El «truco» aquí reside en el hexafluoruro de azufre, un gas más denso que el aire -y por tanto un serio enemigo de los mineros, que pueden encontrarse «piscinas» de gas venenoso-. Con eso en la cabeza, el comportamiento del barquito es lógica aplastante. Lo hermoso del conocimiento: no es fácil construirlo, pero una vez que lo asimilas, es imposible olvidarlo.
Un vídeo de la Universidad de Bonn (Alemania), encontrado via arbroath
Hace un par de años los empleados de correos eran verdaderos funcionarios de chaleco y corbata, con vidas selladas por triplicado y con fotocopia al archivo general. Bigotes arreglados, flequillos moldeados con agua, desayunos abriéndose paso entre niños perfectos con colegios perfectos llenos de libros con gente sonriendo. Cuando Laura -se llamaba Laura, o Mónica, o a quien coño le importa-… cuando Laura fue a correos llevaba un precioso conjunto de chaqueta y falda, granate, brillante a la vista y suave al tacto, y un carísimo perfume que la hacia diez veces mas atractiva que a la hora del café. Llevaba uno de esos trozos de cartón que sirven para construir una caja, y cuando llegó al mostrador la tenía perfectamente construida, un paralepipedo de cartón digno de anuncio de mensajería, con dirección en claras mayúsculas y el inefable cartel de «frágil». El empleado miró la caja y la vio vacía. «No hay nada», dijo. «Un momento”, dijo ella. El empleado vio con asombro como Laura -o lo que sea- se retiraba cuidadosamente el guante, dedo tras dedo, como una Hayworth de andar por casa, y mostraba una mano falsa, de plástico, con tendones de un metal opaco y ligero que sostenían los dedos cuando aguantaban peso. Laura comenzó a desenroscar la mano ante el asombro del funcionario, que intentaba guardar las formas ante una situación tan curiosa -no era cuestión de incomodar al cliente-, y la dejó, una vez desenroscada, en el interior de la caja. El rostro tras la cabina había quedado ligeramente traspuesto, hasta que Laura le pidió que lo pesara de una vez, que llevaba un minuto mirando la mano, uy perdón, lo siento, en que estaría pensando, dónde está la dirección, uy sí aquí, pesarlo, cerrarlo, ponerle el sello, tome y déjelo donde los paquetes.
Laura entregó el paquete y se fue a casa. Sabía donde estaba su casa primero porque llevaba tres años viviendo allí y segundo porque la dirección era la que había escrito en el paquete. Cuando llegó, dejó su traje, se embutió en un cómodo pijama y se tumbó en la cama. Y sintió. Sintió su mano quieta, encerrada, apilada entre otras cajas, tal vez otras manos, cerradas y selladas. Y según pasaron las horas sintió cómo se movía y cómo se golpeaba mientras se desplazaba por una cinta transportadora, cómo la sellaban, cómo pasaba a formar parte de los grupos clasificados según barrios, cómo era trasladada, cómo aterrizaba en la furgoneta de reparto, cómo era atrapada tras frenar el vehículo, cómo subía por el ascensor o la escalera, y su corazón latió más y más fuerte mientras esperaba que el timbre sonara para recoger la mano, el corazón más rápido y más rápido y el timbre no suena, rápido y el timbre no, rápido y el timbre no, y estuvo un día entero con el corazón dándole botes hasta que por fin el timbre sonó y casi perdió el conocimiento y apenas tuvo fuerzas para levantarse y abrió la puerta y firmó la entrega con las piernas flaqueantes. Y después de cerrar la puerta se la enroscó de nuevo, y tomó uno de esos trozos de cartón que sirven para construir una caja y escribió su dirección lentamente, con preciosas letras mayúsculas.
Extraido de un texto para teatro que escribí y nunca se representó.
Hoy he recordado el momento en el que una de las actrices, años después, me recitó este pasaje de memoria. Me quedé paralizado. Recitado gana mucho.
El locutor Federico Jiménez Losantos informa a los inmigrantes ecuatorianos que España no es el país democrático que ellos se piensan. Aquí echarse a la calle puede significar que según quien sea el alcalde o el presidente comunitario, uno puede salir escaldado. Las manifestaciones salen caras, y sólo hay que salir cuando a uno se lo mandan.
Como en los cincuenta, vamos.
Produce un tremendo contraste, leer a Losantos en el prólogo de su libro «Lo que Queda de España» (*), describiendo con orgullo cçomo vivió la Barcelona libre y resuelta que el político Jordi Pujol finiquitó pero bien finiquitada convirtiéndola en la Barcelona actual (**)…
…y ahora ver al propio Federico diciendo abiertamente que en España -y en particular., detalla, en las partes gobernadas por el Partido Popular- ejercer derechos democráticos puede ser muy peligroso. Sin ninguna nostalgia de las épocas libres.
Ser realista no es bienvenido. Pero alguien les tiene que decir la verdad. ¿No creen?
(*)Ed. Temas de Hoy, 1995; no se compren la edición de Ajoblanco que no tiene el prólogo, sino solamente artículos coñazo.
(**) Más detalles en «La Barcelona de los setenta vista por Nazario y sus amigos» (Ediciones Ellago 2005). Más específicamente, en la apartado «Libros».
La mujer de la foto es Ana Julia Torres, y el animal es el león del Zoo de Cali Villa Lorena (ver nota), en Colombia. Ana Julia cuidó del león rescatándolo de un circo donde era maltratado. El animal lo recuerda con evidente cariño.
Pongo esta foto porque conozco de primera mano un caso idéntico. En nochebuena estuve cenando con una señora que cuidó de un tigre del Zoo al que la madre había rechazado. Para ser exactos, una perra de su propiedad que había tenido cachorros lo amamantó y se convirtió en su madrastra. Años después, la perra estaba en la jaula junto al tigre, y la señora acudía al zoo y metía la mano entre las rejas para acariciar al tigre -un enorme tigre adulto- mientras el resto del zoo gritaba de pánico llamándola loca.
¿Resumen? Me hubiera gustado tener una foto de ella acariciando su tigre. Lo más cercano es este imponente beso de león. En cierta medida, es una foto familiar, de familia.
‘When I use a word,’ Humpty Dumpty said, in a rather scornful tone,’ it means just what I choose it to mean, neither more nor less.’
«Cuando yo uso una palabra», dijo Humpty Dumpty en un tono bastante desdeñoso, «significa lo que yo decido que signifique – ni más ni menos -«.
Lewis Carroll, «A través del espejo»
Con semejantes reglas, el diálogo con Humpty Dumpty, como el de ETA, también fue imposible. Humpty Dumpty acabó roto en el suelo y ni todos los caballeros del rey pudieron levantarlo.
¿Y si el diseñador de la portada hubiese malentendido el sentido del título del LP?
Vean qué curiosa galería de supuestos con discos famosos:
La galería completa está aquí. Con centenares de propuestas. Ojo a los juegos de palabras. No sé si todos han captado la función «seno» del disco de Bowie colocado arriba…