Los cronocrímenes es una película estupenda de Nacho Vigalondo. Si no la han visto, dejen de leer y acudan a su sala más cercana. Lo que viene a continuación destripa la peli: incluye, como diría Alvy Singer, espoileracos. Y ustedes quieren ver la peli sin saber nada excepto el título. Créanme. Hasta luego.
¿Sólo quedamos los que ya la han visto? Procedamos, entonces.
Hay dos teorías sobre los viajes temporales. Una dice que ya sabemos que nunca habrá máquinas del tiempo, porque si se pudiera viajar en el tiempo, ya lo sabríamos. Yo soy de esa creencia.
Hay otra que dice que sólo se puede viajar en el tiempo desde el momento en que existe una máquina del tiempo. Esa es la teoría de los cronocrímenes. Y es una teoría que, por obligación, incluye un corolario que aparece en la película. El investigador que la desarrolle no tiene tiempo de comprobar si la máquina funciona. En el mismo momento en que se conecta, empieza a aparecer gente. (Gente, en el mejor de los casos.)
Después de ver la peli, acudí a la web de la película. Allí vi a los ganadores del concurso, cuyo premio era un viaje en el tiempo y cuyo resultado era un vuelo a las canarias, donde viven una hora antes. Los viajes en el tiempo, como ven, tienen siempre muchas lecturas.
En particular me interesó la crítica de la película que hizo Jordi Costa para el diario El País. Allí decía que
Nacho Vigalondo ha hecho la primera película española genuinamente adscrita al género de la ciencia- ficción. Podría sonar como un chiste decir que Los cronocrimenes es la mejor película de ciencia-ficción en la historia del cine español, porque este debut no tiene modelos con los que batirse y / o medirse.
Ese titular, «la mejor película española de ciencia ficción», ya es sobresaliente. Principalmente porque Costa es un titán que tiene como costumbre equivocarse poco.
Pero la parte de la crítica de Costa que más me interesaba era otra frase aparentemente al azar. Me explico.
El motor de arranque de la película es una chica desnuda en el bosque. Cuando la cámara entra en el motivo por el que se desnuda, descubrimos que es por ningún motivo en particular: es para reconstruir ese primer visionado.
Nadie toma la decisión de que la chica se desnude.
No es ninguna decisión. Sale, literalmente, de la nada.
Este tipo de bucles son los que a mi más me descolocan, así que pasé buena parte del segundo rollo agarrado a ese desnudo. Específicamente, me planteaba que tal vez no era el número dos el que le preparaba el escenario al número uno, sino que la chica era otra viajera en el tiempo que estaba ejecutando sobre Héctor la estructura necesaria para conseguir unos objetivos que aún desconocíamos. Sería la misma estructura repetida perversamente. En parte tenía razón, pero finalmente no era la chica. Lo que me dejaba de nuevo en el mismo lugar. ¿De dónde salía ese desnudo?
La respuesta la daba Costa en su crítica en esta frase aparentemente trivial:
A esta miniatura esquinada de viajes en el tiempo hay que darle, precisamente, tiempo, volver a ella para descubrir los matices de su juego, sus múltiples lecturas, entre la metaficción (su desmontaje de situaciones y arquetipos es soberbio) y la metáfora psicoanalítica (el héroe de la película construye y destruye su propia fantasía sexual para sobrevivir).
El desnudo en el campo era la fantasía erótica del protagonista, que ya desde el principio era un mirón que dirigía sus prismáticos al campo no precisamente para ver plantas. Pero la frase de Costa, al dar una respuesta, generaba dos preguntas: la primera es, ese sobrevivir que dice, ¿es sobrevivir a la aventura de la película, o bien sobrevivir a su vida normal? (Como al final de la película retoma su vida normal, suponemos que ese sobrevivir es a la aventura, pero ya les digo que Costa tiene unos ojos más agudos que los míos). La segunda es: ¿quién genera la fantasía? O mejor dicho ¿quién la lleva a cabo? Las dos preguntas me devolvían al bucle inicial. El protagonista debía sobrevivir a una aventura que comenzaba con una chica que se desnuda. La fantasía se materializaba, pero nadie tomaba la decisión de realizarla. Ahora sabía que era la fantasía del protagonista, pero las dudas quedaban intactas.
Vigalondo resume la cinta diciendo que cuando somos más hijos de puta es cuando nos enfrentamos a nosotros mismos, que es un eslógan que describe las guerras civiles. Pero el hijoputa que desnuda a una tía porque sabe que es un cebo seguro, es el mismo hijoputa que, enmarcándose los ojos con los dedos, nos había demostrado que quería sobre todo ser fiel al guión, léase, al pasado, léase, al futuro.
Todo lo anterior, inconscientemente, me sigue diciendo que la culpa de todo la tiene la chica. Probablemente, porque es de la que sabemos menos cosas. Probablemente, porque ese vacío me permite pintar dentro lo que considere oportuno. O probablemente, porque me ponen una chica guapa desnuda y no puedo pensar en otra cosa.
Lo más admirable de los Cronocrímenes es que todo tiene múltiples lecturas. Su desarrollo en tiempo real (que es el tipo de película que más me gusta, aunque sean romanticonas pastosas como Antes del Atardecer) es a la vez «en tiempo real repitiendo tiempos», convirtiendo la expresión «tiempo real» en un doble juego de palabras.
Vigalondo hace el retruécano de encarnar a un personaje que actúa, y no sabemos si Vigalondo intérprete es un gran actor que clava ser alguien que actúa o si es un actor solvente al que se le intuye la interpretación. Todo en la película sale de lo banal y roza lo magistral. Todo tiene espejos. Y tras alguno de esos, está la respuesta a mi duda que lo origina todo. Quién, y cuando, decide que haya una chica desnuda en el bosque. La opción dos es que la reproducción tenga vida propia. Ese sería otro discurso.
Bola extra:
«El problema de Internet es que no puedes esconderte. Tienes que aprender a que te den. La gente te ama o te odia sin conocerte. No es la primera vez que alguien, después de charlar un rato conmigo, me reconoce que no me parezco en nada a lo que se imaginaba de mí, que soy majo. O que me discuten que yo he dicho algo -alguna barbaridad- que en mi vida he soltado»
Vigalondo, aquí.
Bola extra 2: Mi también admirado Grant Morrison ha enunciado en Final Crisis num.2 cómo es el cronocrimen perfecto.
Lo que viaja en el tiempo es la bala. No deja rastro.
Me gusta la idea.
Bola extra 3: ¿Mi historia favorita de viajes en el tiempo? Cronocops, de Alan Moore y Dave Gibbons. Incluida en este tomo.