Las elecciones se han resuelto y han confirmado la costumbre española. Muy mal tiene que estar la opinión pública para cambiar de presidente. Se tiene que montar una muy gorda, como la corrupción González o el sangriento desprecio Aznar, para que el partido en el poder no continue. Aquí el cambio es siempre para echar, no para adoptar. Y de todas maneras, gane psoe o pp o esquerra republicana, vamos a tener poco menos que lo mismo: capitalismo democristiano liberal. Ese sí que es el partido único.
He seguido las elecciones por la tele agarrado a los gadgets de kiosco. Esta semana, la revista El Jueves incluía con su especial elecciones un tomate que, lanzado contra la tele, se aplastaba antes de retomar, poco a poco, su forma original. Era ver un candidato o un portavoz ocupando la pantalla, y tomatazo al canto. Las noches electorales, solo en casa, son insoportables, de modo que me fui a casa de unos amigos a dar tomatazos. Cuando el tomate terminó su ciclo de carcajadas, pasé a la pistola-altavoz que regalaba la revista infantil Jetrix, que te permite grabar una frase y reproducirla más aguda (al estilo de Alvin y las Ardillas) o más grave (al estilo de las películas satánicas).
Y estaba yo en la fiesta de la democracia, o así la llamaban repetidamente en la tele, agradeciendo las tonterías de quiosco que convierten las retransmisiones en espectáculo privado. Ahora miro los regalos de quiosco con otros ojos, y repaso los cartones preguntándome cuál es la siguiente cita trascendente en la que aplicarlos para disfrute personal tonto. La desmitificación es lo que tiene. Ignorance is bliss, pero mejor aprender jugando.