Sobre ‘El Jipi Malo’ y las rígidas reglas sociales de la comuna tiene Houellebecq en ‘Las partículas elementales’ un extracto muy interesante; ese en el que Bruno viaja al Espacio de lo Posible y es frontalmente marginado por el contexto de concordia (la adaptación al cine es igualmente ilustrativa):
«El aperitivo, momento de convivencia del día en el Espacio de lo Posible, estaba amenizado con un poco de música. Esa tarde, tres tipos tocaban el tam tam para unos cincuenta espacianos que se meneaban agitando los brazos en todas direcciones. […] Bruno le ofreció un vaso de vino de Charentes a la católica. «¿Cómo te llamas?», preguntó. «Sophie», contestó ella. «¿No bailas?», preguntó él. «No», contestó ella. «Las danzas africanas no son mis favoritas, son demasiado…» ¿Demasiado qué? El comprendía su problema. ¿Demasiado primitivas? Claro que no. ¿Demasiado rítmicas? Eso estaba al límite del racismo. Era obvio que no se podía decir nada sobre esa chorrada de las danzas africanas. Pobre Sophie, que intentaba hacerlo lo mejor posible. Tenía una cara bonita, con su pelo negro, sus ojos azules y su piel tan blanca. Debía de tener unos pechos pequeños, pero muy sensibles. Debía de ser bretona. «¿Eres bretona?», preguntó. «¡Sí, de Saint Brieuc!», contestó ella alegremente. «Pero adoro los bailes brasileños…», añadió, evidentemente para hacerse perdonar por no apreciar las danzas africanas. Eso bastó para exasperar a Bruno. Empezaba a estar harto de aquella estúpida manía pro brasileña. ¿Por qué Brasil? Por lo que él sabía, Brasil era un país de mierda, poblado de brutos fanáticos del fútbol y las carreras de coches. La violencia, la corrupción y la miseria llegaban al cielo. Si había un país odioso era precisa y específicamente Brasil. «¡Sophie!», exclamó Bruno con arrebato. «Podría irme de vacaciones a Brasil. Conduciría entre las favelas. En un minibús blindado. Observaría a los pequeños asesinos de ocho años que sueñan con llegar a jefes; a las pequeñas putas que mueren de sida a los trece años. No tendría miedo, porque el blindaje me protegería. Eso, por las mañanas; por las tardes iría a la playa entre riquísimos traficantes de droga y chulos de putas. En medio de esa vida desordenada, en medio de tanta urgencia, olvidaría la melancolía del hombre occidental. Sophie, tienes razón: al volver voy a pedir información en una agencia de Nouvelles Frontières.»
El conflicto de la «vida formal» y los movimientos de «nuevo hombre» tuvieron tres resoluciones: 1) la mili bohemia, 2) las statusferas que retrataba Tom Wolfe en los setenta, y 3) la momificacion (ejempliicada en las exposiciones sobre la moida), que hay gente que viste y defiende, sin saber que defiende el espiritu momificado y no el orginal (que, en general, requiere más perspectiva).
Supogo que aparecerán en Reprontos de años venideros…
(Gracias por la cita! Vaya panzada de teclear!)
Comentario de Raul Sensato — febrero 1, 2009 @ 2:49 pm
Santiago Alba, en Capitalismo y Nihilismo (Akal) -y esto también entronca con el texto de Houellebecq que Ibrahím B saca a colación- compara el turismo de masas con servicio militar:
«Horarios cuarteleros, comidas en común solidaridades frente al tour-leader, traslados en masa, uniformes, penalización de conductas asociales, la experiencia del turista tiene la intensidad central, compensatoria y delatadora de la miseria social del consumidor occidental, de un regreso a la mili; y de vuelta a la soledad del ello cotidiano, canibal solitario de televisión y supermercado, del viaje a Egipto no recordará ni las pirámides ni la esfinge ni el bellísimo Nilo sino únicamente, y con dolorosísima nostalgia, la felicidad de grupo, sombra diminuta y pueril de esa comunidad política y social perdida para siempre -o pervertida- en las metrópolis capitalista.»
Sobre ‘El Jipi Malo’ y las rígidas reglas sociales de la comuna tiene Houellebecq en ‘Las partículas elementales’ un extracto muy interesante; ese en el que Bruno viaja al Espacio de lo Posible y es frontalmente marginado por el contexto de concordia (la adaptación al cine es igualmente ilustrativa):
«El aperitivo, momento de convivencia del día en el Espacio de lo Posible, estaba amenizado con un poco de música. Esa tarde, tres tipos tocaban el tam tam para unos cincuenta espacianos que se meneaban agitando los brazos en todas direcciones. […] Bruno le ofreció un vaso de vino de Charentes a la católica. «¿Cómo te llamas?», preguntó. «Sophie», contestó ella. «¿No bailas?», preguntó él. «No», contestó ella. «Las danzas africanas no son mis favoritas, son demasiado…» ¿Demasiado qué? El comprendía su problema. ¿Demasiado primitivas? Claro que no. ¿Demasiado rítmicas? Eso estaba al límite del racismo. Era obvio que no se podía decir nada sobre esa chorrada de las danzas africanas. Pobre Sophie, que intentaba hacerlo lo mejor posible. Tenía una cara bonita, con su pelo negro, sus ojos azules y su piel tan blanca. Debía de tener unos pechos pequeños, pero muy sensibles. Debía de ser bretona. «¿Eres bretona?», preguntó. «¡Sí, de Saint Brieuc!», contestó ella alegremente. «Pero adoro los bailes brasileños…», añadió, evidentemente para hacerse perdonar por no apreciar las danzas africanas. Eso bastó para exasperar a Bruno. Empezaba a estar harto de aquella estúpida manía pro brasileña. ¿Por qué Brasil? Por lo que él sabía, Brasil era un país de mierda, poblado de brutos fanáticos del fútbol y las carreras de coches. La violencia, la corrupción y la miseria llegaban al cielo. Si había un país odioso era precisa y específicamente Brasil. «¡Sophie!», exclamó Bruno con arrebato. «Podría irme de vacaciones a Brasil. Conduciría entre las favelas. En un minibús blindado. Observaría a los pequeños asesinos de ocho años que sueñan con llegar a jefes; a las pequeñas putas que mueren de sida a los trece años. No tendría miedo, porque el blindaje me protegería. Eso, por las mañanas; por las tardes iría a la playa entre riquísimos traficantes de droga y chulos de putas. En medio de esa vida desordenada, en medio de tanta urgencia, olvidaría la melancolía del hombre occidental. Sophie, tienes razón: al volver voy a pedir información en una agencia de Nouvelles Frontières.»
Comentario de Ibrahim B. — febrero 1, 2009 @ 1:46 pm
El conflicto de la «vida formal» y los movimientos de «nuevo hombre» tuvieron tres resoluciones: 1) la mili bohemia, 2) las statusferas que retrataba Tom Wolfe en los setenta, y 3) la momificacion (ejempliicada en las exposiciones sobre la moida), que hay gente que viste y defiende, sin saber que defiende el espiritu momificado y no el orginal (que, en general, requiere más perspectiva).
Supogo que aparecerán en Reprontos de años venideros…
(Gracias por la cita! Vaya panzada de teclear!)
Comentario de Raul Sensato — febrero 1, 2009 @ 2:49 pm
Santiago Alba, en Capitalismo y Nihilismo (Akal) -y esto también entronca con el texto de Houellebecq que Ibrahím B saca a colación- compara el turismo de masas con servicio militar:
«Horarios cuarteleros, comidas en común solidaridades frente al tour-leader, traslados en masa, uniformes, penalización de conductas asociales, la experiencia del turista tiene la intensidad central, compensatoria y delatadora de la miseria social del consumidor occidental, de un regreso a la mili; y de vuelta a la soledad del ello cotidiano, canibal solitario de televisión y supermercado, del viaje a Egipto no recordará ni las pirámides ni la esfinge ni el bellísimo Nilo sino únicamente, y con dolorosísima nostalgia, la felicidad de grupo, sombra diminuta y pueril de esa comunidad política y social perdida para siempre -o pervertida- en las metrópolis capitalista.»
Saludos
Comentario de Oche — febrero 6, 2009 @ 7:31 pm
Oche: Gracias por el texto. Qué lucidez.
¡Viva Santiago Alba, el hombre que nos enseño Marxismo con muñecos! Nunca se lo agradeceremos suficiente.
Comentario de Raul Sensato — febrero 6, 2009 @ 8:07 pm
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