La crisis de los «buses ateos»
Lunes, 12 de enero de 2009
Hace mucho tiempo que me preocupa la publicidad, porque es un medio omnipresente, que nos bombardea bajo dos directrices principales.
La primera es que el anunciante tiene que obtener un beneficio económico de su inversión: o sea, la publicidad debe ser beneficiosa para el emisor y no útil para los demás.
La segunda es que todo anuncio debe retratar un ideal que se nos niega, que no podemos alcanzar naturalmente.
Así que la publicidad que ven arriba, que ya recorre Barcelona en las líneas 14 y 41, es un espléndido cortocircuito a esa doble trampa.
El anuncio no quiere apropiarse tu dinero en colecta.
El anuncio no retrata ningún ideal etéreo inalcanzable del que el anunciante sea proveedor en exclusiva («¡Que toda la fiesta se gire para mirarme!» «¡Conseguir al chico de mis sueños sólo parpadeando!» «¡La vida eterna entre señores que aletean!»).
El anuncio de arriba es justo lo contrario. Es lo contrario de la publicidad.
Es información.
Así que entiendan a todos esos colectivos que van a inundar las ciudades de respuestas a esta mínima pieza de infomación. Lo que se juega aquí está por encima de las creencias. Es la base misma de la publicidad: el ciudadano no debería encontrarse accidentalmente con información útil. Lo que debería encontrar, esquina tras esquina, son salones amplios con productos caros y mujeres de belleza corregida digitalmente.
¿Quienes se creen que son estos ateos, para atacar la línea de flotación del sistema piramidal de la mentira?
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Ya hemos hablado del impulsor de esta campaña,
el brillante etólogo británico Richard Dawkins, en estas páginas.
Por si no se lee, el anuncio del autobús dice:
«Probablemente dios no existe:
deja de preocuparte y disfruta la vida».