Hace pocos días, Mario Virico me invitó a su Porco Podcast. Allí hablamos de Repronto (lo que hay delante y detrás de la cámara), de la internet de los noventa, de la colonización cultural, hasta completar más de una hora de emisión.
R. Todo cambió para siempre. Recibimos amenazas de muerte, cartas, llamadas… Después de los Juegos Olímpicos, todos mis amigos desaparecieron. Tenían miedo de perder sus amistades blancas y sus puestos de trabajo. Yo tenía 11 récords del mundo, más que cualquier persona en el mundo, y el único trabajo que encontré fue lavando coches en un aparcamiento. Y me echaron porque mi jefe dijo que no quería que nadie trabajara conmigo. No quería que alguien que defendía la igualdad de derechos estuviera en su plantilla.
P. ¿Nadie le ayudó?
R. Todo el mundo tenía mucho miedo. A mis hermanos les echaron del colegio. A otros, en el equipo de fútbol de la universidad, les prohibieron competir por lo que yo hice.
P. Ha llamado estúpidos a los miembros del COI. ¿Nadie le ha pedido perdón?
R. No, nunca. En privado me dicen: ‘Estuvo muy mal lo que te hicieron, fue una pena…’. Mentiras. Destruyeron mi vida, la de John, la de Norman… La esposa de John se suicidó, yo me divorcié… Todo, por pedir que las personas seamos iguales. Todo eso lo consintió el COI y el comité estadounidense no hizo nada por pararlo.
Como ven, el comité olímpico aplica a rajatabla el eslógan del barón de Coubertin, en todas sus variantes, incluida «lo que importa es si has participado».
Con meses de retraso, he visitado la tercera parte del juego japonés minimalista “Hoshi saga«, de Joshio Ishii.
Ya les hablamos aquí de las dos entregas anteriores. Esta tercera tiene la misma sensibilidad y capacidad de asombro. Una joya entre el ruido de los juegos que disparan.
Hace mucho, mucho tiempo, unos chavales escuchaban, seguramente drogados, el célebre disco «The Dark Side of the Moon» de Pink Floyd. Bueno, en realidad, escucharlo drogados lo hacía bastante gente. Pero estos chicos en particular pusieron el disco mientras en la televisión aparecía la película El Mago de Oz. Uno del grupo se dio cuenta de que el disco y la película encajaban, y así nació un mito bastardo que se conserva hasta nuestros días, y que un alma generosa ha colgado en internet ahorrándonos la molestia de cuadrar el momento en el que debe caer la aguja sobre el vinilo.
Con ustedes, un clásico de las sincronías aumentadas por la química recreativa:
La primera hora de película me ha parecido extraordinaria. Estos subtítulos en español no son todo lo acertados que deberían, de modo que los que sepan inglés, mejor diríjanse aquí.
Los demás, acomódense en sus asientos, y pulsen play:
La página oficial de la película está http://www.zeitgeistmovie.com/.
En cierta ocasión se encontraba Unamuno en la ciudad de Salamanca visitando una exposición de pintura contemporanea. El pintor reconoció a Unamuno. Interesado se acercó a el para hablar. -¿Le gusta mi pintura? -No
El pintor un tanto preocupado, intentó dar una explicación, justificarse más bien. -Esto…mi pintura representa como la vida, es decir, la manera en que yo veo el mundo. -Pues si lo vé así de feo ¿Para que se toma la molestia de pintarlo, pollo?
Anécdotas para el name-dropping de carajillo a media tarde, todas de gran asueto y divertimento, que está recopilando el blog Bertrand Rusell y su conjunto tropical:
Bola extra: ¿Por qué, al buscar imágenes en google que ilustren el concepto literatura, los resultados son tan, pero tan tan ñoños? ¿No se dan cuenta de que es una ficción que no encaja con las muestras de arriba?
Esta imagen pone en su sitio la llegada de los vigilantes asépticos, y explica por qué las personas con las sienes en su sitio nunca entendieron a las que lloraban en el cine.
«Rebélate»: 150 minutos para incomodarte, alterarte, impacientarte… «Sométete»: 150 minutos para sentir, imaginar, rememorar, descubrir… Los clientes del restaurante Mugaritz se encuentran en la mesa dos sobrecitos con tarjetas provocadoras. Luego llegan unas piedras grises. Unas se comen, otras no. Ante el desconcierto, acción. «Al utilizar las manos se rompe el protocolo», dice Andoni Luis Aduriz (Donosti, 1971) mientras faena en la cocina para esas «posibles almas gemelas» del comedor. Tras el aperitivo de las patatas caolín, unas quisquillas de agua dulce de Normandía y unas guindillitas cogidas esa mañana en la huerta y vestidas con miel liofilizada, no hay vuelta atrás. El sometimiento está servido.
Yo,
que abrí el sobre en el restaurante
y leí «Rebélate».
Yo,
que obedezco los carteles de «no fumar»
y los de «servicios de caballeros»
y los de «reservado»,
Yo,
que cuando se juega a baloncesto, tiro a canasta
y cuando se juega a tenis, golpeo con raqueta
y cuando se pide silencio, lo guardo respetuosamente,
Yo
me acerqué a la mesa que tenía las mejores vistas
y los eché a gritos.
Yo
tomé a la asistente más guapa
y la besé en el cuello mientras le tocaba el culo.
Yo
me encendí un pitillo
y dije a gritos que se empezaba por los postres.
Y vinieron los responsables del restaurante
y me echaron.
Y yo
les enseñe la tarjeta del «Rebélate»,
como en las norias se enseñan las fichas de «vale por un viaje»,
como en las tiendas se enseñan los palos con polo gratis,
como en las canchas se señala la línea de tres puntos.
Y yo,
al preguntarme por qué proponen actividades que no aceptan,
comprendí que hay establecimientos
edificados sobre la estulticia.
Y esta es exactamente la misma indignación que me invadió
cuando vi en Frankfurt la lamentable exposición
titulada Bajo tu propio Riesgo.