El dibujo de arriba -redundo con la firma- es de David Rubín, historietista de primera línea y candidato al Goya por su largo El Espíritu del Bosque. Conozco su obra porque el Señor Ausente me dirigió con gran énfasis a la lectura de La tetería del Oso Malayo, meses antes de que su hijo Absencito convirtiera Cuaderno de Tormentas, también de Rubín, en su libro favorito.
Quiso la casualidad que el Trash entre Amigos edición Coruña coincidiera en el mismo fin de semana en el que Rubín presentaba su recientísimo Solomon Kane, donde ilustra la celebre obra del autor de Conan. Allí nos plantamos en bloque, y allí nos hizo la dedicatoria que aparece arriba, que hace alusión a un cántico que repitió a lo largo de la proyección del Trash, que se cantaba como un mantratrash, rodeado de alusiones a solapas grandes, tapetes de estampación dudosa y partes del cuerpo de Kevin Bacon. En la presentación, tanto Rubín como su chica nos recordaron cómo se habían reído durante la sesión, así que nos prometimos vernos por la noche.
Así que Rubín, ya entrada la madrugada, se convirtió en el anfitrión que desea todo visitante. Siempre sabía dónde ir, qué hacer, cómo aglutinar, cómo convertir cada momento en fetén. Fuimos cerrando bares, uno tras otro, en una secuencia que habría atemorizado al fiestero más curtido. Y terminamos con un último licor a la luz del sol de la mañana, que nos lleva a la última imagen.
En un momento confuso de la mañana, la situación llevó a dedicar un ejemplar de La Tetería del Oso Malayo para la chica que nos hizo acogió en su terraza, y Rubén Lardín propuso que no fuera David, sino yo, quien se la dedicase. «Una pieza única!» decía Rubén, animado. Así que pergeñamos lo siguiente: yo comenzaría el dibujo (la cabeza del personaje) y Rubín lo terminaría.
(A todo esto, el calor de la noche subrayaba lo difícil que es no confundir en los nombres a Rubén Lardín y David Rubín. A Rubín le llamaba Rubén, a Lardín le llamaba Rubín, y por momentos vivía encerrado en un palíndromo humano. No era fácil).
De modo que ahí abajo se lo dejo: un momento único que produce cierto orgullo. La dedicatoria en la que dibujé un personaje de David Rubín, que terminó Davíd Rubín, y que se conserva en la estantería de una amiga de David Rubín, y también nuestra, porque la generosidad y la amistad van de la mano. El remate extraño de una noche en la que cada momento era tan bueno como el anterior. Mi cruce con Davíd Rubín. Y que me quiten lo bailao.