1880 y lo más caro del mundo
Lunes, 13 de diciembre de 2010
El presente caso es particularmente instructivo. (…) Por medio de hábiles estratagemas, [el valor de los títulos] ascendió a fantásticas cumbres: todos los poseedores se volvieron inversosímilmente millonarios. Siguieron comprando más títulos en la ingenua creencia de que esos trocitos de papel de colores seguirían representando un fabuloso numerario. De repente, no sé por qué, el papelito perdió todo valor. Todo el mundo se arruinó, incluso los que no tenían nada. Así fue.(…)
Uno se vuelve loco cuando pretende imaginarse cómo una empresa desconocida, que pide dinero al público para inconfesadas especulaciones disimuladas tras un honrado pretexto (…), cómo puede, tras una locura de los agiotistas [=especuladores], alcanzar tasas fabulosas.
Las operaciones son ficticias, los beneficios son ficticios, el valor es ficticio. Se trata de una simple convención.(…)
Sin embargo, el desastre de estos últimos tiempos estaba previsto, anunciado hacía meses. Se veía, se sentía venir, era inevitable como el invierno tras el verano. Lo que no impidió que atrapara a todo el mundo. (…)
Lo que en absoluto comprendo es, por ejemplo, el resultado de ese desastre para la prosperidad general, como se ha dicho con altisonancia. Miles de millones perdidos. O bien están en otros bolsillos -¿qué nos importa?- o eran ficticios Es ese caso, ¿a qué viene todo este griterío?
¿Qué decir de esa invocación al Gobierno al que los especuladores de Lyon llaman «papá» mientras se sientan sobre sus rodillas?
–Papá, paga mis deudas. No lo volveré a hacer, te lo prometo, te lo juro, paga mis deudas, me portaré bien.
¿Qué tiene que ver el gobierno con la locura de esa gente? Están arruinados, ¡peor para ellos! Ya vendrán otros a reemplazarles.
Pues no, no vinieron otros. Y se repitió, y se repitió; la última vez, antesdeayer.
Todo la cita está extraida de un único artículo de prensa, firmado por Guy de Maupassant, publicado -pásmense- en enero de 1882.
Redondeando, uno ve con nuevos ojos el célebre eslogan navideño: «1880, el turrón más caro del mundo». Uno que hemos vuelto a pagar, y que seguiremos pagando en el futuro, hasta que nos pongamos firmes y dejemos de hacerlo.
Todas las negritas de la cita son mías.
El artículo, titulado «¿De quién es la culpa?»
aparece incluido en el libro
«Sobre el derecho del escritor
a canibalizar la vida de los demás»
(Ed. El Olivo Azul, 2010),
que me regaló Fran Nixon.