«El superhéroe es un símbolo, un icono, que ha sobrevivido desde su creación hasta nuestros días. Que es un símbolo, está claro. Lo que no está tan claro es de qué es un símbolo.»
La respuesta la tienen en el vídeo que encontrarán pulsando la imagen:
No sé si se han dado cuenta, pero en España hay dos décadas que no existen. Si ven un audiovisual de la historia de España, se pasa directamente de la posguerra-estraperlo a la juventud yeyé de los guateques. Veinte años son muchos para eliminar de forma tan sistemática. Es como si de los chavales de falange saltáramos a la complaciente generación x de los videojuegos, ignorando a los contestatarios, los rojos, «la revancha»-que es como se conocía «la Transición» entre los españoles más conservadores-, los rockeros, los yonquis, las pandas al rebufo de El Vaquilla, y las vallas que protegen las farmacias de guardia.
Cada cosa que descubro sobre los años ignorados me crea más y más sorpresa. Un ejemplo: los hombres tenían que vestir con camisas con bolsillo en el pecho. No llevar bolsillo en el pecho era un delito, al menos en Zaragoza (¿Por qué? ¿Alguien lo sabe? Respondan en los comentarios).
La cuestión es que, igual que la ciencia ficción ha construido el steampunk (que imagina una ciencia espacial que, en lugar de desarrollarse a partir de la electricidad, se ha articulado a partir de la máquina de vapor), debería haber una construcción de ficción articulada en esos tiempos oscuros. Si la máquina de vapor fue un origen, abandonado para construir el futuro, que ha sido recuperado por la ficción, la Europa bajo timón del fascio es otro origen abandonado -para misterio de los que hemos venido detrás, y para desazón de los que la vivieron y no han tenido respuestas a sus preguntas- del que se puede construir ficción.
Con todo eso en la cabeza, miren el trailer de esta película italiana que condensa lo anterior, reformulado, eso sí, en la habitual sal gorda de la comedia italina: «Fascistas en Marte».
Un producto que el cine actual no genera porque… no se puede vender a Estados Unidos, ni como película ni como derechos. ¿A alguien se le ocurre otro motivo?
El gran capitán Absence me instó a que me sumergiera en la lectura de «El Martillo Cósmico» de Robert Anton Wilson (en adelante, RAW). Es un trayecto por lo desconocido guiados por un escéptico con poco o ningún interés en embaucar al lector. Eso es lo que hace el libro no sólo soportable, sino muy entretenido. Y por eso lo verán poco en los escaparates de las tiendas que quieren venderles piedras limpiadoras de aura.
RAW es un tipo muy lúcido, o esa es la conclusión que saqué después de ver su conferencia en los extras de la edición DVD de la serie Disinformation. (Y ahora los tebeos de la Marvel han tomado como propia la idea de los Illuminati, «los jefes del mundo en la sombra», así que dentro de treinta años la verán en sus cines). Y hace el doble juego de la creencia y la descreencia, del arrebato místico y la burla abierta, del que nada y guarda la ropa y hace unas cuantas aguadillas en el chapuzón.
De lo que llevo de libro, se me ha pegado a la cabeza su disquisición sobre el LSD. Condensado en una frase, Wilson dice que el Ácido Lisérgico pone en disposición para «regrabar» el sistema nervioso: «El LSD con la disposición y las circunstancias adecuadas puede cambiar cualquier cosa que consideramos parte de nosotros».
Para ilustrar esa imagen, habla de las personas que desarrollaron paranoias permanentes porque los arrestaron en pleno viaje, pero sobre todo se remite a un estudio revelador:
«Leary aplicó esta técnica [LSD condicionado] con presidiarios en un proyecto de reinserción, y sostenía haber reducido el porcentaje de reincidentes en un 80%. Leary había definido el éxito o el fracaso en función de dónde se encontrasen físicamente los cuerpos dos años después de salir de la prisión. En ese momento, observó con satisfacción que el 80% estaba fuera de la cárcel, cuando lo normal es que, en dos años, la mayoría de los que habían salido volvieran a ingresar. El doctor Walter Huston Clark, en 1976, observó que los cuerpos de la mayoría de los condenados que había conocido seguían físicamente fuera de la institución penitenciaria después de 15 años«.
Como ven, Leary, RAW y Clark dan pie a plantearse la reinserción química.
Este párrafo es particularmente apropiado hoy, cuando las televisiones bombardean insistentemente que a los violadores no hay que dejarlos salir de la cárcel cuando han cumplido su condena.
Es tremendamente inquietante porque este bombardeo televisivo
a) se resiste al concepto del castigo social -hay un castigo por comportarse mal, y tras ello hay una segunda oportunidad-
b) se resiste al concepto de la reinserción -que es la base del sistema penitenciario: si no, sólo se tendrían cámaras de gas-, y
c) porque reparte por las ondas una abogacía parda que, a la larga, lleva al linchamiento -santificado como «justicia espontánea»-.
El concepto de la reescritura mental es tan llamativo como peligroso. Vean este otro ejemplo de RAW:
«El doctor Richard Alpert utilizó este mismo método [LSD condicionado] para tratar a un homosexual que deseaba tener relaciones con mujeres […] Dos sesiones con a) pornografía y b) una terapeuta sexual sirvieron para grabar una nueva realidad: el hombre se volvió prácticamente heterosexual«.
A la vista de lo anterior, se pueden hacer escenarios ficticios:
¿Defendería la iglesia el uso del LSD para «enderezar a los homosexuales»? (no, porque requiere una voluntad del individuo; si es reprimido durante el viaje, como hemos dicho, desarrolla una paranoia)
¿Defendería el ciudadano la reescritura del delincuente peligroso? (no, porque al ciudadano de a pie lo que le gusta es linchar)
¿Serviría el LSD para lograr que los chavales que no estudian desarrollen una pasión por la física y las matemáticas? Probablemente. Y esta es la parte más atractiva para los espectadores neutrales, que ni creen en olimpos ni creen en el calentón como justicia.
El uso, la existencia, de la química mental es tan mareante como el propio viaje. Pero da una gran lección, de los malos viajes: las malas compañías se pagan de por vida. Elijan bien a sus compañeros de viaje. Aléjense de las fuerzas del orden. Y quítense esa pasión por linchar.
Las citas de «El Martillo Cósmico I»
vienen de las páginas 81 a 83
de la edición de Palmyra (2006)
En cualquier road movie lo importante es el horizonte; tarde o temprano tiene que verse y significar algo por sí mismo, a fin de empaquetar en aquel punto lejano el espíritu de la película. Está bien estudiado que, en el cine europeo, el horizonte significa pérdida o melancolía; en el cine norteamericano, esperanza, imán de pioneros; y en el cine chino o japonés, significa muerte.
Los horizones son sociología en foto. Entre los norteamericanos, alejarse de la gente, es una necesidad -no hay mayor humillación para un norteamericano que tener que recurrir al transporte público, regularmente-. El horizonte, lejos de todo el mundo, es esperanza, porque en la soledad no es tanto estar solo como que no te vean mal. En Japón, el sentimiento grupal es inverso, hasta el extremo. No sólo eres parte de un grupo: tienes responsabilidades permanentes hacia ese grupo. Y buscar el horizonte solo puede ser que te han echado del grupo, o que debes huir del grupo por una indiginidad monumental, a sabiendas de que no te aceptarán en un grupo nuevo, a menos que sea en la parte ínfima del escalafón: la muerte. En Europa, el sentimiento de grupo es una cosa intermedia, puedes abandonar el grupo y asociarte a otro, hay dignidad en el uso colectivo de las cosas,… y el horizonte es lo inalcanzable, personas que ya no tenemos, tiempo que ya no vivimos… melancolía.
Hermosa cita, pero con trampa. Como muestra el párrafo anterior, cada visión del horizonte nace del contexto en que se construye. El horizonte, por muy buena que sea la película, no significa algo en sí mismo, particular a esa película. Significa algo acerca de los grupos. Mirar un horizonte, como ven, es como mirar un espejo, pero un espejo que nos refleja como conjunto.
Faltan semanas. O mejor dicho, sólo faltan semanas. porque llevo meses arrastrando esta idea. Gestándola en silencio.
Se menciona mucho «la era del youtube», una cosa etérea e inconexa, que refleja el acceso moderno a los vídeos y una preferencia sólida hacia lo audiovisual. Ahora bien, ¿cómo articular esa biblioteca de alejandría del vídeo que está conformando la internet, para construir un discurso? ¿cómo sería el columnista de la era del youtube?
Demasiadas veces he estado en una situación en la que he invitado a una persona a colocarse delante del monitor, diciéndole: léete esto. Digo demasiadas, porque en sus caras, el gesto venía a decir «¿de verdad esperas que me lea esto?». Sin embargo, esas mismas personas aceptaban encantadas ver (simultáneamente, en grupo) un video breve que ilustrara la discusión.
Así pues, ¿cómo construir ese vídeo que equivaliese a «leete este texto»?
Mi respuesta a esas preguntas ya tiene forma y nombre.
Recientemente les hablé del holocausto cultural, que consiste en borrar la identidad real de los autores y sustituirlos por sus equivalentes-espectáculo (recuerdenlo aquí). La muerte del escritor Francisco Umbral (nombre real: Francisco Pérez Martínez) ha dado muestra inmediatas de cómo el proceso se ejecuta desde el primer minuto en los medios de domunicación.
El muy seguido programa de Ana Rosa Quintana (nucleo duro de las ventas de politonos y potingues para la piel) ha plantado dos monumentos inmediatos:
1) Reducción de Umbral a su equivalente espectáculo:
Umbral fue durante una larga temporada una pluma ácida y consistente. Una figura que engalanaba cada nueva entrega de la revista Destino -un referente del contestatario de alto nivel-. La acidez de sus embistes se ha reducido con la caducidad de los procesos que retrataba (no dejaba de ser un naturalista, un retratista, un analista y hombre de su tiempo).
Pues bien, todo el retrato biográfico de Francisco Umbral ha consistido en una selección de momentos espectáculo, en la que le decía a Antón Reixa si se pensaba que era maricó, que a qué venía que le regalara un espejo, en la que mandaba con cajas estempladas una pregunta estúpida de una periodista a juego, y por supuesto su queja atronadora a que le tomaran el pelo y lo usaran de figura ennoblecedora, de galón visual, para dar prestancia a un programa de televisión al que le habían invitado para hablar de su libro y en el que tuvo que ponerse firme para hacer lo que le habían llevado a hacer: hablar de su libro.
Las obra y los logros y el perfil de Umbral fueron, lógicamente, ignorados por completo. Lo consecuente con el Holocausto que les vengo retratando.
2) El muerto como combustible
Como les dije, de los autores «sólo queremos su pelo: los nazis lo usaban para hacer telas, los nuevos medios lo usan para subastarlo y sacar la noticia en el telediario».
La periodista Paloma Barrientos ha mostrado esa situación de la forma más abiertamente bochornosa. En ese mismo programa, se ha dedicado a recitar un texto del propio Umbral ensalzando a ella misma («Paloma, palomita…» recitaba), sin ningún rubor, y hablando rápido para meter el máximo de material antes de que la vieran venir y le retiraran el micro. Existe la posibilidad de que Umbral escribiera el halago para meterse en sus faldas, porque don Francisco lo hacía todo con la tinta, hasta ligar abiertamente. Pero lo importante no es el origen del texto, sino su uso final.
En un mensaje para las telespectadoras, el recitado nos venía a decir: «se que ustedes ahora que se ha muerto Umbral van a comprar sus libros como idiotas, porque morirse sube las ventas» -bueno, estrictamente, inundar los informativos sube las ventas- «así que ya que están compren los míos, que también le gustaban a Umbral».
Conservando la tradición histórica, el holocausto cultural también utiliza los muertos como combustible. Las chimeneas de los crematorios se convierten en señales de humo que deletrean «¡compren! ¡pero compren lo mío!».
Evidentemente, hoy es imposible publicar la revista Destino. Ese espíritu ha sido encerrado en un ghetto y después lo han convertido en humo.
En La Vida de Brian, una de las muchas cosas que el equipo de los Monty Python captó bien fue la extrema rapidez con la que puede comenzar un nuevo culto religioso. Puede brotar casi de la noche a la mañana y ahí quedar incorporado a la cultura, donde juega un dominante e inquietante papel. El «Culto a la Riqueza» de la Melanesia del Pacífico y Nueva Guinea proporciona el ejemplo más famoso de la vida real.
Los isleños notaron que las personas blancas que disfrutaban de [las maravillas tecnológicas posteriores a la segunda guerra mundial] nunca las habían hecho por sí mismos. Cuando tenían cosas que necesitaban reparar, las desechaban y otras nuevas llegaban como “carga” en barcos o, más tarde, aviones. Nunca se vio a ningún hombre blanco hacer o reparar algo, ni, efectivamente, hacer nada que pudiera reconocerse como trabajo útil de cualquier clase (estar sentado tras una mesa barajando papeles era, como es obvio, algún tipo de ritual religioso. Evidentemente, entonces, la “carga” debía ser de origen sobrenatural.
Esta lógica aplastante creó cerca de veinticinco cultos paralelos e independientes en Fiji, en las Islas Salomón y en Nueva Guinea. Fíjense particularmente en este que se centra en la figura mesiánica de John Frum, uno de esos blancos que hacían brotar maravillas de la nada a modo de maná. Su fe se vio refrendada cuando
llegaron tropas norteamericanas, que incluían hombres negros que no eran pobres como los isleños, sino tan llenos de “cargo” como los soldados blancos. Una excitación salvaje invadió la isla. El día del Apocalipsis era inminente. Todo el mundo se preparaba para la venida de John Frum. Uno de los líderes dijo que John Frum vendría de América en avión, y cientos de hombres comenzaron a limpiar el bosque en medio de la isla para que el avión pudiera tener una pista de aterrizaje en la que tomar tierra.
La pista de aterrizaje tenía una torre de control de bambú con “controladores aéreos” llevando auriculares falsos hechos de madera. Había también aviones falsos en la pista de aterrizaje, actuando como decorados, diseñados como señuelo para atraer el avión de John Frum.
La más alta autoridad eclesiástica, un hombre llamado Nambas, afirmaba hablar de forma habitual con él por “radio”. Esta “radio” consistía en una anciana mujer con un alambre eléctrico alrededor de su cintura que entraría en trance y hablaría un galimatías, que Nambas interpretaría como palabras de John Frum.
Esta es básicamente la historia de la religión católica, el judaísmo, el Islam, y todas, todas las demás.
Merecen las mismas carcajadas, porque si una cosa les ha hecho gracia, las otras no difieren en nada.
Las citas están extraidas de «El Espejismo de Dios» de Richard Dawkins
(Espasa Calpe 2007, pags 221-224),
quien a su vez cita el libro «En busca del Paraíso» de Richard Attenborough.
Este tufillo a virgen maría debería haber servido para darnos cuenta
Indignado, oigan.
Pero indignado.
Llevo algunos días consumiendo ficción como un poseso. Tebeos, películas, libros, lo que pillo. En mi mesilla hay un pilón de revistas “El Papus” de los ochenta. En la estantería, un brazo de longitud en lomos de prestado. Antes de soltar hay que digerir, y el tiempo estival es más dado al sofá y el disco suave. De ahí que hace algún tiempo que esté en silencio. Estoy cargando el voltaje.
La cuestión es que en medio de este consumo frenético, me topé de bruces con un documental. Tenía dos versiones de él. Mis amigos de profesiones liberales decían que estaba muy bien. Mis amigos con formación científica me decían que no me acercara a él ni con un palo. El documental pretende ser de divulgación científica, y como había salido en un par de conversaciones recientes, procedí al visionado. El título de la pieza es “ y tu qué sabes”, o si traducimos el título original, “¿qué #$*! Sabemos del universo?”
Condensaré mi opinión en dos palabras:
Qué vergüenza.
No se acerquen a esto ni con un palo.
Como esa misma frase me llevó a acercarme al documental, que es precisamente lo que quiero evitar que les pase a ustedes, voy a proceder a explicar por qué este audiovisual es nocivo, mentiroso y torticero. Especialmente torticero.
Para ello, voy a dilatarme en un juicio que no he encontrado por la internet, y que considero necesario teclear. Así que en adelante, pese a que soy muy lego en la materia, voy a hablar un poco de física cuántica, de la visión de la física cuántica, y de cómo aplicarla de forma torticera. Va a ser un poco largo, pero es la única forma de que no quede algo telegráfico e incomprensible.
¿Por dónde empezamos? ¿Por la imagen de ciencia, por la mitología creada al rebufo de la cuántica o por la fijación por la lógica?
Empecemos por lo difícil: la física cuántica.
La física cuántica es un campo en el que los especialistas confiesan abiertamente que no entienden mucho. Es un ataque de sinceridad, pero no se lleven a engaño. No entienden mucho, pero entienden más que los legos. El célebre lema socrático “sólo sé que no se nada” es un canto a la persecución, al análisis y al descubrimiento. No es un ensalzamiento de la ignorancia. Que es una célebre trampa en la que caen los perezosos.
La clave de la física cuántica, en el discurso que pretendo transmitirles, la encontré en una entrevísta con el filósofo esloveno Slavoj Zizek, al que espero que recuerden. En una película-entrevista-discurso titulada “La realidad de lo Virtual”, allá por el minuto doce de cinta, hacía este juicio que creo que es poco conocido:
“¿Qué es la física cuántica? Fórmulas que funcionan, experimentalmente confirmadas, pero que no podemos traducir con nuestra experiencia diaria de realidad ordinaria. Esto es lo traumático de la física cuántica. Literalmente, no podemos entenderla. No en el sentido de que nosotros, los hombres comunes, los idiotas, no la entendemos, y solo un par de científicos pueden. Tampoco ellos pueden. En el sentido de que símplemente funciona, pero si intentas construir una ontología consistente basándote en ella, obtienes resultados sin sentido. Tiempo que va hacia atrás, universos paralelos,… Obtienes cosas que son simplemente sinsentidos en lo que respecta a la noción ordinaria de realidad”.
Este párrafo tiene muchas, muchas consecuencias que voy a intentar enumerar.
La primera: la física cuántica se construye sobre resultados puntuales, independientes, que sólo comprendemos en ese caso particular. No se pueden sacar conclusiones. Antes que nosotros, la comunidad científica ha intentado aplicar la lógica directa, consecuente, para seguir tirando del hilo, con resultados nulos.
Cada vez que al hablar de física cuántica hablamos de gatos que están simultaneamente muertos y vivos, de obras de teatro que pueden ser cualquier obra hasta que se alza el telón, de universos paralelos que se ramifican cada vez que nos tomamos o no nos tomamos un café… estamos recibiendo una explicación puntual, que sirve para que establezcamos en nuestra cabeza una idea menos abstracta que una ecuación. Pero lo importante es que no se pueden dar pasos subsiguientes. No se pueden extraer consecuencias. Esta es la mayor vergüenza del documental que nos ha traido hasta aquí. Dibuja universos paralelos y tira del hilo y miente de tal manera que se ruboriza hasta el celuloide.
Pero de los resultados cuánticos sí que se puede sacar una conclusión más genérica, que es mía y que no tengo herramientas para articular. La existencia de la física cuántica, esa forma de convertir en manejable mecanismos que escapan a nuestro cerebro, y que ha logrado que existan cosas tan reales como el transistor, el teléfono móvil o el ordenador con el que estoy escribiendo este texto, rompe a mis ojos una creencia común. De toda la vida, se ha pensado que las matemáticas son un subconjunto de la lógica. Las matemáticas son lógicas, consecuentes, y sus resultados en principio obedecen a las normas de la lógica.
Lo que infiere Zizek en su intervención es que la física cuántica muestra que las matemáticas permiten desentrañar procesos en los que la lógica no es aplicable. Hay una lógica profunda en las matemáticas que va más allá de la lógica consecuente y que nos permite retratar procesos, refrendados por la naturaleza, que son mentalmente inconcebibles.
Cuando el matemático Grigori Perelman resolvió el tercer teorema de Fermat (un interrogante que había superado las mentes de Einstein, de Newton y de todos los grandes matemáticos de la historia), hizo en una entrevista un retrato de cómo funciona el proceso matemático: estás en una habitación a oscuras y con mucho cuidado vas tanteando. Poco a poco descubres que aquí hay una barra vertical, y ahí hay un agujero, y al fondo hay un círculo. Más adelante te das cuenta de que esa barra vertical es parte de una mesa. Que el agujero tiene una puerta. Que el círculo es blando y fibroso. Y en el gran día en el que todo hace click, es como si encontraras el interruptor de la luz. Y entonces ves claramente, la forma de la mesa, la marca del horno microondas y el dibujo de la alfombra circular. En la física cuántica, no se ha dado ese click todavía. Y mientras tanto, no sabemos si cada barra vertical que encontramos es parte de una escoba, o de un pilar fundamental para la estructura.
De modo que mi vergüenza absoluta ante el audiovisual que me ha traido hasta este teclado tiene la misma base que las carreras unversitarias que se autodenominan “ciencias de” sin ningún fundamento. Que consideran la palabra “ciencia” simplemente un galón, y no un monumento al desarrollo humano consecuente. La química y la física y la astronomía no tienen ningún punto en común con las mal llamadas ciencias de la información.
Piensen en los jabones que dicen “científicamente probado”. Y preguntense –porque es lo crucial- qué es lo que se ha probado. ¿Que el jabón está ahí? ¿Que limpia? ¿Que no se desmenuza con el uso? ¿Qué es, por ejemplo, un kiosko centíficamente probado? ¿Arquitectura? ¿Volumen de ventas? ¿Higiene de los kioskeros? Lo esencial es la determinación, la exactitud, y todo lo demás son fruslerías.
Y de igual manera que los religiosos aceptarían encantados estudios en los que la gente que recibe oraciones se cura más rápido que aquellas por las que no reza nadie (el estudio existe: véanlo en el excepcional libro “el espejismo de Dios” de Richard Dawkins), este documental da a entender que las adivinaciones y la autoayuda y todo el material que aparece en la televisión de madrugada está refrendado científicamente por la física cuántica.
Ese es el tipo de mentiras que no soporto.
El usar la ciencia como galón para defender la fé y los engañabobos.
La trampa es tan simple como el timo de la estampita. Presentas unos resultados de física cuántica cuya forma de expresarlos es necesariamente una metáfora desorbitada (no hay otra forma de narrar los procesos cuánticos). Luego haces una aserciones que por lógica son consecuencia directa de lo que demuestra la ciencia. Y a partir de ahí, tienes campo libre para convencer (léase demostrar, en la versión enferma y cutre del término) de cualquier idea enloquecida sobre el tao, el chi, el fengsui, la resurrección de cristo y la santísima trinidad.
Esto es una vergüenza. Y espero que esta larguísima entrada sirva para aclarar las ideas en este sentido.
Era un trabajo sucio, pero alguien tenía que hacerlo. Espero que comprendan que haya tenido que hacerlo largo.
Tengan cuidado con lo “demostrado científicamente”. Y mantengan alerta, no sólo sus mentes, sino también las de los demás.
En contra de lo que sugiere Ediciones B, este señor NO es Truman Capote
Hoy el programa «aquí hay tomate» se ha cebado con la figura de Isabel de Bavaria Baviera, alias Sissí emperatriz. Por supuesto, la verdadera Sissi apenas aparecía en pantalla (sus retratos aparecían segundos escasos), y en su lugar teníamos a la Sissi falsa, a Romy Schneider, que es más Sissi que Sissi porque está filmada y porque lo que aparece por una pantalla es más verdad que la verdad.
Muchos dirán «es que mirar fotos no es entretenido, y tenemos que poner algo en movimiento». Les pongo un contraejemplo aún más vergonzoso: las biografías de Truman Capote que se publicaron el año pasado, lucían en la portada la foto de un Capote falso, el actor Philip Seymour Hoffman. No me negarán que la excusa del «lo necesitamos en movimiento» aquí no es aplicable.
Este tipo de detalles son los que acentúan la necedad general. El limitar y acotar (y celebrar) el conocimento a la experiencia propia (que de hecho, es simulada: via cine, etc).
Esta es la historia moderna: cambiar al Ché por «Ché el musical». El suplantar a los personajes por sus equivalentes-espectáculo.
Pero, no se lo pierdan, el mismo corte tenía una segunda reescritura del pasado. El extracto de la película Sissí tenía una evidente calidad de emisión, o si quieren, una calidad de DVD. En la esquina, aparecía este sorprendente rótulo: «youtube.com».
La segunda reescritura del pasado es que, con la profesionalidad y el respeto del periodismo en España, a partir de ahora todo vídeo que se emita en televisión no va a tener orígenes, ni autores, ni modos de rastrearlo. Todo el audiovisual mundial en las límpidas manos de las empresas millonarias cuya productividad es venderles a ustedes refrescos y cremas y politonos va a ser reducida a eso: youtube.com. Ernst Marischka y Stanley Kubrick y Charles Chaplin ya han hecho su trabajo y son cosa del pasado. Tenemos demasiados politonos por vender para preocuparnos por estas tonterías.
Si les descolocaba el revisionismo nazi que postula que el holocausto nunca existió, ya ven cómo las pintan. Estamos asistiendo al holocausto cultural en su linea mínima de flotación: negando la existencia de los creadores
Recuerden el detalle de las biografías de Capote: ni siquiera sus vidas de ustedes serán respetadas. No queremos sus fotos. Si acaso, sólo queremos su pelo: los nazis lo usaban para hacer telas, los nuevos medios lo usan para subastarlo y sacar la noticia en el telediario.
Ya está decidido. No les queremos para nada. Un holocausto es un holocausto.
Como muestra la imagen de arriba, en las ediciones originales españolas, «Batman y Robin» cambiaban sensiblemente el orden de importancia. Robin era el protagonista, y a sus órdenes estaba el pervertido ese que se disfrazaba de murciélago.
Con esa idea en la cabeza, construyan el origen de la pareja utilizando el argumento y el desarrollo de la película Hard Candy.
El día que se cuente esa historia, la escalofriante portada de La Broma Asesina, en la que el Joker fotografiaba la tortura del comisario y su hija con un escueto y mordaz «sonreíd», se convertirá en una imagen suave y tolerante. Robin es el que manda y somete. El niño pobre que seduce y domina al millonario con sus tretas sucias.
Ah, no puedo quitarme la historia de la cabeza. Y nadie la ha escrito.