Si han leido esto, recordarán que en Aragón el periódico más leído es el Heraldo de Aragón después de la espantada que dieron los rotativos nacionales al respecto del trasvase del Ebro. Una situación en la que minimizaron el detalle de que al Gobierno de Aragon se le censuraron spots en televisión en los que publicaba su postura.
Que los representantes del pueblo aragonés fueran silenciados fue, para los rotativos nacionales, una noticia de relleno, de esquina inferior en la sección de nacional. Incluso cuando la justicia le dio la razón a los aragoneses -la censura era ilegal-, el spot no se emitió y todo fue convenientemente rebajado a noticia de rincón.
Entenderán que hoy me haya quedado muy soprendido al ver esto en la portada de la edición digital de El Pais:
Qué curioso, ¿eh? La censura de unos representantes democráticos es cosita de esquina, pero esta «visión» que «nos envía» «un lector» es fascinantemente digna de aparecer en portada.
Ah, no. Nosotros no opinamos esto, no. Esto es de un lector. Que este es un tema que hay que destacar en portada. No como la cosita esa del Gobierno de Aragón.
El mío, es el asombro ante la desfachatez. Lean aquí de tecla de Bambino el proyecto Gran Scala de los Monegros desde la perspectiva del agua. Léanlo. Luego regresen y vuelvan a mirar ese «vamos a poner en portada esto que nos envía un lector y que nos viene estupendo». Y ruborícense ante la prensa española. Lo que Jose Luis Martín, director de El Jueves, hablando del programa Aquí hay Tomate, llamaba el humor de los cobardes. Esto es tirar la portada y esconder la mano.
PD: el rotativo El Mundo abordó la censura al Gobierno de Aragón en la sección de sociedad. Miren.
En mi regular análisis de Los Teleñecos para Elitevisión, me asomo a uno de los capítulos más relevantes de la serie: el tercero, en el que el invitado estrella es, no por casualidad, el protagonista de Cabaret. Y va a personificar la muerte del café cantante ante las vanguardias de final de siglo.
Sé que suena increible, pero al episodio me remito. Léanlo aquí.
El término «violencia de género» es un anglicismo de traductores perezosos que pretende ilustrar lo que de toda la vida se ha llamado «crimen pasional». Es admisible. Igual que no había manera de que nuestro expresidente del gobierno utilizara la palabra «guerra», es comprensible que se quiera eliminar la pasión del crimen pasional. En la reciente película Hot Fuzz, se ve a un policía que dice que los encontronazos entre vehículos se llamaban «colisiones» y no «accidentes» porque la palabra accidente dejaba entrever que era «una intervención de la casualidad». El caso de la colisión me gusta, porque redunda en la sinceridad y en el acotar el objetivo de la descripción. Quitar la pasión al crimen pasional es más mentiroso que la separación accidente/colisión, pero no es bochornoso.
¿Donde ponemos el límite? Lo sabemos cuando nos lo encontramos de bruces. Este domingo vi con absoluto asombro que el presentador de los informativos del canal televisivo telecinco, se refería al crimen pasional como «terrorismo machista».
«Terrorismo machista»
No, en serio. No era un viandante con micrófono de encuesta. Era el presentador recitando un texto comparado y confirmado.
Me parece llamativo que los informativos de hoy, en el que están planteados dos terrorismos organizados y definidos -el antiespañol local y el antinorteamericano mundial- se vacíe de contenido la palabra terrorismo.
Ahora bien, si llamar terrorismo al crimen pasional tiene como objetivo el sobredimensionar su imagen pública, cabe preguntarse si es positivo o negativo desdimensionar el terrorismo de verdad, el que difunde el terror como herramienta de desestabilización, el que impone el miedo al desastre generado «al azar» (al azar, claro, desde la vista del hombre de la calle; aunque el ataque siga un plan predeterminado, como atacar un cuartel o disminuir el turismo, al ciudadano particular le afecta «porque pasaba por allí»)
Vaciar de contenido la palabra terrorismo, equivalerla a «delito frecuente», colocarla a un paso de usarla para hablar de los accidentes de tráfico, y a dos pasos de la nada, me parece fascinante. Otra palabra más como «fascista» (que se usa para personas que no defienden las tesis del fascio) o «feminista» (como si hubiera un solo tipo de feminismo), lanzada al cubo de la basura que ocupan los términos difusos. Así todos estamos de acuerdo, porque al no significar nada, todos pensamos que tenemos la misma idea en la cabeza. Un desastre. Vivan los falsos acuerdos.
Las antenas de radio y de tele van a dedicarle cientos de horas a una noticia que, como ven, sólo necesita cinco palabras.
Compárenlo con los veinte segundos escasos dedicados a los últimos nobel de química. Me ruborizo ya antes de que llegue la avalancha. Es vergonzoso, antes de empezar. Y luego dicen que por qué la gente ignora la televisión y se va directa a la internet. Casualmente, en paralelo a esas pérdidas de espectadores en los anuncios, los informativos (¡y los cargos de seguridad, ojo!) insisten en que detrás de cualquier cosa que circula por la internet hay pornografía infantil (léanlo, léanlo aquí). Qué casualidad. No hay una unidad de delitos de inundar de morralla las ondas. Como la contaminación acústica, pero en información por canales «oficiales». Ahora, a remar up shit creek. Así nos luce el pelo.
Según dice un viejo adagio, el artista es un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de transpiración. Es el trabajo y no el chispazo puntual lo que te hace progresar en la disciplina.
Esa frase es religiosa. Dibuja al artista como el intermediario entre los pobres humanos y el mundo de la belleza. Lo retrata como un elemento puro en una pugna limpia en busca de una realidad inmutable. Todo eso es pura fé. Te lo crees, o no. Y como en cualquier fe, realmente hay que tener ganas -o ceguera- para creerla. Porque a poco que mires con detalle, esa idea límpida y refulgente del arte y el artista muestra el armazón que la sustenta.
Y sin embargo, esa imagen religiosa del artista persiste. Esa idea de que el arte, en sus diferentes fases, es todo uno, consecuente en y con cada cambio, es una idea común en el hombre de la calle. Es ciencia infusa. Nadie que no sea todopoderoso ha podido modificar el inalcanzable concepto del arte.
Sin embargo, también es saber común que algo pasa con el arte moderno. Algo extraño. Las dos ideas no encajan. La pureza en una mano y ese algo pasa en la otra. Se intuyen los síntomas pero nadie se pregunta la enfermedad. Sabemos que hay algo pero decidimos no mirar. Como si fueramos empujados como por uno de esos agentes que dicen “¡circule! ¡no hay nada que ver aquí!”. O más, como si nos hubieran convencido para empujarnos a nosotros mismos, diciendo “¡circule!”. Definitivamente, algo muy extraño.
La historia que nos trae esta semana el Doctor Repronto es crucial en el arte del siglo XX. El momento en que las vanguardias de principios de siglo fueron simultáneamente abandonadas, anuladas y convertidas en una mascarada para legitimar los hechos posteriores. Una jugada que marcó el punto de inflexión. Las investigaciones ponen al descubierto las herramientas que lo permitieron y que posibilitarán que vuelva a suceder.
Actualización: El cuarto video más linkado de su categoría en Youtube, dos puestos por detrás del mediático acoso racista en el metro. Aquí la captura demostrativa (pulsen para ampliar):
Javier Pérez Andújar es un grande. Pero un grande entre los grandes. No sé qué parámetros usar para describir su nivel. Javier aparecía en la televisión local de Barcelona explicando clásicos griegos utilizando capítulos de Expediente X, y revelaba vínculos entre, no sé, Tarantino y los rusos afrancesados del diecinueve. Javier maneja la cultura -la grande y la pequeña y la alta y la baja y la sacralizada y la de los contornos: toda; la cultura- y la relaciona con una facilidad y una concreción que te muestra de un plumazo, de dónde hemos venido, a dónde intentábamos llegar y dónde hemos acabado, y por qué es lo mismo que ha sucedido en este o este otro caso célebre. Su capacidad para explicar y ubicar y conectar es sencillamente insuperable.
Este es el perfil del comentarista cultural ideal. Y pienso -con la mano en el corazón- que Javier Pérez Andújar es el mejor del mundo. No bromeo. Del mundo.
Ahora Javier Pérez Andújar ha escrito en su novela Los Príncipes Valientes un retrato de la Barcelona que le tocó en su juventud, y la ha leído con una sinceridad que es políticamente incómoda pero realmente necesaria.
Ha decidido no presentar la novela: tiene ese pudor de la persona que atesora y esa voluntad de que la obra literaria tenga su propio recorrido. Y tiene pinta de que el recorrido va a ser largo, porque por lo que parece ha escrito un novelón. Un novelón.
«la he estado leyendo con un nudo en la garganta, porque en cada página he encontrado la reivindicación honesta de la literatura como arte contra la desmemoria, sobre todo contra la desmemoria voluntaria. Y la reivindicación está hecha como sólo merecen reivindicarse estas cosas, con la verdad, rimando cada palabra con su propio sentido.(…)
«Los príncipes valientes” reivindica el desarraigo haciendo de la reivindicación un refugio en forma de novela que, estoy completamente seguro de ello, pasará a la historia de la literatura española. Has escrito sin proponértelo “El Jarama” de una Cataluña que no para de gesticular intentando quitarse según qué pasados de encima.
Me he encontrado con M*, el Gran Crítico, y hemos estado hablando de la novela y me ha dicho que es muy original. “Pero no es sólo eso”, le he contestado yo, “es, además, un gran tratado de ética, con una prosa perfecta, sincera y valiente”. Él me ha reconocido que así era y que has firmado la mejor novela de tu generación..
No puedo esperar para hincarle el diente. Y ustedes no pueden saltársela. El maestro que simultanea textos en el Babelia y en el Mondo Brutto se ha sacado de la chistera una pieza para la historia.
Los príncipes valientes. Tenía que compartirla, antes de empezarla. Corran a por ella, porque está hecha para ustedes.
Hay proyectos a los que te abalanzas en cuanto te invitan. Elitevisión es uno de esos. Un grupo de avezados hombres de la blogosfera, que saben pulsar el momento en que viven, se dan cuenta de que algo falla. A fecha de hoy, la ficción televisiva es más interesante que la cinematográfica, y utiliza unos códigos -por extensión y dosificación- que el cine no puede desarrollar. Y sin embargo, los comentarios sobre televisión se realizan siguiendo criterios puramente cinematográficos. Una injusticia, y un desastre. Para poner una pica en Flandes, decidieron llamar a los blogueros que consideraban más lúcidos a la hora de comentar cultura popular, y les lanzaron la propuesta: ¿quieren ser los pioneros para desarrollar un nuevo tipo de comentario audiovisual?
Contra todo pronóstico, dijeron sí. Y así nació eliTeVisión, la élite de los titanes de la blogosfera pulsando la historia de la televisión. El manifiesto fundacional se resumía así de telegráficamente:
EliTeVisión da la espalda, así, a los blogs sobre televisión que han heredado todos los vicios de la crítica cinematográfica y analizan las series en función de criterios que solo funcionan en ciclos de noventa minutos.
EliTeVisión reivindica el análisis detallado de la avalancha de argumentos simultáneos e independientes; de las historias-río que duran días, semanas, meses; de los personajes tan complejos que necesitan años para ser estudiados en profundidad.
Por eso, EliTeVisión establece las siguientes reglas para el análisis de la producción seriada televisiva:
– Cada serie será analizada capítulo a capítulo, a razón de un post por entrega
– Cada serie será analizada cronológicamente
Yo sé que ustedes son personas inquietas, que saben estar donde hay que estar, y que pulsan el momento. Ahora tienen un rincón donde esa pulsación toma cuerpo. Un proyecto mastodóntico donde se aunan el talento, el conocimiento, el humor y una absoluta falta de miedo.
Esta semana, el capítulo de Reflexiones de Repronto que mejor funcionó en los previsionados. Una entrega en la que el maestro Absence no sólo propuso el tema, sino que presentó buena parte de los argumentos citados.