El ácido y la reescritura mental
Lunes, 1 de octubre de 2007
El gran capitán Absence me instó a que me sumergiera en la lectura de «El Martillo Cósmico» de Robert Anton Wilson (en adelante, RAW). Es un trayecto por lo desconocido guiados por un escéptico con poco o ningún interés en embaucar al lector. Eso es lo que hace el libro no sólo soportable, sino muy entretenido. Y por eso lo verán poco en los escaparates de las tiendas que quieren venderles piedras limpiadoras de aura.
RAW es un tipo muy lúcido, o esa es la conclusión que saqué después de ver su conferencia en los extras de la edición DVD de la serie Disinformation. (Y ahora los tebeos de la Marvel han tomado como propia la idea de los Illuminati, «los jefes del mundo en la sombra», así que dentro de treinta años la verán en sus cines). Y hace el doble juego de la creencia y la descreencia, del arrebato místico y la burla abierta, del que nada y guarda la ropa y hace unas cuantas aguadillas en el chapuzón.
De lo que llevo de libro, se me ha pegado a la cabeza su disquisición sobre el LSD. Condensado en una frase, Wilson dice que el Ácido Lisérgico pone en disposición para «regrabar» el sistema nervioso: «El LSD con la disposición y las circunstancias adecuadas puede cambiar cualquier cosa que consideramos parte de nosotros».
Para ilustrar esa imagen, habla de las personas que desarrollaron paranoias permanentes porque los arrestaron en pleno viaje, pero sobre todo se remite a un estudio revelador:
«Leary aplicó esta técnica [LSD condicionado] con presidiarios en un proyecto de reinserción, y sostenía haber reducido el porcentaje de reincidentes en un 80%. Leary había definido el éxito o el fracaso en función de dónde se encontrasen físicamente los cuerpos dos años después de salir de la prisión. En ese momento, observó con satisfacción que el 80% estaba fuera de la cárcel, cuando lo normal es que, en dos años, la mayoría de los que habían salido volvieran a ingresar. El doctor Walter Huston Clark, en 1976, observó que los cuerpos de la mayoría de los condenados que había conocido seguían físicamente fuera de la institución penitenciaria después de 15 años«.
Como ven, Leary, RAW y Clark dan pie a plantearse la reinserción química.
Este párrafo es particularmente apropiado hoy, cuando las televisiones bombardean insistentemente que a los violadores no hay que dejarlos salir de la cárcel cuando han cumplido su condena.
Es tremendamente inquietante porque este bombardeo televisivo
a) se resiste al concepto del castigo social -hay un castigo por comportarse mal, y tras ello hay una segunda oportunidad-
b) se resiste al concepto de la reinserción -que es la base del sistema penitenciario: si no, sólo se tendrían cámaras de gas-, y
c) porque reparte por las ondas una abogacía parda que, a la larga, lleva al linchamiento -santificado como «justicia espontánea»-.
El concepto de la reescritura mental es tan llamativo como peligroso. Vean este otro ejemplo de RAW:
«El doctor Richard Alpert utilizó este mismo método [LSD condicionado] para tratar a un homosexual que deseaba tener relaciones con mujeres […] Dos sesiones con a) pornografía y b) una terapeuta sexual sirvieron para grabar una nueva realidad: el hombre se volvió prácticamente heterosexual«.
A la vista de lo anterior, se pueden hacer escenarios ficticios:
¿Defendería la iglesia el uso del LSD para «enderezar a los homosexuales»? (no, porque requiere una voluntad del individuo; si es reprimido durante el viaje, como hemos dicho, desarrolla una paranoia)
¿Defendería el ciudadano la reescritura del delincuente peligroso? (no, porque al ciudadano de a pie lo que le gusta es linchar)
¿Serviría el LSD para lograr que los chavales que no estudian desarrollen una pasión por la física y las matemáticas? Probablemente. Y esta es la parte más atractiva para los espectadores neutrales, que ni creen en olimpos ni creen en el calentón como justicia.
El uso, la existencia, de la química mental es tan mareante como el propio viaje. Pero da una gran lección, de los malos viajes: las malas compañías se pagan de por vida. Elijan bien a sus compañeros de viaje. Aléjense de las fuerzas del orden. Y quítense esa pasión por linchar.
Las citas de «El Martillo Cósmico I»
vienen de las páginas 81 a 83
de la edición de Palmyra (2006)
Tomo adecuada nota de la referencia bibliográfica para futuribles lecturas. Eso sí, mi cabeza empieza a perder rumbo, sentido, y sobre todo memoria, ante tanta lectura que llevo encima últimamente. Es más, hace bien poco leí un ensayo donde se le dedicaba un capítulo entero a don Thimoty Leary y a Richard Alpert, pero le juro que no consigo recordar su título y menos su autor. Me hago mayor…
Comentario de higronauta — octubre 1, 2007 @ 11:07 pm
Es que con Leary se ha gastado mucha tinta. Y mucho papel secante, si me permite el chiste…
Comentario de raul sensato — octubre 2, 2007 @ 1:15 am
Amén a sus palabras sobre política penitenciaria, Raúl; últimamente sale cualquier delito en la tele (lo que no significa que los delitos en su conjunto aumenten, e incluso puede pasar que disminuyan) y ya tenemos a políticos, ciudadanos y a la dudosa especie de los «expertos» pidiendo «un endurecimiento de las penas», como si esto, de por sí, hubiese servido de algo a lo largo de la historia. Siglos de refinar y humanizar los derechos penal y penitenciario para llegar a este punto, en que prima una cosa tan inconcreta como la «alarma social», eufemismo por titulares amarillistas en los medios
Comentario de C. Rancio — octubre 2, 2007 @ 7:59 am
Vale: Neurona (parcialmente) reestablecida. El libro al que me refería era La contracultura a través de los tiempos. De Abraham al acid House de Ken Goffman. Un libro que, sin tornarse imprescindible es, cuanto menos, entretenido y esclarecedor en algunos aspectos.
Comentario de higronauta — octubre 2, 2007 @ 8:52 am
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