La imagen oficial del LEM 2006 ya apuntaba a una barriga llena y productiva

Nada mas entrar, la primera pared del mercado tenía cuatro comercios que se dedicaban a la misma rama de la carnicería. Cada cartel rezaba: «Despojos«. Entre ellos, una ventanilla leía «parking». Al otro lado, una pared de cajas vacías, cajas de plástico como para fruta o envases de refresco, servía de decorado a Accidents Polipoétics, que hablaban largo y tendido del ágape.

Mientras, todos los asistentes ya teníamos en la mano una cerveza, que era parte del menú del recorrido. La idea de ir tapeando mientras recorre uno un mercado donde hay sucesivas actuaciones es sencillamente magistral. Mientras uno va tomando copas de vino y comiendo mejillones al vapor, hay un grupo llamado Rabbits vestidos de zanahorias. Mientras un pinchadiscos hace ruidos casuales, se sirve un escabeche de muslo de caza y alcachofa. Si las actuaciones interesan, uno está pendiente del escenario. Si no gustan, se dedica a la tertulia, o a emborracharse.

El grupo Mil Pesestas, reformulado como Mil Cocretas, pone música a la preparación del estofado y el postre. Al fin, el cocinero Oriol Lagé da la cara, porque hasta entonces sólo hemos visto a su legión de camareros. Mientras el concierto avanza, sale el estofado y le dan el último toque al postre de músico, y Le Petit Ramon se sube con los Mil a improvisar. Cuando llega el postre, se riega con unas dulces copas de mistela. Para cuando acaba la actuación, y el ágape, el recuento es: seis tapas, dos cervezas, cuatro copas de vino tinto, dos de vino blanco, una de mistela. Al salir, el cuerpo se niega a creer que son las cuatro de la tarde (el evento empezaba a la una).

Tres horas encerrados en un mercado cerrado, siguiendo las actuaciones entre las paradas cerradas, estaba en las antípodas de mi idea de entretenimiento. Ahora soy un converso. Una gran idea, mezclar a grupos avanzados con cocineros buenos, porque cada uno en su campo tiene que poder ser solista. Igual, como tantas otras buenas ideas que he visto en mi vida, no la vuelva a ver en práctica. Ojala me equivoque. El festival músico-gastronómico, bien pensado y bien aplicado, está lejos de los restaurantes con tunos o transformistas haciendo playback (elijan su horror favorito). El LEM, Oriol Lagé, Mil Pesetas y Accidents Polipétics lograron algo que hacía tiempo que no me pasaba: convencerme de que estaba en el lugar correcto, en el momento correcto. Disfruté como un enano, oigan.