«Rebélate»: 150 minutos para incomodarte, alterarte, impacientarte… «Sométete»: 150 minutos para sentir, imaginar, rememorar, descubrir… Los clientes del restaurante Mugaritz se encuentran en la mesa dos sobrecitos con tarjetas provocadoras. Luego llegan unas piedras grises. Unas se comen, otras no. Ante el desconcierto, acción. «Al utilizar las manos se rompe el protocolo», dice Andoni Luis Aduriz (Donosti, 1971) mientras faena en la cocina para esas «posibles almas gemelas» del comedor. Tras el aperitivo de las patatas caolín, unas quisquillas de agua dulce de Normandía y unas guindillitas cogidas esa mañana en la huerta y vestidas con miel liofilizada, no hay vuelta atrás. El sometimiento está servido.
Yo,
que abrí el sobre en el restaurante
y leí «Rebélate».
Yo,
que obedezco los carteles de «no fumar»
y los de «servicios de caballeros»
y los de «reservado»,
Yo,
que cuando se juega a baloncesto, tiro a canasta
y cuando se juega a tenis, golpeo con raqueta
y cuando se pide silencio, lo guardo respetuosamente,
Yo
me acerqué a la mesa que tenía las mejores vistas
y los eché a gritos.
Yo
tomé a la asistente más guapa
y la besé en el cuello mientras le tocaba el culo.
Yo
me encendí un pitillo
y dije a gritos que se empezaba por los postres.
Y vinieron los responsables del restaurante
y me echaron.
Y yo
les enseñe la tarjeta del «Rebélate»,
como en las norias se enseñan las fichas de «vale por un viaje»,
como en las tiendas se enseñan los palos con polo gratis,
como en las canchas se señala la línea de tres puntos.
Y yo,
al preguntarme por qué proponen actividades que no aceptan,
comprendí que hay establecimientos
edificados sobre la estulticia.
Y esta es exactamente la misma indignación que me invadió
cuando vi en Frankfurt la lamentable exposición
titulada Bajo tu propio Riesgo.
La imagen de arriba es una foto promocional de la miniserie televisiva Dead Set, que el canal inglés Channel 4 ha emitido cada noche la semana anterior a la noche de todos los santos. Aunque les parezca una locura, esa foto es nuestro reflejo. Me explico.
La premisa de la serie Dead Set es fascinante: el mundo cae bajo una plaga zombie, y los únicos que no se enteran son los concursantes de Gran Hermano.
La trama que parte de esa idea, detalla la relación entre lo real, la ficción, la ficción que pretende pasar por real, y lo hiperreal, que pese a ser mentira es más real que lo real. Para los personajes, la mayor parte de ese conflicto se condensa en la primera entrega -el doble de larga que las siguientes-, en el momento en el que una de las pocas humanas que quedan vivas, entra en la casa de Gran Hermano cubierta de sangre y con la tensión por las nubes.A los ojos de los concursantes, evidentemente, tiene que ser una actriz, porque, como norma no escrita, lo que rodea a los concursantes y al concurso es necesariamente falso.
Todo lo que le sucede a la telerrealidad es mentira. Y si algo real ocurre en la casa -como aquel intruso que entró en la casa con una bandera de Euskal Presoak- es borrado. Como si no existiera.
La parte de realidad que tiene la telerrealidad puede ser mayor que la que aparece en la televisión estándar, donde todo es sistemáticamente etéreo. Pero se requiere un bisturí clínico –o el ojo de Gustavo Bueno– para separarla de las condiciones de contorno –las reglas del concurso, las actividades que les preparan- que las inclinan hacia lo falso. Esas condiciones de contorno eliminan la realidad de la telerealidad, y se imbuien de la falsa autenticidad para llevar la demencia al extremo. Ese es un camino sin retorno que ya retraté en este artículo.
Ese momento, en el que la realidad envenenada de ficción se encuentra con la realidad que no tienes más narices que afrentar, es el motivo central de la serie Dead Set. Es admirable la distancia que nos marcan los ingleses en televisión. Ellos hacen una serie brillantemente construida, entretenidísima, en la que no se escatiman escenas de sangre y tripas, y que tiene una carga de profundidad de crítica televisiva. Mientras, aquí, nosotros tenemos esa televisión de ni-chicha-ni-limoná que tiene que gustarle a niños y a abuelas, en la que todo lo que no son broncas, incluye tetas. Allí, cuando hacen series de zombies, destripan en pantalla, construyen una narrativa impecable, plantean preguntas esenciales para cualquier espectador y dicen abiertamente que no todos los programas tienen que ser para débiles mentales ni tienen que doblarse a las asociaciones de personas emperradas en que todo sea lo mismo.
Pero si he empezado subrayando la imagen de arriba, es porque hace unos días les puse un extracto de Eloy Fernandez Porta que a la luz de la serie Dead Set toma nueva luz. Si no recuerdan el extracto, léanlo aquí.
La mujer de la imagen no es una actriz cualquiera. Es Davina McCall, o mejor dicho, es la presentadora de TODAS las ediciones del Gran Hermano británico.
Imaginen por un momento lo que ha debido suponer para un espectador británico ver cómo Davina era asaltada por un grupo de violentos, hasta dejarla tumbada y ensangrentada contra una fuente de agua fría. La presencia de McCall convierte a la serie en una versión de la mejor Guerra de los Mundos: un espectador tardío, encendía la tele, veía a la presentadora de siempre expulsar a un concursante de su programa de siempre… y de repronto aparecía ante las cámaras un caos de sangre y violencia.
Lo que importa aquí es notar que Dead Set, con Davina McCall primero asesinada y luego convertida en zombie, es un negativo perfecto de lo que sucede en España. Y todo se concentra en la ficción asociada a la presentadora. El mito de McCall incluye un currículum con trabajos poco lucidos, lo que, como insiste en subrayar en sus entrevistas, “me sirve para empatizar con distintos tipos de gente”. En España, el mito de la presentadora de Gran Hermano, Mercedes Milá, está imbuido de todo lo contrario. Particularmente, en su etapa telecinquera, en la que se vende, fuera de GH, como fuerza armada del bien y las buenas costumbres. Se va a una barriada a filmar drogadictos o prostitutas y allí ejerce, de nuevo, «la severidad del obispo, la crueldad de la maruja, la celebridad del populista y la ubicuidad de la cámara – sin olvidar la siniestra sapiencia de la policía secreta».
En particular, sus métodos plantando ganchos con cámara oculta y luego luego filmándose a ella misma durante la intervención de la policía (dejando entrever que eso es gracias a ella y que ella es la justicia) ha sido largamente documentado por el programa Telemonegal. (Es curioso señalar telecinco ha mostrado su interés en que lo que emiten por televisión no quede guardado en el tiempo, y sea susceptible de observación minuciosa. Han demandado a Youtube por albergar videos suyos -que es, ciertamente, de recibo-, pero no han ofrecido un sustituto propio)
Entenderán que Milá zombificada no es McCall zombificada. Son mundos inmiscibles. Ficciones inmiscibles. Son puentes que Milá no puede descruzar, por mucho que se maquille y escupa sangre. Milá se ha vendido como la justicia, mientras que McCall se ha vendido como ciudadana de la calle, que es la masa material en la que se sustenta la propia idea de plaga zombie. McCall se construye desde lo real, y Milá se construye desde la mentira.
La serie inglesa, el discurso inglés, constituye no solo una crítica al telespectador -el gran hermano termina sólo siendo visionado por zombies, que se siguen amontonando alrededor de la casa, como en las noches de expulsión, y alrededor de los televisores- y a la propia materia de la televisión. Pero además, encarna nuestro problema de fondo.
La parte de realidad que tiene la televisión inglesa es muy pequeña, el mismo porcentaje de realidad que tiene una entrega estándar del Gran Hermano español. Pero esa pequeña parte es más de lo que tenemos aquí. Dead Set es el producto audiovisual que mejor define la enorme, insalvable distancia entre lo que tenemos y lo que merecemos.
Contaba Luis Carandell (el maestro) una anécdota que pone en su sitio la falsa idea de que «si me dejan decirlo en televisión, todo el mundo se enteraría».
Don Luis, tras intervenir en un programa de televisión, acudió a un bar. Y se produjo este inolvidable diálogo celtibérico que tiene una frase final insuperable.
Camarero: Oiga, yo hoy le he visto en la tele.
Don Luis: ¿Ah, si? ¿Y qué he dicho?
Camarero: (tras una breve pausa) Ha dicho usted… lo que tenía que decir.
Efectivamente, el camarero no se había quedado con nada, y es un retrato que coincide con el telespectador medio. En televisión no se transmite el mensaje que se enuncia. Solamente prospera el mensaje que se repite.
Esto viene a colación del reciente revuelo alrededor de la biografía-entrevista La Reina muy de cerca, escrita por Pilar Urbano, que ha tenido mucho eco por las «opiniones» (así lo llaman los comentaristas) que vierte la monarca. Vean aquí una selección tomada de escolar.net
Homosexuales: “Si estas personas quieren vivir juntas, vestirse de novios y casarse, pueden estar en su derecho, o no, según las leyes de su país: pero que a eso no le llamen matrimonio, porque no lo es. (…) Puedo comprender, aceptar y respetar que haya personas con otra tendencia sexual, pero ¿que se sientan orgullosos por ser gays? ¿Que se suban a una carroza y salgan en manifestaciones? Si todos los que no somos gays saliéramos en manifestación… colapsaríamos el tráfico”
Aborto y eutanasia: “En absoluto” (…) “La vida y la muerte no están en nuestras manos”.
Religión: “Se ha de enseñar religión en los colegios, al menos hasta cierta edad. Los niños necesitan una explicación del origen del mundo y de la vida”.
Violencia machista: “Ha ocurrido siempre. Ahora se informa más y con todo detalle. En cierto modo, se provoca un contagio, se dan ideas que otros imitan. Los que son propensos tienen un filón en esas noticias”.
El programa barcelonés Telemonegal es un espacio dedicado a comentar la televisión de forma crítica. No suelo coincidir con sus puntos de vista, pero al menos muestran abiertamente que tienen uno. Telemonegal mostraba ayer cómo diferentes canales habían afrontado el revuelo. Un corte maravilloso del programa de TVE mostraba que a la cadena nacional el tema no sólo no les incumbía, sino que la presentadora, en un irreproducible gesto de pastor, instaba a la concurrencia a no fijarse en el libro polémico sino en «este otro», también de novedad, escrito por periodistas del propio TVE.
Pero el momento importante de Telemonegal fue la repetición de un detalle del programa La Noria (y lo agradecemos, porque estos programas no los vemos). Comentando el polémico libro estaba la autora, y delante de ella, como quien dice a la cara, la exdiputada Pilar Rahola le preguntó a Pilar Urbano si todo este movimiento es en realidad un movimiento del Opus Dei, reaccionando ahora que -la cito- «España se nos va de las manos».
Supongo que la mayoría de espectadores de la noria, habrían hecho con Rahola lo que hicieron con Carandell. Pero también los profesionales lo han hecho. Su sospecha no ha tenido más eco que su propia emisión.
Hay que tener en cuenta que, en paralelo, en estas mismas fechas, el Opus Dei ha subrayado su interés en declarar su voluntad a través de la boca de otros. La extraordinaria película Camino, que es terrorífica siendo un retrato suave del Opus Dei, ha sido atacada a través de la familia de la niña real que inspiró la historia de ficción. Y, en opinión de Rahola, el Opus Dei habla a través de la Reina. Bien colocando las preguntas apropiadas en el cuestionario, bien aprovechando una cercanía en temas conflictivos. La propia autora del libro, Pilar Urbano, dijo abiertamente ser miembro del Opus en La Noria, como lo había hecho años antes en un corte de Informe Semanal.
Las palabras de Rahola alejan el polémico libro de ser una declaración de «opiniones», y lo convierte en una herramienta en una lucha de poderes, con uno de los contendientes oculto tras una mascarada.
La prensa se concentra en la emisión y reemisión de las posturas conflicitvas de la reina, pero no habla del por qué y el cómo de las posturas conflictivas de la reina. Esa repetición convertirá sus «opiniones» en ciencia infusa. Y Pilar Rahola conversará con los camareros acerca de lo que se dice en la tele.
De entre los extractos elegidos por Ignacio Escolar, me fascina particularmente el señalado como religión.“Se ha de enseñar religión en los colegios, al menos hasta cierta edad. Los niños necesitan una explicación del origen del mundo y de la vida”.
En los otros campos, se puede entender una postura no acorde con los tiempos. Pero en ese párrafo, se defiende directamente una mentira. Y tengo la seria duda de si la Reina defiende la mentira sabiendo que es mentira, o si la defiende creyéndose la mentira. Si es el segundo caso, me apena que del tremendo presupuesto de la casa real, no hayan encontrado una partida para poner al día a la monarca. Si es el primero, me asusta que una mujer con poder defienda que se inculque a los niños una tremenda sarta de mentiras nocivas -de la que el origen del universo sólo es la punta del iceberg- sólo por pereza, antes de construir un big bang de peluche.
Tal vez, que tardemos tanto en descubrir que todo lo que vemos se ha creado en una estrella, depende de la inconsciencia en mantener la mentira, que es el mayor impedimento para el progreso humano. Si no eres parte de la solución, eres parte del precipitado.
La leyenda urbana del spam es una cosa así. En una esquina del mundo tenemos a un grupo de desalmados que envían mensajes como anzuelo para navegadores incautos. En el otro extremo, tenemos al cibernauta novato, que teclea con dos dedos, que pasa segundos con el ratón encima del icono antes de pulsar y que cada acción que realiza va seguida de un aspaviento que se entiende como un «a ver si he roto el ordenador (por abrir una carpeta)».
Esta leyenda urbana del señor que entrega sus datos bancarios respondiendo a una carta traducida por robots -en la que hay tantas faltas de ortografía como palabras en inglés original- siempre retrata a ese usuario miedoso y lento, que cuando el ordenador le dice aceptar él acepta, y cuando el ordenador le dice obedece este mensaje el tipo va y obedece.
Por lo que se ve, esta imagen es tan ajustada a la realidad como esos anuncios que nos laceran al entrar en el cine, en los que las personas que descargan películas llevan capucha dentro de casa, miran a los lados al pulsar los vínculos y tienen la habitación iluminada en penumbra como los laboratorios de terror de los cuarenta. Ni los usuarios de emule tropiezan con sus zapatos al caminar por su habitación, ni las personas que rentabilizan los spam son usuarios novatos y timoratos.
De esto me he dado cuenta al hilo del concurso 20minutos, que efectivamente está logrando su objetivo de ser un fiel reflejo de la internet española, lo cual es a la vez admirable y revelador.
Efectivamente: el blog que encabezaba las clasificaciones es un rincón que copiapega textos de páginas ajenas sin referencia ninguna al origen (ha sido tristemente retirado por su práctica, por denuncias de otros concursantes, pero no debemos olvidar que era, con mucho, el más votado), y -sobre todo- están subiendo con constancia los rincones que piden el voto en las webs ajenas y en las cuentas de correo. (Una de las prácticas favoritas, por lo que parece, es invitar al compadreo enviando mails proponiendo oscuros intercambios de votos, probablemente con capucha puesta y habitación a oscuras. Al menos, yo he recibido unos cuantos de esos).
Aquí lo importante es hacer notar que los usuarios del concurso de 20minutos no son ese usuario de internet que tiembla antes de cada click. Todos los que tienen voto 1) han sabido crear y mantener un blog -o similar- 2) han seguido unas nada breves instrucciones para registrarse y 3) para todo ello han demostrado una seria soltura con su navegador y su programa de correo, un severo callo de currito de internauta.
Y sin embargo, y les remito a los foros del concurso, los votos de los internautas -que tienen muy claros sus votos en dos categorías concretas y les da igual a quién apoyar en, no sé, mejor blog expatriado) están premiando, con esa dejadez poco responsable de cliente de spam, las peticiones que reciben atacando sus esquinas y sus buzones. Están obedeciendo, es decir rentabilizando, es decir justificando, los mensajes de spam que reciben.
Los propios internautas «expertos» españoles generan spam, y los propios internautas «expertos» españoles los obedecen.
Así que la próxima vez que lean un rincón burlándose de los que rellenan datos en las direcciones bancarias .ru, o quejándose de que su buzón se satura de química para la dilatación eréctil, no se engañen. Los usuarios españoles de internet queremos spam. Nos parece una cosa estupenda. Tanto, que lo generamos y lo apoyamos nosotros mismos.
Todo viene de esta noticia. En realidad, la vi en la tele, con imágenes de las cámaras de seguridad, mostrando a los protagonistas llevándolo a cabo. Había algo de irreal en las imágenes. Porque lo que estaban haciendo era puramente futuro.
Hay una cuestión básica con las máquinas: no hay forma de hacerles cambiar de idea. Sin entrar en temas de inteligencia artificial, ni nada. Las máquinas están para lo que están. Y para cambiarlas hay que ponerse manos a la obra y modificarlas concienzudamente. La ficción ha pensado en el espíritu de las máquinas, hasta el extremo de soñar artefactos que no solo deciden, sino que pueden ser convencidos.
El seminal primer número del tebeo Transmetropolitan muestra un momento en el que el protagonista Spider Jerusalem descubre que los electrodomésticos de su casa son adictos a las drogas. Es un momento importante, que nos detalla el futuro en el que se desarrolla la historia. Más allá de la conciencia y del raciocinio está la adicción, porque es el extremo de la consciencia del propio cuerpo. Las drogas para las máquinas son una pura entelequia, claro, porque incluyen todos esos conceptos, que a fecha de hoy son inalcanzables.
Y de pronto te encuentras con esto: un grupo de señores -los redactores de la noticia insisten en que nos fijemos en su etnia- que, circundando todo lo anterior, inventan la droga para máquinas.
Entendámonos: el cortocircuito para que la máquina tragaperras dé MÁS dinero del que debe es una maravilla de la ingeniería. No es ese trastabillar para parar el funcionamiento. No es el sabotaje que ralentiza el rendimiento. Es como en las pelis, cuando ponen la cinta de casete que hace que el satélite haga lo que quieren los aliados, como ese virus que en independence day Will Smith instalaba con un disquete, porque las disqueteras de tres y medio son el estándar intergaláctico de la informática.
El ácido que droga a las máquinas en tu beneficio es ingeniería inversa de ciencia ficción. Es vitaminar una aparato para que vaya más allá de sus funciones y haga lo que deseas. Spider Jerusalem miraría el bote de ácido camuflado en paquete de tabaco, se ajustaría las gafas, y sonreiría mientras ajusta su disruptor de intestinos: «El futuro está viniendo y os vais a cagar«.
Durante años, las organizaciones internacionales se han preguntado cómo luchar contra los secretos de Estado. Cómo tener constancia de las actividades que los países ocultan, en ocasiones porque violan las normas. La guerra tecnológica se da por perdida, porque los servicios secretos tienen aparatos más modernos y potentes que los observadores neutrales. Pero hay un arma que nadie ha tenido en cuenta: el tiempo libre. En el perfecto negativo de las películas de James Bond, la actual pesadilla de los servicios secretos son las aficiones, los hobbies. Los ciudadanos de a pie que matan el rato con paciencia. Y con tenacidad.
En el suplemento Cultura|s que acompaña al ejemplar de hoy del diario La Vanguardia, aparece un artículo mío, que es una versión extendida (en longitud y en altura ) de esta pasada entrada del blog.
Tengo un problema con los anuncios generacionales. Tengo un buen número de amigos que los celebran como si fueran goles marcados en la prórroga. Mi problema principal con estos anuncios (por ejemplo, «cha-val») es que suponen (o peor, «se supone») que tengo que celebrar cosas sobre las que no tengo ninguna responsabilidad. Cosas que sufrí porque me las llovieron.
Puestos a celebrar cosas que no dependen de uno, prefiero que me digan «fuiste la primera generación que tuvo trasplantes de médula» a «llevaste pantalón pitillo». La diferencia es abismal. En el segundo grupo, tenemos la ILUSION de que lo hemos elegido nosotros.
La elección personal, puestos a separarla con un cuchillo fino, se concentra en ignorar la pregunta «qué es más caro». Por ejemplo, si nos dan la opcion de entrar en un quirófano «con herramientas esterilizadas o sin esterilizar», la pregunta «qué es más caro» no entra en la ecuación. A menos que seas uno de esos idiotas que utilizan ese baremo para todo en la vida.
Que es una forma, que quede claro, de no equivocarse: limitarse al valor económico e ignorar lo demás, es el ancla de seguridad de las personas sin opinión.
Lo que nos lleva a las cremas con caviar.
Los productos de belleza destacan la presencia de caviar o de chocolate y esconden la de presencia de orina y/o semen de animal, que al parecer son frecuentes en los productos de belleza.
Para entendernos, el caviar hace más guapa porque es más caro. De la misma manera que una operación con instrumentos SIN esterilizar es mucho más sana… siempre y cuando usar instrumentos sin esterilizar sea más caro.
Los telediarios muestran, con una frecuencia admirable, los tratamientos de belleza, ya no con caviar y chocolate, sino con diamantes y oro, con un método espectacular que consiste en -atentos- dejartelos sobre la espalda un rato.
El alquiler del contacto con las piedras preciosas y los metales nobles es sin duda el extremo de la inconsciencia generacional.
Así que esa es la duda. No sé si mi generación puede lucir haber decidido algo. En general, las decisiones se orientan por el ostentar. Y espero la retransmisión continua de espacios audiovisuales inflandonos de ego diciendo «fuisteis la generación que pagaba por tocar un diamante con la espalda durante un rato». Esos sí fuimos nosotros. Pónganle música.
Ya casi nadie se acuerda, pero hubo un tiempo en el que en España la canción del verano fue contestataria. Antes que todos nos convenciéramos de que los temazos de agosto trataran sobre las barbacoas y los bichitos, durante un corto periodo la canción del verano fue un canto a la frustración y al (inminente: recuerden Reagan-Thatcher) apocalipsis. Era el fin del mundo, pero nos sentíamos bien.
Los bastiones principales del hit veraniego inquietante fueron el dúo italiano Righeira (Stefano Rota y Stefano Righi), cuya página web oficial muestra un impecable teletexto.
Los dos éxitos fundamentales de Righeria:
1) un retrato de lugares idílicos en las azoteas de las ciudades donde los modernos disfrutaban del lujo, rematado con el demoledor estribillo
Yo quisiera estar ahí
mas
no tengo dinero
2) un viaje a la costa en un mundo radiactivo donde, una vez desaparecidos los peces, solo quedaba agua fluorescente.
Aquí pueden ver los vídeos de estos dos temazos.
Fijense particularmente en la coreografía de Vamos a la Playa, que contra todo pronóstico se ha mantenido fresca y molona. Cantándole al reloj de pulsera (como ya hicieron antes Dick Tracy y luego Chiquito de la Calzada), practicando el célebre latigazo ochentero, y llevando la simplicidad al extremo mediante el congelado alternativo de los movimientos.
Les pongo un video extra al final para degustar más si cabe la simplicidad abrumadora del baile.
Hemos vuelto a Righeira en un ramalazo del Focoforo
que se está tornando un lugar fetén para las conversaciones del moderneo.
Mientras en España nos hartamos a series de vecinos en los que uno es marica, otro es un caradura, otro habla raro, y hay una vecina metomentodo que habla a gritos…
…y sólo se escapa Muchachada Nui (y gracias)…
…este programa Producido en Venezuela y Animado en Argentina pone el listón muy, muy arriba, y a ver quién se lo salta.
Nada Que Ver. Dirigido por Juan Andrés Ravell y Oswaldo Graziani. Un programa que se anunciaba con el eslogan «A alguien van a echar por esto«. Y han tardado tres entregas en recibir palos, porque es material peligroso.
Diversión remezclada en lo que ellos, como de pasada, llaman Medley Television.
Coges «lo mejor de», lo agitas un poco, le pones un trapo en el cuello y le prendes fuego.
Vean aquí abajo las dos primeras entregas. Busquen un asiento cómodo.