El paje
Viernes, 22 de enero de 2010
«El Rey del Edredoning», según la publicidad de una emisora de maquineros, va a pasearse pagado por tres discotecas en tres ciudades distintas. Y manda narices, porque la emisora ha puesto los tres anuncios, uno detrás del otro, en la misma ráfaga. «Arturo, de Gran Hermano once, este sábad…»
Mientras lo escuchaba, todo me parecía hipnótico. Primero, que un visitante de la discoteca sea el atractivo principal; no va allí a poner música, ni a actuar, sino a estar. Después, ese subrayar que era un concursante de Gran Hermano once, lo que subrayaba, por una parte, que nadie pagará el año que viene por divisar a Arturo, y por otra, que los concursantes de años anteriores tienen la carga ajena e insalvable de estar obsoletos, antes de entrar en la treintena.
En realidad, la función de Arturo es la reformulación moderna de los Reyes Magos: te haces una foto con él, recuerdas la brevísima conversación, y para el año siguiente deja de tener valor. Es una figura a la que se accede en busca de los deseos, de unos deseos que deben su existencia a que los asistentes no son capaces de formularlos, de concretarlos, de ponerlos en palabras. Es el Rey Mago al que no sabes qué has venido a pedirle.
Los concursantes de discoteca no son una medida de tiempo («gran hermano once o gran hermano nada», dicen los organizadores), sino la distancia entre lo que suponemos y lo que hay. Desde aquí mi admiración por esas personas que van a acudir para coincidir con el concursante. Durante unos segundos de video grabado con el móvil, serán el centro de un universo que no se atreven a decir en voz alta.
Aqui tienen -temporalmente- la cuña.
Ruidosa y molesta, pero testimonial.
Que grande la analogia con los Reyes Magos, pardiez!
Comentario de Dr Zito — enero 23, 2010 @ 9:29 pm
Me parece que lo que la gente paga por tener cerca es un pedazo de éxito. Y el éxito, claro, es efímero y dura poco en cada encarnadura por la que transcurre.
Puro siglo de oro.
Comentario de proscritos — enero 24, 2010 @ 3:18 pm
Muy fascinante, la verdad… Daría para todo un debate filosófico. La discoteca Bora-Bora, por cierto, es un deleite antropológico. ¡Gran revelación!
Comentario de Perla del Turia — febrero 6, 2010 @ 7:57 pm
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