Las respuestas a la crisis, explicadas por Ortega, reformuladas de Repronto
Martes, 27 de enero de 2009
Releyendo La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset, me doy cuenta de cuánto influyó en el primer año de Repronto. De forma no buscada y no consciente, porque las grandes obras te seducen de manera que piensas que las ideas son tuyas. Un par de ejemplos:
Pero ahora me importa sólo hacer notar cómo ha crecido la vida del hombre en la dimensión de potencialidad. Cuenta con un ámbito de posibilidades fabulosamente mayor que nunca. En el orden intelectual, encuentra más caminos de posible ideación, más problemas, más datos, más ciencias, más puntos de vista. Mientras los oficios o carreras en la vida primitiva se numeran casi con los dedos de una mano -pastor, cazador, guerrero, mago-, el programa de menesteres posibles hoy es superlativamente grande. En los placeres acontece cosa parecida, si bien -y el fenómeno tiene más gravedad de lo que se supone- no es un elenco tan exuberante como en las demás haces de la vida. Sin embargo, para el hombre de vida media que habita las urbes -y las urbes son la representación de la existencia actual-, las posibilidades de gozar han aumentado, en lo que va de siglo, de una manera fantástica.
Era para el hombre cuestión de honor triunfar del espacio y el tiempo cósmicos, que carecen por completo de sentido, y no hay razón para extrañarse de que nos produzca un pueril placer hacer funcionar la vacía velocidad, con la cual matamos espacio y yugulamos tiempo. Al anularlos, los vivificamos, hacemos posible su aprovechamiento vital, podemos estar en más sitios que antes, gozar de más idas y más venidas, consumir en menos tiempo vital más tiempo cósmico.
Esas observaciones, tamizadas por el «olvido», aparecieron en el capítulo 3: “Identidad secreta”
La seguridad de las épocas de plenitud -así en la última centuria- es una ilusión óptica que lleva a despreocuparse del porvenir, encargando de su dirección a la mecánica del universo. Lo mismo el liberalismo progresista que el socialismo de Marx, suponen que lo deseado por ellos como futuro óptimo se realizara inexorablemente, con necesidad pareja a la astronómica. Protegidos ante su propia conciencia por esa idea, soltaron el gobernalle de la historia, dejaron de estar alerta, perdieron la agilidad y la eficacia. Así, la vida se les escapó de entre las manos, se hizo por completo insumisa, y hoy anda suelta sin rumbo conocido. Bajo su máscara de generoso futurismo, el progresista no se preocupa del futuro: convencido de que no tiene sorpresas ni secretos, peripecias ni innovaciones esenciales; seguro de que ya el mundo irá en vía recta, sin desvíos ni retrocesos, retrae su inquietud del porvenir y se instala en un definitivo presente. No podrá extrañar que hoy el mundo parezca vaciado de proyectos, anticipaciones e ideales. Nadie se preocupó de prevenirlos. Tal ha sido la deserción de las minorías directoras, que se halla siempre al reverso de la rebelión de las masas.
Hoy acontece una cosa muy diferente. Si se observa la vida pública de los países donde el triunfo de las masas ha avanzado más -son los países mediterráneos-, sorprende notar que en ellos se vive políticamente al día. El fenómeno es sobremanera extraño. El poder público se halla en manos de un representante de masas. Estas son tan poderosas, que han aniquilado toda posible oposición. Son dueñas del poder público en forma tan incontrastable y superlativa, que sería difícil encontrar en la historia situaciones de gobierno tan preponderante como éstas. Y, sin embargo, el poder público, el gobierno, vive al día; no se presenta como un porvenir franco, ni significa un anuncio claro de futuro, no aparece como comienzo de algo cuyo desarrollo o evolución resulte imaginable. En suma, vive sin programa de vida, sin proyecto.
Esas observaciones, igualmente, se materializaron en el capítulo 2: “Programa de futuro”
La última cita continúa así, en este párrafo que pone en su lugar las actuales medidas ante la crisis, sin diferencia de país, o condición política:
No sabe a dónde va, porque, en rigor, no va, no tiene camino prefijado, trayectoria anticipada. Cuando ese poder público intenta justificarse, no alude para nada al futuro, sino, al contrario, se recluye en el presente y dice con perfecta sinceridad: «soy un modo anormal de gobierno que es impuesto por las circunstancias». Es decir, por la urgencia del presente, no por cálculos del futuro. De aquí que su actuación se reduzca a esquivar el conflicto de cada hora; no a resolverlo, sino a escapar de él por de pronto, empleando los medios que sean, aun a costa de acumular, con su empleo, mayores conflictos sobre la hora próxima. Así ha sido siempre el poder público cuando lo ejercieron directamente las masas: omnipotente y efímero. El hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyectos y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes.
Supongo que han visto el paralelismo entre la línea de Ortega «soy un modo anormal de gobierno que es impuesto por las circunstancias» y la principal frase destacada en la toma de posesión del presidente Obama: «El mundo está cambiando y debemos cambiar con él«.
Pero Obama es sólo un caso particular del sistema general. Todos los países están tomando sus posiciones ante la crisis sobre esas dos directrices generales: las que retrataban los capítulos 2 y 3 de Repronto.
No me miren así. Era Ortega quien hablaba. Yo sólo me había olvidado.
Los párrafos citados están extraidos de los capítulos 4 y 5;
tienen La Rebelión de las masas íntegro aquí.
La central de Reflexiones de Repronto está aquí.
Bola extra: El artículo de Jordi Costa sobre Reflexiones de Repronto está a su disposición aquí. Perdón por el retraso en avisarlo en este rincón.
[…] 3 – Finalmente, si quieren saber cómo se escribe Reflexiones de Repronto, pueden encontrar pistas en este atisbo tras las bambalinas. […]
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