En el volumen, Absence habla de tebeo como herramienta para redescubrir el pasado, Ana Merino habla del exquisito Love & Rockets, Eloy Fernández Porta desentraña a Miguel Angel Martin desde el ciberpunk peninsular, Jordi Costa enmarca a Sintaro Kago mediante el cine que amplía hasta cambiar de escala, David Ball articula el fonditecho/triunfracaso que enuncia Chris Ware, Óscar Palmer cataloga las inéditas cualidades de la nueva narración negra, Fernando Castro Flórez retrata el imperativo categórico de los héroes de Watchmen, Pepo Pérez afronta la justicia y el justiciero trenzando la legislación y la aventura, Alberto García Marcos habla con Emmanuel Guibert sobre el ver y el hacer en la página del tebeo, Eddie Campbell habla del tebeo autobiográfico desde la experiencia de la propia vida, y Max firma con Mireia Pérez una historieta a dos manos y mil colores que salta al vacío y regresa joven y sabia.
Yo dedico mi espacio a hablar de una propiedad en la que el tebeo supera a las otras artes: articular el tiempo como herramienta de diálogo tanto con otras obras como con su tiempo. Para explicarlo, hablo de los multiversos, los espacios narrativos que se invaden y el mapa que enuncian esas fronteras. Y cuando se revela ese mapa superior, vemos la capacidad del comic para roturarlo, con métodos expresivos que concretan bien el autor o bien la época. Al anclar ese hito, se puede seguir desarrollando, una vez que está fija la referencia. Suena lioso pero se lee en un suspiro, y salen personajes de Bruguera y el Quijote y Batman y las tres chicas que abandonaron sus novelas y se pusieron a intercambiar sus recuerdos íntimos.
Todo eso lo tienen en Supercomic. Asómense, que hay piezas fenomenales que le arreglan la tarde al más pintado.
El miércoles 18 estaré en Fnac Triangle junto a Absence para apadrinar el libro ¡Esto es importantísimo! de Manel Fontdevila. Allí hablaremos de actualidad, de prensa y de humor. Les esperamos a todos.
Les incluyo la invitación de puño del autor. Se amplía pulsando.
Aquí les dejo el vídeo de la presentación del libro «CT o Cultura de la Transición» realizada en Zaragoza. La grabación es bastante rudimentaria: está tomada con un teléfono y el audio es de ambiente, así que necesitarán unos auriculares finos. He puesto detalles de las pantallas y de los objetos que manejo físicamente durante la presentación para compensar la miniatura.
Llevo algún tiempo aparcando en el cabezal de la cama el libro «60 aniversario – El Caso semanario de sucesos (Juan Rada, 2011)» y leyendo antes de dormirme una hoja o dos de facsímil de periódico de los cincuenta. La forma de escribir es maravillosamente distinta a lo que hoy se estila. Ayer me zampé apasionado todas las páginas que el libro recoge dedicadas al «Misterio de las tres copas» acontecido en Mazarrón, con dos cadáveres encontrados en la playa que condujeron a una investigación donde cada averiguación destapaba un suceso más extraño que el anterior, desde el inicio del viaje en Haro hasta el enigmático desenlace. La historia sigue sin resolverse y es importante porque ha producido piezas de altísimo alcance: Fernando Fernán Gómez quiso enunciar su propia solución al misterio y por eso rodó El Extraño Viaje (1964) [aquí, la peli completa].
Los relatos actuales de aquel suceso, con la distancia de los años, ya tienen separado el grano de la paja y, pese a mantenerse aún velado, hay cosas que se saben troncales en la historia frente a otras auxiliares o innecesarias. Precisamente la lectura de los textos de época es maravillosa porque en aquel instante todo podía ser relevante. Les pongo a modo de ejemplo esta maravillosa historia, tangencial y accesoria pero arrebatadora, que aparece como comentario de pasada en el exhaustivo informe sobre el caso de Mazarrón:
Así que ahí me tienen, disfrutando las rebabas de las historias principales. En lugar de «el crimen de la mano cortada» o «el misterio del baúl» -que tienen su prestigio precisamente porque cada noticia abría la puerta día tras día a nuevos enigmas dentro del misterio-, me ciegan pequeños párrafos voladores.
Por ejemplo, aquí les dejo un detalle de las innovaciones de Pedro Alcalá de las Heras, un genio emprendedor que creó no una sino varias formas de timo insospechadas. Aquí detallan su ocurrencia para sacar tajada de los fallecimientos remotos:
Y por supuesto, piezas de altísimo valor celtibérico, como este titular que les pongo a continuación:
Rubén Lardín me lo filtró
como lectura de sillón
Bola extra: La portada del volumen, que siempre es de recibo incluirla
No está de más recordar que lo que hoy se denomina «metrosexual», Larra (por ejemplo en El café) lo llamaba «lechuguino».
Dice la edición de Cátedra que lechuguino era el «tipo que seguía la moda mas estricta del momento y su atildamiento amaneraba el porte». No perdamos el diccionario.
El tribunal [del juicio por los crímenes de Alcasser] lamentaba que los testigos saltaran del plató a la sala y viceversa. Pero aparte de criticar los «juicios paralelos» de las televisiones, como lo hicieron también importantes organismos judiciales, no puso remedio a la situación. En el plató, muchos testigos contaban cosas que se contradecían en el juicio. Cuando en la sesión judicial preguntaron a Enriquito [hermano de Antonio Anglés] por qué decía lo contrario de lo que había afirmado antes en la televisión, contestó, en un turbador momento de lucidez:
– Es que aquello era la tele, y esto es un juisio.
Más claro, agua: esto era más serio y aquello sólo era una broma. Pero para el público, no sólo no existía ninguna diferencia, sino que, habitualmente, contaba más «la verdad» de la tele.
Desde las tinieblas: un descenso al caso Alcàsser,
Joan M. Oleaque, pág 267
El acusado dirime así entre el trabajo («me pagaban para hablar») y la verdad («aquí se decide mi futuro»).
Comparen esa declaración con esta sonrojante intervención de Thais Villas, actual colaboradora del programa El Intermedio, en la televisión catalana. El momento empieza en el 0:54, pero el meollo está en el 1:20.
Thais Villas defiende firmemente a una periodista que presiona y presiona a una familiar hasta conseguir una declaración que resultará falsa: «La reportera lo que hace es su trabajo», dice La profesional Villas. «Una cosa es el trabajo y otra la verdad», dice el testigo de Alcasser. Adivinen quién ha contagiado la idea al otro, si el neófito al cualificado, o al revés.
Cobrar por hacerlo es lo que legitima. «A mí me dan dinero, y eso es argumento suficiente». El trabajo santifica: eso sí, santifica lo que quien tiene los cuartos decide pagar.
Tradicionalmente, en las discotecas de nuestro país los hombres no habían bailado nada, más allá del momento de la música lenta. Habitualmente, se quedaban en la barra mirando cómo las mujeres movían el culo sobre la pista. De hecho, bailar de manera exagerada cerca de alguna hembra que tuviese al macho vigilante desde la barra era la mejor excusa para iniciar una pelea, y para que la clientela masculina se dedicase a aquello que mejor sabía hacer cuando se acercaba a la pista: pegarse.
La mujer que bailaba mucho era considerada una puta y pronto se desplegaba a su alrededor una manada de buitres. Al hombre que bailaba de manera exagerada se le tenía por mariquita y pronto recibía una pequeña provocación para iniciar una buena pelea a hostias. Este era el plato de cada fin de semana en casi cada ciudad y cada pueblo, animado por la provocación, animado a perder la cabeza por la combinación incesante de porros y cubatas. (…)
[La llegada de la mescalina, en lo que fue el gérmen de la Ruta del Bakalao] abrió una puerta que ya no se pudo cerrar. Para la juventud contemporánea, empezaba el subidón colectivo: el consumo empezaba a establecerse y los efectos secundarios todavía no se oteaban. La nueva experiencia cambiaba el concepto de ocio. Durante años, la discoteca había servido sólo para dejar pasar la noche. Ahora la discoteca se convertía en otra dimensión, que daba sentido al hecho de vivir y ser joven. Aún era cosa de un destacamento y no un ejército, pero la semilla ya se había sembrado. Esta semilla conseguiría posteriormente que hostiarse en una pista de nivel no provocara respeto, como pasaba en las discotecas corrientes, sino rechazo, ya que cortaba el «buen rollo» químico que reinaba entre los bailarines. Además, esta conjunción también originó que el hecho de ligar resultara prescindible al club, ya que no era comparable a la experiencia interna que proporcionaba la sensación de subida de la droga.
Joan M. Oleaque,
“En éxtasis – Drogas, música mákina y baile:
viaje a las entrañas de la fiesta”
(Ed. Ara, 2004). Págs 38 y 44.
Y así, gracias a la química, las señoritas pueden bailar sin que salgan los puños, los hombres pueden bailar sin que salgan los puños, y en suma, se puede bailar.
Bola extra 1: Esas chicas que bailaban sin buscar ligue, las gogós simultáneas a la era de la química, no faltaban locales donde las colocaban enjauladas:
Bola extra 2: la chica que no puede bailar sola, a la que la suponen inclinada al golferío por mover la cadera, aparece de forma central en El Extraño Viaje, la primera película de Fernando Fernán Gómez. El director expone la situación contrastando el 2:45 frente al 3:45 :