Música y letra
Miércoles, 3 de septiembre de 2008
Sé que no hay nada más aburrido que ver las imágenes de las vacaciones ajenas, pero supongo que de vez en cuando es bueno mostrar el lado humano. La imagen borrosa es un servidor botando en una rave organizada en un coliseo romano. En la otra, estoy cantando rancheras acompañado por un duo de cuerdas, con intérpretes de ambos lados del océano, y ambos lados del telón de acero.
En paralelo, hoy mismo aparece en el suplemento Culturas de La Vanguardia un texto mío sobre telerrealidad.
La semana pasada apareció otro del que estoy particularmente orgulloso.
No les avisé de su aparición, de modo que, compensando esta pausa veraniega, lo pego aquí abajo:
Terrorismo fashion
Raúl Minchinela
Al hablar de terrorismo hay que andar con pies de plomo. Es muy fácil herir sensibilidades, entrar en terrenos pantanosos y meterse en callejones sin salida. Aunque lo más exacto sería decir que hay que hablar del terrorismo con cautela… ahora. Hablar a la ligera de la tragedia sólo se acepta cuando está lejos en el tiempo, cuando se han curado las heridas, igual que se puede bromear sobre la enfermedad cuando el paciente está sano. El conflictivo humorista Lenny Bruce lo condensó de esta manera: «La comedia es tragedia + tiempo. Dale tiempo suficiente, y te permitirán satirizar la tragedia».
Un ejemplo paralelo al terrorismo que pone las cosas en perspectiva es el de los piratas: implacables marineros que escapaban a las leyes, que se resistían a las fuerzas del orden, y que perpetraban asaltos, asesinatos y violaciones en su caza del botín ajeno. Los piratas son ciertamente una imagen del terror, con sus espadas manchadas de sangre y sus cuerpos arrojados en alta mar. Pero hoy las bibliotecas infantiles ofrecen libros sobre piratas, las ferias divierten con las atracciones de «Piratas del Caribe», y no falta el niño que se viste de asesino marino para carnavales. Una sociedad no es igual que un paciente, y es difícil es averiguar cuándo está sana, es decir, cuándo empieza a ser lícito hablar a la ligera de la tragedia. Pero el proceso, pongamos el momento donde lo pongamos, va a suceder, más tarde o más temprano.
En Europa está arrasando el expolio estético del terrorismo de extrema izquierda. Es un proceso muy llamativo porque, mientras en Europa la internacional terrorista es una cosa del pasado, en España seguimos teniendo a flor de piel el problema de ETA, que comenzó en la misma época y con una notable proximidad ideológica. Así, encontramos extraordinariamente chocante, por ejemplo, el reportaje de moda de la revista Tusse Deluxe que reconstruía el secuestro de Hans-Martin Schleyer, con modelos que lucían ropa de Diesel. Es parte de la fascinación que existe sobre el grupo terrorista Fracción del Ejército Rojo, también conocido como Baader-Meinhof. El entorno fashion celebra el modelo de gafas RayBan que usaba Andreas Baader, y luce en la camiseta el logo de la RAF: una estrella roja con una ametralladora Heckler&Koch MP5 cruzada. Los coleccionistas compran a precio de oro los carteles de busca y captura, hay obras de teatro y películas sobre la banda, y el relato novelado del romance Baader-Ensslin es un éxito editorial. Astrid Proll, una de las pocas activistas vivas tras los sospechosos suicidios de los miembros, no da abasto en conferencias, exposiciones y publicaciones sobre la banda. El terrorismo, de moda, y como moda.
El fotorreportaje de TD, para los alemanes con canas, es como si nosotros viéramos una sesión con ropa de Zara en la que los modelos reconstruyen el secuestro de Ortega Lara o Miguel Ángel Blanco. Pero para las generaciones que van a lucir esas prendas, alude a un proceso superado, porque la banda ya no existe. Ahí está el recientísimo anuncio de Lancia Musa en el que Carla Bruni, actual presidenta de Francia, hace explotar una limusina. Imaginen un anuncio con coche bomba detonado por Sonsoles Espinosa. El terrorismo desarticulado está disponible para reconvertirlo en entretenimiento, y particularmente, en moda. La estética de mala espina es también estética, y el mundo de la imagen está obligado a rapiñar cualquier idea.
El ejemplo extremo lo tenemos en un grupo de estetas ingleses bautizados con el impecable nombre de Prada Meinhof -que suma glamour y asalto, igual que el nombre del cantante Marilyn Manson-. Su página web, que luce una granada de mano de la que sale un pintalabios, reformula para los modernos la frase de Lenny Bruce: «La historia se repite, primero como tragedia, luego como moda». En Prada Meinhof, el terrorismo fashion no es un destello puntual en forma de gafas o logos o reportajes: es el propósito de raíz, la causa central, el leit-motiv.
A la postre, una constante de la moda son chicos buenos vestidos de niños malos.
Lo que nos enseñan los libros infantiles con piratas y las modelos luciendo ropa de la Fracción Roja es que, nos guste o no, más tarde o más temprano, veremos en las pasarelas y los escaparates camisetas rosas con el logotipo de ETA confeccionado con lentejuelas. El terrorismo fashion es un proceso imparable, y Prada Meinhof nos invita a asimilarlo cuanto antes. Tal vez es al revés; tal vez no hay que esperar a superar la enfermedad para poder reír, sino que el momento en el que te ríes es el momento en el que empiezas a estar sano.
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