En el último ejemplar del Culturas de La Vanguardia hablo de Newstweek, un aparato que mete quirúrgicamente contenidos falsos en webs fiables dentro del ámbito de wifis públicas. Aquí tienen su sitio oficial.
[Se cuenta que el notable] Soler de Villardell fue dotado con una espada milagrosa por un mendigo al que había socorrido, y con la cual mató al dragón de Sant Celoni. [La espada pasó posteriormente a manos] de un tal Bernat de Centelles, que venció con ella en un torneo a Arnau de Cabrera, pero habiéndose demostrado que la espada era milagrosa, contraviniendo las leyes de caballería, Jaime I declaró nula la victoria de Centelles, según sentencia que se conserva en el Archivo de la Corona de Aragón.
J.M. Carandell,
Nueva guía secreta de Barcelona, p.234
Los dos nobles se habían enfrentado en duelo al no reconocer vasallaje Cabrera a Centelles. Éste había violado los usos del duelo, que prescribían igualdad entre los combatientes, pues había usado contra Arnau la espada de Vilardell, además de llevar una cota de malla que le aseguraba no ser derrotado en combate y ocultar entre sus ropas una piedra mágica conocida como «diamàs» que evita que se quiebren los huesos del portador. Como queda dicho, Arnau recurrió ante el rey, que le dio la razón en la disputa. (A todo esto hay que decir que Jaime I había sido amante de la madre de Cabrera y en aquel momento lo era también de la mujer del mismo.)
Pese a la perspectiva prosaica que aporta la nota final, no podemos dejar de maravillarnos de la anulación por milagro. Para nuestro museo de la celtiberia medieval.
José Maria Carandell (hermano de nuestro Santo Patrón Celtibérico don Luis Carandell Robuste) publico una guía de Barcelona que sigue insuperada, sobre todo por la voluntad del autor de mantenerla al día en los elementos marginales más llamativos. Su Nueva Guía de Barcelona (Martínez Roca, 1982) tiene toda una sección dedicada a las «magias, religiones, esoterismos y demás«, donde aparece un apartado dedicado a los curanderos que se remata con este último ejemplar de tecnología altamente celtibérica:
En la calle Mas Baja de San Pedro, hay otro que cura con una música (inaudible para los enfermos) grabada en una «casette».
Tal vez en la actualidad aún haya curanderos que utilicen este fascinante tratamiento; de ser así, cabe con aún más ímpetu en nuestro museo celtibérico.
El escritor Xavier Theros, que está recorriendo curiosidades en su bestiario estival, narra hoy en el diario El País el origen de la mítica acrobacia sexual del Salto del Tigre.
Les hago un extracto recompuesto:
Miguel Pigrau era un actor de carácter, un secundario característico que daba realce al montaje. Regordete, de frente ancha, bigotazo y una mirada profunda y afectada.
En la obra Otelo, el moro de Venecia (no en la versión canónica y shakespeariana, sino en la de Francisco Luis de Retés) la especialidad de Pigrau llegaba en el momento de asesinar a Desdémona; en ese instante, el actor se abalanzaba violentamente sobre la actriz, dando un rugido. Y viendo que muchos espectadores le felicitan por su fiereza, comienza a llamar a ese momento «el salto del tigre», mientras declara a la prensa que aquello es el culmen de su carrera.
Lleva su Otelo a Madrid. Allí no parece que le hagan mucho caso y decide volverse a Barcelona, donde comienza a contar las bondades de su interpretación más famosa en las tertulias de la gente del teatro, que por aquel entonces están de moda. En una de ellas le oye Santiago Rusiñol, que inmediatamente le pide que le enseñe su afamado talento interpretativo. La cosa tiene lugar en plena calle.
Aquel arranque le pareció tan cómico a Rusiñol, que años después lo incluyó en uno sus vodeviles, estrenado en el teatro Soriano del Paral·lel en 1915. En esta pieza, el tal Josep y un amigo deciden ir a un burdel; y cuando el mal marido pregunta lo que debe hacer una vez dentro, su compañero de farra le responde: «Tú, entonces, das el salto del tigre», y hacía como si se abalanzara sobre algo.
Fue tal el éxito de aquella obra, que el salto de Pigrau se convirtió en frase hecha, pasando a denominar una suerte amatoria de realización imposible, consistente en subirse a un armario y lanzarse desde él sobre la amante de turno. La frase fue creciendo y se incrustó en el habla popular, aunque nadie recuerda que fue un invento de un actor de carácter, que quiso darle un giro dramático nada menos que al moro de Venecia.
En el ejemplar de hoy del suplemento Culturas de La Vanguardia, publico un texto titulado «Acción y reacción» en el que hablo de Contraprogramación Televisiva y donde -gracias al director de cine Eugenio Mira- aparece el origen de las lecturas satanistas de Los Pitufos que tanto corren por la interred.
Vistosísimo este juego «Mantenga limpia España» de la marca Congost, con la instrucción «trata de mantener tu zona de España más limpia que tus adversarios».Porque el qué limpiar cambia con las épocas, pero eso de limpiar-españa-de y lo de tu-zona-de españa-más sigue plenamente vigente…
Parece más antiguo, pero el año de edición es 1979.
Seguro que si les digo que soy un apasionado de la canción del verano, me malentenderán. El nombre «canción del verano» tiene usos parciales, que atiende a lo que cada cual quiere remarcar. Hay quien lo usa para referir la canción más vendida en tiempo de estío, y se quedan panchos al refugio de los números. Hay otros más fieles, que la enuncian como la canción mas bailada del verano: es decir, que aunque una grabación del Canon de Pachelbel arrasara en ventas, no sería la canción del verano porque -y aquí estamos hilando fino en el mundo de la expresión corporal- el Canon de Pachelbel no se baila.
Yo tengo un baremo parcial y personal para «la canción del verano», más perjudicial si quieren que los anteriores. Para mí, la canción del verano es la que florece por sorpresa. Es decir: el wakawaka de Shakira en 2010 queda fuera de mi clasificación, porque se estableció como canción del verano por decreto. Se repetía en los múltiples telediarios, se multiplicaba en las rotaciones, y las constantes alusiones al campeonato mundial de fútbol incluían necesariamente la canción oficial del torneo. Establecer como canción del verano la que aparece con más frecuencia en los medios de comunicación es como decir que el alimento favorito en Haití son las cajas que se donan en paracaídas: un insulto al grupo, y un loor al de las alturas.
Así, para mí la canción del verano -y verán ahora que no todos los veranos la han tenido- ha cumplido una característica específica: ha levantado a la gente de las sillas para mi sorpresa. Subrayo el mi en «mi sorpresa». Uno ve los mismos telediarios que el resto de la ciudadanía, lee similares periódicos, atiende a las mismas radios, y está someramente familiarizado con «el carril principal». Las canciones del verano por imposición son así «evidentes sin esfuerzo»: nos las hemos encontrado por necesidad, están omnipresentes en las rotaciones. Cuando aparece una genuina canción del verano, la pregunta primordial es cómo se ha extendido esta pieza en particular. Ha habido una genuina expansión fuera de los moldes impuestos. Pura diversión en transmisión directa.
Para mí el ejemplo central de canción del verano fue Tengo un tractor amarillo, de Zapato Veloz. Estaba en una boda donde sonaban canciones conocidas, una tras otra, sin mayor respuesta de la concurrencia, hasta que sonó ese tema desconocido. De repente, el grueso de los asistentes corrieron a llenar la pista y a marearse bailando la conga. Hasta entrado el otoño, la canción no aparecería en las televisiones. Eran dos mundos separados: Zapato Veloz había entrado en la pantalla mediante las pistas de baile, en un mundo donde lo normal es llegar a las pistas de bailes mediante la pantalla.
Este año, y perdón por el rodeo, la canción del verano está siendo un reguetón que, ahora que me he puesto a mirarlo, considero que tiene miga digna de estudio. Probablemente no lo han oído en sus emisoras -aunque en las últimas semanas han ido cediendo a la evidencia- a menos que frecuenten ondas latinas o radios de música de discoteca, ambas alejadas de «la obigación a la vía principal». El tema, ahora omnipresente en fiestas de pueblo y discomóviles de barrio, es Danza Kuduro, de Don Omar más Vincenzo:
La respuesta de las pistas de baile en las plazas donde la he oído sonar me ha dejado tan sorprendido como en aquella boda con Zapato Veloz. Habrá quien diga que esta canción no tiene el mérito de Tractor amarillo porque tuvo el privilegio de sonar durante las escenas culminantes de la quinta entrega de la serie cinematográfica Fast & Furious, como pueden ver aquí. Pero insisto en que, en nuestro contexto actual en el que se habla de «la canción del verano» en los medios con meses de antelación -como si fuera la primavera de El Corte Inglés-, ver a la concurrencia elegir un tema para bailar por encima de los otros y a espaldas de la corriente catódica es siempre un soplo de aire fresco. Porque esta Danza Kuduro no apareció en ninguna de las quinielas que propusieron los periodistas (y eso que youtube cuenta en ese vídeo que les he puesto arriba por encima de 200 millones de reproducciones, que se dice pronto).
Esta entrada está titulada «Danza Kuduro Inc.» y ya va siendo hora de afrontar la curiosidad por la que me he acercado al teclado.
La canción del verano ha tenido añadida una cualidad importante. Por centenares de poblaciones, las orquestas interpretan (lo han hecho en el pasado, lo harán en el futuro) los éxitos pertinentes para llenar de movimiento las verbenas. Repasar el repertorio de esas orquestas nómadas es el verdadero baremo, porque a ellos se les reclama que toquen ciertas canciones. Hay una comisión, un encargo. Se da porque se pide. Frente a todos ellos, que interpretan la canción del verano, hay una gira de privilegio, un artista que es el de la canción del verano. El genuino intérprete del tema genuino. Eso vale oro, cada verano. (En pocos días, Don Omar actúa en Barcelona, y las entradas tienen estos precios: 30, 40, 70 y 100 euros. Ahí queda)
La cuestión es que en Danza Kuduro, no sólo hay una gira de «el artista genuino». Hay cuatro.
Por un lado, está Don Omar, el portorriqueño del Dale Don Dale, que es quien firma la original y quien canta el estribillo ganador, con su mano arriba y su cintura sola.
Por otro está su invitado, el francés de origen portugués Lucenzo, que quizá como premio a su atinadísimo «oy-oy-oy» del tema, tiene su propia versión para girarla por su cuenta:
Aparentemente, la cosa venía a completar mercados: Omar para el hispanoparlante, Lucenzo para el brasileño-portugués, y pelea de gatos para el reto de países, donde lo mismo les da no entender el uno que no entender el otro.
Pero la cosa ha tomado un giro inesperado con esta pieza:
Con esta «remezcla», aparecen dos nuevos intérpretes: el portorriqueño Daddy Yankee, al que recordarán por su memorable Gasolina, y el dominicano Arcángel, al que le tengo bastante cariño porque ha traído por accidente miles de visitas a mi cortometraje-intervención, lo que atestigua que tiene un nutridísimo grupo de seguidores.
El resultado lo tienen en esta actuación de Daddy Yankee en Toronto, hace unas semanas:
Noten la distancia entre el tema «remix» y la interpretación en vivo de Yankee. El cantante deja sonar pregrabado el estribillo original y recita exclusivamente el párrafo que él ha colocado. No es ni una canción ni otra: es una forma de ser uno de los intérpretes genuinos de la Danza Kuduro.
La canción del verano ha tenido, según permite sospechar lo mostrado arriba, un curioso giro: ha habido una especie de «oferta para cabalgarse como intérprete genuino» que ha incluido a dos intérpretes de recorrido que, gracias a la pieza «remix», incluyen el tema del verano en sus giras. Frente al pasado de «yo genuino, los demás rivales», se ha construido un verdadero Danza Kuduro Incorporated.
Ahora el tema encabeza las listas de ventas de media Europa y todos los rankings de música latina. Y ante ese mercado mundial de giras internacionales se ha establecido un sistema de franquiciado, donde varios interpretan el mismo tema, maquillándolo como «lo suyo». Múltiples genuinos, como las tiendas franquiciadas ante un mercado global. La canción del verano, como digo, se cimenta en lo inesperado. Y lo digo con la mano arriba.
Al poco tiempo de cuajar el movimiento 15m en las plazas, usuarios en twitter denunciaban que las bibliotecas madrileñas no permitían el acceso a las webs del movimiento. Los chavales que no se pueden costear una conexión acudían al servicio público a consultar el mundo, y el retrato del planeta les venía convenientemente lavado. Tradicionalmente, las bibliotecas habían censurado contenidos en internet sobre las vías básicas de la pornografía y el hackeo: el sexo y el riesgo de ataque. Cosas que son circundantes a la cultura, a cuyo tronco se encomiendan las bibliotecas.
Hace pocos días los rotativos convertían esa denuncia en noticia, con bastantes semanas de retraso. Ha bastado esa publicación para forzar la corrección: las bibliotecas madrileñas han dejado paso a un grupo selecto de páginas web del movimiento. Las censuradas se incluyen a bulto, las permitidas se eligen a dedo.
El detalle fascinante en el proceso son, claro está, las justificaciones públicas del proceso. Porque normalmente las declaraciones públicas son versiones suavizadas y moderadas de un fantasma mayor que sólo se entrevé por las rendijas.
lo especifica el Ayuntamiento de Madrid en un comunicado oficial que admite que entre las restricciones relativas a criterios de «contenido» (que veta webs de sexo, violencia, armas , blogs, etc..) el sistema de filtrado que utiliza la plataforma de Telefónica incluía una programación que limitaba el acceso a contenidos de «activismo» político.
En este breve párrafo aparece condensada una severa carga a la cultura que se permite. Por un lado, la censura al activismo político filtra en el horizonte la sospecha de que El Capital de Marx o las biografias de Reagan (dos activismos políticos) durarán poco en las estanterías, más cercanos del fuego purificador que del préstamo ciudadano. La otra, es el miedo a la actualidad, donde El Capital tiene valor cuando Marx ha muerto, y el liberalismo cuando Reagan ha perdido la chaveta.
Esa paradoja primordial -donde entre todos se construye una fuente donde sólo puede manar el agua que ven bien unos pocos- toma la hermosa justificación del proceso Sabor a Hiel: «¡La prohibición es de las máquinas!», dicen; «¡Nosotros no hemos hecho nada!» Las máquinas hicieron que en los libros de Ana Rosa Quintana aparecieran mágicamente párrafos enteros plagiados de otra novela, y ahora censuran mágicamente los retratos de la actualidad, del propio mundo, en el lugar donde el ciudadano consulta el conocimiento del mundo.
Mi línea favorita, sin lugar a dudas, es esta:
el concejal de Hacienda y Administración, Juan Bravo, ha explicado que (…) el área de informática del Ayuntamiento gestiona técnicamente la plataforma, pero no define los grupos que deben ser permitidos o filtrados. Las webs clasificadas como prohibidas, dentro de cada grupo, son definidas por el fabricante del filtro. Los gestores solo pueden establecer excepciones. Y es lo que se ha hecho en este caso, asegura Bravo.
Es decir, que no sólo la censura continúa y continuará,
(censura que deciden mágicamente los ignotos hombres tecnológicos de la compañía telefónica en casual connivencia con los políticos, pura coincidencia),
sino que se dice -con absoluto orgullo-: si alguien vuelve a denunciar otra censura, que sepa que necesitará que su reclamación aparezca en un rotativo nacional, con todo lo que conlleva encontrar el espacio, para que sea corregida. Se dice abiertamente, con todo el descaro que ha encumbrado la política moderna.
Qué maravilla: en el farenheit del XXI no hay fuego. No es siquiera necesario.