Pongan sus asientos verticales. Kahlo lucía una de esas pulseras de goma con formas, que son un misterio hasta que las sacas y las destrenzas y revelan ser un perro o un delfín o una mano con los dedos haciendo cuernos de concierto heavy. Hablamos de muertes, porque una tragedia absorbió todo el vuelo y recordó más tragedias; las amarguras se llaman, se asocian, aprovechan la ocasión para airearse. A la salida del avión, la maleta giratoria lucía la identificación de una persona equivocada, un nombre que tal vez llevaba días rotando en la cinta, bautizando a cada vuelo un nuevo bulto ajeno. El taxi nos dió directrices sobre la sidra, que es una bebida que hay que saber mear. Muy diurética, muy sana, yo y mi mujer nos tomamos una diaria, eso es sagrado, si tuvieran tiempo les llevaba yo a esa sidrería de aquí o mejor a aquel llagar, que la fabrican. Si te puedo llamar de tú, aquí cada perro se lame su pijo. Adelantamos el LABoral porque había cámaras y la televisión no espera. Fuimos al puentín de Deva, donde la película Volver a Empezar retrató un saldar la vida con las piernas colgando. Hacía un sol de justicia, de tirarse en césped, mientras recibíamos la mejor tortilla de patata del mundo en el más prestoso llugarín de la zona. Lucía nos había recorrido entero LABoral, con sus pasillos de bombillas y columnas de fluorescentes y sus hexágonos que cambiaban de orientación según la distancia a la que te encontrabas, y ahora nos corregía la posición de los vasos en los escanciadores. Este no es un listado exhaustivo. Aún no he mencionado a Luna, imagina.
Las jornadas se celebraban en un chillout, un modelo a escala de recepción con sofás. Los cojines voladores rimaban con los respaldos resbaladizos. El mapa celeste del Encuentro Interestelar de Bloggers agrupaba en los asientos por generaciones; en un rincón nos alineamos los repetidores. Nacho Escolar alternaba el Ipad con las entrevistas; Nacho Vigalondo lanzaba el chiste y nos denunciaba con gestos, gesticulando que nos echaran; yo, entre Nacho y Nacho, reía una risa que captaban los micrófonos de ambiente, que reconocían vía streaming. Fruela trajo bolsas de cervezas, y la segunda hornada la tuvimos que abrir contra los cantos de las cámaras refrigeradoras, hasta que Escolar desenterró su llavero abrebotellas, lo que le aseguró el centro gravitatorio. En cada viaje, se filtraba el calentamiento de Fernández Porta y Fernández Mallo, aún diría más, que apostillaban los de Hergé. Durante su recitado, la ginebra fue la primera baja. En un rondo de pantallas jugamos un cadáver exquisito formando una pirámide de blogueros, sentados sobre muslos que se sentaban sobre muslos para escribir a múltiples manos. Hubo bares, y hubo hotel.
Mi habitación tenía una buhardilla cuya persiana nunca supe cerrar y que permitía al sol del amanecer autoinvitarse a sus anchas. Desayuné con Fernández Mallo y hablamos de los Surfin’ Bichos y de Flavio Briatore, pero sobre todo de la picaresca del desayuno que retrasa la ducha y la del que acredita una habitación que no ocupa. Cuando nos identificamos, resultamos ser los corchetes del hotel, Agustín por abajo, yo por arriba. Cambiamos de pareja y continué el desayuno con Marta Claudine y Tones. Se unió Escolar, y fantaseamos con un canal matutino de analistas dolientes. El móvil me emplazó en la estación de trenes, donde los estancos te dan cambio en el máximo posible de metal.
Viajé hasta Oviedo por autopista; conducía Edu Galán, que había organizado una comida-tertulia de quilates alrededor de Antonio Rico, el comentarista de televisión de La Nueva España. La espera entre cervezas calentó la charla hasta completar el elenco: escritores y profesores universitarios que lo mismo hablaban de filosofía que de antropología que de la pronunciación exacta de civitas, que es kiuitas porque cuando se lee a Virgilio hay una musicalidad que lo revela todo. En orden de reloj, Domingo el hombre equilibrado, Tomás el que negaba la mayor, el Rico que proponía 21 días sobre 21 días, Fernando el lirista tranquilo, José el polemista gimnástico, Juan el historiador que recorre las civilizaciones en el cine, Edu el hombre que engarzaba el conjunto, que había alineado un grupo humano en el que celebrábamos la tertulia como destino de la tertulia, en estos tiempos en los que el interfaz digital dificulta la empatía, tenéis que ver la película, tu exposición de ayer muy bien, Kansas, era Kansas, pero no el lugar sino el verbo. Esta comida hay que repetirla, un placer, nos vemos pronto. El viaje de vuelta tuvo un desvío de guadaña y campo profundo, de camino sin salida vecino al tanatorio, de prisa por llegar al momento correcto porque yo tenía mi intervención en primera ronda en el día de los veteranos.
En el púlpito, Escolar mostraba una biografía que se modulaba con sucesos de blog, Vigalondo otra donde las bañeras y las bolsas de té te libran de la culpa por la simultaneidad, Marta otra donde tenía siempre un blog más cuando creías que los habías recorrido todos. En las pausas para los cigarros, se reordenaba el mapa estelar de los sofás. En twitter, las jornadas eran trending topic nacional mientras humoristas profesionales las comentaban en remoto. Yo hice una cuenta atrás, con dinamita dispuesta, que tenía truco para cuadrar el tiempo. Los repetidores no tuvimos plato para la cena, así que la tertulia resultó haber sido un plan de supervivencia.
Nos fuimos al Baruku en peregrinación de taxis, porque allí tenia que invocar a Elvis y a McCartney. Vino la plana mayor de los repetidores, y el hombreshock Popy Blasco, que me puntúa doble porque me vio hablar tarde y noche. Fui muy bien recibido por los gijoneses, y me huelo que es culpa de Fran Nixon, que ha logrado sin proponérselo que Repronto sea conocido allí: me paran en los bares y me dicen que me hacían menos alto, más de su propia estatura, en esa trampa de la pantalla. En el Baruku hice el Conspirapop remozado, entre cigarros y cervezas, pero antes vino la presentación más emotiva imaginable, mal juicio cuando uno mismo es al que le hacen el homenaje. El ordenador necesitó un reiniciado por un quítame aquí este mechero, pero la charla avanzó como la seda. Las carcajadas son un bálsamo cuando estás pidiendo a la audiencia que ahora te mire a ti y ahora a la pantalla porque no estáis alineados. El tenis de la conferencia convocó a la lluvia, a la salida.
En otro local, repartí recuerdos de Edu al jefe del bar que volvieron en círculo como recuerdos para mí de una cuarta persona. Seguidores reprontistas me retuvieron mientras la plana mayor se escindía en dos grupos. A eso de las cuatro, me había quedado solo, abandonado bajo la fría lluvia, como el perro peluche de la publicidad infantil. Fui rescatado por Javier, precisamente por Javier, el hombre de la presentación emotiva, toma casualidad y alineación, que cambió su plan de retiro al hogar por uno de rescate de mi noche. El grupo escindido resurgió de las sombras y volvió para ocupar la pista y ponerse a los platos. El jengibre. En algún momento, subió el jengibre. Nuestros sherpas gijoneses nos aterrizaron en el Bola Ocho en el momento cumbre de Justice. Hubo un intervalo de brazos arriba, de baile de sala, de segunda noche en la noche. En el hotel, mi instinto paternal luchaba con el sueño mientras desayunaba en primera ronda, antes de la cama. Una hora después, Luna bajaba con lentillas de emergencia puestas en la oscuridad mientras acotaba los niveles de azúcar, con Antonio ya lejos de aquel perfil Enero en Tel Aviv. Aún desayunaría por tercera vez, con Escolar y Pablo y Peirano, antes de cabalgar el último taxi. Nacho en la carretera me aleccionó sobre las fuentes y los silencios y Lady L; sobre lo decible y lo indecible. Tras el detector que lo volcaba todo, la sala de espera tuvo tres velocidades, con el correpasillos acelerado y el teletipista relajado y yo en alguna parte de enmedio, intentando reconstruir tanta diversión en las últimas 48 horas asturianas. Embarquen las filas 20 a la 35.