Diversión y filosofía contadas con sal gorda y motardas presidenciales
Muchas veces me he planteado la siguiente cuestión: es indudable que desde siempre ha tenido que ser para muchos hombres uno de los tormentos más angustiosos de su vida el contacto, el choque con la tontería de los prójimos. ¿Cómo es posible, sin embargo, que no se haya intentado nunca -me parece- un estudio sobre ella, un ensayo sobre la tontería?
José Ortega y Gasset, «La rebelión de las masas»(1937)
nota al capítulo VIII
Otra vez recurrimos a Ortega para poner la primera piedra a la hora de sacar a colación asuntos modernos, porque Ortega previó nuestra época con una clarividencia que siempre es sorprendente. Las cita ilustra que he visto recientemente dos respuestas (actuales) a la situación que apunta Ortega: hay que hablar de la tontería antes de que se convierta en un asunto insalvable.
Lo que eran los ensayos en tiempos de Don Ramón está siendo sustituido hoy por el mundo audiovisual. Y donde hay más ensayos sobre un tema es generalmente donde más se sufre. Para entendernos, hay más ensayos sobre el agua de Rosas en Bulgaria que en cualquier otro país del mundo. París publica más ensayos sobre población de barriada que incendia coches. Y así todo. Así que no se sorprenderán si les digo que los dos discursos sobre la estulticia y sus consecuencias vienen de Estados Unidos.
Ojo. Es digno de admiración que los estadounidenses hayan afrontado el tema. Aquí somos bastante más cobardes. Piensen en el tema de las banderas nacionales. O díganme si existe un ensayo de «por qué no hay ningún miembro de etnia gitana entre los grandes directivos de bancos y cajas de ahorro». Un respeto.
Las dos películas norteamericanas que he visto afrontando el problema de la idiotez son altamente reveladoras. Por un lado, el seudodocumental Stupidity (Albert Nerenberg, 2003), que pregunta en voz alta porqué la gente no sólo tiene una lógica pereza de sofá y sillón, sino también por qué está más interesado en artistas que tienen que fingir que son idiotas para ganarse el favor del público.
Y por el otro, la tremenda Idiocracy, de Mike Judge (el creador de Beavis y Butthead), que es la que me ha traído hasta este teclado.
Son muchos los motivos que convierten a Idiocracy en una obra que da en el clavo. Pero también son muchos los argumentos que un espectador europeo tiene para decir que la película es mala. Entendámonos: abunda en chistes groseros, prejuicios arquetípicos y elementos de mal gusto. Cualquier observador sin interés vería en ella una película adolescente más. Pero la maestría de la película es usar esos argumentos contra sí mismos. Obligar al espectador de teen movies a plantearse qué es lo que espera ver cuando acude al cine de palomitas.
El apocalipsis de idiotas que presenta Idiocracy es divertido y enloquecido, pero presenta unas sólidas raíces con el mundo real. Sólo les pongo un detalle. La primera vez que nuestro protagonista ve la ciudad del futuro -una ciudad en ruinas, llena de basura, donde en las casas el mueble estrella es el sofá con váter incorporado- ve dos rascacielos, uno al lado del otro, al estilo del WTC de NY o las torres de Barcelona. Uno está casi intacto; el otro está partido por a mitad, cayéndose. Lo que convierte el plano en genial es que, para evitar la caída, los dos rascacielos están atados con un cuerda que los rodea con varias vueltas.
Idiocracy nos hace pensar en por qué consideramos que el agua corriente existe sola, por qué no pensamos en la canalización de electricidad… por qué le dedicamos más tiempo a los cantantes y los humoristas de sal gorda que a los elementos que nos permiten conservar nuestro actual estado de vida. O dicho de otra manera, Idiocracy nos hace ver que no nos sustentamos en el mínimo común múltiplo -esos millones de personas apoyadas en la cultura general- sino que nos sustentamos por esas personas que han decidido especializarse. Lo que nos aguanta son las personas que ni les interesa el fútbol, ni les gusta eurovisión, ni ven la tele en sus ratos libres.
Toda esa visión de escala, que ya desarrollaba Ortega en su Rebelión, está íntegra en Idiocracy. Pero con una piel totalmente distinta: con raperos y chicas y coches y gente que habla balbuceando. Con el aspecto y el argumento para ser vista y disfrutada por las personas a las que les gusta el barsamadrí y los cantantes promocionados. Es un texto de Ortega simplificado y decorado para que lo vean quienes nunca leerían a Ortega.
Grande, Idiocracy. La nueva forma del ensayo, el ensayo del futuro, en un futuro en el que todos somos tontos. No me excluyo: no soy de los que sostienen el mundo; soy de los que ven la tele. Un polvo del que vendrán esos lodos.
El equivalente de la vacuna, en cine: pretende curar de lo que la propia película adolece