Why doesn’t alt culture exist? Perhaps because it’s been devoured by the mainstream monoculture. It’s a hungry bastard, after all, and it’ll choke down anything that’ll fill its stomach. (…) And partly, I think, because people just don’t make it anymore. Every corner of the web is blitzed with the light shone by thousands of curational blogs whose job is to parse the internet for their readers. I mean, I hunt for research material all the time and store it on my website, I’m as guilty as anyone. But at some point producing actual content on the web went out of fashion — almost all of the top one thousand blogs are reportage and linkblogging sites. At some point people have to stop checking to see what happened yesterday and start thinking about tomorrow. And it’s that that «alternative culture» comes from — the drive to do what’s next and the impulse to make the sound no-one’s heard yet.
El párrafo es de mi admirado Warren Ellis (texto completo aquí). Explica por qué existe Reflexiones de Repronto, y por qué nunca será un blog puntero. Es bueno tener conciencia. Pero es una pelea que ójala no abandonemos.
Una cosa es la tecnología y otra es el tecnologismo. La blogosfera está fascinada por la tecnología. Reseñas y más reseñas de lo último, lo más. Productos comerciales que condensan el eslogan «el futuo ya está aquí».
La teconología conlleva un conocimiento científico que a los tecnofascinados se la trae al pairo. El último premio Nobel de física, que premiaba a dos estudiosos de la física del estado sólido que había multiplicado la capacidad de almacenamiento de los discos duros, ha tenido menos eco entre la gente que los últimos teléfonos móviles.
La pasión por la tecnología es más bien una pasión por lo que viene, que en realidad es -en la mayoría de los casos- una reformulación de lo que ya tenemos. Es un equivalente de algo que ya existe, pero que suena a moderno: es lo que los lingüistas llaman un neologismo. Eso es el tecnologismo. Una situación que está a la orden del día.
Según dice un viejo adagio, el artista es un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de transpiración. Es el trabajo y no el chispazo puntual lo que te hace progresar en la disciplina.
Esa frase es religiosa. Dibuja al artista como el intermediario entre los pobres humanos y el mundo de la belleza. Lo retrata como un elemento puro en una pugna limpia en busca de una realidad inmutable. Todo eso es pura fé. Te lo crees, o no. Y como en cualquier fe, realmente hay que tener ganas -o ceguera- para creerla. Porque a poco que mires con detalle, esa idea límpida y refulgente del arte y el artista muestra el armazón que la sustenta.
Y sin embargo, esa imagen religiosa del artista persiste. Esa idea de que el arte, en sus diferentes fases, es todo uno, consecuente en y con cada cambio, es una idea común en el hombre de la calle. Es ciencia infusa. Nadie que no sea todopoderoso ha podido modificar el inalcanzable concepto del arte.
Sin embargo, también es saber común que algo pasa con el arte moderno. Algo extraño. Las dos ideas no encajan. La pureza en una mano y ese algo pasa en la otra. Se intuyen los síntomas pero nadie se pregunta la enfermedad. Sabemos que hay algo pero decidimos no mirar. Como si fueramos empujados como por uno de esos agentes que dicen “¡circule! ¡no hay nada que ver aquí!”. O más, como si nos hubieran convencido para empujarnos a nosotros mismos, diciendo “¡circule!”. Definitivamente, algo muy extraño.
La historia que nos trae esta semana el Doctor Repronto es crucial en el arte del siglo XX. El momento en que las vanguardias de principios de siglo fueron simultáneamente abandonadas, anuladas y convertidas en una mascarada para legitimar los hechos posteriores. Una jugada que marcó el punto de inflexión. Las investigaciones ponen al descubierto las herramientas que lo permitieron y que posibilitarán que vuelva a suceder.