11 de octubre, zona del Tubo de Zaragoza, en plenas Fiestas del Pilar. Terraza Papamar.
Hay muchas formas de beber en fiestas. Puedes llevar la botella en la mano y beber siguiendo a una charanga. Puedes acudir a un bar de litros y consumir en bar, al por mayor, compartiendo morro o pajita. Puedes tomar tus combinados en un bar musical, en el que estás hombro con hombro con la concurrencia, de manera que tu espacio privado coincide exactamente con el contorno de tu cuerpo. O puedes ir a un lugar más caro, espacioso y con asientos, sólo frecuentado por personas ya de cierta edad, que se alejan del consumir en la acera, compartiendo o apretados.
La hostelería sabe de estas diferencias. En todos los ámbitos. Ya saben que hay restaurantes que, para marcarlas del todo, en lugar de decir «Alcachofas con queso», ponen en su menú cosas como «Corazón de alcachofas de Tudela rellenas de escalibada de queso Idiazábal con galleta crujiente de Jabugo sobre nido de fettuccini a la crema».
Esto llevó, en la fecha y el lugar detallados arriba, a un extraordinario momento celtibérico.
Estábamos enfilando la noche de fiestas -del 11 al 12- practicando el noble arte del vermú torero, que es salir de fiesta como si fuera una carrera de fondo. Estábamos en la parte de la primera copa, y en nuestra mesa -seríamos unos quince- la cosa se repartía entre los partidarios del gintonic y los partidarios del vodka. Entre nuestro grupo teníamos un par de encantadoras chicas vascas que, en lugar de entrar con los combinados, optó por bebidas de mantenimiento. Una pidió una cerveza. La otra, un calimocho. Alguno se giró con cara rara, porque el calimocho es una receta para beber de calle, que no encajaba en ese ambiente -terraza no barata de asientos y clientes con nómina-. Pero cada uno se pide lo que quiere, que para eso es cliente, maldita sea.
Cuando el camarero, tiempo después, llegó con las consumiciones, se aplicó a servirlas como mandan los cánones. Con el licor vertido en un vaso con hielo, y la botella de refresco, recien abierta, al lado y sin servir. Según colocaba cada vaso con botellín vecino, iba cantando: Bombay con Tónica, Absolut con Limón.
Y cuando le entregó la bebida a nuestra amiga bilbaína, dejó un vaso con tinto, y un botellín de cocacola light. Y dignificando el calimocho, en esa terraza que debe desmarcarse del consumo callejero, aportando un toque de distinción (ejem) con aroma reciamente celtibérico, dijo según servía la bebida:
Decir que ha conseguido sacarle los colores a la revista [especializada en vinos Wine Spectator] es quedarse corto. Y es que [la revista] no sólo ha premiado a un restaurante inexistente, sino una «lista reservada» de vinos que incluía los peor valorados por ellos mismos en los últimos 20 años. Aunque la carta general estaba compuesta por caldos considerados excelentes por Wine Spectator, los de la supuesta selección de lujo habían recibido críticas como «tiene carácter de esmalte de uñas», «huele a insecticida» o el simple y contundente: «Está aguado». También de esta manera exploraba los criterios de la revista. «Quería saber si se puede llegar a ganar con una lista reservada desastrosa».
Magistral. El Prank como medio para hacer evidente la tontería de los criterios basados en estos parámetros.
Lo más grande de esta pieza es que demuestra que en las «ínfulas sensoriales», las opiniones no son sostenidas en el tiempo. Lo que pone en evidencia la inexistencia de criterio.
Si gracias a este prank la gente obsesionada en que lo que más le gusta es lo más caro, se plantea que igual debería gustarles lo más bueno, será un gran paso para la humanidad.
Cuando yo estaba en sexto curso había un muchacho en quinto al que todos llamaban Ippy. (…) Era precoz, inteligente y popular. (…) Pero entonces Ippy pasó a sexto. Y de repente, y sin ninguna razón aparente, todo el mundo decidió que le odiaba. Durante los dos años siguientes, Ippy fue atacado a diario sin piedad. (…) ¿Cómo fue posible que todo el mundo se pusiera de acuerdo en algo que nadie podía justificar?
(…)
Así funciona la cultura: te convences de que compartes algo que además no existe. Todos los días, programas de TV como Access Hollywood obligan a dos millones de amas de casa a preguntarse a quién le importa con quién se ha acostado Lindsey Lohan. ¿Y sabes cuál es la respuesta? Prácticamente a nadie. (…) Pero aun así es algo que tienen que saber. Eso se debe a que todas esas personas se interesan muchísimo por otra cuestión: les preocupa la posibilidad de que todo el mundo sepa algo que ellas ignoran. Y ese es el mismo miedo que me hizo odiar a una persona tan absolutamente amable de 1985 a 1986.
Chuck Klosterman, en Pégate un tiro para sobrevivir.
Ed. Mondadori, 2006.
Págs 79-81
Tengo un problema con los anuncios generacionales. Tengo un buen número de amigos que los celebran como si fueran goles marcados en la prórroga. Mi problema principal con estos anuncios (por ejemplo, «cha-val») es que suponen (o peor, «se supone») que tengo que celebrar cosas sobre las que no tengo ninguna responsabilidad. Cosas que sufrí porque me las llovieron.
Puestos a celebrar cosas que no dependen de uno, prefiero que me digan «fuiste la primera generación que tuvo trasplantes de médula» a «llevaste pantalón pitillo». La diferencia es abismal. En el segundo grupo, tenemos la ILUSION de que lo hemos elegido nosotros.
La elección personal, puestos a separarla con un cuchillo fino, se concentra en ignorar la pregunta «qué es más caro». Por ejemplo, si nos dan la opcion de entrar en un quirófano «con herramientas esterilizadas o sin esterilizar», la pregunta «qué es más caro» no entra en la ecuación. A menos que seas uno de esos idiotas que utilizan ese baremo para todo en la vida.
Que es una forma, que quede claro, de no equivocarse: limitarse al valor económico e ignorar lo demás, es el ancla de seguridad de las personas sin opinión.
Lo que nos lleva a las cremas con caviar.
Los productos de belleza destacan la presencia de caviar o de chocolate y esconden la de presencia de orina y/o semen de animal, que al parecer son frecuentes en los productos de belleza.
Para entendernos, el caviar hace más guapa porque es más caro. De la misma manera que una operación con instrumentos SIN esterilizar es mucho más sana… siempre y cuando usar instrumentos sin esterilizar sea más caro.
Los telediarios muestran, con una frecuencia admirable, los tratamientos de belleza, ya no con caviar y chocolate, sino con diamantes y oro, con un método espectacular que consiste en -atentos- dejartelos sobre la espalda un rato.
El alquiler del contacto con las piedras preciosas y los metales nobles es sin duda el extremo de la inconsciencia generacional.
Así que esa es la duda. No sé si mi generación puede lucir haber decidido algo. En general, las decisiones se orientan por el ostentar. Y espero la retransmisión continua de espacios audiovisuales inflandonos de ego diciendo «fuisteis la generación que pagaba por tocar un diamante con la espalda durante un rato». Esos sí fuimos nosotros. Pónganle música.
Bajo el injusto titular de «El más freak!», GorkaLimotxo ha sido entrevistado para la revista FHM, que es, como sus siglas indican en inglés, una revista para tíos. Pero para tíos, tíos. De esos para los que una revista buena-buena, tiene coches y tetas. No necesariamente en ese orden.
Gorka es un humorista excepcional, y si no han visto sus cáusticos retratos de la actualidad, ya están tardando. En una sola imagen encapsula más material que la mayoría de columnistas en una semana de intervenciones. Pone el dedo donde duele, y te obliga a decir treintaytres. Lo pueden comprobar aquí mismo. No se vayan sin mirar meses anteriores.
La cuestión es que Gorka, junto a su entrevista, recomienda «tres páginas que te hacen mejor persona»: Una es consume hasta morir, otra es Qué vida más triste, y la tercera es este humilde rincón que están leyendo ahora.
Me llamaba la atención, por lógica, la imagen que ilustraba este blog. Un escote de mujer con el rotulo «engañado por el strapple». Esta imagen no ha aparecido en este rincón. Así que he acudido al google, y he visto que ilustra a otro No Recomendable: un chaval peruano, Edson Omar Espezúa Lara, cuyo blog está aquí. La imagen era la portada de su ultimo disco. Noten la cursiva.
Entiendo que siempre en un buen momento para poner carne femenina, pero tiene más pinta de que los maquetadores del FHM se fian más del google que de la dirección dictada por Gorka.
Así que este es el mensaje para los lectores del FHM que hayan llegado mediante esa entrevista: tetas van a ver pocas. Tampoco es una crisis, ¿no? Quiero decir, ustedes han estado más de un par de horas en internet, ¿verdad? Hay pezones para aburrir…
Gracias a Gorka por el detalle. Y disculpas a Edson. Ni siquiera sé qué es un strapple. Pero seguro que tiene que ver con las tetas. ¿Qué constancia, eh?
Mientras este blog se toma un paréntesis veraniego, les dejo un buen montón de lectura moderna, divertida y provechosa:
“El Mondo Brutto ha sido (y es) toda una institución cuya influencia contagia los más diversos ámbitos de la cultura popular de nuestro país. Irreverentes, estilosos, subversivos cronistas y obsesivos exegetas de la cultura trash, nadie puede negar lo merecido del estatus que gozan”.
Mondo Brutto viene siendo en los últimos años el principal referente de la cultura alternativa en España. Pero MB es mucho más que eso: sus autores han sido capaces de crear no sólo un verdadero estilo literario, sino una forma tan inteligente como insólita de mirar la sociedad y el mundo que los/nos rodea, con aportaciones tan fundamentales como la difusión del concepto de lo “bizarro” (en el sentido anglosajón de bizarre, o sea, raro, estrafalario), una palabra extendida hoy entre la gente progre y snob (cabe sospechar que para irritación de los propios redactores de MB).
Con estas citas introductorias, les invito a la lectura compulsiva de números antiguos de Mondo Brutto, disponibles en la red gracias al escáner de Frunobulax.
Los pueden descargar en esta página. Casi veinte números, nada menos.
Luego, acudan a sus tiendas y compren los de años subsiguientes, porque toda persona de bien debe leer Mondo Brutto.
Bola extra: Que yo sea colaborador de Mondo Brutto desde hace un lustro, no es impedimento para decir abiertamente que ninguna otra revista me ofrece tanto como lector. Insisto: ya tienen lectura de verano. Zapeen a gusto entre los ejemplares.
Como sabe William Burroughs, no hay forma de evitarlo: «hablar es mentir; vivir es colaborar«. Sólo podemos salir tal y como hemos entrado. Con el posmodernismo, igual que con las drogas y la pornografía, la única manera de llegar a alguna parte es sumergirte lo más posible, tan inconsciente y abyectamente como sea posible, y luego sentarte y disfrutarlo. Un chute detrás de otro, una compra detrás de otra, un orgasmo detrás de otro; no hay final para la acumulación: «la hora solitaria de la ‘ultima instancia’ no llega nunca» (Althusser). Todo lo que podemos hacer con las imágenes es apropiárnoslas, distorsionarlas, volverlas contra sí mismas.
Todo lo que podemos hacer es tomarlas prestadas y agotarlas: gastar lo que no hemos ganado, y lo que ni siquiera poseemos. Esta es mi definición de cultura postmoderna, pero también es la definición que hace [el banco] Citybank de economía saludable, la definición que hace Jacques Lacan del amor, y la definición que hace J. G. Ballard de la vida en las ruinas postindustriales.
Steven Shapiro, en 1997,
en su rotundo Doom Patrols.
(pueden leerlo íntegro aquí)
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La cita es en homenaje a la exposición «J. G. Ballard: Autopsia del nuevo milenio», actualmente en el CCCB, comisariada por el gran Jordi Costa. Veanle aquí:
Yo como usuario quiero adquirir un producto: un ser humano. Pretendo acceder a un sujeto con fines lúbricos, para lo que entiendo que es necesario un proceso de adquisición. Ese producto se diferencia del de rastrillo en que el del rastrillo carece de psique.
El proceso de adquisición es un producto de tres discursos que confluyen: psicología social, psicoanálisis y psiquiatría. Al adquirir ese producto y en un primer momento de aproximación, mi manera de entenderlo está dominada por la psicología social, condicionado por referentes culturales estéticos.
Mi aproximación sucede con una red debajo que funciona como conjunto de criterios como, por ejemplo, que las pijas valen la pena y las tontas no y así hasta un montón de criterios.
Los criterios de psicología social son muy espontáneos, su discurso es el más optimista. El proceso de adquisición tiene una segunda fase. Cuando decido que el producto realmente me interesa, doy un salto de la psicología social y simulo que existe un factor individual, irreductivo, que está por encima de los rasgos colectivos, saltando de la psicología social a la psicología propiamente dicha. Pero es un error, un salto sin red.
Después de un estado de enamoramiento damos un tercer paso, a un momento psiquiátrico, que da lugar a un momento más conflictivo, donde se descubren los defectos de fábrica. Entonces descubrimos cuán equivocados estábamos respecto a ese producto.