación sin despertar sospechas. Si acaso se han reunido en grupos de tres, o de cuatro, pero nunca en pleno. De alguna manera, el hecho de que se reúnan puede hacer que la gente sospeche. A la gente le extrañaría y lo que quieren hacer precisamente es no llamar la atención . Todos en el C.P.S. Tan cerca y tan lejos.
- Profesores. Hay profesores de por medio.
- Bingo.
Eduardo decidió, por puro aburrimiento, enrollar el papel con el que Diego había sido identificado antes de perderse en el pasillo de las calderas. Lo manejó como un cigarrillo amaestrado, lo mordió, lo estrujó y lo tiró en una papelera junto a un banco un poco más allá, todo ello en unos diez minutos. Estar sentado frente al aula de informática sólo le había servido para ver seis o siete personas que accedían a la sala de usuarios, pero ni rastro de Diego. Y era la fallida responsabilidad para con Diego la que le impedía entrar y perder el tiempo ejercitándose con algún programa. Tenía que ver a Diego, tenía que aparecer por alguna parte. En algún momento de la espera, un chico que llevaba un jersey de rombos y mocasines y vaqueros por encima de los tobillos y que caminaba con la soberbia de los que van armados colocó un cartel en una de las columnas y se marchó con otros por colgar. Eduardo se levantó a leer el cartel: estaba maquetado de forma mediocre y anunciaba un cursillo que no le despertaba el más mínimo interés. Con otro gesto de tedio, Eduardo se reacomodó en el banco y repasó, tamborileando los dedos en la carpeta, canciones que creía olvidadas.
Aún en el departamento de ingeniería electrónica, refugiado en la puerta ciega y sentado en una mesa desechada, Diego desenhebraba con ayuda de Noma el laberinto de lo despreciado. De algún modo extraño, los misterios más fáciles son irresolubles cuanto más los observas.
- Los secretos son como las mujeres- advirtió Noma-: si las persigues, te evitan.
- Así que no debo intentar resolverlos.
- No, no, lo que no debes es perseguirlos. Nadie debe saber que estás desenmarañando enigmas. Ahora tienes las suficientes piezas como para obtener el resto de la imagen: sólo tienes que enfocarla.
- ¿Y cómo se supone se debo enfocarla?
- Los secretos son como las mujeres, repito: has de resolver cada una a su manera. Improvisa.
- Pero hay mujeres a las que no puedes conquistar.
Noma guardó el silencio de los razonamientos vencidos y pensó en discípulos adelantados. Tal vez no haya mujeres inconquistables sino aproximaciones inadecuadas. Esa sería una excelente excusa para los fracasos. Dejarse engominar, dejarse calzar unos zapatos de charol. Cosas que se hacen para ser queridos. Noma, sabio, conservó el silencio hasta que Diego volvió a hablar.
- Así que utilizan las pintadas- recapituló Diego, organizando las ideas- para comunicar cuándo hay un mensaje para los miembros de los niveles bajos y cómo acceder a el, mientras unos cuantos llamémoslos elegidos o responsables son los que, lápiz en mano, hacen de intermediarios entre los profesores y los "militantes de base". Esas pintadas han de ser borradas, así que necesitan tener contactos entre el personal de servicio. ¿Correcto?
- No del todo. Te equivocas en lo de intermediarios.
- No te entiendo.
- ¿Quién ha dicho que los jefes de esta movida sean profesores? ¿Por qué no alguien de servicios? ¿Por qué no un alumno?
Diego reflexionó sus falsas evidencias.
- Los secretos son como las mujeres.
- La trama se espesa.
- Bienvenido al mundo real.
Diego y Noma abandonaron el departamento de ingeniería informática, el segundo por capricho y el primero por solidaridad. Caminaron en dirección al de matemáticas, conversando argumentos a medias por temor a oídos extraños. En el piso de abajo, alguien reconoció las voces con un sobresalto sordo y subió las escaleras precipitado, marcando los escalones con ruido de suela y metal agarrado. Noma y Diego tomaron la actitud defensiva que tanto habían utilizado la última hora. Cuando la figura apareció en el pasillo, ambos relajaron sus músculos y sus expresiones: Noma la recibió con indiferencia y Diego con una sonrisa. Un amigo -decían los libros- es alguien a quien te gusta ver incluso cuando no te apetece ver a nadie.
- Eduardo- murmuró Diego, antes de recordar el suceso de las calderas. La voz de Eduardo se adelantó a su queja con una disculpa.
- ¿Qué ha pasado con todo eso?- Eduardo hablaba con un nerviosismo inhabitual- Te perdí abajo, fui -miró a Noma, cayendo en la cuenta de que podía ser un extraño, o uno de ELLOS-, bueno, ya sabes,... ¿podemos hablar?
- Tranquilo, viene conmigo- dijo, señalando levemente a un Noma que miraba con extrañeza el pasillo y avanzaba con pasos indecisos- Menudo favor me has hecho ahí abajo. Y vaya tarde he pasado. Primero...
Diego recordó la advertencia. No hay paso atrás. Si entras en el territorio de los gatos no puedes retroceder. Eduardo todavía veía aulas y pasillos donde Diego podía entrever campo de guerrillas. Unas cuantas palabras podían introducirle en la sicosis que ahora rodeaba a Diego cada vez que entraba en un cuarto. No podía comunicárselo. Ni aquí ni ahora. Habría de ser más tarde, una vez que Eduardo supiera los riesgos, las alternativas, las sombras.
- ¿Primero...?
- Espera - Diego le marcó la espera mostrándole la palma de la mano mientras se interesaba por Noma, dos columnas más allá, leyendo un cartel, paralizado-. ¿Noma...?
- Tenemos problemas -contestó Noma-. De los grandes.
- ¿Tenemos? Pero...
- Calla, Eduardo. Lo mejor será que te marches. Ya te veré luego, en prácticas.
- Mejor que no se marche. Vamos a necesitar a tu amigo - Noma no apartaba los ojos del cartel en ningún momento-. Y más vale que lo haga mejor de lo que lo ha hecho antes.
- Cómo...
- Estaba allí -Eduardo comprendió con asombro cuando vio que Diego tenía la carpeta-.
- Eduardo se va. No quiero que entre en el territorio de los gatos. Aún no sabe a lo que se expone.
- Tampoco lo sabes tú, niñato. Esto es demasiado serio. Llamaría a mi gente pero no tenemos tiempo. Debían tener los carteles ya preparados, y han esperado a que cometiera el error. Maldita sea...
- ¿Qué error?- respondió Diego, insultado-. ¿Qué ha pasado?
- Les he dado el disquete.
Diego recordó que había sido el precio que Noma había pagado por él. Por su libertad. Noma habló más suave, para sí, pero resonó suave y lento por todo el pasillo.
- Tenemos problemas muuuy gordos.
- Vamos a tener que montar esto deprisa.
- No metas a Eduardo en esto- le protegía Diego.
- Vamos a dejar las cosas claras- Noma todavía no apartaba los ojos del cartel que anunciaba el desastre como un Nostradamus en el reino de las fotocopias-. Vamos a necesitar todas las manos posibles. Voy a meterme en red para salirles al paso. Vosotros tendréis que servirme de correo. No hay otra salida. Si no estáis conmigo, apartaros del camino.
- Yo estoy contigo. El no.
- Que responda Eduardo - por fin apartó la vista del papel y la dirigió a los ojos del interfecto-. Necesito ayuda porque las cosas se van a poner serias. Te necesito. ¿Me ayudarás?
Diego apartó la vista de ambos y la dirigió a una ventana.
- Ayudaré a Diego.
- Muy bien.
Noma sacó un papel y garabateó algo. Lo dobló sin mostrarlo, con un gesto de mago cuidadoso. Tal vez lo que cuentan sea cierto. Anotó un nombre en el exterior.
- Estaré en la sala de ordenadores de donde hemos salido- Diego marcó con un gesto que Eduardo no la conocía-. En ese departamento; hay un cartel que restringe el acceso. Justo antes del cuarto del robot: no hay pérdida. Poco importa si aún está el tipo ese trabajando. No tenemos tiempo de ir con discreción. Toma este papel -se lo dio a Diego-. Hay una sala para proyectos fin de carrera e investigación en el departamento de mecánica de fluidos, bajando las escaleras según entras. Ve abriendo puertas hasta que la encuentres. Una vez allí pregunta por este nombre y le entregas el papel. Es un chico rechoncho y un pelín calvo. Se lo diría mandándole un mail pero la sala no está conectada a red y además así te indicarán si está en cafetería o donde sea para que le encuentres. Cuando se lo hayas dado vuelves conmigo a la sala.
- ¿Y si no le encuentro?
- Si está, le encontrarás.
- ¿Y si no está?
Noma respondió con aliento seco y gesto triste, y le hizo una seña marcándole la escalera. Diego se dirigió al piso de abajo y Eduardo hizo un gesto para acompañarlo. Noma detuvo a Eduardo llamándole la atención. Diego se quedó quieto, con el papel en la mano, esperando las palabras de Noma.
- Rápido, ve -le dijo a Diego-. Eduardo y yo tenemos que hablar.
Diego miró a Eduardo y después a Noma conservando para ambos una expresión de estupor. Acabó frunciendo el ceño y se quejó entre dientes de los secretos no revelados. Noma se acercó a Eduardo hablándole con un volumen inaudible para un Diego de pisadas cada vez más lejanas.
- Bueno, bueno, Eduardo. Espero que esta vez no metas la pata porque no va a haber lugar para errores. Vas a hacer algo muy sencillo.
- Como qué.
- Dejar mudo y sordo a todo el centro.
****
En el piso inferior, Diego llegó al departamento y probó en cinco puertas antes de llegar a la habitación indicada por Noma. Tras la puerta abierta había varios PC y unos tres usuarios. Noma preguntó al primero sabiéndo que los otros dos le escuchaban.
- No está aquí- contestó-. Se ha marchado a casa. ¿Es una nota de Noma?
- Ahá -Diego transpiraba nerviosismo y desazón.
- Igual le puedo echar una mano- dijo alargando la suya hacia el papel-.
- Me ha dicho de entregarlo al nombre aquí anotado. Ahora hablaré con él y si acaso volveré- tomó la puerta y la giró tras de sí despidiéndose-. Hasta luego.
Cuando el pomo terminó el giro, Diego pensó en la situación. No lo había encontrado. No estaba. "¿Y si no está?"-había preguntado-.
"No quiero ni pensar en eso".
La combinación apropiada: las teclas han de ser pulsadas en el orden correcto. Tarot. Posos de café. La brujería del medievo se realizaba con objetos cotidianos y plantas de estraperlo: agua hirviendo y cintas escritas y algo de muérdago. ¿Por qué no se ha de realizar en el siglo veinte con los chips y las fibras ópticas? Hay direcciones de E-mail en las que puedes hablar con los muertos. Lo leí en El Culto del Libro No Escrito.
Noma, maestro de las artes místicas contemporáneas, tecleaba comandos como si apuntalara una puerta: con el mismo afán de defensa. Había tejido la telaraña y ahora tenía que mantenerla hasta que cayeran los insectos. Diego apareció en la habitación anunciando el primer error del tapiz tejido, el primer estadio del desastre; apocalipsis 1,1.
- Malas noticias- cerró tras de sí e incluso la puerta sonaba alarmada-. No estaba. Se ha marchado a casa. No puede ayudarnos. Empezamos mal.
- Tranquilo- respondio Noma-.
- ¿Tranquilo? ¡Pero si hace nada me lo has puesto como poco menos que el fin del mundo! ¿En qué demonios quedamos?
- A ver. Has bajado... espera -Noma se silenció medio minuto mientras tecleaba algo de cierta urgencia y continuó-... cuando has bajado al cuarto y has preguntado, seguro que ha salido un chico rubito preguntando si era de parte mía. Veo que no le has dado el papel: eso está muy bien. Leelo.
- ¿Qué?
- El papel. Léelo.
Diego leyó en voz alta: " Agua. Agua. Sócrates no sonríe. Cae".
- ¿Qué significa todo esto?
- Oh, nada. No tiene ningún sentido. Era por si lo entregabas. Puedes tirarlo, hay una papelera junto a la puerta.
Noma volvió a teclear mientras Diego sopesaba la situación.
- Entonces sabías que ese tipo se había marchado.
- Cierto.
- Y para qué diablos me has hecho bajar.
- En algun nodo de red, ese chaval rubito le está contando a Yolanda lo desesperado que estoy mientras su hacker sigue intentando evitar mis barreras. Ella sabe que acabará consiguiéndolo, porque un solo hueco mío basta para que lo logren. Así que probablemente decidirá subir para reírse de mi en el momento en que lo logren.
- ¿Saben dónde estamos?
- Oh, te han seguido. Por eso despistaron antes a tu amigo.
- ¿Y es verdad? ¿Ese hacker va a terminar superándote?
- Sin duda.
- Entonces hemos perdido.
- Eso puedes darlo por hecho- Apareció una Yolanda sonriente en la puerta. Diego recordó la escena del departamento de mecánica y dio algunos pasos hacia atrás, de nuevo una posición ganadora. Pero venía sola.
- Hola, Noma- continuó Yolanda-. Te veo muy ocupado, pero estás haciendo el cretino.
- Déjame en paz. reina.
- Estas picando en un anzuelo barato. Esto es una distracción. La conexión real la estamos realizando en otro nodo, y hace cinco minutos que estamos conectados. Has perdido, Noma. Esta vez hemos ganado nosotros.
Yolanda hizo una pausa hiriente.
- Jaque mate.
La victoria había subido el ánimo de Yolanda, que observaba la espalda de Noma y el monitor con la falsa batalla como subida a la almena de los elegidos, con ese orgullo que da superar las barreras -Noma- difícilmente franqueables. Diego estaba en alguna parte de la habitación, pero era un elemento sin importancia. Ya había vencedor. Ya había caído el rey.
Diego miraba alrededor como una familia de clase baja ve derrumbarse su domicilio; cuanto todo se desploma, la cara adopta un gesto de perdedor insomne de póker no disimulable. Lo que acontecía en esa habitación era algo que, aunque temía, no alcanzaba a comprender. Si Noma había fracasado ya, ¿por qué seguía tecleando?
- Creo que no me has escuchado- dijo Yolanda a un Noma ocupado con el teclado-. La conexión buena no es esa en la que estás metiendo mano. Estás perdiendo el tiempo con una distracción barata. Puedes dejarlo ya: te hemos engañado. No tienes por qué avergonzarte.
- No lo entiendes, cariño. Vuestro hacker aún no sabe que me he enterado de que esto es una distracción.
- ¿Y qué importancia tiene eso?
- Mientras siga al otro lado del cable, podremos continuar esta pugna estúpida que, por supuesto, acabará ganando él. Y mientras dure, seguiremos conectados, y nuestra conexión ocupará una pequeña parte de la red, y lograremos, con nuestro propio flujo de información, que las cosas vayan un poco más lentas en todas las demás conexiones. En otras palabras, estoy ralentizando vuestra "conexión real".
- Eso no te va a servir para nada. Ya estamos en linea con el servidor. No puedes hacer nada desde este terminal. No puedes cortar el cruce. No puedes captar los paquetes. Ni siquiera puedes mirar para ver qué está sucediendo, suponiendo que supieras dónde estamos realizando el contacto. Nos vas a retrasar unos segundos la transmisión. ¿De qué te va a servir?
Noma miró un momento su reloj y continuó tecleando.
- Di, ¿de qué te va a servir?- repitió.
Noma se levantó de su asiento y enfrentó la melena roja de Yolanda.
- Olvidas de qué estamos hablando. Olvidas que todas las conexiones son por red. Olvidas las condiciones del vehículo que estás utilizando. Yo también he enviado una pista falsa -señaló a Diego- y habéis picado como unos cretinos. Si supiérais lo que está pasando, no habrías venido a esta habitación a reirte en mi cara, sino que habríais corrido para coger a mi peón convertido en dama y me lo habríais traído para demostrarme lo buenos que sois. También vosotros habéis picado.
Diego cayó en la cuenta. Eduardo estaba en alguna parte. El peón convertido en dama.
Noma miró su reloj y sonrió.
- Diez. Nueve. Ocho.
Noma dejó de contar, pero Diego mantuvo la cuenta atrás en su cabeza.
- De todos modos, reconozco que esta vez habéis estado a punto de conseguirlo- Noma señaló la pantalla del ordenador-.
Dos. Uno.
Yolanda miró la pantalla con asombro. Recordó su almena de la victoria. Cuanto más alto subes, más dura es la caida. De pronto, no tenía nada. El muy bastardo había decidido resolver la conexión desconocida como Alejandro Magno solventó el nudo gordiano: desconectando toda la red. Había vuelto a ganar.
- Esta vez habéis fallado por muy, muy poco.
(Ese extraordinario momento en el que el mago muestra la carta desvelada de forma inverosímil que te obliga a ponerte en pie y romper en palmas de admiración).
Noma apagó el ordenador y se apoyó en la mesa dando pie a una conversación a modo de epílogo. Diego, aún temeroso, se encontraba un par de pasos más allá, en la misma posición defensiva que había tomado cuando había entrado Yolanda. Yolanda, junto a la puerta, aún no se había recobrado de la jugada maestra de Noma. Había sido vencida con su propia estrategia.
- Se acabó -comenzó Noma-. Lo siento.
- Aún no hemos terminado.
- Lo sé. Pero tendré tiempo de cerrar las puertas que os he abierto. Hoy no habéis ganado nada. Estamos igual que ayer. He vuelto a ganar tiempo.
Yolanda compartía con Diego esa misma mirada de temor y admiración: público de trapecistas sin red.
- Unete a nosotros.
- No podría estar bajo tus órdenes.
- No tienes por qué. Podrías ser mi jefe.
- Entonces uniros vosotros a mi.
Yolanda pensó en toda su gente y, sabiendo que no podría convencerles, bajó la mirada.
- Además- añadió Noma- no soporto a ese Lipo. Lo de antes lo dije en serio- Noma subió el mentón de Yolanda y la besó en la mejilla-: habéis estado muy cerca. ¿Vienes, Diego?
Diego había sido engañado, manipulado e insultado por Noma. Creía tener cierta confianza con él y en apenas dos minutos se había dado cuenta de qué posición ocupaba cada uno. A pesar de ello, tomó su carpeta y salió por la puerta adelantándose. Un par de pasos más adelante, la voz de Yolanda los detuvo.
- ¡Espera!
Noma se giró despació, como en un plano de John Ford.
- Dime.
- ¿Por qué te llaman Noma?
- Eres buena. Averígualo.
Se volvió a girar, tocó el hombro de Diego, y ambos recorrieron el pasillo del departamento de informática hasta salir mientras Yolanda, aún en la misma puerta, les observaba con un gesto confuso, borroso.
Diego tenía miedo de recomenzar una conversación con Noma, ahora que se sabía tan inferior.
- Creo que te debo una- de nuevo inició Noma-. No me he portado bien contigo. Supongo que han sido las circunstancias. Lo lamento. Tal vez, a modo de recompensa,... -Noma sopesó unos segundos e hizo su oferta-... pregúntame algo que de veras quieras saber.
En la cabeza de Diego todo eran pregúntas (quiénes son, dónde están, cómo cogerles, qué es lo que buscan,...) pero el genio de esta lámpara tal vez sólo concediese un deseo. Pensó en la más complicada de las preguntas y se la hizo saber.
- Dime algo que sólo yo sepa.
Noma había sabido de la existencia de Diego desde que dejó el mensaje para la reunión con Yolanda.
- Estas encoñado con una morenita de tercero eléctricos.
Diego se quedó boquiabierto. Su único secreto dejaba de serlo. Algo que saben dos no es un secreto.
- Se llama Laura; tiene un carácter insufrible y sólo le interesan los chicos con vehículo propio, clasificación en la que estás excluido. Le gustan los peluches y los best-sellers tipo Forsythe o Crichton. Dice que le gusta la música pero no sale del Pop quinceañero. Va al cine cuando lo proponen sus amigas.
- ¿Cómo sabes todo eso? ¿Has salido con ella?
Diego se arrepintió de la pregunta nada más realizarla: labios reflejos. Noma compartió una sonrisa leve.
- Soy un hombre casado. Bueno, al menos lo fui. No, no he salido con ella. No es el carácter adecuado.
Diego calló, dando a entender que la contestación no era suficiente. Salieron del pasillo de departamentos y la segunda planta, llena de gente que acudía a las clases de las cuatro y de últimos clientes de la máquina de café, les recibió con las mismas franjas verdes con la que les había despedido. Se apoyaron en ellas, con el rumor como protección de oidos extraños. Noma continuó.
- Quieres saber cómo lo se, pero no puedo decírtelo. No se si valdrá como respuesta, pero sí que es adecuado para esa chica: Ten cuidado con lo que deseas, porque podrías conseguirlo.
Diego se quedó paralizado, un poco procesando la información recibida. La cara de Noma aún no había borrado esa sonrisa. De pronto, Diego recordó algo sin ninguna conexión con sus pensamientos:
- Eduardo.
- ¿Qué pasa con él?
- Habíamos quedado con él en la sala de donde hemos salido. Tenemos que volver. No conoce a Yolanda...
- Calma. Le dije que acudiera directamente a las prácticas.
Las prácticas. Diego las había olvidado por completo. Hacía un par de minutos que había pasado la hora de comienzo. Debía apresurarse, pero ¿cómo asumir el riesgo de no volver a ver a Noma?
- Bueno... -Diego no se atrevía a despedirse e intentó dar por entendido un posterior encuentro-, debo irme para abajo. Ya nos veremos. Sabes dónde estoy y yo no se dónde estás. Cuando decidas verme sólo tienes que llamarme.
- O dejar una nota en los retretes. Hasta luego, B7.
Y Noma se marchó lentamente bajando el pasillo de departamentos hasta desaparecer en las escaleras que bajaban.
Diego se quedó pensando un momento. Todo parecía como sacado de la ficción: una organización secreta, una lucha de estrategias, vehículos informáticos, persecuciones y una habitación de la que podía haber salido mal parado. Y sin embargo, todo había terminado en el mismo lugar en el que había empezado: en el edificio frontal del C.P.S., en ese territorio de los gatos que sólo muestra sus peligros si eres lo suficientemente astuto como para encontrarlos, en esa inmensa telaraña en la que la gente entra y sale sin ver lo que tiene delante de la cara. Terminaba como empezó. No había disparos, ni muertos, nada de sexo ni de violencia. Y si la había habido , no había sido ante los ojos de Diego. Todo era fastidiosamente normal. "Bienvenido al mundo real", había dicho Noma. Diego bajó las escaleras evitando el flujo en dirección contraria, y en el segundo descansillo vio a Eduardo por el hall dirigiéndose a la sala de la biblioteca, donde se realizarían las prácticas de termodinámica. Eduardo era al menos alguien con quien compartir la sicosis de haber entrado en el territorio de los gatos. Ahora sólo dos ideas ocupaban la cabeza de Diego: una, los pliegues ondulantes del abrigo de napa de Noma según desaparecía en los pasillos. La segunda le obligó a pensar en voz alta:
- Vaya, vaya. Así que se llama Laura.