La mitología del valor añadido llevada hasta cierto extremo muestra la asombrosa facilidad que tiene todo lo económico para convertirse en grotesco. El valor añadido es un término descriptivo (esto tiene mucho, esto poco) que se ha convertido en un término ético. Los productos con mucho valor añadido parecen ser las croquetas de jamón en ese mundo de croquetas congeladas que llamamos economía.
Sin embargo, el que sea añadido o intrínseco no delata, no debería condicionar, la utilidad real del producto. Pensemos en una manzana. Parece ser que una manzana (a pesar de su alto valor simbólico entre los cristianos) no es un producto con un gran valor añadido entre los economianos. Al fin y al cabo, según explican los técnicos del ramo, una vez plantado el árbol o fábrica de manzanas, sólo se trata de lograr que sobrevivan, recogerlas y trasladarlas. Puro Neolítico.
Pero resulta que, por azar, tanto las autoridades sanitarias como el ciclo de la moda se han puesto de acuerdo en recomendar, exigir bajo riesgo de exclusión social el consumo de abundantes piezas de fruta, manzanas entre ellas.
Lo lógico sería que la gente, siempre obediente, comiese más manzanas. Pero no. Eso puede ser una afirmación lógica e incluso beneficiosa en el mundo real, en el plano filosófico e incluso desde el punto de vista de las encías o el colon, pero no lo es para un economista.
La manzana tiene poco valor añadido y eso, en economía, es como si tuviese gusanos.
Por eso, los economistas y los economistas caros (esto es, los publicistas) decidieron que si era inevitable que la gente comiese manzanas en lugar de donuts, al menos debían quitarle la mugre: ofrecer valor añadido. Y aquí empieza la metáfora, paradoja o parida. Veamos.
Solán de Cabras saca al mercado un producto: Fruta Esencial. Según declara Dolores Medio, responsable del producto, a la revista Anuncios: «Fruta Esencial es una monodosis de fruta que proporciona una equivalencia del ciento por ciento con la fruta fresca. Contiene todo lo que tiene una fruta y sólo lo que tiene una fruta».
El envase de Esencial de manzana tiene, más o menos, el tamaño de una manzana y la forma de una manzana, o sea que, si no me equivoco, ocupa el mismo espacio que una manzana monodósica, una apple classic o, como dirían las abuelas, manzana del árbol.
El gusto es más o menos como el de una manzana (contiene un 80 por ciento de fruta, con lo que la empresa puede externalizar un 20 por ciento de manzana para otros usos) y el precio es, más o menos, como el de una caja de manzanas.
Nada en el razonable mundo de las decisiones económicas, en ese mundo que despide trabajadores por exceso de coste y mantiene en la miseria a millones de agricultores, nada, digo, llevaría a una persona sensata a pagar mucho más por un sucedáneo de la manzana pudiendo comer manzanas. Sería una decisión irracional, absurda en el mundo del homo economicus.
Y sin embargo se venden. A pesar de que el susodicho producto alienta los valores contrarios a los que pueda tener un comedor de manzanas, porque para hacer el envase de plástico se necesita petróleo obtenido en países dudosamente democráticos, transporte, refrigeración y una maquinaria especializada. En el proceso de manipulación y envasado se consumen grandes cantidades de energías no renovables (luz, calefacción…) y no hay manera de garantizar el correcto reciclaje del packaging.
¿Qué puede llevar a una determinada cultura a preferir una larguísima, complicada, retorcida, tecnificada y carísima cadena de producción de sucedáneo de manzana habiendo manzanas disponibles?
El valor añadido. Fruta Esencial será menos manzana que una manzana, pero lo que te tomas, te lo aseguro, es un chute de valor añadido.
El hombre antiguo podía vivir de manzanas, pero el hombre del capitalismo tantálico necesita alimentarse de valores económicos: exclusividad, modernidad, sostenibilidad, juventud, dinamismo y… valor añadido.
Antonio Baños Boncompain,
«La Economía no existe»,
Ed. Los libros del lince, pags 165-167